Juana Rivas y el eclipse

Sorprendentemente, cuando una de las partes había declarado que la sentencia sobre el caso de Juana Rivas por la sustracción de sus hijos probablemente se retrasaría hasta septiembre debido a la complejidad de los elementos a considerar, la Justicia, acostumbrada a la vía lenta de la reflexión, ha acelerado sus pasos para hacerla pública en el día de ayer, 27-7-18, justo el día del eclipse lunar.

A lo mejor sólo ha sido eso, y una Justicia acostumbrada a caminar por la sombras que se levantan tras la mirada cubierta, quizás se mueva mejor los días de eclipse.

El problema reside en esa circunstancia. Si alguien se mueve sin ver, todo lo que está ausente en el campo de la mirada ha de ser sustituido por el conocimiento o por la imaginación, de lo contrario los tropiezos, las dudas y las caídas están garantizados. Y cuando el conocimiento es limitado por las circunstancias de la investigación, la mayor parte del espacio es ocupado por una imaginación llena de estereotipos de una cultura que marca las referencias para que el pensamiento de sentido a la realidad.

Y esto es lo que refleja la sentencia (que sí he leído), del juicio por sustracción de menores contra Juana Rivas. El dilema que se presenta ante el caso es muy simple: “o Juana Rivas es una víctima de violencia de género, o Juana Rivas es una mala mujer que le ha quitado los hijos al padre y lo ha denunciado falsamente”. Y la decisión ha sido fácil: Juana Rivas es una “mala mujer y una mala madre”, tal y como la cultura machista establece (no nos olvidemos de ese pequeño detalle), y como la sentencia insinúa que ocurre cuando una mujer denuncia violencia de género en los procesos de separación o cuando hay conflictos con la custodia de los hijos.

Desde esa posición, todo está claro bajo la venda de la Justicia. Si alguien muestra ante la  Justicia que la luna es de color rojo, el papel de la Justicia es averiguar por qué presenta ese color y en qué circunstancias se ha producido, no reproducir que la luna es de color rojo.

El eclipse diario sobre la violencia de género hace que la Justicia desconozca que el 73% de las mujeres que sufren violencia de género salgan de ella a través de la separación, no de la denuncia (Macroencuesta, 2015), muchas de ellas después de salir de casa con sus hijos e hijas como lo hizo Juana Rivas. Tampoco parece saber que sólo denuncia un 25-30% de las mujeres víctimas, y que muchas lo hacen en ese momento  de no poder resistir más y buscar una salida con garantías de no retorno a la violencia a través de la protección que debe dar la Administración de Justicia, algo en lo que también demuestra “zonas de eclipse” cuando un 25-30% de las mujeres asesinadas habían denunciado previamente la violencia que sufrían. Tampoco una sentencia debería cuestionar la realidad de la violencia de género en el hecho de no haberla denunciado cuando alrededor del 75% de las mujeres asesinadas han vivido con ella y nunca lo habían hecho.

Ante toda esta situación lo fácil es dudar para que sea la duda la responsable de cualquier consecuencia. ¿Se imaginan a un equipo médico que no investigara lo suficiente la posible existencia de un cáncer y dijera “in dubio pro salud”, y si luego fallece el paciente se entendiera que el problema es por la duda, no por la falta de pruebas y de estudios?

La sentencia niega la existencia de violencia de género sobre diferentes denuncias que no se han investigado, bien porque se dice que compete hacerlo a Italia, o bien porque no se le da credibilidad a la palabra y elementos de prueba que presenta Juana Rivas, en cambio, sin más investigación ni pruebas específicas sí es capaz de afirmar que es una denuncia instrumental para quedarse con los niños. Esta actitud crítica con las denuncias de Juana Rivas y el consecuente impacto en la investigación es fácil de demostrar. La Administración de Justicia española cuenta con unidades especializadas en la investigación forense de la violencia de género, y Andalucía cuenta con las que, probablemente, están más desarrolladas, son las Unidades de Valoración Integral de la Violencia de Género (UVIVG). La pregunta es directa, ¿cuántas veces han sido examinada Juana Rivas y sus hijos en la UVIVG del IML de Granada para saber si han sufrido o no violencia de genero?. La respuesta es fácil: ninguna.

¿Qué pensarían ustedes si un paciente llega a Urgencias de un hospital con un dolor precordial compatible con un problema cardiaco, y lo remitieran al servicio de neurología para ver si está relacionado con un problema cerebral?, los dos servicios son servicios médicos y pertenecientes al sistema sanitario, pero ¿dirían que hay interés en aclarar el origen del dolor en el pecho?

Pues la decisión sobre si hay o no violencia de género la sentencia la basa en el estudio que realiza un equipo psicosocial de familia, y rechazando las referencias explícitas a la violencia y sus consecuencias, entre ellas la existencia de un cuadro de Estrés Postraumático, que hacen equipos especializados de organismos públicos.

No es admisible que se diga que no hay violencia sin investigar lo suficiente si hay violencia, y que luego esa falta de conocimiento derivada de un estudio parcial se utilice para justificar que no hay violencia.

Tomar las declaraciones de Juana Rivas como no creíbles sin adoptar medios para aclararlas en profundidad, descartar informes públicos que sí hablan de violencia de género, utilizar las situaciones compatibles con la violencia (aislamiento, indefensión, depresión, sentimiento de culpa, impotencia, sensación de que no hay salida…), para decir que no hay violencia porque no se denunció antes, afirmar que nunca se comunicó nada sobre su situación, cuando sí se hizo en los Servicios Sociales de Carloforte y en Maracena, y cuando, como hemos comentado, es una actitud seguida por la mayoría de las víctimas, demuestra una importante distancia a la realidad que se pretende juzgar.

Y como decíamos antes, lo que no sea conocimiento sobre el caso serán estereotipos de una cultura al acecho, que aprovecha la mínima ocasión para lanzarlos sobre la realidad cada vez que esta transcurre por el desfiladero del análisis. Sólo hay que detenerse en la forma en que la sentencia describe lo que es un maltratador, dice: “…suelen ser personas de mente atávica y primigenia, con escasos mecanismos de autocontrol y empatía, que contagian todo su entorno con un hábito de causar daño que no pueden controlar…”Si esas son las referencias para identificar a un maltratador, queda claro que ni la expareja de Juana Rivas ni la inmensa mayoría de los hombres lo son, pues dicha idea corresponde con un estereotipo ajeno a la realidad.

El eclipse sobre el caso es total y sólo las sombras más pronunciadas se perciben, pero los diferentes profesionales que intervienen en los casos de violencia de género, que son quienes  deben aclarar la conducta y el comportamiento de las víctimas, están para poner luz, no para esconderse entre los claroscuros. Una sociedad moderna no necesita que los jueces y los profesionales nos den su opinión, sino que impartan justicia, como la Medicina necesita que  sus profesionales curen a las personas, no que opinen sobre si deberían haber comido más  o menos grasas o tomar más o menos azúcar.

Y una duda, ¿por qué si la violencia de género sucedió e Italia, lo mismo que la sustracción de menores, esta se juzga aquí y la violencia en Italia?.

La sociedad debe mirar al cielo en busca de soluciones y con la esperanza de encontrarlas, no para ver las sombras de un eclipse.

 

No es tampoco

“No es no” y, por tanto, “no es tampoco” mientras no exista consentimiento por parte de una mujer a la hora de mantener una relación sexual. El límite no está en lo que el agresor interprete, sino en lo que la mujer decida, porque de lo que se habla no es de regular las relaciones sexuales, sino de actuar contra “violencia sexual” y la necesidad de adaptar la regulación existente, claramente insuficiente e ineficaz, a la realidad actual.

Es posible que muchos hombres “tengan dificultades” para ver la diferencia entre violencia sexual y relación sexual, pues para ellos sólo cuenta su voluntad, pero una sociedad democrática necesita establecer los límites de manera nítida para evitar las interpretaciones personales y las justificaciones sociales que existen alrededor de estas conductas criminales, las cuales siempre tienden a responsabilizar a las víctimas, como hemos visto durante el juicio y tras la sentencia de “la manada” en diversos foros, redes sociales, y hasta por parte de un profesor de la Universidad de Santiago de Compostela.

Por eso sorprende la reacción de grandes juristas al mostrar su desconcierto ante la propuesta de reducir el margen de interpretación de los hechos en los casos de violencia sexual, sobre todo si se tiene en cuenta que dicha valoración se hace desde una subjetividad impuesta por una cultura machista llena de mitos y estereotipos que minimizan el significado, gravedad y consecuencias de la violencia sexual. En lugar de desconcierto podrían unirse a la necesidad de avanzar en ese sentido para evitar que unos hechos  como los que se dieron por probados en la sentencia de “la manada” sean considerados como “abusos sexuales”, o que drogar a una mujer para luego mantener relaciones sexuales con ella también se considere como algo menor y, por tanto, como “abuso”, y no como agresión sexual.

Y resulta sorprendente ese revuelo generado  sobre la necesidad de conseguir el consentimiento y evitar que “la duda beneficie al agresor”, cuando en otros ámbitos sí se vela para que conste el consentimiento, e incluso que se haga por escrito. Un ejemplo lo tenemos en la sanidad.

Un paciente tiene un problema de salud que requiere una intervención quirúrgica, se le  informa en ese sentido y se le comunica que tiene que operarse. El paciente acepta el tratamiento, pasa una serie de revisiones, acude la fecha prevista a realizarse las pruebas del preoperatorio, y el día fijado se presenta en el hospital en ayunas, tal y como se le pidió, para someterse a la operación. El enfermo es trasladado a planta, se le da una habitación, allí se cambia y se viste con una pequeña bata para facilitar la exposición del campo quirúrgico, y poco después es trasladado en una camilla al quirófano. Al llegar saluda al equipo médico-sanitario y tras un breve intercambio de comentarios sobre la actualidad del día y su estado de salud, es anestesiado para iniciar la intervención.

Todo el proceso está lleno de decisiones voluntarias y conscientes que confirman la voluntad y el “pacto consentido” entre el equipo médico y el paciente para someterse a la operación, pero si no consta el consentimiento por escrito, desde el punto de vista jurídico el acto no es válido y el equipo médico incurre en un delito. No bastan las suposiciones ni las deducciones a pesar de que todo va en beneficio del paciente, el consentimiento ha de ser objetivo.

Salvando todas las distancias, y sin que la propuesta sobre la nueva regulación de la violencia sexual exija un consentimiento por escrito ni nada parecido, como pronto han comentado algunas voces para ridiculizar el planteamiento y desviar la atención sobre el problema de fondo, lo único que se plantea es evitar que sea el agresor quien decida “cuál es la voluntad de la víctima”, pues lo curioso, y lo terrible, de todo este debate es que se sustenta sobre dos ideas básicas:

  1. La primera es que las mujeres denuncian falsamente a los hombres en violencia de género, bien sea dentro de la relación de pareja o como parte de las relaciones sexuales.
  2. La segunda, que  los hombres siempre mantienen un buen criterio y que sus decisiones son racionales y coherentes con la situación que viven.

Nadie pone en duda la decisión del hombre a pesar de que el 99% de las violaciones son cometidas por hombres (US Bureau of Justice Statistics, 1999), y en cambio sí se duda de la intención que puedan tener las mujeres y se habla de denuncias falsas, aunque en realidad sólo se denuncia un 15-20% de los casos (Walby y Allen, 2004)

La respuesta que tenemos ahora es inadecuada, y entre otras cosas se demuestra en la desconfianza de las mujeres en el sistema reflejada en ese bajo número de denuncias, y en lo “confiados” que se muestran los agresores con ese mismo sistema cuando se comprueba que sólo se condena al 1% (British Crime Report, 2008), y cuando vemos cómo las violaciones en grupo han aumentado a raíz del caso de “la manada”, incluso con un grupo autodenominándose “la nueva manada”.

La OMS define la violencia como “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. Por lo tanto, la violencia sexual también es el resultado del uso del poder para llevar a cabo la conducta, no sólo el empleo de la fuerza física y la intimidación explícita. Entender que la violencia va más allá del uso de la fuerza física es algo que no se duda en otros contextos, como el juez Llarena ha hecho para justificar el delito de rebelión al recoger que hubo “demostración de fuerza y disposición a usarla”.

Cuando interesa todo está muy claro. Por lo tanto “no es no” y, en consecuencia, “no es tampoco” mientras no sea sí.

Así de fácil, así de sencillo… No creo que los hombres, tan listos y racionales como para pedir en el Europarlamento por boca del eurodiputado polaco, Janusz Korwin Mikke, cobrar más que las mujeres por su mayor inteligencia, tengan dificultad para entenderlo.

 

Mariposas y asesinos

Tres mujeres han sido asesinadas en 48 horas por sus parejas o exparejas (Madrid, Asturias y Lepe), en junio también hubo otros tres hombres que asesinaron a sus parejas o exparejas en Granada, Pontevedra y Barcelona en menos de dos días, como ha sucedido tantas otras veces. La violación en grupo de “la manada” ha dado lugar a la aparición de otras violaciones grupales con características similares: hombres jóvenes que agreden sexualmente, ambiente de ocio, mujer sola dentro del grupo, alcohol u otros tóxicos en el argumento… incluso uno de estos grupos se ha autodenominado “la nueva manada”… Las evidencias sobre la utilización de otros casos previos de violencia machista como argumento, referencia o refuerzo para llevar a cabo nuevas agresiones, no sólo es algo que se puede intuir, sino que diferentes estudios lo han demostrado, entre ellos el que se hizo desde la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género con la Universidad de Granada en 2011, demostrando que existe una asociación entre homicidios cercanos “no explicable por azar”, resultado que indica que los agresores utilizan los casos previos como elemento para avanzar en su conducta criminal. Los propios asesinos y mujeres sobrevivientes han descrito esta situación, y comentan cómo vivían bajo la amenaza de los agresores que aprovechaban las noticias para decirles, “¿ves lo que le ha pasado a esa mujer?, pues cualquier día de estos te va a pasar a ti lo mismo”…

Pero además de todas esas evidencias, dicha actitud basada en la toma de referencias  a partir de situaciones o conductas similares a la que una persona quiere hacer, es algo humano. Si los asesinos, violadores y maltratadores no utilizaran otros casos para reforzarse en sus intenciones deberíamos preguntarnos qué tienen de “excepcionales”  para no hacer lo que otras personas hacen a diario en otros contextos. Y si algo caracteriza a la violencia de género es su normalidad dentro de la cultura machista, no su excepcionalidad.

Sin embargo, siendo un tema que debe ayudar a la prevención y a la protección, genera cierto desasosiego y confusión bajo la idea de que hablar de esa reproducción de la violencia y asesinatos tras uno previo es como una forma de restarle responsabilidad a quien lo lleva a cabo, cuando su significado es todo lo contrario. Un hombre que mata, viola o maltrata a partir de lo que otro ha hecho demuestra su conciencia, voluntad y capacidad para elaborar su agresión a partir de la integración de  hechos anteriores de una misma realidad, así como su afirmación en la conducta al reproducirla bajo sus circunstancias particulares.

Plantear la influencia de esa experiencia no quiere decir que la violencia surge de la nada en alguien que no tenía pensado actuar de ese modo, como alguna gente ha llegado a decir para restar trascendencia a esta influencia criminal, siempre influye en quien previamente tiene pensado y decidido actuar de manera similar. Algunos de los elementos que la caracterizan son:

  • El agresor que actúa tras un caso similar ya tiene decidido hacerlo y se encuentra e un momento cercano a materializarlo, por lo que el caso previo le sirve como refuerzo y como facilitador del paso a la acción. La conducta criminal no aparece “ex novo”y lo más probable es que también se lleve a cabo al margen del caso previo, pero al conocerlo el proceso se acelera e impide que actúen factores protectores.
  • Por lo tanto, no surge de la nada, sino de la construcción violenta que el agresor ha elaborado con anterioridad.
  • En ningún caso es un “efecto imitación”, actúa más como “efecto paso a la acción”.
  • La referencia de un caso previo influye “un poco en algunos casos”, no actúa en todos y en los que lo hace sólo incide parcialmente.
  • Su impacto es mayor en “crímenes morales” como la violencia de género, que se llevan a cabo en nombre de los valores, ideas, posiciones… que se consideran propias de los hombres según las referencias culturales, y con ellos, además del daño sobre las mujeres, sus autores buscan el reconocimiento por parte de otros hombres, por eso se entregan voluntariamente en más del 75% de los casos.
  • El efecto tiene más de “imantación” que de imitación, es decir, de “pegar y unir” a los hombres en aquello que los identifica como “más hombres”, y en una cultura machista hay muchos hombres que creen que la violencia de género, en cualquiera de sus manifestaciones, es la respuesta adecuada a la conducta “inaceptable” o “provocadora” que antes han realizado las mujeres.

Y del mismo modo que había confusión sobre el significado de la toma de conciencia y refuerzo en homicidios previos, también hubo confusión respecto al papel de los medios de comunicación, como si poner de manifiesto  esta realidad significara responsabilizar a los medios o pedir que no se informe, cuando el mensaje es el opuesto. Hay que informar siempre y mucho, pero con una visión crítica sobre el agresor y el machismo común a cada uno de los casos, pues mientras que no se desmonte la referencia cultural que permite a los asesinos y violadores revestirse de masculinidad, hombría y virilidad para actuar, y luego encontrar comprensión y justificación en la sociedad, como hemos visto en el caso de “la manada”, y como se comprueba en las redes sociales cuando minimizan y justifican los homicidios de mujeres bajo los argumentos más diversos y peregrinos, pero al fin y al cabo justificándolos, los femicidios y las violaciones continuarán. Por eso, ante una caso es importante titular “un hombre mata…”, en lugar de “una mujer muere a manos de…”y utilizar la palabra “asesinato” para hablar de un homicidio grave, y no quedarse en la excusa  de que se trata de un término jurídico, ¿si no llamamos asesinato a un homicidio grave, cómo lo llamamos?

Aunque nos parezca extraño, incluso una barbaridad, hay hombres que bajo sus motivaciones y justificaciones se sienten más hombres al utilizar la violencia contra las mujeres; y aunque nos parezca una barbaridad, incluso extraño, hay muchos hombres que los ven como “más hombres” cuando lo hacen, y no dudan en abrazar sus argumentos que refuerzan los mitos que presentan a las mujeres como malas y perversas, y a ellos como “pobres hombres” obligados a responder de esa forma.

Sorprende que ante el doble aviso que supone cada uno de los homicidios, un aviso sobre la continuidad de la violencia de género y el machismo que la hace posible, y un aviso sobre el siguiente caso que se va a producir, no se haga nada, y que en cambio haya mecanismos y alertas de todo tipo para prever los efectos negativos de unas finanzas y de una economía que se constipa cada vez que una mariposa mueve sus alas en oriente. La conciencia y consecuencia en el campo económico sobre la influencia de las situaciones previas sorprende con la inconsciencia e inconsecuencia en la violencia de género, pero no es un error, sólo es el reflejo del posicionamiento social ante lo que se considera grave e importante. Y la realidad nos dice que para una cultura machista la vida de las mujeres no es tan importante como para actuar sobre cada uno de los elementos que pueden conducir a su destrucción.

También hay que aplicar la perspectiva de género en estas situaciones para entender que el resultado final es la suma de una serie de factores, no la consecuencia de uno solo.