Abusos sexuales a niñas y niños

NIÑA PARED

El homicidio de Alicia, la niña arrojada a través de una ventana en Vitoria después de que su madre encontrara a su pareja abusando sexualmente de ella, ha puesto de manifiesto una vez más esa paradoja humana que lleva a mirar al universo lejano en busca de preguntas, y a cerrar los ojos ante la realidad más inmediata y cercana para no tener que dar respuestas.

La misma reacción social en forma de incredulidad demuestra que esa actitud no es producto de unos pocos ni un error, sino que se trata de una posicionamiento firme ante una realidad amparada por la invisibilidad hecha inexistencia. De algún modo, los hombres juegan a ser dioses al situarse en la cúspide de su creación cultural, pero como no pueden hacer de la nada existencia, demuestran su poder al contrario, y hacen de la realidad inexistencia: tanto poder dar crear como hacer inexistente lo creado.

Nada nuevo. Hace años, cuando se empezó a hablar de violencia de género, allá a finales de los 90, especialmente tras el asesinato de Ana Orantes en 1997, ésta se negaba tras la invisibilidad de los hogares, y cuando salía a la luz en forma de homicidios eran las palabras las que la convertían en fruto de la pasión, el arrebato, los celos, el alcohol… nunca del hombre que la hacía visible. Ahora ya no se puede negar ante las dramáticas evidencias que deja su presencia, pero aún así los románticos del odio intentan borrarla con el argumento de las denuncias falsas, de que todas las violencias son iguales, o de que las mujeres también agreden.

Con los abusos sexuales a niños y niñas ocurre lo mismo. Ahora que comenzamos a saber más sobre ellos, en lugar de dirigir la mirada hacia el problema, se cierran las ventanas, la puerta y los ojos para intentar mantenerlos en la oscuridad. Y cuando se presentan de forma directa y objetiva, la respuesta no es diferente a lo que se decía ante la violencia de género hace años, por un lado se niegan y por otro se tratan de justificar sobre la patología o la anormalidad.

Y no es casualidad esa coincidencia entre la violencia de género y los abusos sexuales a menores, aceptar su existencia y magnitud significa reconocer el problema social y cultural que hay en el origen de los mismos, y señalar de forma directa a sus autores, a los hombres que viven con esas mujeres, niños y niñas dentro de relaciones levantadas teóricamente sobre el amor y el afecto. Y claro, sus protagonistas no están dispuestos a admitirlo, ni en nombre de los valores de su cultura machista ni, menos aún, en nombre propio de una masculinidad tradicional en la que la violencia se presenta como una opción.

Los datos que definen esa realidad violenta son claros y rotundos. El “Informe Mundial de Violencia y Salud” de la OMS (2002) recoge que la prevalencia de los abusos sexuales a niños es del 5-10%, y a niñas del 20%, citando el informe internacional más amplio sobre el tema, el realizado por Finkelhor en 1994.

No hay lugar a la duda, los datos muestran que los abusos sexuales forman parte habitual de la criminalidad, y que la prevalencia en las niñas es el doble que en los niños. Con relación a los autores, revelan que la inmensa mayoría de los abusos sexuales son cometidos por hombres cercanos a los menores, especialmente por los padres y padrastros. Y respecto a los factores de riesgo, la violencia de género aparece como elemento que incrementa la probabilidad de que se produzcan.

Si tenemos en cuenta que en España se producen unos 700.000 casos de violencia de género cada año, que según la Macroencuesta de 2011 hay unos 800.000 niños y niñas que viven en hogares donde se produce esa violencia, y que por encima del 73% de las mujeres salen de la violencia por medio de la separación, la consecuencia es que la posibilidad de encontrar estos abusos sexuales como parte de la problemática de la violencia de género y las separaciones no es despreciable, pues es precisamente tras la separación cuando se ponen de manifiesto los abusos sexuales al distanciarse del agresor y permitir a los menores que los sufren cambiar de actitud y conducta; no antes al estar bajo la influencia de las amenazas y las complicidades que el agresor establece con ellos.

Pero en lugar de atender a esa realidad siendo conscientes de su existencia para profundizar en su investigación, la mayoría de las respuestas institucionales y muchas de las profesionales toman la tangente y dicen que es la madre la que manipula a los hijos para enfrentarlos al padre, hablando de SAP (Síndrome de Alienación Parental), de interferencias parentales o de otros inventos para la ocasión. Y es que resulta más fácil culpar a una mujer cada vez que cuestionar a toda la cultura siempre.

Y por si fuera poco, tras la valoración profesional de los menores se descartan los abusos con argumentos basados en frases como, “al menor se le ve feliz”, “tiene una buena relación con el padre”, “no siente miedo hacia él”… lo cual es una demostración “científica” de sus prejuicios y de la falta de conocimientos sobre el tema, puesto que la mayoría de los abusos sexuales realizados por un padre no se llevan a cabo mediante el uso de la fuerza ni las amenazas, ni consisten en una penetración vaginal o anal, sino como parte de un juego y de una complicidad que hacen que el niño o la niña se sientan “elegidos” y protagonistas de una historia “especial y secreta” con el padre abusador. La situación se suele mantener bajo esas referencias hasta que se modifican las circunstancias con la separación, o hasta que crecen y llegan a la pubertad y al inicio de relaciones más estrechas con el grupo de amigos y amigas que sirven de contraste y crítica a todo lo vivido en sus casas. En esos momentos es cuando se aparece el trauma psíquico con toda sus intensidad, pero de nuevo el tiempo transcurrido respecto a los momentos iniciales se utiliza en contra de los menores y como justificación de que “todo es un invento” de la madre.

Los abusos sexuales a niños y niñas están situados en la parte oscura de la invisibilidad, en la zona más alejada de ese artificio al que llaman normalidad, negarlos lo único que hace es permitir que se prolonguen, y mostrar incredulidad y sorpresa ante los casos imposibles de evitar, sólo demuestra la incomodidad con lo ocurrido al conocerse, no con la realidad que genera cada uno de los abusos.

La violencia que se desarrolla desde el machismo no tiene límites, ni de edad, ni de formas, ni de espacios… El machismo es violencia y engaño para que no lo parezca, y una sociedad machista es una sociedad violenta y falsa, especialmente contra quienes el machismo necesita mostrarse fuerte y poderoso para sentirse superior, es decir, contra las mujeres, sus hijos y sus hijas.

 

¡Negro!… ¡Y tú blanco!

NEGRO Y BLANCONo es lo mismo llamar a un subsahariano, “negro”, que él llame a un occidental “blanco”; como no es igual decirle a un romaní, “gitano”, que este responda “y tú payo”; ni tampoco llamar a un joven, “marica, homosexual”, y que él diga “y tú heterosexual”…

Para que un insulto basado en las características de la persona pueda ser considerado como discriminación, la persona en cuestión debe pertenecer a un grupo históricamente discriminado, lo dice el Tribunal Constitucional y así lo recogen las Declaraciones Internacionales sobre Derechos Humanos… Y los hombres nunca han sido discriminados como hombres…

Sin embargo, los enemigos de la Igualdad, en su desesperado intento de generar confusión, curiosamente, recurren a ella para intentar reducir al absurdo las propuestas que buscan corregir la injusticia existente, presentando a los hombres como víctimas de estos cambios. Es la estrategia del posmachismo.

Por eso frente al machismo ellos hablan de “feminismo y de hembrismo”, con relación al patriarcado asesino que ocasiona más de 60 homicidios de mujeres al año, responden con el “matriarcado que da más años de vida media a las mujeres”; ante la violencia de género hablan de la “violencia que sufren los hombres y los suicidios que cometen empujados por las mujeres”; frente a la brecha salarial y la mayor ocupación laboral de los hombres, contestan con los “accidentes laborales y que son hombres los que bajan a la mina y suben a los andamios”… Ante cada manifestación de la desigualdad responden con una situación de la que responsabilizan a las mujeres, cuando en verdad son partes del mismo contexto violento creado por una sociedad competitiva y enfrentada.

De ese modo, todo queda cubierto por una aparente neutralidad que intenta presentar la realidad como una deriva involuntaria del tiempo, o como un accidente debido al exceso de velocidad que dicen propiciado por quienes buscan la Igualdad.

Es la esencia del posmachismo, crear confusión y con ella lograr un doble objetivo. Por un lado, desvincular la situación actual de las referencias históricas del machismo, para así quitarle el significado a la realidad y que no se entienda como consecuencia de la desigualdad, sino como una serie de conductas aisladas. Y por otro, desarticular las medidas dirigidas a corregir la desigualdad y a promocionar la Igualdad.

Como se puede ver, una estrategia interesada y elaborada. Si se logra cuestionar que la situación actual, donde existe violencia de género, discriminación, abusos… contra las mujeres por parte de los hombres se debe al modelo de sociedad desigual, es decir, al machismo, entonces cada uno de los casos perderá significado sobre esas referencias comunes impuestas por la cultura, y todo parecerá como un accidente de las circunstancias o como conductas aisladas de una serie de hombres.

Bajo esa idea, las medidas dirigidas a corregir la desigualdad no serían necesarias, puesto que para ellos no existe una base cultural ni ideológica detrás y, en consecuencia, lo que habría que hacer es, sencillamente, aplicar el mismo tipo de medidas a mujeres y hombres. Sin embargo, este planteamiento es una trampa, a pesar de sonar muy bien en nuestra sociedad al presentarse con el argumento de que la “igualdad real” es dar lo mismo a los hombres que a las mujeres. Ya lo comentamos en “El posmachismo y la igualdad punto cero”, pero la situación continúa bajo las mismas referencias.

Esta trampa tiene una doble consecuencia:

  1. No corrige la desigualdad existente. Si se da lo mismo a quien está en una posición de superioridad que a quien lo está en inferioridad, a partir de ese momento se podrá evolucionar al mismo ritmo, pero el primero desde una posición superior y el segundo desde una posición inferior.
  2. Si no se modifican las causas de esa desigualdad, es decir el machismo, sus ideas y valores continuarán actuando, y a pesar de dar lo mismo a las dos posiciones, la desigualdad se incrementará aún más al contar con un contexto (normalidad, orden natural, “lógica social”…) que beneficia a quienes ocupan la posición de poder que los ha llevado a la superioridad.

Por eso, de manera interesada, el machismo presenta las medidas dirigidas a corregir la desigualdad y a promocionar la Igualdad como un ataque y como “falsa igualdad”. Es lo que dicen respecto a las cuotas, a las medidas de acción positiva para facilitar que las mujeres lleguen donde les ha sido imposible por los obstáculos; lo que comentan de la Ley Integral que busca acabar con la violencia de género, lo que hablan de las medidas de conciliación que pretenden acercar la paternidad y la maternidad a hombres y mujeres… Todo se presenta como un ataque a los hombres y como una falsa igualdad, porque para ellos la igualdad es “que todo siga igual”, tal y como ha sido hasta ahora. Es absurdo, pero funciona porque es el machismo el que da significado a la realidad desde su posición referente.

En definitiva, vemos que con su estrategia consiguen tres grandes objetivos:

  1. Confundir sobre el significado de la realidad y su sentido para que todo parezca un accidente, y que la sociedad se mantenga distante al problema y no se posicione.
  2. Atacar a quien busca la Igualdad para no tener que contrarrestar sus ideas y propuestas. Si quien las dice está desacreditado, inventando intereses económicos o de otro tipo, no hace falta argumentar sobre sus razones, tan sólo hacer referencia a esas criticas creadas ad hoc.
  3. Presentarse como víctimas inocentes de quienes buscan intereses y beneficios particulares, y de ese modo justificar el tono agresivo y violento de sus acciones como respuesta a los ataques previos.

Por eso el machismo insiste en hacer borrón y cuenta nueva cuando se habla del pasado, porque el borrón oculta el significado de la violencia machista y la desigualdad que la envuelve, y porque en la cuenta nueva siempre aparecen cuantiosos beneficios.

Por más que se empeñen muchos hombres, no es igual el machismo que el feminismo, del mismo modo que no es lo mismo llamar a un subsahariano, “negro”, a que él te llame “blanco”, como tampoco tiene el mismo significado insultar con un “hijo de puta” que con un “hijo de gigoló”… Sólo las mujeres, la raza negra y las mujeres que ejercen la prostitución han estado históricamente discriminadas.

Los hombres nunca han sido discriminados como hombres. Ha habido y hay muchos hombres oprimidos y sometidos, pero lo son por otros hombres que abusan de un poder y una superioridad construidos originariamente sobre la desigualdad de las mujeres.

 

“¿…Y los hombres asesinados?”

HOMBRES VICTIMAS

Se imaginan que ante la cifra de accidentes de tráfico alguien argumentara, “sí, pero ¿y las víctimas de los accidentes laborales…?”, o que ante los datos de infarto de miocardio saliera un especialista diciendo, “sí, pero ¿y los datos de las hemorragias cerebrales…?”, o que ante una campaña contra el cáncer de mama se respondiera, “sí, pero ¿y contra el cáncer de próstata…?”

Sería absurdo y nadie tomaría en serio la pregunta, en cambio, que al hablar de violencia de género uno de los principales argumentos sea “sí, pero ¿y los hombres asesinados…?” parece correcto y oportuno, lo cual, sin duda, dice mucho de los valores de nuestra sociedad.

Cada uno de esos “sí, pero…” en verdad demuestra un no rotundo y un desprecio al problema planteado al presentar los datos y la información, porque ningún problema social se resuelve negando y desconsiderando otro.

Y no es casualidad que cada vez que se dan las cifras de las mujeres asesinadas la respuesta sistemática desde sectores muy diferentes (sociales, académicos, políticos, periodísticos…) sea ese “sí, pero ¿y los hombres asesinados?”, puesto que se trata de las mismas personas que desde esos espacios intentan reducir los 700.000 casos de violencia de género a las 120.000 denuncias, para luego decir, “sí, pero ¿y las denuncias falsas…?”

Hacer este tipo de comentarios ante el drama de la violencia de género no tiene consecuencias porque quien lo dice es el machismo. El argumento de quien nunca se ha preocupado por ninguna violencia hasta que no se ha hablado de violencia de género, de quien utiliza todo tipo de muertes (niños, niñas, personas ancianas, hombres…) sin importarle ninguna de ellas para ocultar las mujeres asesinadas, de quien cuenta los suicidios de hombres que asesinan a sus mujeres y después se quitan la vida, para aumentar la cifra de “hombres muertos dentro de las relaciones de pareja”, de quienes incluyen los bebes asesinados por sus madres en las más diversas circunstancias como “hombres muertos a manos de mujeres”, o de quienes recurren al suicidio de los hombres para decir que la culpa la tienen las mujeres por los “divorcios abusivos”… La idea es clara, aumentar las cifras de hombres víctimas, y así atacar a las mismas mujeres que están siendo asesinadas bajo las referencias de la cultura que ellos defienden con sus estrategias y manipulaciones.

Si en realidad les preocupa la violencia que sufren los hombres deberían de decir algo de los más de 300 hombres asesinados cada año por otros hombres en España, y de que Naciones Unidas haya concluido en sus informes que el 95% de los homicidios que se producen en el planeta sean cometidos por hombres contra hombres; pero estos homicidios entre hombres-machos parece que no les importan. Del mismo modo que no dicen nada de los hijos e hijas asesinadas por los padres dentro de la violencia de género para así ocasionarle un mayor dolor a la madre (9 en 2015), ni tampoco de la orfandad a la que condenan a cientos de ellos cuando asesinan a sus madres (más de 130 sólo en los últimos 3 años).

Si en verdad les preocupa la violencia existente en la sociedad pedirían que cada tipo de violencia se abordara con sus características y circunstancias específicas, no que todas se incluyeran en el mismo saco, y menos aún se les ocurriría plantear como primera medida quitar lo que se ha puesto en marcha para erradicar la violencia de género desde ese abordaje especializado. Pero sobre todo, buscarían una sociedad y una cultura más justas en las que la convivencia y las relaciones entre las personas se establecieran desde la Igualdad y el respeto, no desde la jerarquía y el poder asociado a la condición otorgada por la propia cultura, puesto que son esas referencias las que llevan al abuso y la violencia.

No lo hacen porque, como hemos indicado, lo único que pretenden es evitar que se hable de violencia de género y quitarle su significado para que no pueda ser relacionada con la desigualdad y el machismo. De hecho, si analizamos la evolución social y el origen de esta reacción posmachista, comprobamos que el comienzo está alrededor de la aprobación de la Ley Integral, una herramienta clave para abordar de manera global, desde la prevención a la sanción, el problema de la violencia contra las mujeres.

Recordemos que en España, desde el asesinato de Ana Orantes a manos de su exmarido, José Parejo, en diciembre de 1997, hasta la promulgación de la Ley Integral en diciembre de 2004, transcurrieron 7 años en los que se habló de violencia contra las mujeres alrededor de cada uno de los muchos homicidios que se produjeron, y no se escuchó ninguna voz especialmente crítica con las medidas aisladas de entonces. Pero con la aprobación de la Ley Integral y su referencia al origen cultural a través del atacado concepto “género”, se organizó el posmachismo y se produjo la reacción que buscaba cuestionar la realidad de la violencia de género, al tiempo de atacar a las mujeres y a toda persona que la defendiera. Y no es casualidad, puesto que ese origen cultural es el responsable de la normalidad que la envuelve y la mejor protección para el maltratador, hasta el punto de que aún hoy el 23’6% de las mujeres asesinadas había denunciado previamente la violencia que venía sufriendo (Estadísticas oficiales de 2015), el 44% de las mujeres que no denuncian refieren no hacerlo porque la violencia sufrida “no es lo suficientemente grave para ser denunciada” (Macroencuesta 2015), y los agresores condenados respecto al total de casos no alcanza el 5% (Macroencuesta 2011 y CGPJ).

El objetivo es claro, impedir que se llegue a la raíz cultural que existe en el origen de esta violencia y evitar que las medidas puestas en marcha, y la consecuente toma de conciencia del verdadero significado de la realidad, puedan modificar la construcción machista, el diseño de las identidades, roles y funciones que ha elaborado, y la violencia normalizada necesaria para mantener esa organización social. Y todo ello sucede porque quien está detrás de esta violencia no son los 60-70 machistas que asesinan cada año ni los 700.000 que maltratan, sino el machismo como construcción cultural que otorga privilegios y beneficios a quienes reproducen sus valores y referencias, con independencia de que usen la violencia contra las mujeres.

No es necesario que todos los hombres maltraten para obtener beneficios, pero sí que el machismo funcione y se mantenga.

No hay duda de que hay que trabajar en todas las violencias, pero contra cada una considerando sus elementos y circunstancias específicas, y el primer gran instrumento para acabar con todas ellas es la Igualdad… Por eso tampoco sorprende que quienes se oponen a la Igualdad sean los mismos que cuestionan la violencia de género, que justifican con frecuencia a los agresores que la llevan a cabo, y los mismos que intentan presentar la Ley Integral como dirigida contra “todos los hombres”, no “contra los hombres que maltratan”, para intentar presentar los cambios sociales como un ataque a los hombres y así generar más resistencias y violencia.

Si pero, ¿y la Igualdad?… Pues aquí, cada vez más cerca de ella, de ahí la reacción posmachista del machismo.

Churras, merinas y machismo

OVEJASNos hemos acostumbrado tanto a ver la realidad expresada en números, que ya hay partes de ella que no dicen nada salvo que vengan acompañadas de alguna cifra. Ocurre, por ejemplo, con el paro, los accidentes de tráfico, con muchos aspectos de la economía… y sucede con la violencia, especialmente con la violencia de género.

Para muchos, la violencia de género sólo forma parte de la realidad cuando se expresa en números a través de las cifras de homicidios, de denuncias interpuestas, del porcentaje de condenas, de las órdenes de protección adoptadas… y no es casualidad. De ese modo, en ausencia de palabras que le den un significado y la sitúen en el contexto histórico que indica de dónde venimos y por qué nos vamos de esa cultura machista y violenta, los números pueden ser utilizados como cada uno quiera, y hacer comparaciones con otras violencias para impedir que las palabras delimiten la realidad específica de la violencia de género. Así, todo queda como una mezcla de “golpes, agresiones, homicidios…” con independencia de cuales sean las motivaciones y el contexto en el que se produzca cada una de las violencias.

Resulta curioso que una sabiduría popular que históricamente nos ha recordado constantemente que “no se pueden mezclar churras con merinas”, o que nos ha enseñado matemáticas en la escuela diciendo que “no se pueden juntar peras con manzanas”, y que por tanto a la hora de hablar de ovejas o de frutas nos ha exigido que hay que especificar de qué ovejas y de qué frutas hablamos, ahora insista en hablar de “violencias” como si todas fueran iguales porque acaban en el lugar común de las lesiones. Y es curioso que lo haga justo cuando el conocimiento científico impulsado por el feminismo, los propios estudios feministas, y el trabajo de las organizaciones de mujeres en el día a día, han diferenciado la violencia de género del resto de las violencias al mostrar sus características específicas. Antes nunca habían planteado problemas para separar violencias diferentes, ni a la hora de tomar medidas distintas para cada una de ellas (terrorismo, narcotráfico, racismo, xenofobia, tortura…). No había problema porque ninguna de esas violencias señalaba a los hombres como autores, aunque lo eran en la inmensa mayoría de los casos y, por tanto, las diferentes iniciativas que se adoptaban a la hora de prevenirlas, de ayudar a las víctimas o de sancionar a los agresores, no se hacían sobre la referencia concreta de ser hombres, sino sobre la posición o situación que ocupaban a la hora de utilizar la violencia.

El problema que no quieren ver muchos es que la violencia de género es llevada a cabo por los hombres contra las mujeres a partir de las referencias culturales que, ¡oh casualidad!, parten del patriarcado o machismo que decide lo que es normal y aceptable y lo que no lo es. Referencias que hacen que aún en 2016 haya una parte de la sociedad que admita el uso de la violencia contra las mujeres dentro de las relaciones de pareja, y que muchas mujeres entiendan que la violencia sufrida, no como posibilidad, sino como realidad, es “normal” y no merece la pena denunciarla (El 44% de las mujeres que no denuncian no lo hacen porque la violencia sufrida no es lo suficientemente grave –Macroencuesta, 2015).

Por estas razones, los mismos que no quieren poner palabras a la violencia de género para que sus números puedan ser utilizados sin sentido alguno y comparados sin pudor con cualquier otro dato, tampoco son capaces de mirar la cara B de la cancioncilla que repiten sin cesar. Y no lo hacen porque es en esa cara oculta donde se esconden otros números que no les interesa mostrar, concretamente los que hacen referencia a la violencia invisibilizada y negada que no llega a las denuncias, la cual representa aproximadamente el 80%. El machismo prefiere quedarse con el 20% denunciado para luego cuestionarlo con el argumento de las “denuncias falsas”, incluso con juristas de reconocido prestigio y partidos políticos haciéndose eco de esas ideas levantadas sobre el terreno movedizo de unas cifras parciales y sacadas del contexto social y cultural que las origina.

Como se puede comprobar, la estrategia es falaz, pero funciona, y lo hace con más impacto cuando, además, sintoniza con toda la serie de ideas y valores tradicionales en los que beben las raíces de la propia violencia de género.

Y por la misma razón que ocultan la parte de los números que dejaría al descubierto su falacia, esconden las palabras que ayudarían a definir la realidad desigual y violenta que intentan negar, estrategia a la que la RAE está contribuyendo por acción y omisión. Un ejemplo lo tenemos en la acepción social de la palabra “género”, la cual se resiste a admitir la a pesar de contar desde 2004 con una ley orgánica que la recoge en su nombre (Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género), de ser utilizada cada día por los Tribunales de Justicia en miles de resoluciones, de aparecer con frecuencia en los informativos más seguidos del país y en todos los medios de comunicación, de contar en nuestras universidades con centros de estudios de género desde hace años… La RAE no sólo se resiste a admitirla, sino que “desaconseja” su uso, y claro, si no se usa no se puede incluir en el diccionario, lo cual refleja una actitud tramposa que no adopta con otras palabras. Es lo que hemos visto estos días, cuando desde su cuenta de Twitter no ha dudado en respaldar el uso correcto de palabras como feminazi” y “hembrismo“, palabras usadas tan sólo por los machistas mas agresivos para continuar con su violencia a través del lenguaje, y que no definen realidad alguna, sino las ideas de un machismo resabiado.

La realidad que nos envuelve, como se puede ver, es muy clara: no se pueden mezclar churras con merinas ni peras con manzanas, pero sí violencia de género con violencia contra los menores, los hombres, los ancianos…. No se pueden admitir palabras como género y sororidad, pero sí “feminazi” y “hembrismo”… No hay duda de lo clara que es la realidad, y es que si hay algo que siempre ha estado claro a pesar de la oscuridad que intenta imponer en la sociedad, es el machismo con sus pastores, sus números y sus palabras.

Lo que no está tan claro es por qué no se actúa de forma decidida frente a todo este machismo que antecede y continúa a la violencia de género.