“Tras una fuerte discusión”

Detrás de una fuerte discusión se esconde un débil argumento, aquel que trata de reducir la violencia de género a una suma de agresiones, y el homicidio a una cuestión cuantitativa como resultado de un contexto violento y neutral, la discusión, en la que dos personas se enfrentan con las palabras, la agresividad y la conducta hasta que una de ellas acaba con la vida de la otra… Por eso “las mujeres mueren en el seno de una fuerte discusión”, tal y como con frecuencia recogen titulares y sentencias, y, en cambio, “los hombres no matan a sus mujeres”, pues ellos solos no lo hacen, para que ocurra el homicidio se necesitan dos elementos: el hombre por un lado, y la fuerte discusión por otro.

Hablar del homicidio de una mujer bajo la referencia de haber sucedido “tras una fuerte discusión”, esconde todo lo que hay delante de esa discusión; esos días más o menos lejanos en los que el agresor prometía amor eterno, las imposiciones que le hacía en nombre de la relación y del compromiso, los primeros golpes que dictaba el amor con su “te pego porque te quiero”, los arrepentimientos como estrategia para dominarla con las amenazas y con los sentimientos, la culpabilización de la mujer para agredirla de nuevo… Todo eso es la violencia de género, no sólo las discusiones puntuales que se producen ni los gritos que se oyen más allá de las paredes.

La violencia de género es el silencio entre cada golpe, el silencio de una sociedad que sabe que ahora mismo hay más de 1600 mujeres que son maltratadas cada día y no dice nada hasta que no haya una fuerte discusión, el silencio de las familias y los entornos que conocen la violencia que sufre su hija, su hermana, su amiga, su madre… y no comentan nada porque es un tema de pareja, el silencio de las instituciones que ante una víctima manifiestan que “no es creíble”, cuando ni siquiera saben cómo se manifiesta la violencia de género para dar crédito o quitarlo, o que argumentan que “no queda suficientemente probada” sin haber puesto todos los medios a su alcance para probarla y demostrarla.

Y mientras la sociedad calla, el machismo y los machistas toman la palabra en Parlamentos, redes, columnas y púlpitos para situar el problema en el exceso que supone la Igualdad. Por que para ellos la Igualdad es vivir por encima de nuestras posibilidades, ellos afirman que el mundo fue organizado de manera jerárquica con lo masculino como referencia universal, y que si las mujeres pudieran ser iguales a los hombres, la naturaleza las habría hecho como ellos, no “menos fuertes”, “menos inteligentes”, “más afectivas y maternales”, y con “mayor maldad y perversidad”. Esa combinación que hace el machismo de ellas, mezclando la “menor inteligencia con la mayor debilidad y una maldad elevada”, es la que exige, según esa construcción machista, controlarlas para que el “hombre bueno” que está junto a ellas no resulte engañado al ser abandonado por otro hombre o al quitarle la casa, los niños y la paga, y lo que es peor, su dignidad como hombre por no haber sido capaz de controlarlas.

Esa es la “fuerte discusión” que trata de mantener el machismo al hablar de denuncias falsas, de que “violencia es violencia”, de que las mujeres también maltratan, del suicidio de hombres propiciado por la conducta de las mujeres… mientras callan sobre la desigualdad, la discriminación y la violencia que lleva a una medida de 60 homicidios de mujeres cada año. Homicidios que luego, uno a uno, son utilizados para esconder todo lo que los precede, no para ponerlo de manifiesto y evitar que sea utilizado para otras mujeres sean asesinadas.

Mientras que la sociedad continúe cayendo en las trampas que el machismo pone para ocultar toda la construcción socio-cultural y la normalidad que la ratifica, volveremos a perdernos entre los gritos y los golpes de cada última fuerte discusión, y el punto final que pone el homicidio al relato que aparentemente no existió, pero que fue posible desde su silencio.

Todo es tan triste y tan perverso que, al final, la respuesta de esa sociedad frente a la fuerte discusión y al silencio que la anticipa es “un minuto de silencio”. 

Frente a la violencia de género “ni un minuto de silencio”.

Días malos

Vladimir Putin afirma que no tiene días malos porque no es mujer, algo similar a lo que piensan muchos hombres en cualquier lugar del planeta, y que viene a significar que ellos, como hombres, sólo tienen días buenos.

La realidad es diferente y nos muestra que hay días buenos, malos y regulares, y que los hombres al igual que las mujeres tienen días buenos, días malos y días regulares. La diferencia entre los días de unos y de otras es que, mientras que en los hombres lo de los días malos se ve como una posibilidad, en las mujeres se dan por seguro al estar enraizados en su fisiología, de hecho en esos días dicen de ellas que “están malas”. Bajo esta idea, el machismo aplica su lógica y justifica su modelo sobre la superioridad de aquellas personas que “no tienen días malos”, o sea, los hombres, respecto a la inferioridad de aquellas otras que sí los tienen, es decir, las mujeres, pues siempre será mejor para la sociedad depositar la confianza y la responsabilidad sobre quienes no tienen días malos. Todo, como se puede ver, “muy coherente y neutral”.

La primera conclusión del machismo a partir de esta construcción de los “días malos” de las mujeres, es que estos forman parte de su condición, lo cual permite estructurar esas “malas jornadas” de una manera amplia sobre el hecho de ser mujer, no sólo sobre circunstancias concretas. Y la segunda, es que, con independencia del momento y de los acontecimientos, el machismo siempre tiene a mano como recurso el argumento de los “días malos” para cuestionarlas, criticarlas o directamente atacarlas. Da igual qué es lo que haya sucedido, cuando un hombre dice de una mujer, “eso es que tiene la regla”, ya todo el mundo entiende que se está ante uno de esos días malos propios de las mujeres y que todo se convierte en inevitable. Al final, la construcción se cierra con el resto de mitos que la cultura patriarcal introduce para concluir de manera rotunda sobre su maldad: “las mujeres son malas y tienen días malos por estar malas”. Más maldad imposible.

Los hombres, tal y como dice Putin, no tienen días malos, como mucho pueden tener “un mal día”, algo muy diferente, pues con ese concepto se insiste en la idea de que son las circunstancias las que pueden propiciarlo, no su condición masculina . Y no es de extrañar que pueda presentarse algún mal día en los hombres dada la “enorme presión” que tienen que soportar a diario para impedir que alguna de esas jornadas termine por llegar a ser un día malo, sobe todo si se tiene en cuenta que con frecuencia esa presión se ve agravada por la tensión provocada por las mujeres con las que comparten una relación, bien sea familiar, de pareja, laboral… debido a esa maldad estándar que hemos comentado, la cual puede verse aumentada por uno de sus días malos.

La construcción cultural al final permite, incluso, otra referencia más. Y es que los hombres como Putin, Trump y todos los que siguen esas ideas, piensan que la presión que soportan y ante la que responden “con su maestría y hombría”, evita que el resto de las personas sufran las consecuencias negativas de esas circunstancias que llevarían a que todo el mundo tuviera también un mal día. Mientras que en el caso de las mujeres y sus días malos, lo que sucede es lo contrario, y son ellas las que generan un ambiente negativo que lleva a que cualquier persona que se encuentre cerca quede atrapada en la oscuridad de esa jornada, y sufra también ese día malo genéticamente femenino.

La valoración final es sencilla, los hombres actúan como guardianes de la normalidad y trabajan como rescatadores para evitar que el resto de la sociedad tenga días malos, y las mujeres se comportan como matrices de días malos que terminan por afectar la convivencia y las relaciones, a pesar del esfuerzo masculino. De ahí que Putin y tantos otros hombres manifiesten su desconfianza en las mujeres, bien sea por sus “días malos”, por su “menor inteligencia” o por su “menor fuerza física”, esa que dicen que las lleva a maltratar más que los hombres, pero “psicológicamente”. A la postre, la desconfianza está construida no por lo que tienen de menos, sino por lo que tienen de más, por esa “mayor maldad” propia de su condición, y que va desde lo físico a lo psíquico.

Para los hombres resulta muy sencillo vivir bajo esas construcciones propias del machismo, pues lo único que tienen que hacer es gestionar la culpa de manera centrífuga para situarla, bien en las circunstancias o bien en las mujeres. Ni siquiera son capaces de identificar los graves problemas que existen en la política, en la economía, en las finanzas, en la criminalidad… como conductas protagonizadas por otros hombres y relacionadas con el machismo común a todos ellos. Incluso en esos contextos no hablan de hombres, sino de bandas, grupos, partidos, empresas… o sea, de circunstancias. Esa es al razón, entre otras, que lleva a que no les preocupe el 95% de los homicidios que sufren, puesto que son homicidios producidos por otros hombres, y que, en cambio, no paren de hablar de los homicidios cometidos por mujeres, por supuesto, “desde su maldad esencial”, nunca en uno de sus “días malos”, aunque su número sea mínimo en comparación con los cometidos por hombres contra otros hombres.

Hoy por hoy, la mayoría de los males que tenemos como sociedad se deben a conductas y decisiones protagonizadas por hombres a partir de un machismo que actúa en diferentes contextos y ámbitos. El presidente Putin y tantos otros como él deberían revisar su agenda, a lo mejor llegan a entender que la mejor fuente de días buenos para hombres y mujeres es la Igualdad, y que esta se encuentra accesible en cada amanecer.

60 homicidios

60 joyeros asaltados y asesinados en sus joyerías, 60 taxistas mientras hacen carreras por las calles y polígonos industriales de nuestras ciudades, 60 médicos en consultas llenas de pacientes enfermos con el sistema, 60 profesores que parecen no haber aprendido, 60 sufragistas por la independencia, 60 críticos con los votos y las votaciones. 60 banqueros que no dan crédito a la realidad, 60 trabajadores en manifestaciones por un salario digno, 60 parados reivindicando “pan y justicia”, 60 empresarios de cara a la pared de sus despachos, 60 deportistas en busca de un record, 60 aficionados envueltos en bufandas y colores…

60 políticos de derechas justificando recortes y aportes, 60 políticos de izquierdas enfrentados contra todo y contra todos, 60 jueces que sentencian y condenan cada día, 60 fiscales que acusan antes para que otros condenen, 60 policías que detienen sin parar, 60 guardias civiles que no se paran para detener. 60 bomberos que apagan lo que otros encienden, 60 periodistas que horadan cada día la mentira, 60 funcionarios que hacen que funcione lo que no funciona, 60 presos con barras y sin estrellas, 60 ladrones con su cueva y sin su Alí Babá…

60 extranjeros sin patria, 60 personas con color, 60 inmigrantes en busca de una ciudad con nombre, 60 activistas sin fronteras, 60 refugiados con muros y fronteras, 60 animalistas rodeados de animales, 60 ecologistas sin planeta…

60 pescadores sin mar, 60 agricultores con tierra sólo en las manos, 60 científicos sin fondos, 60 ingenieros perdidos en sus caminos, 60 brokers con bolsas de plástico, 60 arquitectos sin cimientos ni tejados…

Ni uno sólo de esos escenarios sería admitido por la sociedad, ni se sucedería de la pasividad de quienes tienen alguna responsabilidad política. Si un grupo de población definido sufriera 60 homicidios en circunstancias comunes, con independencia del contexto en el que ocurriera, habría una reacción crítica e intensa para exigir medidas de cara al futuro y responsabilidades por lo ocurrido.

En cambio, el homicidio de 60 mujeres cometido por los hombres con quienes comparten o habían compartido una relación de pareja, cifra que supone el 20% de todos los homicidios del país, ni levanta esa reacción social, ni tampoco da lugar a una respuesta política. Y son 60 homicidios cada año, no una situación aislada ni excepcional, a los que se suman los de sus hijos e hijas.

Es más, sólo el 1-2% de la población considera que se trata de un problema grave, al tiempo que una parte de la sociedad sale a las redes sociales y a los medios de comunicación para decir que la mayoría de las mujeres denuncian falsamente, que todas las violencias son iguales, que los hombres también sufren agresiones y se suicidan por culpa de ellas… cualquier cosa con tal de generar confusión y desviar la atención del resultado de la violencia de género y, sobre todo, de sus causas. Unos lo hacen con la voz y otros con el silencio necesario.

Esa miseria humana se llama machismo, y mientras no hagamos nada para acabar con ella, viviremos en la miseria.