Disney se ha convertido en el Samaniego del siglo XXI al traernos fábulas en forma de películas, que con frecuencia recurren a los animales para mostrar la cara humana de la vida, tan ausente entre las personas. Lo que no somos capaces de apreciar en el día a día mirando a los ojos de la gente, luego lo vemos en una pantalla protegidos por la oscuridad… Pero sólo durante las dos horas que dura la fábula y el trayecto a casa.
Pasado ese tiempo dejamos la “humanidad animal” para volver a la “brutalidad humana”… Al menos es lo que se deduce de algunos de los comportamientos que pueblan nuestra jungla social.
“El Rey León” es uno de los mayores éxitos de Disney por ese componente humano que muestra al plantear una lucha de poder en el reino animal. No le falta de nada, tiene violencia, asesinatos, un eje del mal, culpabilidad, amenaza y opresión para evitar perder los privilegios que da la injusticia, amistad, solidaridad, alegría, compromiso, amor… Si no fuera por los dibujos animados podría ser un documental sobre escenas que ocurren en cualquier lugar del mundo.
Y por si aún fueran poco realistas esos componentes tan humanos de la película-fábula, toda la trama gira alrededor de la idea patriarcal sobre lo que debe ser la estructuración social, en la que el poder y el reconocimiento giran alrededor del macho-hombre, y las mujeres quedan en el lugar secundario de la maternidad y en el “papel de envolver” de ser compañera del líder.
La ficción nunca supera del todo a la realidad, por eso ahora tenemos un ejemplo muy claro de ese límite difuso entre una y otra con la muerte de “Cecil”, el león (evidentemente macho) “más grande” de Zimbabwe.
Como si fuera una película de “Tarzan de la Selva”, “Orzowei” o el mismo “George de la Jungla”, la historia parece traída de Hollywood. En ella aparece uno de esos cazadores malos de traje impecable tipo Coronel Tapioca, tan vil y ruin que utiliza a los propios nativos para desarrollar su trampa y encontrarse a solas con “Cecil”, el rey león del lugar, para matarlo con nocturnidad y una flecha, pues sólo con la oscuridad era complicado. Lo curioso es que además de “cazador furtivo inocente” era odontólogo en Estados Unidos, y digo curioso, porque quizás por su profesión debería haberse inclinado por la caza de elefantes, por aquello de los “colmillos” y su marfil. Aunque parece que lo que a él le va, más que los incisivos y los colmillos, son los premolares y los molares, por lo de “molar y vacilar” ante los demás haciéndose fotos con el león abatido y con su cabeza, que se la cortaron.
Quizás para cazar elefantes haya que ser rey, no sé como va eso de las jerarquías en la caza, y un odontólogo, aunque esté todo el día trabajando con la corona de los dientes, no deja de ser plebeyo. Es posible que esa confusión entre coronas y realeza fuese la razón que lo llevó a decidir cazar al rey león, Cecil… No lo sé.
El caso es que Walter J. Palmer, que así se llama el odontólogo americano, acabó con Simba-Cecil, y como en la película de Disney, todo el mundo se puso a buscar al autor de dicha muerte. Nada que objetar en ese sentido, puesto que si la cacería se produjo al margen de la ley, su búsqueda tenía bastante lógica y era consecuente.
Lo que no es tan lógico ni consecuente, al menos no debería serlo, es lo que sucede en África y en cualquier rincón del planeta con la violencia de género.
Según la OMS, en África, el 36% de las mujeres sufrirán violencia en algún momento de sus vidas por parte de los hombres con quienes comparten una relación de pareja. Y tal y como reflejan los datos de Naciones Unidas (UNODC), 13.400 mujeres son asesinadas cada año por esos hombres emparejados. Si a esos homicidios en la pareja le sumamos los asesinatos por otras formas de violencia de género (sexuales, derivados de la mutilación genital, por honor, por la dote, por matrimonio forzados, por la violencia contra las mujeres dentro de los conflictos armados…) las mujeres asesinadas en el continente africano por violencia de género superan con creces las 16.000.
Es decir, en África cada año asesinan a más de 16.000 mujeres por violencia de género y no se produce reacción alguna en ninguno de los países del continente, ni tampoco a nivel internacional, que ponga la mirada sobre esa dramática situación. En cambio, la caza y muerte de un león, sí ha dado lugar a una respuesta internacional que ha finalizado con la identificación del cazador que acabó con “Cecil de Zimbabwe”, y con una crítica social por lo que ha hecho que aún continúa,. Si además tenemos en cuenta que el porcentaje de homicidios de mujeres sin resolver se sitúa en África alrededor del 30%, es fácil entender que la impunidad se ve amparada por ese silencio, y que los medios se dirigen más a solucionar las muertes animales de la caza furtiva que a resolver los homicidios de mujeres por violencia de género.
La situación no es muy diferente en el resto del planeta, cambian los números atendiendo a la población de cada continente y las circunstancias que la cultura machista introduce en la vida diaria como parte de la normalidad. En todos los continentes hay violencia de género en las relaciones de pareja, hasta el punto de que 30 de cada 100 mujeres la sufrirán a lo largo de su vida (OMS, 2013). Y entre esos cientos de miles de mujeres agredidas, 43.500 mujeres son asesinadas por los hombres con quienes compartían la relación (UNODC, 2012). Cuando se consideran todos los homicidios por violencia de género, a pesar de la gran impunidad existente en estos crímenes, la expresión del drama se refleja en que, aproximadamente, cada 10 minutos una mujer es asesinada por violencia de genero en algún lugar del planeta.
Y todo ello no es consecuencia de una guerra o de un accidente puntual, sino que sucede cada año desde hace muchos, y continuará en el tiempo si no cambiamos las referencias de una cultura machista que sitúa a los hombres como reyes y referencia, y a las mujeres como esclavas de las decisiones masculinas y de los roles, tiempos y espacios que la cultura, como si fuera una “reserva paradisiaca”, les ha dado.
El mensaje que se lanza cada día sobre la violencia de género es muy similar al que se ha dado para explicar la muerte del león Cecil. Se ha dicho del felino que mientras que permanecía en la reserva estaba seguro, y que el problema fue que salió del espacio limitado para su vida. Ante la violencia de género se dice algo parecido, las mujeres que la sufren es “porque algo habrán hecho”, las “buenas mujeres, esposas, madres y amas de casa” que permanecen en la reserva que crea su identidad dentro de los límites de “esposa, madre y ama de casa”, no tienen por qué sufrir violencia alguna; todo lo contrario, siempre encontrarán a un hombre que se pondrá como un león para defenderlas y protegerlas.
Félix de Samaniego estaría perdido en la actualidad, pues como escribió el eterno Ángel González en uno de sus poemas (“Introducción a las fábulas para animales”), al final tendremos que recurrir a los hombres como ejemplo de fiereza y brutalidad para los animales, no al contrario como hasta ahora.
Quizás por ello el ser humano, gracias a sus machos, es la única especie en peligro de “auto-extinción”.