El “ultra-machismo”

ULTRAMACHISMOResulta curioso que no haya habido un calificativo superlativo para el machismo, nunca hubo un sufijo que elevara aquello que nombraba como parte de la rutina cuando la excedía, ni un prefijo que anticipara que lo que nos encontraríamos al final del sustantivo sería algo grande, muy grande y terrible. Ha sido suficiente con la propia palabra “machismo” para denominar cualquiera de sus manifestaciones, nadie ha echado en falta ningún matiz que revelara ese “algo más” de una realidad aceptada e integrada dentro de la normalidad.

El machismo no es nuevo, siempre ha existido, es cierto que con manifestaciones distintas conforme la sociedad ha sido más crítica con sus manifestaciones, pero esa es una de las trampas de la cultura para impedir llegar al núcleo de la cuestión, hacer la crítica sobre el exceso de algunas expresiones, y no sobre la propia desigualdad. El machismo es la desigualdad, es decir, la estructuración de las relaciones sociales a partir de lo masculino como referencia, y con los hombres en una posición que les permite distribuir los tiempos, espacios y funciones, y dar significado a todo ello para concluir que lo trascendente es lo que ellos asumen, hasta el punto de otorgarse la potestad de decidir y controlar los espacios asignados a las mujeres.

Hace años los piropos eran cosa de galantes, determinados chistes de graciosos, la sobreprotección de las mujeres en los espacios públicos de caballeros… en cambio hoy una gran parte de la sociedad considera que se trata de conductas machistas. La realidad ha cambiado, pero sólo en su parte más superficial.

En cualquier periodo histórico ha habido violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones, desde el control dentro de las relaciones de pareja a través de las coacciones y amenazas, hasta los homicidios y la violencia sexual. Sin embargo, a pesar de esa objetividad en la diferente intensidad de sus manifestaciones no ha habido una modificación en la denominación de esas conductas ni en la de las personas que las realizaban, el lenguaje no ha variado y, por tanto, la realidad que representaba tampoco. No ha habido ningún sufijo que construyera algo parecido a “machismísimo”, “machismón” o “machismazo”… ni tampoco se ha recurrido al prefijo para hablar de “hiper-machismo”, “extra-machismo” o “super-machismo”, por ejemplo.

Y no es casualidad.

Las diferentes manifestaciones del machismo no se han denominado de una manera especial porque el machismo lo es todo. Como hemos comentado, siempre se ha jugado con la trampa de hacer creer que el machismo es la expresión inaceptable que supera el umbral de lo admitido en cada momento, de aquello que era considerado normal, gracioso, galante, educado… sin detenerse en que el machismo es la desigualdad en sí misma. Por dicha razón, desde la posición de referencia que da significado a la realidad, los homicidios, las violaciones o las agresiones graves no son tomadas como un exceso de esa normalidad creada, sino como “conductas patológicas” llevadas a cabo bajo el efecto del alcohol, las drogas, los trastornos mentales o la pérdida de control. De ese modo, directamente las sitúan fuera del machismo, no como una parte de él.

No se ha querido, ni se quiere, diferenciar el machismo excesivo porque hacerlo significa reconocer la normalidad que hace lo mismo, pero con menor intensidad. Aceptar esa situación es reconocer que es ella la que da pie a que se entre en una dinámica de violencia y discriminación que lleva, en los casos que así lo decida el agresor, a las expresiones más graves del machismo.

Todo es machismo, y el machismo lo sabe, por eso quienes han tenido la posibilidad de configurar el lenguaje y la realidad no lo han hecho sobre las manifestaciones graves de la violencia machista, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros ámbitos, ahora tan de actualidad dentro del fútbol y el deporte, con la denominación “ultra” (aficionados ultras, ultra-derecha, ultra-izquierda…), o al llamar a los más violentos “radicales”.

El machismo lo es todo en la cultura, cierto, pero dentro de ese todo hay actitudes, ideas, valores y conductas que forman el “ultra-machismo”, y quienes lo ejercen son los “ultras del machismo”. Debemos ser conscientes de esa realidad porque la trampa está ya tendida para que caigamos en ella y no cuestionemos esta reacción que se está produciendo.

Y la trampa preparada cuenta con una doble estrategia. Por un lado la de siempre para presentar las manifestaciones del “ultra-machismo” ajenas a su esencia, y producto de “locos, borrachos y drogadictos”, de manera que nadie cuestione la realidad que las sustenta a partir de ellas. Y por otro, actuando en sentido contrario, es decir, jugando a generar un clima de enfrentamiento y agresividad por medio de la incitación al odio a través del lenguaje perverso que instrumentaliza la idea de justicia, igualdad, libertad, dignidad… para defender posiciones violentas y los privilegios de quienes han ocupado una posición de superioridad que ahora, por primera vez en la historia, ven seriamente amenazada; no por otros abusadores y violentos, sino por la sociedad, por los hombres y mujeres que anhelan la Igualdad como antes se deseó y buscó la Justicia o la Libertad.

Por eso el “ultra-machismo” tiene dos frentes, al igual que ocurre en otros grupos de “ultras”, por un lado los que llevan las pancartas y repiten las consignas para mantener el clima de odio y enfrentamiento, la sensación de ataque hacia ellos y la cohesión interna a través de la idea del enemigo común representado en “las mujeres”; y por otro los que ejecutan las ideas y pasan a la acción por medio de la violencia directa y las agresiones. El primer frente del “ultra-machismo” es el posmachismo, el cual hace una crítica general a la Igualdad y toma casos puntuales para construir una realidad paralela que presenta a las mujeres como la causa de todos los problemas de los hombres, y a estos como víctimas de las medidas dirigidas a lograr la Igualdad y a erradicar la violencia de género. Y desde una aparente neutralidad habla de que “todas las violencia son importantes”, o de un ataque directo que afirma que las denuncias de las mujeres en violencia de género son falsas en el 80% de los casos, que las madres “lavan el cerebro” a los hijos e hijas para enfrentarlos a los padres, que los hombres se suicidan porque las mujeres “les quitan todo”… Toda esa estrategia al final logra crear un clima de odio, y captar a hombres que al escuchar estos mensajes se sienten atacados tras la separación, o aglutinar a muchos machistas violentos que harán todo lo que esté en sus manos y en sus puños para intentar seguir haciendo daño a sus exparejas.

La realidad es muy distinta y objetiva, 600.000 mujeres sufren violencia de género por sus parejas cada año (Macroencuesta, 2011), entre 60 y 70 mujeres son asesinadas de media, las denuncias falsas, según la Fiscalía General del Estado, representan el 0’010%… y así todos los demás argumentos. Pero da igual, ellos no buscan tanto el impacto fuera de sus filas como el odio y la cohesión dentro de ellas, por eso les vale la manipulación, porque la mayoría de quienes están con ellos escuchan lo que necesitan oír para darle sentido a su realidad.

El “ultra-machismo” está aquí, y los ultras del machismo andan por todas partes intentando avivar el conflicto, porque en el conflicto se saben fuertes a través de la violencia.

La sociedad ha tomado medidas contra otros ultras, contra los de las pancartas y contra los de las agresiones, si no lleva a cabo acciones contra los ultras del machismo será muy difícil que entre tanto odio no surjan hombres que decidan resolver su problema de manera directa por medio de la violencia. Confiemos en que no se minimice lo que ya sucede, y que se implementen medidas para prevenir la violencia de género dejando sin espacio a los ultras del machismo.

Llamemos a las cosas por su nombre, y a los hombres violentos por el suyo. La paz y la convivencia nos va en ello.

 

El blues de la violencia

BLUES-VIOLENCIAA menudo la violencia se dibuja con el color rojo de la sangre que derrama, con el negro del hondo impacto que produce o con el azul de la tristeza que permanece en aquellas personas que la sufren, pero estos sólo son los matices que trascienden cuando su brochazo golpea el lienzo y rompe la armonía que habitualmente la oculta. 

La violencia es multicolor, se mueve por todo el espectro de la luz y levanta un arco iris al filtrarse a través de las lágrimas que la acompañan. El color de la violencia no está en ese resultado que impregna la realidad según las circunstancias, sino en la mirada de quien decide llevarla a cabo para conseguir unos determinados objetivos. Ese es el verdadero matiz que diferencia las distintas violencias, no su resultado.

No hay destino diferente para cualquier violencia más allá de una lesión física, un daño psicológico, o en el peor de los casos, la muerte. Toda violencia, sea esta terrorista, racista, xenófoba, religiosa… termina en ese lugar común del resultado, pero es fácil entender que todas ellas son diferentes en cuanto a su sentido y significado.

La violencia contra las mujeres no tiene nada que ver en su origen, significado y circunstancias con otras violencias que pueden compartir algunos de sus escenarios, así lo han reconocido Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud (OMS), y por ello se ponen en marcha iniciativas específicas para conseguir su erradicación, y una adecuada atención y protección a las mujeres que la sufren.

La violencia de género cuenta con la normalidad impuesta por una cultura androcéntrica para justificarla y retenerla en el hogar, como si se tratara de una circunstancia más de la vida en pareja. Ninguna otra violencia lleva a sus víctimas a decir del agresor “me pega lo normal”, o a justificarlo comentando que “yo le he dado motivo para que me agreda”. Ninguna otra violencia cuenta en la Unión Europea con un 2% de población (Eurobarómetro de 2010) que dice que “es aceptable en algunas circunstancias”, y con 1% que afirma que está justificada “en cualquier circunstancia”. Tampoco ninguna otra violencia encuentra una justificación en el alcohol, las drogas, los trastornos mentales, las enfermedades psíquicas o en las emociones para llegar a explicar, incluso, los homicidios. Y en ninguna otra violencia los agresores y asesinos cuentan con el amparo de la pasividad de la propia familia de la mujer asesinada, cuando dicen eso de “sabíamos que la maltrataba, pero nunca pensábamos que la iba a matar”.

No es de extrañar ante estas circunstancias que cada año se produzcan en España casi 600.000 casos y que sólo se denuncie un 22% (Macroencuesta de 2011), como tampoco resulta extraño que entre las mujeres asesinadas sólo alrededor de un 20% hayan denunciado la violencia que venían sufriendo, y que las ha conducido hasta la muerte a través de ese homicidio.

Extraña, pero no del todo, que ante esta situación objetiva haya una parte de la sociedad que en lugar de apoyar las acciones para acabar con la violencia de género y con la desigualdad, esté atacando todas las iniciativas y a las personas que buscan alcanzar la Igualdad para dejar sin espacio y argumentos a los violentos. Por eso no es casualidad que desde estos sectores posmachistas, que ya no pueden negar la realidad de la violencia de género, como sí hacía antes el machismo tradicional ante la ausencia de estadísticas, se busque cuestionar su realidad a través del mensaje de las “denuncias falsas”, llegando a afirmar que representan más del 80% cuando la propia Fiscalía General del Estado recoge en su Memoria de 2014 que representan un 0’010%. Además lo hacen con dos argumentos falaces, el primero es la idea de que toda denuncia que no termine en sentencia condenatoria es falsa, argumento rechazado por la misma FGE en su memoria de 2012, cuando dice que la no condena o la falta de pruebas no equivale a que los hechos no hayan ocurrido, algo, por otra parte, bastante habitual en violencia de género cuando las agresiones se producen entre las cuatro paredes del hogar y sin testigos presentes. El segundo de los argumentos carga de intencionalidad la conducta de las mujeres para presentarlas como “dignas herederas” de la Eva perversa del paraíso, y dice que denuncian falsamente para quedarse con la “casa, los hijos y la paga”. Pues bien, el último informe anual del CGPJ, correspondiente a 2013, recoge que el porcentaje de decisiones sobre custodias adoptadas en los Juzgados de Violencia sobre la Mujer representa el 3’3%. Y si nos vamos a las medidas civiles derivadas de las órdenes de protección, comprobamos que del total de denuncias sólo se adoptaron decisiones sobre la atribución de la vivienda en el 3’4%, sobre las suspensión del régimen de visitas en el 0’5%, con relación a la suspensión de la patria potestad en el 0’06%, sobre la suspensión de la guarda y custodia en el 1’1%, y con referencia a la prestación de alimentos en el 4’1%.

Todos estos casos en los que se adoptaron medidas civiles representan el 9’1% del total de denuncias, demostrando que no es cierto que las mujeres utilizan la denuncia como un instrumento para obtener beneficios con relación al uso del domicilio, la custodia de los hijos e hijas, o de carácter económico a través de la prestación de alimentos. Las mujeres ponen la denuncia porque hay hombres que las maltratan y porque quieren salir de la violencia.

Como se puede observar, las mismas causas sociales y culturales que están en el origen de la violencia de género son las que están en su interpretación para integrarla en la sociedad, bien como parte de la normalidad, cuando su resultado no es muy intenso, o como parte de la excepcionalidad cuando el resultado es más grave. En ningún momento se rechaza y se cuestiona de forma rotunda, y menos aún se busca modificar el machismo que la origina.

Por eso resulta muy significativo que quienes ahora reclaman medidas contra “todas las violencias”, insinuando que sólo hay contra la violencia de género por contar con recursos adaptados a sus circunstancias, nunca antes hayan reclamado esas medidas hasta que no se pusieron en marcha frente a la violencia que sufren las mujeres. Y por eso también resulta muy gráfico que no aporten ninguna medida para aplicar frente a esas otras violencias, y sólo pidan que se acabe con la Ley Integral y con otras acciones dirigidas a luchar contra la violencia de género.

Curiosamente, son estos sectores de mirada oscurecida por la violencia y la agresividad que usan, los que intentan esconder las diferentes violencias bajo el manto general de la idea de violencia, de ese modo ninguna de ellas se identificará, y todas podrán seguir usándose en ese ambiente doméstico donde su palabra es la ley… la ley del más fuerte.