Hombres “presumidos”

Muchos hombres son presumidos, tienen tan alto concepto de sí mismos que presumen de inocencia en cualquier circunstancia, da igual las evidencias que haya, ellos son inocentes desde la irresponsabilidad colectiva de verse beneficiados (por supuesto “sin querer”), por la construcción cultural que ellos mismos han diseñado desde su “neutralidad umbilical”; y desde la irresponsabilidad individual que los lleva a entender que las decisiones judiciales están basadas en la animadversión hacia los hombres, no en los indicios y pruebas que puedan existir para tomar las medidas que se aplican.

Por eso no se cortan en decir que “no existe presunción de inocencia para los hombres”, y que basta que una mujer los denuncie para que los detengan primero, los manden al calabozo después, y, finalmente, pasen meses en prisión provisional; todo porque la palabra de la mujer, afirman, tiene más peso que la suya. No caen en el pequeño detalle de que la palabra habitual de las mujeres es el silencio, que las denuncias por violencia de género sólo representan un 23% del total de casos, y que de esas denuncias sólo se condena un 24%, lo cual hace que la impunidad en la violencia ejercida por los hombres en el seno de las relaciones de pareja (considerando los casos denunciados y los silenciados), sea del 95%. Una situación terrible por su significado y por sus consecuencias, pero sin duda mejor que la de las agresiones sexuales, donde la impunidad llega al 99%. Y todo ello “sin tener presunción de inocencia”, que si llegan a tenerla no sé en qué se traduciría la situación. Todo ello demuestra que los hombres no sólo tienen presunción de inocencia, sino que además cuentan con “presunción de no culpabilidad”.

Pero sorprende que esta crítica a las actuaciones judiciales “contra los hombres” sólo se haga cuando hablamos de violencia de género, porque no dicen nada de eso cuando detienen a un narcotraficante, a un terrorista, a un secuestrador… por supuesto todos presuntos, pero en estos casos “sin presunción” que valga. Es lo que hemos visto estas semanas en el juicio contra los integrantes de “la manada”, cuando decían que se han pasado más de un año en prisión “sólo por la denuncia de una mujer”, o lo que observamos estos días tras la denuncia de una menor a tres jugadores del equipo de futbol de la Arandina, donde el respaldo a los “presuntos agresores” se ha traducido en una manifestación de apoyo en la que todo giraba sobre la falta de presunción de inocencia en los hombres.

Todas estas respuestas ponen de manifiesto la lectura que hace el machismo de la realidad, y la necesidad de presentar a las mujeres como culpables de todo lo malo que le pasa a los hombres para así insistir en la necesidad de controlarlas. La misma sociedad que lleva a que el 95% de los homicidios sean cometidos por hombres contra otros hombres, sin que ninguno de ellos ponga el grito en el cielo ni en la tierra para acabar con estos homicidios que los hombres comenten alrededor de la criminalidad, disputas de lo más diverso, conflictos de todo tipo, delincuencia mayor y menor, ajustes de cuentas… porque, en cierto modo, todo se presenta como enfrentamientos “muy de machos”, es la misma sociedad que protesta ante la violencia que ejercen las mujeres sobre los hombres.

Y del mismo modo que no cuestionan esta violencia “inter e intra-masculina”, tampoco se quejan ni dicen nada de que no haya presunción de inocencia cuando se toman medidas cautelares frente a hombres dentro de ese contexto, pero no admiten que lo hagan cuando un hombre agrede a una mujer.

Esta forma tan diferente de responder demuestra la construcción machista y dos consecuencias directas. Por un lado, comprobar una vez más cómo la identidad masculina está levantada sobre la idea esencial de que “ser hombre es no ser mujer”, y que, por tanto, todo se mueve para que las mujeres no se “beneficien” de las presunciones y asunciones que se aplican a los hombres, y de ese modo defender, no al hombre en particular, sino la identidad general y los privilegios comunes a todos ellos. Y por otro, construir la inocencia de los hombres (presumida o consabida) sobre la culpabilidad de las mujeres (dada por segura), puesto que lo que se afirma al decir que los hombres son inocentes en las denuncias que les hacen las mujeres, bien sea por violencia en la pareja o por violencia sexual, es que dichas denuncias son mentira y que las mujeres son culpables de un delito de denuncia falsa.

Al final, como el instrumento con el que se decide la veracidad y credibilidad de ambas situaciones es la balanza del machismo, el resultado es que el fiel bascular se mantiene fiel a los dictados en origen, e inclina la presunción a favor de los hombres con esa doble consecuencia inmediata: los hombres son inocentes y las mujeres culpables. Lo estamos viendo estas fechas, como decía, en los comentarios que aparecen en las noticias sobre la menor que ha denunciado a los jugadores de la Arandina, y también en las críticas y sospechas vertidas sobre la víctima de “la manada”. Todo ello es consecuencia de un contexto social que hace que en España exista, incluso, una “asociación de afectados por la Ley de Violencia de Género”. Como se puede ver, todo lo que afecta a los hombres se le da un carácter social, mientras que lo que le pasa a las mujeres “o es mentira o es privado, asilado y particular”. No creo que haya otro país democrático en el planeta donde exista una asociación contra una ley orgánica que, además, fue aprobada por unanimidad.

El machismo es capaz de eso y de más porque ha hecho creer a los hombres que el espejo está en su ombligo, por eso no paran de mirárselo, aunque la imagen que obtienen aparece distorsionada y abigarrada. Si fueran capaces de levantar la mirada y contemplar la realidad, quizás no presumirían tanto de lo que ahora hacen, y sí empezarían a abandonar esa “neutralidad umbilical” que les resulta tan cómoda y tan cómplice por necesaria.

“La manada” y el maná

Atravesar la distancia entre unos hechos denunciados y la sentencia que los integra en la sociedad es un recorrido complejo, que en el caso de la violencia de género transcurre de manera muy diferente para la mujer que la sufre y para el agresor o agresores que la llevan a cabo. Lo estamos viendo estos días conforme se acerca el momento final en el caso de “la manada”. Y mientras que la “comprensión” hacia los agresores denunciados aumenta y sus argumentos se aceptan sin cuestionar su relato, la palabra de la víctima no para de cuestionarse, y ella misma se ve envuelta en un halo de sospecha para que todo tenga coherencia dentro de los mitos machistas que llevan a culpabilizar a las mujeres de la violencia que sufren, y de la que no sufren al presentarlas como autoras de delitos de denuncia falsa.

Todo ello hace que, como si fuera un relato bíblico, podamos hablar de este proceso en términos de “pasión”, y no por un exceso de imaginación o creatividad, sino por la literalidad que recoge en el Diccionario de la Real Academia. En su primera acepción la define como “acción de padecer”, pero en otras también lo hace como “lo contrario a acción”, “estado pasivo en el sujeto”, y en su quinta acepción de “perturbación o afecto desordenado de ánimo”. Y es que todo parece girar alrededor de esas ideas sobre lo que se entiende que es “pasión”, aunque con argumentos y circunstancias muy diferentes cuando se refieren a la víctima y cuando lo hacen a los agresores.

La pasión en la víctima refleja la primera acepción y expresa el daño sufrido, mientras el juez y la defensa hablan de la pasión como “estado pasivo del sujeto”, llegando a la quinta acepción para plantear, incluso, una “perturbación o afecto desordenado de su ánimo”. Todo, curiosamente, sobre la víctima, que es la que parece ser juzgada; los cinco denunciados en ningún momento son cuestionados ni se ve incoherencia, extrañeza, anormalidad… al mantener relaciones sexuales de manera simultánea con una mujer en un portal, grabando el momento con los móviles, y dejándola después en un banco en estado de shock. Para muchos todo ello también es “pura pasión”.

Y esa normalidad de la manada que mucha gente comparte y difunde a diario en las redes es maná para su recorrido. Es el bien que alimenta el mito de la doble perversidad de las mujeres reflejado en el hecho de nublar el sentido y llevar a los hombres a realizar esos actos, y luego a denunciarlos.

Porque es ese “maná social” el que entiende que cuando una mujer no dice no, significa que dice sí; y que cuando no dice no es sí a mantener relaciones sexuales con cinco hombres; que cuando no dice no es sí a cinco hombres y sí a que la graben con el móvil; que cuando no dice no es si al sexo con cinco hombres, a que la graben en vídeo y a que compartan las imágenes con sus amigos, y a partir de ahí con cualquiera…

Una situación tan “normal” que hasta el propio juez preguntó si sufrió daño o dolor, y uno de los abogados de la defensa presentó una foto tiempo después de la agresión para demostrar que no había sufrido daño.

Todo se reduce a una interpretación sobre lo que piensan que la víctima sintió, percibió y fue capaz de recordar en una situación de violencia extrema compatible con el shock diagnosticado, mientras que nadie cuestiona el relato de quienes pudieron llevar a cabo esa conducta violenta.

A nadie se le ocurriría tachar de suicida a un peatón ni exculpar al conductor que se salta un semáforo porque al cruzar la calle y ver venir el coche, en lugar de dar un salto hacia la acera se queda bloqueado mirando al coche que se acerca. Y tampoco pensaría nadie que aquellas personas que no se juegan la vida para evitar que le roben un reloj, en verdad demuestran complicidad con el ladrón y significa que se lo han dado de manera consentida. Y cuando tras el atraco a una oficina bancaria el testimonio de los diferentes clientes que había en el banco no coincide en los detalles sobre la acción criminal, algo habitual debido al shock que sufren muchos de los testigos, a pesar de que la agresión no vaya contra ellos, no se duda de la realidad del atraco. En cambio, una víctima de una violación sí debe recordar todos los detalles, comportarse desde que se levanta por la mañana como si fuera a ser violada para que no haya incoherencia en su conducta previa y posterior, por supuesto no entrar en shock, cerrar las piernas con fuerza, y defenderse incluso a riesgo de su vida… Y si son cinco los agresores, pues con más determinación.

No es de extrañar que el porcentaje de condenas en la violación sea tan bajo (1% del total de casos) y que la impunidad, en consecuencia, sea del 99%. Si se piden pruebas sobre elementos que no tienen por qué estar presentes, será difíciles encontrarlos; y si se descartan los que sí demuestran el trauma emocional de una violación, resultará muy difícil probar lo ocurrido.

Y sobre esta situación surgen dos cuestiones que en todo este proceso quedan un poco al margen. Una de ellas demuestra claramente la construcción machista que hay alrededor del significado que se da a la denuncia por violación y , en general, a la violencia de género. La otra muestra cómo desde esa misma valoración machista se niega la evidencia.

La primera cuestión es sobre el sentido de la denuncia. ¿Qué sentido tiene que una mujer que decide mantener sexo con cinco hombres, que lo lleva a cabo de manera participativa y activa, como dicen que ocurrió, luego termine denunciando a sus “amantes”? Ahí es donde aparece el mito de la maldad y perversidad de las mujeres, y a presentar esa decisión de denunciar y “arruinar” la vida de cinco hombres sólo por el placer de hacerlo. Las referencias al móvil y a la posible difusión de las imágenes no deja de ser una excusa, primero porque ella nunca ha hecho referencia a esa situación, probablemente porque en su estado, suponiendo que cayera en el tema y recordara que hubo una grabación, quizás lo que menos le preocuparía es si las imágenes se difundían o no. Pero por otra parte, se asume que mientras que los hombres no tienen inconveniente en difundir las imágenes, ella sí lo tendría, cuando a lo mejor no era así y no le importaría demostrar que mantuvo sexo en esas circunstancias. De nuevo vemos cómo a partir de una suposición se construye todo un argumento coherente para justificar la maldad de ella y para darle maná a la manada.

La segunda cuestión es el hecho de encontrar a la víctima de estado de shock en un banco, una situación objetiva que después ha sido confirmada por medio del estudio y el tratamiento psicológico. Si la mujer estaba en estado de shock, ¿cuándo y por qué se produjo el shock?. Mantener relaciones sexuales con cinco hombres de manera consentida y participativa no produce un shock traumático, ni tampoco pensar que después de esas relaciones se pueden difundir unas supuestas imágenes. Podrá producir preocupación o cierto desasosiego, pero no un cuadro de shock.

Al final vemos que lo incoherente en la explicación que se da sobre lo ocurrido por parte de las defensas y de una parte de la sociedad se convierte en coherente bajo el argumento machista, mientras que lo objetivo y evidente se cuestiona y se interpreta como la escenificación de una mujer capaz de mandar a cinco hombres a más de 20 años a la cárcel por el simple hecho de disfrutar con ello.

Todo demuestra cómo en una sociedad machista los hombres son capaces de interpretar lo que una mujer quiere, incluso “cuando ella no sabe que lo quiere”, y que cuando tras hacerlo la mujer dice que no es cierto, que es una elucubración de quien piensa así, se interpreta que es ella la que está equivocada, no los hombres.

No es casualidad, es parte del proceso que se inicia cuando las mujeres se revelan frente a lo que el machismo les impone, un proceso que se convierte en un desierto para ellas y en un bosque frondoso para ellos donde, además, reciben el maná de una parte importante de la sociedad que quiere que las víctimas de la violencia de género caminen por desiertos y los agresores por arboledas de ricos frutos.

 

El rebaño

No hay manada sin rebaño, cada uno de los miembros que forman una manada no aparece por generación espontánea, todos proceden de un grupo más amplio con el que comparten determinadas características y elementos, aunque luego el comportamiento individual sea diferente. Y la conocida “manada” por la violación denunciada en los sanfermines de 2016, es parte del rebaño silencioso de una sociedad que pasta en el machismo y que comete miles de agresiones y abusos sexuales cada año.

Sin ese “rebaño social” de hombres que comparten el machismo con la manada, que se ríen de sus comentarios en las reuniones o en la soledad interconectada de las redes sociales; sin esa cultura que cosifica a las mujeres y las presenta como un objeto a disposición de los hombres, sin una sociedad que culpabiliza a quienes sufren la violencia y presenta a los agresores como “víctimas” de la situación, sin esas instituciones que ponen a prueba a las mujeres a la hora de exigirle pruebas sobre elementos que no tienen por qué formar parte de los hechos denunciados… sería imposible que en un momento determinado se produjeran violaciones y agresiones como las denunciadas en Pamplona, como no sería posible que el 80% de esta violencia sexual no se denunciara, a pesar del daño que origina.

El resultado de esta situación y de la respuesta social e institucional frente a ella también dice mucho sobre la cultura machista que arroja la piedra de la violencia de género y luego oculta la mano. Estudios internacionales indican que se denuncia nada más que un 15-20% de las agresiones sexuales (Wallby y Allen, 2004), y de ellas termina en condena sólo el 1% (British Crime Report, 2008). El resultado es claro: el 99% de las violaciones resultan impunes, o lo que es lo mismo, el 99% de los violadores no sufre consecuencia alguna por agredir sexualmente a las mujeres.

No es de extrañar, por tanto, tal y como recoge el último informe de la OMS (2013) sobre violencia de género, que el 5.2% de las mujeres europeas sufra una agresión sexual a lo largo de su vida por un hombre diferente a su pareja, agresiones a las que hay que añadir un 3-4% de mujeres que las sufren dentro de las relaciones de pareja.

Se trata de un rebaño que lleva a que el 39% de los hombres consuman prostitución para sentirse más hombres, y a que luego muchos de ellos terminen violando en grupo a las mujeres que la ejercen. Los trabajos clásicos de Farley y Barkan (1998), concluyeron que el 68% de las mujeres que ejercen la prostitución había sufrido una violación, y que el 27% de esas agresiones se había cometido en grupo con la participación media de 4 hombres.

Como se puede ver, los hechos denunciados de “La manada” no son tan extraños, sólo dependen de las oportunidades que se presenten en las circunstancias más diversas, puesto que las decisiones individuales se construyen dentro de rebaño, aunque luego sean diferentes manadas o personas las que lleven a cabo la violencia sexual.

Si el rebaño no contara con esos pastos del machismo para pacer tranquilamente, no sería posible que se cometieran estas agresiones año tras año, como tampoco sería posible que los agresores presuman por llevarlas a cabo y que la gran mayoría de las víctimas no las denuncien. Y todo ello dentro de una “normalidad” que aún se sorprende cuando una de estas agresiones aparece en los medios de comunicación, pero que no hace lo suficiente para que no lleguen a suceder.

El problema no es la manada que anda suelta, sino el rebaño que vive tranquilamente dentro del redil de una cultura desigual, injusta y violenta. Siempre habrá manadas que serán descubiertas cuando salgan fuera del cercado de las apariencias, pero en lugar de cuestionar porqué se repiten los casos con más o menos miembros fuera del redil, cada uno de los casos se utilizará para, en una especie de mutación social, convertir a los borregos en chivos y, de ese modo, expiar al resto. No es casualidad, es parte de la estrategia del machismo y de los pastores que lo dirigen en esa trashumancia histórica que los cambia de prados y paisajes para seguir igual.