Halloween: “¿Truco o maltrato?”

HALLOWEEN
Como si las estaciones del año se retrasaran al igual que las horas del reloj, el otoño vuelve a una primavera lúgubre que llena los camposantos de flores y aromas entremezclados con el olor de la cera ardiente en recuerdo de unas vidas ya apagadas. Son días para todos los Santos y para los Difuntos… no hay santos en vida. Parece que la vida es el temario de las oposiciones para ser santo, y la muerte el tribunal que aprueba o suspende.

Y no es casualidad que sea la estación marchita la que busque dar una naturaleza inmarcesible a la vida celebrando la muerte, como tampoco es fortuito que las fiestas religiosas de hoy hayan ocupado las celebraciones paganas de antes. Es la idea del “renovarse o morir” que las religiones, dueñas de este mundo y del otro, tan bien han aplicado.

Halloween el 31 de octubre, la fiesta de Todos los Santos el 1 de noviembre y el día de los Difuntos el 2 del mismo mes, tienen su origen en la cultura Celta, en el culto que rendía a la naturaleza, y en especial al dios que guiaba su trabajo y su descanso, el sol. El día 31 de octubre celebraban la despedida del año, una forma de decirle adiós a la temporada de luz y calor que finalizaba con la recogida de la cosecha, y de anunciar la llegada de los días de frío y oscuridad, quizá la misma frialdad y oscuridad en la que quedaban envueltas las semillas que debían germinar al final de la nueva temporada para dar vida a los frutos y a los pueblos. Los ritos celebrados alrededor de los cambios de temporadas, al final de una y al principio de la otra, favorecían la creencia de que el señor de la muerte y príncipe de la oscuridad, llamado Shamhain, venía para tomar prisionero al sol y convocar a los espíritus de los muertos, precisamente esa noche en que la barrera entre ambos mundos, el de la luz y las tinieblas, el de la vida y la muerte, se debilitaba.

El día de Shamhain (posteriormente Halloween) los druidas celtas hacían recordar a los muertos y celebraban la muerte como continuidad de la vida, no como su final. Posteriormente los romanos, al invadir las tierras se apropiaron de parte de sus tradiciones y creencias, y pasaron a conmemorar la “fiesta de la cosecha” en honor a la diosa Pomona, que coincidía en esas fechas, ese mismo día final de octubre.

La fiesta cristiana de Todos los Santos se uniría a esos días con posterioridad, pero tuvo un origen y significado distintos. Ya en el siglo IV la Iglesia de Siria dedicaba un día del año a recordar a “todos los mártires”, y tres siglos más tarde (año 615) el Papa Bonifacio IV hizo transformar un templo romano dedicado a todos los dioses en un templo cristiano en conmemoración de todos los santos. Años más tarde, en el 741, el Papa Gregorio III cambió la fecha a la misma época en que se celebraban las fiestas paganas que hacían referencia a la muerte y a los difuntos, y trasladó la celebración del día de Todos los Santos al día 1 de noviembre, pero no fue hasta un siglo más tarde, en el año 840, cuando el Papa Gregorio IV estableció que esta fiesta se celebrara universalmente. Ante el significado de la nueva celebración, y dados los numerosos preparativos que conllevaba su organización, la víspera, el 31 de octubre, adquirió un protagonismo especial en las regiones que habían estado bajo la influencia celta,  sobre todo en la cultura anglosajona, llamando a ese día el “All Hallow’s Eve”, que venía a significar la “víspera de Todos los Santos”. Posteriormente, esa denominación fue transformándose sucesivamente hasta que quedó tal y como la conocemos hoy en día: “Halloween”.

Ese día de Halloween, que no era una fiesta propiamente religiosa, sino su preparación, al coincidir con el día de Shamhain recogió el testigo de la tradición pagana y de las costumbres celtas que hablaban del regreso de los muertos para visitar a sus familiares. Los disfraces surgieron para dar ambiente a esa extraña visita desde el más allá y buscar relacionarse mejor con los seres queridos, de manera que esa noche los vivos se vestían con ropas horribles buscando la mayor armonía con las "almas que venían al encuentro". La costumbre arraigó de una forma especialmente festiva en Estados Unidos con la inmigración inglesa e irlandesa, donde cada año se celebraba la fiesta de Halloween para dar entrada a la fiesta religiosa, en una tradición similar a lo que ocurre en otros lugares con las tradiciones alrededor de la primavera y la Semana Santa  y las fiestas del carnaval y la cuaresma.

Hoy parece que la fiesta pagana está recuperando el terreno arrebatado en su día por la celebración religiosa, y que los muertos prefieren regresar cubiertos por las sombras alegres de una noche diferente, que mostrarse a la luz de un día siempre oscurecido por las lágrimas. Quizás por eso en lugar de oraciones  y el sonido de las campanas a muerto de antaño lo que más se escucha es lo del “¿truco o trato?”.

Pero también hoy las tinieblas superan los límites del 31 de octubre.  Ahora tenemos una noche de Halloween y 365 días en los que las visitas y los encuentros se producen en la sombra y fuera de la luz de la información necesaria en una democracia. Reuniones secretas, encuentros opacos, decisiones oscuras, espionaje masivo, imágenes en ecto-plasma, el silencio soplando por las esquinas de los días… A veces la sociedad se parece más a un camposanto que al lugar donde reside la vida antes de que la desahucien. 

Hoy los dioses de las tinieblas del poder se manifiestan a través de titulares que nos dicen: “¿Truco o maltrato?”, para que el miedo sea una poderosa razón y vayamos a votar como "muertos vivientes". 

5 thoughts on “Halloween: “¿Truco o maltrato?”

  1. ¿Cuanto cobras por lloriquear para las mujeres (y para ti), Lorente? Te lo pregunto para que vaya quedando claro quién es el que aquí mama por llorar.

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  2. Parece estar muy bien documentada toda la parte de Halloween. Aunque el enlace con las escuchas es de lo más estirado que he visto en años.
    Puestos a estirar… No sé, habría sido más clarificador que hablara de tinieblas y encuentros a la sombra basándose en experiencias propias. Por ejemplo, qué criterios utilizó para asignar a dedo los contratos que deberían haber estado sometidos a concurso público.

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