Se acerca la Semana Santa y no es extraño que el nombre de la Santa Cruz comience a ocupar protagonismo y espacio entre las noticias e informaciones de estos días, sobre todo cuando las nubes quieren ser el palio de las procesiones y cuando las miradas al cielo se anticipan a la salida de los pasos. Antes la Semana Santa olía a incienso, ahora lo hace a lluvia.
Pero no, el protagonismo de la Santa Cruz ha sido geográfico (la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra), y ha venido envuelto en un video que muestra a su alcalde, el “jugoso” Percy Fernández, tal y como lo llaman en la información del diario chileno “The Clinic” (30-3-12), “tocándole el culo” una y otra vez a una concejala, Desirée Bravo, que hablaba en pie a su lado; ella intentaba no perder el hilo de la exposición, más que para continuar con sus palabras para ver si podía hacer verdad la metáfora, y atar con ese hilo las manos al alcalde, que no cejaba en su intento de buscar la parte de atrás de su cuerpo.
La escena merece todo el rechazo y reprobación, aunque tratándose de alcaldes y de actitudes machistas, como ocurrió en España con el alcalde de Valladolid refiriéndose a los “morritos” de la Ministra Leire Pajín, probablemente sean muchos los que sonrían y quiten importancia a lo ocurrido. Pero además de criticar la conducta, también resulta trascendente tomar conciencia de lo que la ha rodeado para que veamos las circunstancias que dan lugar a estos comportamientos y su significado.
Se trataba de un acto público en el que los asistentes estaban situados alrededor del escenario y con todos los medios de comunicación presentes. El alcalde, el jugoso Percy Fernéndez, no sólo no disimuló, sino que insistió una y otra vez de manera ostentosa en su conducta, al tiempo que mantenía una sonrisa que compartía con todo el auditorio mirando a uno y a otro lado. Él quería que lo vieran y que todo el mundo supiera de lo que era capaz de hacer con esa mujer. Lo que ha hecho el alcalde no sólo es una grosería, un abuso, una falta de educación, una agresión… lo que en verdad ha hecho ha sido un gesto de poder al lanzar el mensaje de “esta mujer es mía”, por eso, junto al abuso, acompaña su conducta de caricias en la mano cuando la concejala no tiene más remedio que sujetarlo para que no sigua con su acoso. El poder no es hacer las cosas que se pueden, sino realizar aquellas que en principio no se pueden hacer, y el alcalde ha demostrado su poder a través de la conducta seguida con la concejala, y lo ha confirmado cuando todos a su alrededor sonreían ante su comportamiento. Cómo se sentía ella, o qué le parecía lo que en ese momento hacía el alcalde… daba igual, todo queda en un lugar secundario cuando de lo que se trata es de manifestar hasta dónde llega el poder, y la mujer, que ya parte de una posición inferior, aún queda más lejos.
Pero el problema no termina ahí. En una de las informaciones sobre lo ocurrido, una presentadora critica lo sucedido pero matiza y habla de que el alcalde se “propasó”, y esa es otra de las claves para que las conductas de los hombres siempre vengan acompañadas de valoraciones que tienden a justificarlas y a integrarlas como parte de la normalidad. El mensaje es que sus comportamientos no están mal en sí mismos, sino que dependen de cómo se interpreten y quién los interprete.
El gran aliado del machismo ha sido la indefinición del significado de las conductas de los hombres hacia las mujeres, una indefinición que forma parte de la propia identidad masculina. Bajo las referencias tradicionales del machismo, un hombre cuando está en una “relación a corta distancia” con una mujer tiene que intentar conquistarla, tocarla, besarla… de lo contrario le enseñan a pensar que ella va a creer que no es lo suficientemente hombre. En esa misma escena la mujer está incómoda y alerta al ver esa intencionalidad masculina, y con temor a que se propase. Él teme no llegar y ella que se pase. Por eso el resultado final no depende de la conducta en sí, sino del valor y del significado que se le dé, y tomando el ejemplo del alcalde de Santa Cruz de la Sierra, sus partidarios y la mayoría de los hombres dirán que no tiene importancia, mientras que la mayoría de las mujeres y otros muchos hombres que creen en la igualdad, dirán que es inaceptable y que debería tener consecuencias políticas en un personaje público como es Percy Fernández.
Como he recogido antes, lo ocurrido en Bolivia no es nuevo ni diferente a otras situaciones que juegan con la indefinición para dejar margen suficiente a la interpretación a favor de los hombres: Es la idea de que las “mujeres quieren decir sí cuando dicen no”, que “es normal que pongan un poco de resistencia cuando un hombre intenta darles un beso porque si no van a pensar que son muy ligeras”… Y luego, cuando ya se ha producido el resultado ocurre… pues lo que ha pasado con el alcalde: se pide perdón, se comenta que no es para tanto, que ella lo ha provocado, ante una agresión se dice que no es violencia, tan solo una disputa familiar o de pareja, y ante una violación que ella quería… Todo son justificaciones.
Es una pena que estas noticias y estos hechos no recorran las calles de nuestras ciudades en procesión y queden como anécdotas, si lo hicieran aprenderíamos mucho, se caerían multitud de argumentos, y se le quitarían muchas máscaras a tantos hombres que se esconden detrás de una hombría rígida e inerte.