La leyenda de la izquierda sin nombre

LEE MARVIN-Wandering star“No estoy de acuerdo. Hay dos tipos de gente en el mundo, la que va a alguna parte y la que no van a ninguna”. Esa fue la respuesta de Lee Marvin ante un conocido que antes le dijo que había dos tipos de gente, “la que se marcha y la que se queda”. Sucede en una escena de la película “La leyenda de la ciudad sin nombre”, justo cuando todos abandonan y se marchan de la ciudad, mientras Lee Marvin camina en sentido contrario sobre el barro dejado por la tormenta. La mirada que parte de sus ojos brillantes y la voz profunda, como si las palabras arañaran la garganta al salir, le dan aún más credibilidad a su sentencia: “Hay dos tipos de gente, la que va a alguna parte y la que no va a ninguna”.

El proceso que ha envuelto a estas últimas elecciones ha puesto aún más de manifiesto el interés en instrumentalizar las ideologías, los partidos políticos y los mensajes que se han trasladado a la sociedad, demostrando que hay quien sabe dónde está y donde quiere ir o permanecer, y quien se puede perder en este nuevo escenario que empezó a levantarse años atrás, no ahora.

El primer mensaje que se ha lanzado es el “fin del bipartidismo”, algo evidente (de momento), pero jugando al mismo tiempo con la idea de que se acaba también con la histórica diferencia entre izquierdas y derechas. Puede parecer una afirmación más, pero ese mensaje es una trampa colocada por quien quiere perpetuar su modelo de poder haciendo desaparecer las referencias, organizaciones ciudadanas, e iniciativas que pueden cuestionarlo y presentar alternativas al mismo.

El poder es conservador, y el conservadurismo es de derechas; por eso siempre ha intentado cuestionar, detener, desorganizar y desestructurar las iniciativas de izquierdas. El poder conservador de derechas nunca ha necesitado presentarse de ese modo, no era necesario hacer explícita su situación porque era parte del orden establecido, además de que podía ser perjudicial al ponerse en evidencia. Nunca ha habido, por ejemplo, un “Partido de la Derecha Ciudadana”, o un “Partido Capitalista del Pueblo Español”, ni un “Partido de Empresarios Unidos”, tampoco un “Partido Machista de las Tierras de España”… lo más parecido han sido las referencias cristianas y católicas, pero en ocasiones también se han mezclado con ideas distintas.

En cambio, la izquierda sí ha necesitado mostrarse como una alternativa clara, objetiva, sincera y directa a través de su explícita denominación, por ejemplo, “Izquierda Unida”, “Izquierda socialista”, “Esquerra Republicana”… o de sus iniciativas en términos de acción política basada en su ideología, como ocurre con las referencias al socialismo, comunismo, feminismo, ecología…

Esta división que muchos creen artificial y caprichosa, también oportunista y, por tanto, caducada en el tiempo, obedece a varias razones; y aunque no es el objeto de este artículo, mencionaré dos que resultan esenciales para entender el significado de lo que está ocurriendo. La primera de ellas, por extraño que parezca, se explica en términos evolutivos, y es la existencia de dos formas de interpretar la realidad, una más conservadora y otra más progresista, a partir de las estructuras cerebrales. La neurociencia ha puesto de manifiesto la existencia de diferentes estructuras neurológicas, concretamente la amígdala cerebral y la corteza cingular, que dependiendo de sus características neurofisiológicas en cada individuo, influyen para que la conducta tienda a permanecer sobre las referencias conocidas o, por el contrario, se adopten iniciativas para superarlas. Esta doble forma de interpretar y responder ante las circunstancias ha tenido una enorme trascendencia evolutiva, al permitir al ser humano desarrollar diferentes estrategias para sobrevivir. En algunos momentos de la evolución ha sido necesario adoptar actitudes más conservadoras ante el entorno, y en otros la necesidad llevó a enfrentarse a lo conocido para superarlo y poder salir de las circunstancias que generaban problemas serios para el grupo, y de ese modo ampliar el marco de referencias conocidas. Las dos han sido esenciales para llegar hasta el día de hoy, y han permitido enfrentarse con éxito a la multiplicidad de riesgos presentes a lo largo del tiempo.

Esta situación no ha desaparecido en la actualidad, como demuestran muchos estudios neurocientíficos, entre otros el liderado por David D. Amodio, y realizado conjuntamente por las universidades de Nueva York y California, aunque sus consecuencias y trascendencia son muy distintas. En cualquier caso, lo que demuestran es que la forma de interpretar y responder ante la realidad continúa siendo influida (no determinada de manera rígida ni impuesta, pero sí influida), por las mismas estructuras neurológicas de hace más de 100.000 años, factor que contribuye a posicionarse de una forma más conservadora o más progresista. Esta circunstancia nos lleva a asumir, nos parezca mejor o peor, que de entrada hay personas con una predisposición más marcada a interpretar la realidad de forma conservadora, y otras de manera progresista, y que cada grupo representa probablemente alrededor del 50%.

La segunda gran referencia que determina ese posicionamiento y la estructuración de sus ideas alrededor de unos valores y principios, es la realmente trascendente y viene determinada por la propia realidad y la toma de conciencia sobre su significado a través del conocimiento reflexivo y crítico basado en la educación, el aprendizaje y la experiencia, factores que cada persona alcanza e integra de manera diferente a partir de su psicobiografía y de elementos comunes del contexto. Esta segunda referencia, además de ser más importante, permite actuar sobre la primera para influir en las conductas por medio de la creación de sensaciones de seguridad o de miedo a través de los mensajes que se lanzan al contexto social y cultural. Cuando más miedo, más fácil de condicionar una respuesta conservadora en las personas predispuestas, pero también en las que tienen facilidad para interpretar la realidad de manera progresista. Todo depende de la intensidad y frecuencia del estímulo.

Quien cree que la sociedad debe tener una estructura jerarquizada y que determinadas personas por su condición de mujeres, obreros, inmigrantes, pobres, discapacitados… deben ocupar una posición secundaria a quienes entienden que representan unos valores y elementos que los legitiman para ejercer de líderes en su modelo social, hacen todo lo posible para que ese “mandato natural” se cumpla y sean ellos los gobernantes. Por lo tanto, cuando gestionan el poder lo que hacen es imponer su modelo a toda la sociedad y dirigirse a quienes están en la parte inferior de su estructura en términos de compasión y beneficencia, no de derechos y Justicia, pues lo que pretenden es adoptar políticas que conserven el orden artificial construido por el poder. Las políticas de derechas están impregnadas de esas ideas, y tratan de potenciar las referencias que mantienen esa estructura jerarquizada que consideran básica para su modelo de sociedad. Un ejemplo cercano lo tenemos en Andrea Fabra, Diputada del PP, cuando en el pleno en el que aprobaron los mayores recortes de la Democracia (11-7-12) gritó su conocida frase, “¡que se jodan!”

La otra parte ideológica y política, que lleva a primera línea iniciativas y acciones de Igualdad en términos de derechos y oportunidades para corregir la injusticia de una sociedad jerarquizada, es, en esencia, la representada por los partidos de izquierda. Y se basan, no en la jerarquía establecida, sino en el bien común centrado en las diferentes realidades existentes, y en el progreso armónico y uniforme de la sociedad, no en el avance de unos pocos para que “arrastre al resto”.

Por lo tanto, la esencia de izquierdas y derechas existe y permanece, aunque no haya bipartidismo.

El problema surge cuando la no necesitada derecha sigue siendo derecha, y lo hace orgánicamente, ideológicamente y funcionalmente, mientras que la izquierda desaparece estructuralmente, funcionalmente e, incluso, nominativamente. Cuando esto ocurre, y es lo que ha sucedido en estas elecciones, sólo queda como referencia la derecha y “todo lo demás”, sin que lo que hay dentro de ese “todo lo demás” se sepa muy bien lo que es desde el punto de vista social. Puede que lo sepan los analistas políticos, pero en Democracia quien ha de saberlo es la gente, o sea, el pueblo.

Lo que ha sucedido en estas elecciones municipales y autonómicas sólo es la consumación de algo que venía sucediendo hace tiempo. Se trata de un proceso en el que de forma paulatina se observa una invisibilización de todo lo relacionado con la izquierda, desde el nombre hasta algunos de sus compromisos esenciales, desde sus colores hasta sus banderas, desde su mensaje hasta sus socios y compañías. Y ha ocurrido funcionalmente, cuando partidos de izquierda han asumido políticas económicas que los han obligado a abandonar sus compromisos sociales, educativos, culturales… y ocurre al renegar de la historia que le da sentido y valor a lo que se hace y se debe hacer para acabar con la desigualdad y sus desigualdades, y con la injusticia y sus injusticias. La diferencia es que ahora se reivindican esos cambios y negaciones como parte de su estrategia “de izquierdas”. Es lo que ha pasado con “Podemos”, que dice que “no es de derechas ni de izquierdas”, también con el PSOE en algunas de sus políticas o en las recomendaciones de alguno de sus líderes históricos para que vaya hacia el centro con el objetivo de ganar electorado; y ha pasado con Izquierda Unida, en la que una parte se ha arrojado a las manos de otros partidos que reniegan de la izquierda que ella lleva en su nombre, en lugar de ponerse a trabajar en los proyectos concretos que tenían al frente.

El resultado es claro, más derecha práctica y menos izquierda visible, como si la izquierda fuera una amenaza o un obstáculo. La pregunta que surge es sencilla, ¿a quién beneficia esta situación?, y no me refiero sólo a las decisiones inmediatas, sino de cara al futuro y a las referencias que tendrá la juventud para posicionarse ante la realidad.

La respuesta también es fácil, el beneficio es para el poder de la derecha que se ve consolidado y garantizado en un futuro, con independencia de las cesiones puntuales que haga en este momento. Porque el resultado muestra que la izquierda está más debilitada, más fraccionada, también más enfrentada, y con una aparente sensación de vergüenza en muchas personas que las lleva a pasarse a alguna de las nuevas marcas blanqueadoras de la propia izquierda.

La izquierda juega con un orden social y cultural en contra, la organización social es una estructura conservadora en sí misma que busca su continuidad en la propia idea de permanecer, por eso desde esas posiciones conservadoras juegan con el miedo para estimular la percepción de amenaza a las alternativas de izquierdas y progresistas. La izquierda no debe caer en esa trampa jugando a renunciar a su identidad, ideas y valores, eso es darle más poder a la derecha. No se trata de “ir al centro” ni de “no ser de izquierdas ni de derechas”, ni siquiera es una cuestión de ser coherente, sencillamente se trata de ser. Lo que hay que conseguir es que la gente venga a la izquierda, no que la izquierda se vaya de su lugar, y eso exige cambios y transformaciones dentro de la izquierda, pero en la izquierda. Quien busca votos en lugar de votantes se equivoca siempre.

Para las posiciones conservadoras todo es cuestión de tiempo. El tiempo ha sido su principal aliado en la historia y siempre cuenta a su favor, de lo contrario no sería posible que después de los años de bienestar y avances sociales que hemos tenido, hayamos retrocedido para aumentar las desigualdades y la injusticia social. Esta derrota aparente de la derecha es la primera batalla ganada de su próxima victoria.

Como decía Lee Marvin, la izquierda debe decidir si va a alguna parte o si no va a ninguna.

 

Los “fofisanos”

FOFISANOSLa capacidad del machismo para hacer pasar una cosa por otra es ilimitada, da igual que se trate de una cuestión esencial o de la estética de algunos hombres, para ellos todo lo masculino siempre es clave. Por eso resulta sorprendente ver cómo se lo montan quienes tienen el poder que da la voz de la credibilidad y el diseño de la normalidad.

Eso de ser metrosexual, hipster, yuppie, lumbersexual… y todas esas nuevas imágenes masculinas es muy duro y exigente. Tener que afeitarse o dejarse barba, estrechar o ampliar las cejas, depilarse más o menos el cuerpo… y mantenerlo a diario junto a una determinada ropa y actitud, es muy pesado y complicado. Como mucho vale para un verano o una temporada, pero eso de estar en todo momento listo para “revista” se hace duro; además de que muchos hombres no ven esas cosas “muy de machos”, ya lo comentamos en “Hombres desnudos” (https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2012/11/02/hombres-desnudos/)

De manera que hay que cambiar el estándar para seguir con el reconocimiento y la admiración de la anatomía masculina, pero de otra forma más llevadera. Así que los grandes pensadores de la masculinidad funcional se han puesto manos a la obra, y han decidido abandonar la “tableta de chocolate” abdominal y pasarse al “chocolate a la taza” en la barriga. El abdomen sigue siendo el abdomen y su excitación la misma, pero ahora, en lugar de tomar las onzas de chocolate como referencia, se toma el “chocolate fundido” del “michelín” de toda la vida, y de ese modo, como por arte de magia, las tablas planas y duras se convierten en barrigas blandas y fofas, pero igual de sexis. Y para que conste que no es por despiste o dejadez de quienes así aparecen, le ponen una rúbrica: Los “fofisanos”.

La visión masculina siempre ha tenido la capacidad de condicionar la realidad y el canon de belleza dentro de ella, es la ventaja de contar junto a la mirada con el poder que da pasar a la acción y convertir en hechos lo que ven o lo que quieren ver. Cuando le ha interesado lo de “el hombre y el oso cuanto más pelo más hermoso”, pues todo el mundo a lucir vello para ser más bellos; cuando ha sido el pelo largo, pues todos a desmelenarse; cuando los músculos se convirtieron en referencia de cuidado, pues a marcar músculos, pero no cualesquiera, tenían que ser aquellos músculos que demostraran el interés masculino en la estética y el autocuidado, no podían ser los bíceps ni los tríceps que cualquier trabajo exigente pudiera aumentar, debían ser aquellos otros músculos que sólo un ejercicio específico y centrado en ese grupo muscular destacara. Por eso decidieron tomar como referencia los abdominales, y de paso recordar a todos que ellos son el “ombligo del mundo”.

Con estas modificaciones estéticas, además, mandan el mensaje de que los hombres también cambian con el tiempo, nada de quedarse en las cuevas como cavernícolas. Esa ha sido una de las trampas que la cultura ha colocado a lo largo del tiempo para cumplir el objetivo masculino de “cambiar para seguir igual”; es decir, tomar nuevos elementos de la realidad en lo estético y superficial, asumir nuevas funciones y tiempos para escenificar un cambio, pero sin renunciar en ningún momento a la desigualdad ni a su posición de poder sobre las mujeres.

Los hombres de hoy no tienen nada que ver con los de hace 10 años, ni con los de 20 años atrás, pero los tres (los de hace 20 años, los que quedaron 10 años antes y los de hoy), mantienen esa posición de poder que les da la cultura machista. Sus cambios han sido cambios adaptativos para integrarse a las nuevas circunstancias de una sociedad que está siendo transformada por las mujeres en todo lo referente a la identidad y al género. La mayoría de los hombres no han asumido cambios transformadores en su identidad tradicional, sólo se han ido adaptando a esa nueva realidad para no generar un conflicto que terminara en un enfrentamiento abierto que los pudiera cuestionar. Por eso, a pesar de lo mucho que ha cambiado la sociedad continúa el machismo, la desigualdad, la discriminación, y la violencia que necesita para imponer su modelo a quien sí se transforma y lo cuestiona: las mujeres y algunos hombres que comparten la Igualdad como eje de identidad y convivencia. Y por eso surge la resistencia posmachista que reivindica que todo siga igual, es decir, con los hombres como referencia, con independencia de que vayan con barba o afeitados, con pelo largo o corto, con tableta de chocolate o con el chocolate a la taza de los “fosisanos”; lo importante es que las mujeres permanezcan en todo momento a la sombra de su mundo.

No es casualidad que en este momento tan machista se reivindique la barriga “fofisana” como símbolo de masculinidad, curiosamente hace unos años la llamaban “curva de la felicidad”, justo el momento que algunos quieren recuperar.

Lo sorprendente de todo esto es que las mujeres no pueden abandonar el canon de belleza que se decide para ellas, es cierto que también se modifica en cuanto a la moda, pero en todo momento jugando con la cosificación de su imagen. No por azar ninguna de las modas ni imágenes de mujeres han sido contrarias a los intereses de esa “imagen común” impuesta por las referencias tradicionales sobre las mujeres, ni ninguna de ellas ha dejado de utilizarse en publicidad o como objeto sexual en sí mismo.

Sólo hay que ver el mensaje que se manda junto con la imagen de unos y otras, mientras que la barriga en los hombres es salud, la delgadez extrema que llevaba a muchas mujeres a la anorexia era moda. Nadie dice nada sobre los últimos estudios que muestran una relación entre la grasa corporal, especialmente en el abdomen, y el riesgo de sufrir un infarto miocardio, eso da igual, para el machismo la barriga es salud y felicidad. Luego pasa lo que pasa y parece que el mundo está contra los hombres, cuando en realidad son ellos mismos y las referencias del machismo quienes les hacen daño.

Las mujeres no pueden ser “fofisanas”, ellas tienen que ser siempre “esculturales” según la moda decida esculpir su figura. Y si quieren barriga que se busquen a un “fosisano”. No hay nada más que ver las fotografías que muestran a los “fosisanos famosos” y reivindican la “fosisalud”. En muchas de ellas aparecen actores como Leonardo DiCaprio, George Clooney, Ben Affleck… en la playa con sus barriguitas junto a mujeres “esculturales”, que se supone que son sanas porque el ojo clínico de la cultura dice que “están buenas”.

Son los “fofisanos”, espero que no hayan tomado el nombre de los míticos “Payasos de la tele” y su Fofito, porque si es así aún nos quedan los “Gabisanos”,  los “Fososanos” y los “Milikisanos”, y eso no habría cuerpo que lo aguantara.

¡Salud e Igualdad!, que llega el verano.

Diez mentiras del machismo

MENTIRASTodo lo que se presenta como absoluto suele ser mentira. La estrategia no falla, primero se construye una realidad única, después se impone a la fuerza, y luego esa misma realidad se presenta como demostración de su verdad ante la ausencia de las alternativas que impide.

El machismo actúa de ese modo, lo cual demuestra que es mentira. Una mentira interesada, porque cuando las mentiras se construyen, se refuerzan poco a poco con la práctica, se mantienen en el tiempo, y se defienden ante su cuestionamiento, es porque interesan a alguien. Y ese alguien interesado en mantener “su verdad” sólo puede ser quien se beneficia de ella, es decir, los hombres-machos que aparecen como referencia ejemplar, como intérpretes de la realidad, jueces en los conflictos y dueños de lo correcto.

Son muchas las mentiras que forman parte del machismo, tantas como las que cada uno decida que forman parte de su verdad, pero hoy nos vamos a detener en diez mentiras esenciales del machismo; no son las únicas, pero sí resultan básicas.

La primera de esas mentiras es tomar lo masculino como referencia común en una vida de hombres y mujeres; la segunda, elevarlo al ámbito de los valores para que ante un conflicto tenga una consideración preferente; la tercera, creerse superiores por todo ello cuando en realidad demuestra una gran bajeza moral; la cuarta, presentar ese proceso como un orden natural guiado por la sabia Naturaleza y la divina sabiduría de los dioses hombres, que previamente se han encargado de colocar en las hornacinas de su olimpo cultural. La quinta, recurrir a la violencia como instrumento para defender el orden y a sus dioses; la sexta, presentar el tiempo secuestrado como razón de su verdad; la séptima darle presencia a las mujeres en forma de esa amenaza propia del súbdito que se rebela contra el bondadoso señor, simplemente por no poder ser como él. La octava, es haber hecho de esa operación interesada referencia de identidad, para que quien no se ajuste a ella sea un “mal hombre” y una “mala mujer” merecedor de todo el castigo divino y humano; la novena es haber ocultado la objetividad de la violencia y el daño causado, y haber mostrado los silencios y la distancia como explicación de su inexistencia. Y la décima, culpar a quien se rebela contra la injusticia de ese orden desigual y violento.

Estas mentiras, como casi todo lo que implica un mandamiento, a su vez se encierran en dos, una humana: la normalidad; y otra divina: la fe. De ese modo, el reino de los hombres es divino porque es “lo normal”, y lo divino se humaniza al darle a la palabra voz de hombre y hacer que resulte creíble aquello que los hombres dicen, y no lo que las mujeres hagan o digan.

El machismo presume de inocencia porque todo lo que ha hecho es mentira en su fundamento y en su articulación práctica como realidad, y nunca hasta ahora se ha cuestionado de manera amplia y decidida: No es cierto que los hombres sean superiores, ni más inteligentes, ni que la fuerza supla a la habilidad, ni que el afecto sea debilidad… Por eso el argumento que lanzan ante las críticas es la falta de credibilidad de las mujeres, y de quienes se ponen a su lado para erradicar la desigualdad, porque no puede haber dos verdades sobre una misma realidad, y ellos no están dispuestos a renunciar a lo que han conseguido de manera injusta.

A ellos les interesa esa duda, puesto que su orden está construido sobre referencias trascendentales, no sólo humanas; y si en el mundo de lo humano la duda es favorable a los hombres que tienen el poder, en el mundo divino la duda ofende y es pecado sencillamente por demostrar una falta de fe. Por eso las mujeres, bien en lo divino o en lo humano, siempre salen perdiendo.

Un ejemplo de este juego de claroscuros del conocimiento lo tenemos en la violencia de género. Todo lo que sabemos de esta violencia es que sus manifestaciones en realidad son reflejo de la gran mentira que intentan presentar por verdad, al decir que no existe y que se trata de casos aislados. Veamos algunas referencias:

  • Sólo se conoce un 20% de la realidad de todos los casos que se producen, tal y como indican las Macroencuestas y las denuncias que se formulan.
  • Las limitaciones del sistema, la falta de recursos para investigar, y el constante cuestionamiento de la palabra de las mujeres, hace que se condene un 70% de lo denunciado.
  • Se obvia y se silencia que esa situación hace que las condenas representen un 4’8% del total de casos, mostrando la gran impunidad existente ante la violencia de género, no su mentira.
  • Todo lo que no termina en sentencia condenatoria se toma como “denuncia falsa”, entre ellas las denuncias que retiran las propias mujeres como consecuencia de la “vergüenza que supone en esta sociedad ser víctima de violencia de género, y del miedo”, tal y como recoge la Macroencuesta de 2015.
  • En lugar de cuestionar al sistema por su “ineficacia”, se utiliza como demostración de “la verdad del planteamiento machista”, y de la mentira que suponen las críticas y los intentos de rebelión.
  • Presentan las medidas para combatir la violencia que ejercen los hombres violentos como un argumento para afirmar que se criminaliza a “todos los hombres”, lo cual demuestra que para ellos la diferencia entre “hombres en general” y “hombres violentos” no existe. Para el resto esta diferencia es muy clara.
  • Toman la excepción de situaciones contrarias como una generalidad para defender su posición (ocurre con los casos existentes de “denuncias falsas” y de “violencia de mujeres contra hombres”), pero niegan la realidad que revela la falsedad de su planteamiento.

Toda esta construcción tiene sus consecuencias, lo vemos a diario, pero de forma especialmente  impactante estos días en dos casos. Uno de ellos ha ocurrido en Orense (8-5-15), donde un hombre agrede de forma tan violenta a su mujer que le produce un coma debido a los intensos traumatismos craneoencefálicos sufridos; el hombre lo explica al decir que han entrado en la casa a robar y que él no se ha enterado de nada, su explicación resulta tan “creíble”, a pesar de las evidencias a favor de la violencia de género y de la ausencia de indicios compatibles con la hipótesis del robo, que no se adopta ninguna medida de protección. Al final, la pasividad generada por las referencias de un sistema que se resiste a aceptar la realidad, permite que el agresor siga cerca de su mujer y que aproveche las circunstancias para asesinarla en el hospital donde estaba ingresada. El segundo caso ha sucedido en Denia (14-5-15), allí otro hombre ha asesinado a su mujer con la que convivía a pesar de tener una orden de alejamiento. Es decir, se reconoce la existencia de un riesgo objetivo hasta el punto de ver necesario adoptar una medida de alejamiento para evitar una nueva agresión, pero no se lleva a cabo actuación alguna para garantizar su cumplimiento, dejando todo el peso en la propia mujer víctima de la violencia y de una cultura machista que “normaliza” la violencia vivida y minimiza el riesgo generado.

Mientras no se tome conciencia de la gran mentira interesada que es el machismo y de las numerosas mentiras que utiliza para reforzarse a diario, cada iniciativa que demuestre esa falsedad construida de manera interesada no sólo será rechazada, sino que será presentada como un ataque al modelo y al orden existente, y será utilizada como demostración de su verdad y de la “falacia de las alternativas” que se plantean desde la Igualdad. Es lo que vemos con el posmachismo cada uno de los días y todos los demás.

El silencio es cómplice de los violentos, cierto; pero las palabras manipuladoras del posmachismo lo es aún más.