“Credihabilidad”

Si en algo demuestra el machismo su habilidad para condicionar la realidad, es en su capacidad de jugar con la credibilidad de las palabras para darle el significado necesario a los acontecimientos, de manera que todo encaje en su forma de entender y presentar esa realidad.

El machismo actúa como un malabar de todo lo que nos rodea para que nunca parezca que está donde está, y como el prestidigitador que es capaz de hacer desaparecer la palabra de los labios de una mujer, al tiempo que se saca otra de la chistera para ponerla en sus labios y lanzar un mensaje diferente.

Esa capacidad es la que permite que un bulo como el de las “denuncias falsas en violencia de género”, que representan el 0’0075% como han demostrado la FGE, siga repitiéndose y se diga que suponen el 80%, y hacerlo con un argumento tan débil y pueril como afirmar que todo lo que no termina en sentencia condenatoria es denuncia falsa. La misma situación que ocurre ante las agresiones sexuales, ya se ha creado el marco para que lo primero que suceda ante una denuncia sea cuestionar a la víctima de forma progresiva, de manera que cuando supere un nivel de cuestionamiento se encuentre con otro: primero se niega que hubo una relación sexual, después se dice que fue consentida, más adelante que la denuncia es falsa, o que no se defendió lo suficiente, o que no huyó…

Y todo ello sucede en un contexto en el que 60 mujeres de media son asesinadas al año por sus parejas o exparejas, 600.000 son maltratadas, y más de 1200 mujeres son agredidas sexualmente, aunque si se consideran todos los delitos “contra la libertad y la indemnidad sexual”, sufridos fundamentalmente por mujeres, los casos anuales superan los 12.000. ¿Cómo es posible que ante una realidad tan objetiva y amplia, se pueda cuestionar su existencia y dudar de las mujeres que habiéndola sufrido acuden a las instituciones para que se responda ante ella?

La respuesta es sencilla: porque las referencias que dan lugar a esa realidad son las mismas que se utilizan para interpretarla, darle significado y responder en consecuencia. Se trata de conductas individuales que se llevan a cabo sobre referencias comunes integradas a partir de una serie de mitos y estereotipos construidos por la misma cultura que da lugar a la “normalidad” definida por esa sociedad, y a las identidades que llevan a hombres y a mujeres a entender que determinados comportamientos están “justificados” por argumentos precocinados listos para ser incorporados al microondas de la información cuando haga falta servirlos ante un caso en particular.

¿Han escuchado alguna vez que cuando un joyero sufre una agresión durante un robo, el joyero había provocado al ladrón al poner un escaparate lleno de joyas y relojes de lujo?. Pues en las violaciones y agresiones sexuales es habitual utilizar el argumento de la “provocación de la víctima” para justificar y llegar a decir que es una denuncia falsa.

¿Han leído alguna vez que cuándo un cliente sufre una intoxicación alimentaria en un restaurante la culpa es suya por haber pedido ese plato, o que en realidad lo que busca es no pagar la cuenta y simular la sintomatología?. Pues es un mensaje que se lanza con frecuencia en violencia de género.

¿La han dicho en alguna ocasión que como ha habido casos en que Policías o Guardias Civiles han estado implicados en algunas tramas de narcotráfico, se puede concluir que la mayor parte de la Policía o la Guardia Civil forman parte de mafias narcotraficantes?. Pues es el razonamiento que hacen desde el machismo ante algunas conductas delictivas llevadas a cabo por mujeres.

Podríamos seguir con ejemplos que demuestran cómo el significado que se da a la violencia de género es completamente diferente al que se da ante otros hechos criminales, y cómo el relato que se hace de la violencia que sufren las mujeres es coherente con la idea previa que ha creado de ellas la misma cultura que las considera malas, incapaces, desalmadas y perversas; de lo contrario no sería posible que una realidad que niega ese relato falaz y una historia que confirma el presente pudieran ser negadas.

Y sin duda, una de las claves para lograrlo es quitarle la palabra a quienes pueden contar lo sucedido, negarle la credibilidad a las mujeres que viven la violencia a partir del propio contexto de significado que han creado con esa cultura machista. El resultado es objetivo: si las mujeres no fueran “malas y perversas” no sería creíble que denunciaran en falso a los hombres, ni que los hechos que protagonizan algunas mujeres, bien en forma de violencia o de esas denuncias sin base real, puedan generalizarse y hacer creer que se trata de “la mayoría” con el objeto de crear una nueva realidad con dos dimensiones: la creencia de que las mujeres son tan violentas como los hombres, y además más perversas por denunciar falsamente, y la negación de la violencia que sufren ellas por parte de los hombres.

El último ejemplo lo tenemos en el caso de la mujer de Ponferrada que ha utilizado “burundanga” contra varias personas en para robarles 41.000 €”. Unos hechos con dos referencias claras que marcan su significado:

  1. El primero de ellos es la forma de presentar lo ocurrido a través de los titulares aparecidos en los principales medios, que lo definen como “una mujer que envenena a siete hombres”. Definir el uso de la burundanga como “envenenamiento” ya sitúa la conducta en un contexto de significado asociado a la idea tradicional de las “mujeres envenenadoras”. Cuando un hombre utiliza la burundanga contra una mujer para agredirla sexualmente nunca se dice que la “envenena”, se habla de que “la puso en la bebida”.
  2. El segundo es la credibilidad de las víctimas. En ningún momento se ha cuestionado que los hombres intoxicados mintieran, ni se ha dudado de que realmente haya existido un robo después de ver cómo alguno de ellos entraba en un cajero automático y marcaba por sí mismo el PIN para sacar dinero con la tarjeta. Nadie los cuestiona ni dice que no es compatible la intoxicación, la conducta seguida, tan compleja como para entrar al cajero y sacar dinero utilizando la clave memorizada, y el posterior olvido de lo ocurrido o su recuerdo parcial. Sin embargo, cuando una mujer denuncia que ha sido agredida sexualmente bajo una intoxicación y que no recuerda muy bien cómo transcurrieron los hechos, se duda sistemáticamente de la veracidad de sus palabras, y se dice que es incompatible una intoxicación con lo relatado por ella en la denuncia.

Al final todo encaja, las mujeres son malas y perversas y denuncian a los hombres que se acercan a ellas para beneficiarse por medio de “denuncias falsas”, y los hombres son buenos pero acaban traicionados por ellas para quítales la casa, los hijos, la paga y la libertad.

Lo terrible de esta construcción del machismo no sólo está en ese significado que se le da a la realidad, sino que a partir de él ni siquiera se investigan los hechos denunciados para demostrar que la realidad es falaz y que las mujeres no denuncian falsamente a los hombres.

Esa es su habilidad, la capacidad de jugar con la credibilidad de las mujeres para que la única realidad aceptada sea la que se define desde el machismo en cuanto a sus acontecimientos y a su significado.

 

Mentiras de verdad

La mentira, además de no corresponderse con la realidad, implica la conciencia de que dicha afirmación no es cierta, pues de lo contrario se trataría de un error o de una simple incorrección. La mentira, por tanto, exige intención, y la intención se mueve por la voluntad de alcanzar algún objetivo, bien para obtener un beneficio a través de la falacia empleada, o bien para hacer un daño a alguien.

Cuando la sabiduría popular dijo aquello de que “la mentira tiene las piernas muy cortas”o que “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”, tomaba como referencia una sociedad en la que la palabra tenía un valor superior, y quienes eran responsables de gestionarla se sabían con el compromiso social de evitar que fuera tomado en vano. Esta situación facilitaba que, más antes que después, en un escenario de verdades la mentira fuera descubierta y el mentiroso señalado.

Utilizar la mentira con frecuencia y sin consecuencias es propio de quien ocupa posiciones de poder, pues de lo contrario esas “extremidades inferiores tan cortas” o la “cojera padecida” les impedirían avanzar por un terreno lleno de los obstáculos y dificultades que forman cada una de las verdades que intentan sortear.

La defensa de las ideas y valores tradicionales se basa en lo que los hombres han considerado a lo largo de la historia que eran los valores y las ideas que debían ser defendidos, pues han sido ellos quienes han ocupado las posiciones de poder para decidirlo e imponerlo. El machismo es eso, la construcción de una cultura, es decir, del conocimiento y las referencias que conlleva para definir las identidades, los roles y funciones de cada persona, y los tiempos y espacios que deben ocupar en la sociedad dependiendo de su condición, y de ese modo, establecer el tipo de relaciones que han de mantener esas personas según esa “normalidad”.

Las posiciones conservadoras y tradicionales defienden los elementos que desde esa construcción androcéntrica se han considerado adecuados para la convivencia, y así la han recogido en el Derecho, en la educación, en los temas laborales, en la política, en la salud… que a lo largo de toda la historia han quedado impregnados de esos valores y de esa forma de entender la realidad. Nada diferente a lo que hemos visto también a lo largo de esta campaña electoral en los temas relacionados con la Igualdad y las mujeres, especialmente en cuestiones como la violencia de género y el aborto, pero también en muchas otras derivadas. Y el problema no está sólo en las propuestas y decisiones particulares que se adopten en un momento determinado, sino en la concepción global de la que parten.

Y para poder mantener su construcción androcéntrica cediendo lo justo para que no se desestabilice, necesitan imponer sus ideas y valores a través de los instrumentos que la posición de poder ocupada a lo largo de toda la historia les ha permitido. Antes era la propia determinación de la realidad para que las cosas fueran como tenían que ser, tanto en su resultado como en el significado que se le daba. Así por ejemplo, a la violencia contra las mujeres se le ha dado un sentido de “normalidad”, como algo propio que puede pasar en las relaciones de pareja, y de hecho se la ha invisibilizado en mitad de la violencia doméstica y familiar para que no se pudieran conocer sus características específicas. Y cuando la situación es tan grave que se produce el homicidio de la mujer, entonces se dice que el hombre estaba bajo los efectos del alcohol, de alguna sustancia tóxica, con algún problema mental, o que es extranjero.

Pero ahora la situación ha cambiado gracias a la crítica que ha hecho el feminismo y al conocimiento social que ha surgido de la misma, de manera que se han visto obligados a cambiar de estrategia para continuar igual. Y si antes su táctica estaba en imponer una “única verdad”, es decir, hacer de sus posiciones y con todos sus instrumentos la única verdad, ahora se trata de utilizar los mismos instrumentos para llevar a cabo justo lo contrario, pero con el mismo objetivo.

Ahora se trata de conseguir que no haya bases sólidas para que la sociedad no pueda posicionarse sobre ellas, y de esa manera facilitar que lo que ya existe como referencia, que son sus ideas, valores, creencias, tradiciones… continúen como elementos comunes para toda la sociedad. Por lo tanto, ahora no se trata de que haya una sola verdad, sino de que todo sea mentira para que los elementos que caracterizan la realidad no puedan ser identificados como tales, y se evite el posicionamiento crítico de la sociedad frente a ese problema.

Sin duda el ejemplo más paradigmático, y no por casualidad, es la estrategia y actitud que mantienen ante la realidad de la violencia de género con sus 60 homicidios de media al año, los 600.000 casos de maltrato identificados por las Macroencuestas, los más de 800.000 niños y niñas viviendo en los hogares donde se lleva a cabo, y las agresiones y homicidios que también sufren por parte de sus padres violentos. A pesar de la objetividad y las evidencias diarias de su realidad, desde el machismo lo único que contemplan son las “denuncias falsas” y logran hacer creer que toda denuncia que no termina en condena es falsa en su origen, cuando la propia Fiscalía General del Estado recoge en sus memorias que representan menos del 1%. La capacidad de jugar con el machismo hecho cultura para hacer de la normalidad razón y justificación, y el peso que le da la autoridad “autoconcedida” a sus palabras, permite que a pesar de esa objetividad y de que el 75% de la violencia de género no se denuncia, se siga creando confusión con ese argumento.

Pero como también perciben que a pesar  de las “denuncias falsas” ya no consiguen los mismos objetivos ni la misma pasividad que antes, ahora incorporan nuevas mentiras para generar más confusión y para armar el argumento de que “todas las violencias son iguales”, de manera que no nos detengamos ante las circunstancias específicas de la violencia de género que revelan la construcción machista que da lugar a ella y a los privilegios masculinos que ven amenazados. Y entre esas nuevas mentiras de diseño están la “lista de hombres asesinados”, la “lista de mujeres asesinas”,y la “lista de niños asesinados por sus madres”. Son listas que se repiten y multiplican el mensaje que muestra a las mujeres como asesinas de hombres y niños, bien de forma separada o mezclando víctimas en la misma lista, pero lo sorprendente es que son falsas y que la falsedad se puede ver en las noticias que anexan como justificación de los casos que presentan. Su manipulación es tan burda que muchas de los casos que recogen como homicidios llevados a cabo por mujeres en verdad se trata de lesiones sin resultado de muerte, o han sido otras personas las que han cometido el homicidio, o ni siquiera se conocen las circunstancias de la muerte.  Es tan grosera su estrategia que llevan a cabo que la propia noticia donde hacen referencia a la lista de mujeres asesinas la titulan como “79 víctimas de asesinatos y homicidios cometidos por mujeres en España en sus distintas formas. Año 2018”, y después recogen en el mismo texto, “40 mortales (31 dolosos, 7 culposos y 2 pendientes de clasificación), y 39 intentos frustrados”. Todo ello sin sentencia, sólo con lo que ellos consideran a partir de unas noticias en las que en algunos casos se puede leer que las mujeres a las que ya consideran asesinas es muy posible que no hayan participado.

Al final consiguen el objetivo de que en las redes y en muchos espacios se hable de las “79 víctimas”y que aumente el odio contra las mujeres, para lo cual, además, se incide en argumentos como que “los hombres han perdido la presunción de inocencia”y que “son detenidos sólo con la palabra de la mujer”, aunque esas afirmaciones sean incompatibles con la realidad que muestra que el 80% de los hombres no son condenados tras la denuncia, y con la profesionalidad de la Policía y Guardia Civil que detienen cuando las circunstancias lo requieren. Lo terrible es que, además, haya partidos de ultraderecha que utilicen estos datos para justificar sus políticas y propuestas, puede parecer extraño, pero lo triste es que todo resulta muy coherente.

Son las mentiras de verdad que se lanzan desde el poder para defender este machismo hecho cultura y todo lo que conlleva, desde la idea de orden social hasta los privilegios individuales para sus guardianes y defensores.