La casa por el tejado

El Tribunal Supremo ha resuelto que una madre y sus hijos abandonen la casa donde vivían tras el divorcio, porque en ella vive también su nueva pareja. Argumenta que el domicilio donde antes vivía con su exmarido deja de ser “familiar” cuando se forma una nueva relación de convivencia.

La sentencia responde a una demanda histórica promovida fundamentalmente por padres que tras el divorcio no aceptaban que sus exparejas rehagan su vida afectiva, y que entienden la separación como un nuevo escenario de control y poder sobre la mujer, para lo cual es importante que sea ella quien tenga la custodia de los hijos e hijas, puesto que consideran que actúa como una dificultad para rehacer sus relaciones afectivas.

Esta percepción clásica ha cambiado bastante, pero las ideas que la sustentan no tanto. Quizás muchos de los que ahora se felicitan por la decisión del Supremo desconozcan la evolución seguida en esta materia, y no recuerden una época no muy lejana cuando los exmaridos se negaban a pagar la pensión por alimentos y no había manera en la práctica de actuar contra ellos. Después la ley cambió para obligarlos y facilitar el embargo de sus cuentas o bienes si no lo hacían, pero muchos de ellos, en lugar de entender su error, lo que hicieron fue simular que estaban en paro, cobrar de manera “no visible”, justificar un salario inferior para pasar menos cantidad de dinero… todo lo que hiciera falta menos asumir sus responsabilidades como padres, una situación que no ha desaparecido en la actualidad. Y claro, para todo ello el argumento no puede ser que les importa muy poco que sus hijos tengan dificultades, sino que se justifican al decir que lo hacen porque “la mala de su exmujer”  se gasta su dinero en zapatos, ropa o con su nueva pareja.

Si tenemos en cuenta estos antecedentes y la estrategia que sigue el machismo para ocultar la realidad de la violencia de género, al tiempo que busca imponer la custodia compartida en cualquier circunstancia y de espaldas al interés de esos hijos e hijas, que según dicen es lo que les mueve, la pregunta que surge es sencilla. ¿Si no fueran mujeres quienes están a cargo de la mayoría de las familias tras la separación, habría sido igual la sentencia del Tribunal Supremo?

Según la Encuesta Continua de Hogares de 2017, realizada por el INE, hay 1.529.900 familias formadas por madres y sus hijos e hijas, frente a las 312.600 constituidas por padres con sus hijas e hijos; es decir, el 83% de las familias monoparentales en realidad son “monomarentales”. Y esto no es por casualidad.

Desde el machismo se dice que en los Juzgados se les da la custodia a las madres “de forma automática” “por ser mujeres”, cuando en realidad las decisiones judiciales se adoptan en interés del menor a partir de la experiencia y de las responsabilidades asumidas durante la convivencia por cada uno de los progenitores. La paternidad empieza durante la convivencia, no tras la separación, y además de las averiguaciones judiciales que se realizan en cada caso, todos los estudios demuestran que, cada día, las mujeres dedican más tiempo que los hombres a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos e hijas, lo mismo que son ellas las que piden reducción de jornada para esas tareas de cuidado, y solicitan días u horas libres para poder atender situaciones imprevistas relacionadas con la educación o la salud de los niños y niñas. Y todo eso sucede cada día, es decir, todos los días, no sólo cuando se produce la separación.

No deja de sorprender que los argumentos del machismo cuestionen la violencia de género cuando se dice que las mujeres son maltratadas y asesinadas “por el hecho de ser mujeres”, que nieguen el acoso cuando son hostigadas “por el hecho de ser mujeres”, que duden de la discriminación y la brecha salarial cuando se demuestra que les ponen dificultades y les pagan menos “por el hecho de ser mujeres”,o que ataquen las políticas de acción positiva para corregir su infra-representación en puestos de responsabilidad debido a los obstáculos y exigencias que les hacen “por el hecho de ser mujeres”. Para el machismo esa referencia de que determinadas conductas y situaciones se producen “por el hecho de ser mujeres” les resulta una tontería o una simpleza, pero en este caso son esos mismos argumentos machistas los que dicen que en los juzgados les entregan la custodia de los hijos y de las hijas “por el hecho de ser mujeres”. Nada coherente, como el machismo mismo, pero ya se sabe que la “palabra de hombre” siempre tiene el acompañamiento de la credibilidad.

Por eso no deja de sorprender el razonamiento de la sentencia del Tribunal Supremo, pues da la sensación de que más que mirar por el interés de los menores en verdad refleja ese malestar hacia la mujer que rehace su vida e inicia una nueva relación de pareja, y la “comprensión” del mosqueo del hombre que ve que todo eso sucede “en su casa”. Si el padre tiene una responsabilidad con sus hijos e hijas y como consecuencia de ella ha de pasar una cantidad de dinero para su cuidado y necesidades, el hecho de que la mujer viva o no con su pareja en el mismo domicilio es intrascendente sobre las responsabilidades del padre. Y si el padre, como consecuencia de que la decisión judicial que ha otorgado el uso del domicilio a la madre por ser ella quien obtiene la custodia, tiene que buscar una nueva residencia y asumir un alquiler, además de pagar la hipoteca de una casa que es suya, aunque ahora la usen sus hijos y su madre con ellos, también es independiente de que la pareja de la mujer viva en la casa o no.

Aunque todas estas situaciones tras las separaciones y divorcios han de resolverse mejor, no lo dudo, lo que resulta sorprendente es que se traten de presentar como consecuencia de la “maldad de las mujeres”, y que se vea a la Igualdad como responsable de la “injusticia” que viven los hombres. La Igualdad es la solución, no el problema, si los padres asumieran sus responsabilidades en igualdad desde el principio, dedicaran el mismo tiempo que las madres al cuidado y al afecto, dieran prioridad a sus hijos e hijas sobre otras responsabilidades del trabajo o de ocio… la custodia la tendrían ellos, bien de manera exclusiva o de forma compartida, sin necesidad de imponerla, tan sólo continuando con lo que hacían durante la convivencia.

Que el 83% de las familias formadas por un solo progenitor con sus hijos e hijas las formen las madres no es casualidad ni producto del azar, sino la consecuencia de una sociedad impregnada por la cultura del machismo que lleva a los resultados que luego critican sin pararse a cuestionar las causas. Resolverla exige levantar la Igualdad desde los cimientos de la identidad y la convivencia, no empezar la casa por el tejado.

 

Tanga y tongo

La Justicia de Irlanda ha absuelto a un hombre acusado de violación al aceptar como justificación, entre otros argumentos, que la víctima llevaba “un tanga con un lazo por delante”…

Hemos pasado de la minifalda al tanga, alguien podría pensar que es un avance en los argumentos utilizados dentro las decisiones judiciales y en las deliberaciones de los jurados a la hora de justificar que no ha existido una violación, pero en realidad los hechos demuestran que no sólo no se ha avanzado, sino, todo lo contrario, que hemos retrocedido. La situación es clara, quedarse atrás y con el mismo tipo de razonamientos cuando la sociedad ha cambiado y avanzado de manera decidida hacia la Igualdad, es estar más lejos de la realidad, no dentro de ella, y la consecuencia también es directa: hoy, al igual que ayer, lo que prevalece en la investigación de la violencia sexual (y de la violencia de género de manera global), es el cuestionamiento de la víctima en lugar de la conducta del agresor.

El razonamiento a la hora de llevar a cabo las investigaciones de los casos de violencia que se ejercen sobre las mujeres en cualquiera de sus circunstancias y contextos, parece partir de una estrategia clara y común, con independencia del rincón del planeta en el que se realice. Y en lugar de investigar los elementos denunciados desde una posición científica y tomando como referencia la denuncia, como se hace en cualquier otro delito, lo que se hace en violencia de género es seguir los siguientes pasos:

  1. Cuestionar la palabra y la credibilidad de las mujeres para poner en duda los hechos denunciados.
  2. Ver qué elementos de “honorabilidad”, “respeto”, “consideración”, “honradez”… tiene el hombre denunciado para así cuestionar con más fuerza la palabra de la mujer.
  3. Identificar los beneficios que puede obtener la mujer a través de la denuncia de ese hombre, bien desde el punto de vista material o como “venganza” por situaciones vividas. De ese modo se confirma la hipótesis primera basada en que no hay que dar mucho crédito a la palabra de las mujeres, dispuestas a cualquier cosa con tal de salirse con la suya, tal y como marca el mito de la “mujer perversa”.
  4. Analizar la conducta de la víctima durante los hechos denunciados para utilizar cualquier elemento en su contra, bien sea llevar un “tanga con un lazo por delante”,“una minifalda”, “un escote generoso”o haber ”consumido bebidas alcohólicas”.
  5. Estudiar al comportamiento y la historia de la víctima para traer al presente situaciones del pasado que vuelvan a cuestionarla a ella y a exculpar al agresor.
  6. Si, finalmente, todo ello es insuficiente y no da resultado,  entonces,  a modo de plan B, se recurre a los mitos sobre el agresor y se dice que actuó bajo el efecto del alcohol o de alguna sustancia tóxica, que padece algún problema mental, o se echa mano de un argumento más posmoderno, muy de moda en la actualidad, y se dice que se trata de un “hombre malo”.

Lo hemos visto en la sentencia de Irlanda, pero lo vemos también en el caso de “la manada”, en el de Juana Rivas o en tantos otros.

El resultado final afecta a la investigación a través de todos los sesgos, prejuicios y estrategias aplicadas, lo cual conduce con gran frecuencia a la impunidad de los agresores y a criticar a las mujeres con independencia del resultado de la sentencia. Ellas siempre son malas y perversas con independencia de que ellos sean inocentes o culpables.

Se imaginan que desde los Servicios de Urgencias se dijera que una persona no sufre neumonía porque acude a la consulta poco abrigada, o que es imposible que a otra persona le duele la cabeza porque entra con unos auriculares conectados al móvil… Sería inadmisible, y si lo hicieran tendrían consecuencias por malpraxis profesional, sin embargo, cuando este tipo de razonamientos de traslada a la Justicia y a la investigación criminal en los casos de violencia de género parecen admisibles.

No es casualidad que los acontecimientos vengan caracterizados por esos elementos y que ocurra en cualquier lugar del planeta, pues en todas las sociedades la cultura que define las identidades, las relaciones interpersonales y da significado a la realidad es el machismo. Y la violencia contra las mujeres forma parte de ella, tal y como recoge la OMS cuando muestra que el 30% de las mujeres del planeta sufrirán violencia por parte de su pareja o expareja en algún momento de su vida, y como reflejan los informes de Naciones Unidas al revelar que cada año unas 45.000 mujeres son asesinadas en el contexto de las relaciones de pareja y familiares.

Todo ello es un tongo a los Derechos Humanos y la convivencia. Y debemos ser conscientes que si no se hace algo para evitarlo, se está haciendo para que continúe este engaño del machismo y toda su violencia presente y futura.

 

“Machismamente”

Si actuar desde la maldad es hacerlo malvadamente, desde la inconsciencia es hacerlo inconscientemente… actuar desde las referencias del machismo es comportarse “machismamente”.

La clave para erradicar el machismo de nuestra sociedad pasa por entender que no se trata de una serie de hombres con una mente machista “atávica y primigenia”, como apunta el juez en la sentencia que condena a Juana Rivas, una mente que los puede llevar desde discriminar y abusar hasta a maltratar y asesinar. La clave está en tomar conciencia de que se trata de hombres que de manera consciente e interesada deciden actuar imponiendo a las mujeres su visión de la realidad, y desde ella su criterio a la hora de desempeñar las diferentes funciones y roles, y de ocupar los tiempos y espacios que previamente les otorgan. Y para conseguirlo se dotan de diferentes instrumentos, unos que actúan “por las buenas” (control social, reconocimiento, reputación, integración, aceptación…), y otros “por las malas” (violencia, discriminación, crítica, rechazo, exclusión…)

Los machistas son conscientes de que toda esa construcción es injusta y está mal, por eso se han dado una cultura que la normaliza bajo diferentes justificaciones y argumentos.

Y cada uno de esos hombres necesitan de todos los demás, pues un hombre solo en defensa de esos argumentos y de esa construcción, por muy macho que sea sería sólo un “hombre solo”; y los hombres están acostumbrados a estar “solos ante el peligro”, como Gary Cooper, pero no a estarlo frente a la verdad de una desigualdad histórica y toda su injusticia secular. Por eso necesitan al grupo, y el grupo a la cultura que los define, ese patriarcado funcional y práctico que es el machismo. A partir de ahí todo es más sencillo y sólo tienen que actuar “machismamente”.

Esa situación hace que sus argumentos suenen creíbles a pesar de quedar huecos de significado, como por ejemplo sucede cuando dicen que la “Ley Integral contra la Violencia de Género” va “contra los hombres”, y que los hombres son condenados por el hecho de ser hombres. Y es cierto que la aplicación de esa ley condena a hombres, pero no por el hecho de serlo, sino por ser maltratadores, “detalle” que obvian en su argumentación de manera interesada. Sería como decir que el Código Penal va “contra las personas” porque cualquier persona puede ser condenada. A nadie se le ocurriría ver en el Código Penal una amenaza, sino un instrumento para la convivencia, porque todo el mundo sabe que dicho código se aplica sobre las personas que delinquen, no sobre las personas por el hecho de vivir en sociedad.

Entre sus argumentos estelares nunca falta igualar las diferentes violencias interpersonales sobre su resultado, para así esconder el machismo y la construcción cultural que lleva a la violencia de género desde la normalidad. De ese modo ocultan que se trata de uno de los instrumentos necesarios para mantener la desigualdad (y, por tanto, los privilegios de los hombres), esconden también su dimensión (600.000 mujeres maltratadas al año y 840.000 menores viviendo en los hogares donde sufren esa violencia –Macroencuesta 2011-), y diluyen su gravedad más extrema, las 60 mujeres asesinadas y los 4 niños y niñas asesinadas de media cada año. Y todo ello como parte de una “normalidad” que hace que sólo el 1’9% de la población considere esta realidad entre los problemas graves de la sociedad (CIS, septiembre 2018).

Al machismo no le interesa que se ponga al descubierto toda esa estructura social de la desigualdad que tantos beneficios les reporta, desde los económicos hasta la impunidad (sólo de condena a un 5% de todos los maltratadores). Por eso intentan por todos los medios que no se hable de violencia de género, pues hacerlo significa dejar al descubierto los elementos y las claves de esa construcción de poder.

Nunca han pedido, y siguen sin hacerlo, que se adopten medidas legislativas para proteger a las víctimas de la “violencia de las mujeres” ni de la violencia doméstica, sólo piden que se supriman las medidas dirigidas a abordar los elementos específicos de la violencia que sufren las mujeres desde la normalidad social y cultural. Nunca han hablado ni se han preocupado de esas violencias hasta que no se ha hablado de violencia de género, y si se suprimiera la “Ley Integral contra la Violencia de Género” con todo el sistema de protección que se ha desarrollado a partir de ella para todas las violencias, y quedaran las víctimas desprotegidas, tampoco dirían nada, como no lo decían antes de 2004.

El machismo busca esconder la violencia que los machistas producen entre el resto de las violencias, por eso les interesa tanto equipar el resultado para esconder su significado. ¿Se imaginan que alguien criticara las actuaciones de la Dirección General de Tráfico bajo el argumento de que sólo tienen en cuenta los accidentes de tráfico, pero no los accidentes laborales cuando cada año también producen miles de víctimas?. ¿Se imaginan que dijeran que “por qué va a valer menos una víctima de un accidente de trabajo que una víctima de un accidente de tráfico”, o que afirmaran que las asociaciones de víctimas de tráfico lo que buscan es enriquecerse con las subvenciones, y que cuanto más accidentes y víctimas mejor para ellas porque reciben más dinero?… Sería absurdo e inaceptable, ¿verdad?… Pues son los argumentos que utilizan a diario contra la violencia de género.

Las personas que tienen una “mente machista” y aquellas otras que actúan “machismamente” intentan que la realidad siga dominada por la injusticia y la desigualdad, pero eso ya es parte del pasado. La sociedad, gracias a la Igualdad, mira libremente al futuro sin el yugo del machismo.