La calle

LA CALLE
La calle se fue quedando vacía conforme se llenó de gente y los coches levantaron murallas intermitentes como puntos suspensivos. Ahora cruzamos de acera como otros cruzaron el mar Rojo, cuando el toque mágico de la luz abre camino entre la marea metálica y ruidosa, afluente de afluentes.

La calle ya no es destino, sólo es tránsito ya. Los niños no se van a la calle,  pisan las aceras como quien pisa las piedras para cruzar un arroyo. Recuerdo cuando salíamos de casa sin más objetivo que alcanzar ese otro hogar de las calles del pueblo para allí encontrar a sus huéspedes, que como en una pensión deambulaban por esos pasillos en busca de una razón para entrar en una de las habitaciones, o de una excusa para no hacerlo.

La calle era el lugar de encuentro. No había que llamar a nadie, era ella quien convocaba y no había hora ni destino que no viniera marcado por la propia cita. Era la calle quien nos decía dónde ir y qué hacer.

Ahora los niños juegan en casa a estar en la calle. Cogen las videoconsolas y se consuelan en una soledad compartida y retransmitida “on line” a través de toda una serie de artilugios, que lo único que dicen es que están solos y encerrados. Nos hemos vuelto nómadas del sedentarismo porque nos da miedo perdernos en la imaginación.

Pero las paradojas de un tiempo que suele volver al lugar del crimen, han hecho que los adultos regresemos al sitio donde los años mataron nuestra infancia, y nos encontremos de nuevo con los fantasmas que entonces nos asustaban: la incertidumbre, el futuro distante, la edad traidora, la responsabilidad obligada, las expectativas de diseño… Pero ahora los miedos nacen de su verdad, de esa mentira que alguien que nunca pisó la calle ha levantado como escenario en el que representar su política ficción, y llevarnos hasta otro mundo en el que todo parezca cierto. Se trata de una nueva versión del mito de la caverna en el que la realidad son las sombras y la mentira quienes las proyectamos sobre la pared manchada por el dolor, de quienes tuvieron que salir a la calle en busca de la dignidad que el video mató una noche que volvía escuchando la radio.

Hoy la calle es el lugar de encuentro de la indignación, de los desahuciados de sus casas y  de los que han sido expulsados de sus vidas, del movimiento de los parados y de la pausa del tiempo. El lugar donde los estudiantes van a clase y los médicos pasan consulta, el fuego que apagan los bomberos y el campo donde siembran su cosecha los agricultores. Hoy la calle se ha convertido en la fábrica de la sociedad y en la academia donde los hombres y mujeres aprendemos a convivir.

Hemos recuperado la inocencia de la infancia después de que alguien nos acusara de culpabilidad, y es con esa inocencia responsable que da la experiencia con la que volveremos a hacer de la calle el foro de la democracia. Porque es la calle lo que más nos identifica como sociedad y lo que más compartimos.

Ahora muchos quieren presentarla como la residencia del miedo, la pensión de los peligros conocidos o el recorrido del riesgo traicionero, y de este modo callar la llamada de la calle.  "¡La calles es mía!", nos dijeron, y luego colgaron el cartel de “reservado el derecho de admisión”.

El asfalto cubrió la tierra y trajo los coches, los coches echaron primero a  los pájaros y después a los niños y a las niñas, para convertirla en ese laberinto en blanco y negro con luces de neón. Hoy la calle se ha vuelto a humanizar como destino, han vuelto las personas, pasan las bicicletas, regresarán los niños y retornarán los pájaros. 

El asfalto también puede ser una alfombra cuando se busca un futuro mejor.

5 thoughts on “La calle

  1. Me gustaría, ya que categorizamos casi todo, que también se categorizasen, mejor: catalogasen, los tipos de miedo.
    Hay un tipo que suele asociarse con el clima. Un miedo que no lo experimenté en la infancia, en la que el clima era solamente un elemento a combatir. Condicionaba siempre a nuestro favor. Si hacía frío, patines. Si comenzaba la marejada, aventura. Lo mejor es que no me acuerdo de qué ocurría cuando llovía, pese a ser tan a menudo.
    La mente cambia y los miedos también y es también natural. Se empieza a averiguar cuánto y cómo aguanta el cuerpo que ya no es de estreno. La calle es la calle y hay que recuperarla. Pero la casa, también puede ser un sueño, precioso y en color.

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  2. Totalmente de acuerdo con el artículo, la calle, peligro para los políticos, ahora son ellos los que le tienen miedo, pero la calle habla y manda, pobre de ellos como no escuchen a los ciudadanos que se echan a la calle por los desahucios, por el paro, porque simple y llanamente NECESITAN JUSTICIA, pobre de ellos, porque la historia es un libro en blanco que se está escribiendo cada día.

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  3. En mi barrio, hay una calle en que mandan los mafiosos. Una calle que es de todos pero que nadie disfruta; una calle con mil muertos a cambio de droga o chapas; una calle que no vota cuando llega la ocasión. No está muy lejos del centro y la pasma sabe bien que algún concejal de izquierdas necesita que perdure; esas cosas del cinismo metido a reformador con poltrona y sueldo fijo más lo que pueda caer.
    Alguna vez he pasado-no tenía más remedio- por esa calle que suele hablar mal de la derecha, de los curas, de los bancos y hasta de la monarquía y siempre me he dicho “cuánto se parece este confín de la España libertaria al pensamiento débil de los progres de salón”.
    Vida fácil, trapicheo, mediocre contentamiento, un polvo de vez en cuando con la más desesperada de las putas callejeras -a favor del libre aborto, por supuesto- y para bien pasar otro día a gusto un partido del equipo de los amores de siempre.
    La calle que aquí describo podría estar en Caracas pero está en una región socialista desde…¿cuándo?.

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