Toy (Love) Story 4

La humanidad está hecha de amor, es cierto que la violencia, las tiranías, las guerras, el poder… la han puesto a prueba desde el principio, pero si hemos llegado hasta aquí y aún mantenemos la esperanza de que otro mundo es posible y mejor, se debe al amor que hemos sido capaces de guardar entre las trabéculas de nuestro corazón y bajo las circunvoluciones del cerebro.

Y el amor no es sólo la emoción que se siente por alguien o algo como parte de una relación personal, el amor también es compromiso, implicación, determinación, entrega, renuncia… por ese proyecto común que surge de una sentimentalidad que va más allá de los objetivos concretos. Y no hay amor en soledad, aunque sí puedan existir las emociones que dibujan su silueta, el amor es compartido en cuanto a proyecto, con independencia de que a título personal sea correspondido o no, y aunque se viva de manera aislada, parte de su sentido viene dado por el contexto del que se aísla. Por eso el proyecto se amplía en la interacción y en la convivencia, y el amor crece y se va haciendo social en el proyecto común que se levanta sobre ese amor responsable de la sociedad y sus ideales, para dar espacio para que crezcan las relaciones personales.

La película “Toy Story 4”, con esa sencillez que significa llevarnos a la infancia para ver la vida y su realidad desde la doble perspectiva que da el retroceso del regreso y el avance de la vuelta al presente, muestra algunas de las claves de una realidad abandonada y necesitada de amor que ha cambiado lo social por lo individual, lo común por el egoísmo, el futuro por lo inmediato, el compromiso por el hedonismo, y los valores por lo material.

De nuevo Woody, Buzz Lightyear y todos sus amigos y amigas nos dan una lección de vida y nos dejan la responsabilidad de hacerla verdad a los adultos, pues para la gente más joven la película será un cuento tan pasajero como el tiempo que tarde en llegar el próximo estreno de cualquier película infantil. En otras películas de la serie han insistido sobre la amistad, pero en esta cuarta entrega han querido dar un paso más y hablar directamente de amor, y de algunas circunstancias que existen en la sociedad para impedirlo u ocultarlo.

La vida está llena de renuncias irremediables, pero no de olvidos. Confundir unas con otros sólo es parte de esa imposición de quienes necesitan el individualismo como razón para el abandono del proyecto común, y así poder anteponer lo personal al grupo. La película muestra cómo los estereotipos y una sociedad utilitarista causan daño sobre quienes sufren el peso de la discriminación, y cómo ese impacto está levantado sobre la normalidad de quienes han decidido que esas sean las circunstancias de juego, no como algo excepcional ni ocasional. Son dos los mecanismos que revela para lograr ese objetivo: la construcción de las identidades, y el uso del mito y las expectativas.

Veámoslos de manera gráfica.

  1. La construcción de las identidades. El personaje protagonista introducido en esta película, Forky, es un tenedor de plástico hecho muñeco y visto y aceptado como tal por sus iguales, el resto de muñecos. A pesar de ello sigue viéndose a si mismo como un tenedor desechable. Su identidad es ser “basura” y su comportamiento se mantiene consecuente con esa idea, hasta que Woody y sus amigos logran hacerle entender que no es así. Hasta ese momento, lo único que hace es buscar su destino en cualquier lugar para los desperdicios.
  2. El uso del mito y las expectativas. El otro personaje de la película que refleja las vías que tiene una sociedad desigual y capitalista para mantener el control es Duke Caboom, un motorista canadiense abandonado el primer día por su niño al comprobar que el juguete no hacía lo que se veía en el anuncio de televisión, y que sus saltos y piruetas en la moto no eran tan espectaculares en la realidad como en la tele. Las expectativas generadas a conciencia, al no verse cumplidas generan el rechazo en quien las espera, y la frustración y la idea de incapacidad en quienes viven la situación, llevando a la pasividad y a la frustración.

Estas son dos de las claves de nuestro tiempo utilizadas a diario para mantener la desigualdad y el orden social sobre el sometimiento de determinadas personas a las que no se les reconoce la Igualdad en su condición y oportunidades (mujeres, personas LGTBI, extranjeros, grupos étnicos…), y a quienes se les pide la demostración de “su igualdad” en un “exceso de capacidad y responsabilidad” que con frecuencia no se ve cumplido, a pesar del gran esfuerzo para lograrlo. Esta situación las hace sentir culpables e incapaces, y por tanto manipulables y sumisas, como le ocurre a Duke Caboom o a Forky hasta que se convencen de sus propias posibilidades y valía gracias a Woody y al grupo.

Porque Woody, en esta película con su inseparable Buzz Lightyear algo más distante, es quien aglutina esa conciencia crítica frente a los acontecimientos, y quien lleva su amor y compromiso a la acción para sacar adelante al grupo.

El cambio que vive el propio Woody en la película, donde al principio renuncia a su “amor personal” por Bo para al final quedarse a su lado, es sin duda la demostración clave de esa dimensión social del amor individual. La sociedad no necesita líderes distantes y ajenos, sino personas con responsabilidad que sean capaces de hacerla protagonista a través de su participación.

Y para ello, tan importante es saber renunciar como saber comprometerse y entender que sin uno mismo no se puede amar ni comprometerse con nadie. La negación del amor, de los sentimientos, de la intimidad para dejarlo todo en la otra persona o en el grupo, al final se traduce en algo artificial y perjudicial para el propio grupo y la persona, pues tan poco basta con el amor hacia uno mismo o con el amor individual.

Toy Story nos lo recuerda en su historia de amor. Una historia que hace que Woody renuncie a su amor por Bo por su compromiso por el grupo, y que luego sea el grupo el que le ayude a entender que toda la aventura es parte de su amor por Bo. Ese final de la película a su lado es un buen principio para la historia que le sucede, y de la cual nos toca ser protagonistas.

Como dice Luis García Montero en sus “Palabras rotas”, no debemos dejar que palabras como verdad, bondad, política… queden en desuso por el interés de un poder que rehúye de ellas. Tenemos que recuperarlas y gritarlas al viento, como también hemos de hacerlo con la palabra amor, porque somos una historia de amor, que no nos engañe el relato que cuentan “los que cuentan”.

El traje del emperador y de la emperatriz

El emperador no va desnudo, ¿por qué ha de ir si todo el mundo dice que lo ve vestido?. En cambio, la emperatriz sí pasea toda su desnudez por el escenario público, al menos es lo que comentan las voces que cubren a los hombres con la vestimenta de la masculinidad para que siempre vean en ellos sus prendas, aunque muchos no las usen. De ese modo los hombres son vestidos como justos, buenos, capaces, equitativos, inteligentes, ponderados, racionales, con criterio, determinación, sinceros, directos… Sin embargo, ese mismo sastre desnuda a las mujeres de esas prendas masculinas, y las viste con una serie de complementos femeninos imprescindibles, con independencia de si la moda es renacentista o vanguardista, de primavera-verano o de otoño-invierno. Son complementos en forma de transparencias que revelan lo más íntimo y profundo de su personalidad, esa maldad y perversidad que ya vestía Eva con su desnudez, la mentira, la incapacidad, la labilidad, la sentimentalidad, la falsedad… En definitiva, todo aquello que el modisto de la cultura ha diseñado para vestir a las mujeres dentro y fuera del hogar.

Los comentarios al traje de la Presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reflejan esa ceguera del machismo capaz de ver lo invisible y de no ver la realidad incómoda para sus ojos, y  así vestir y desvestir a las personas con el uniforme interesado para que ocupen los espacios previamente definidos para lucir esos trajes identitarios.

Dos son los elementos que impone el diseño del “sastrecillo machista”.

  1. Uno es la funcionalidad, esa capacidad comentada de adaptar sus trajes a las funciones que han de realizar en su ambiente de trabajo y de relación, de modo que el uniforme no dificulte su realización, y todo el mundo pueda identificaras como responsables de esas tareas. Por ejemplo, a los hombres con la autoridad y la dirección, a las mujeres con el cuidado y el afecto.
  2. Y el otro es el “componente sexual” del diseño, es decir, destacar determinados atributos previamente decididos con el objeto de que sea su propio cuerpo quien dé las razones para profundizar en el escote, en la entrepierna o allí donde se detenga la mirada. Así, bajo ese criterio, pueden mantener las referencias que “cosifican” a las mujeres y luego utilizar el argumento de la provocación, como ocurre incluso en las agresiones sexuales, y como mantiene la opinión machista a pesar de las sentencia judiciales.

Los hombres aparecen vestidos, pero invisibles a esa mirada machista, pues no se es más o menos hombre por cómo se va vestido, sino por cómo se comportan, de ahí esa ignorancia hacia su ropa y sobre el sentido de la misma.

Se imaginan un artículo o una noticia que hablara de la ropa de un Consejero en su toma de posesión, y que dijera algo así: “el nuevo Consejero vestía un traje gris vitrina muy ajustado que resaltaba su cuidada figura, sin duda consecuencia de horas de gimnasio y entrenamiento. El pantalón muy de tendencia, estrecho y recortado lo justo, no dejaba mucho espacio para la imaginación al apreciarse un paquete bien armado y cargado sobre el lado izquierdo, como debe ser en un hombre con arrojo y valor, elementos que nadie se atrevería a poner en duda en un diestro que pisa la arena del coso donde ha de librarse la lidia política”…

No se atreverían a escribirlo, y si alguien lo hiciera no lo publicarían.

Para el machismo los hombres van desnudos de los atributos de su intimidad porque su traje es lucir su hombría y virilidad en la escena pública. Las mujeres justo lo contrario, y como dijo el exalcalde de Granada, Torres Hurtado, “cuanto más desnudas, más elegantes”, es decir, más reconocidas como mujeres.

Y luego muchos preguntan aún que qué es el machismo y cuáles son los privilegios de los hombres. Por ejemplo, ver a muchos hombres vestidos en su desnudez, y a muchas mujeres desnudas de ropa y capacidad a pesar de sus trajes y acciones.

El playback de la ultraderecha

Lo que está sucediendo en la política es como una especie de onda sobre un estanque después de que haya caído la piedra de la ultraderecha en su “centro-derecha”, y se parece mucho a la “historia de playback” que cantaba Radio Futura. Como dice la canción, alguien mueve los labios mientras otros dictan en la sombra las palabras sobre Igualdad y las acciones para erradicar la violencia de género. Es lo que confirma el discurso de investidura de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Sorprende la facilidad con la que allí donde han pactado PP, Ciudadanos y Vox, se han admitido sus propuestas de ultraderecha en las cuestiones relacionadas con la Igualdad y la lucha contra la violencia que sufren las mujeres como consecuencia de la construcción cultural de los géneros, da lo mismo que hablemos de Andalucía, Murcia, Madrid o de donde sea. No hay que olvidar que para que un playback funcione hacen falta dos, quien pronuncia las palabras y quien mueve los labios, por lo tanto, la responsabilidad final es compartida, máxime cuando en esas tres comunidades se han producido homicidios por violencia de género desde que se han firmado esos pactos.

Lo que preocupa del discurso de Díaz Ayuso, además de ese playback pactado, es el gran desconocimiento que revela sobre la realidad, situación que siempre preocupa, pero mucho más en quien dirige una Comunidad como la de Madrid. No es admisible que diga que “los problemas de las mujeres en España son prácticamente iguales que los de los hombres: el empleo, la sanidad, el futuro…” No es así, puede consultar cualquiera de los estudios realizados, algunos de ellos en su propia Comunidad, donde se muestra que, aunque haya campos comunes para algunos de esos problemas, la dimensión de los mismos y las causas que dan lugar a ellos son completamente diferentes. Y mientras que los problemas de los hombres, centrándonos sólo en la cuestión económica, están relacionados fundamentalmente con las circunstancias actuales de la economía, los de las mujeres, además de verse afectados por dichas circunstancias, se deben fundamentalmente a los elementos estructurales de la desigualdad histórica, de ahí el mayor desempleo, la precariedad más alta, la menor representación en puestos de responsabilidad, la brecha salarial, la sobrecarga de trabajo dentro y fuera del hogar, la falta de reconocimiento, el menor tiempo libre diario… Por lo tanto, como dice la Presidenta Díaz Ayuso, hombres y mujeres pueden estar preocupados por el futuro, pero también debe decir que sólo las mujeres están lastradas por el pasado.

Cuando afirma, “yo lucharé contra el machismo y contra cualquier discriminación, pero no contra los hombres”, o lo de “enfrentar a hombres y mujeres es insensato”, reproduce con fidelidad uno de los argumentos típicos del machismo y la ultraderecha, que intenta confundir el hecho de que en violencia de género los autores son hombres con la idea de que todos los hombres son maltratadores. Es parte de la falacia non sequitur  que ya se utilizaba en la Antigua Grecia, y que tanto gusta al machismo (ya lo comentamos en “Machismo non sequitur” ). Sería como decir que como, por ejemplo,  en nuestro contexto los racistas que actúan contra personas negras o musulmanas son blancas, pues que todas las personas blancas son racistas; o que como todos los que votan al PP en las autonómicas están empadronados en la Comunidad de Madrid, todos los empadronados votan al PP. Y claramente no es así.

Cuando se actúa contra la desigualdad y contra la violencia de género nadie actúa contra los hombres, se actúa contra los hombres maltratadores y se critica a quienes desde su pasividad y silencio permiten que los que usan la violencia de género sigan haciéndolo al amparo de esa normalidad cómplice del machismo. Los hombres también queremos la Igualdad y la erradicación de la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones, por lo tanto, y de vuelta a otra de sus manifestaciones, es cierto que “todas las personas pueden ser víctimas de maltrato”,pero cada grupo lo es por diferentes motivos, con la idea de alcanzar distintos objetivos, y en unas circunstancias con elementos propios para cada uno de esos maltratos, aunque pueda haber algunos comunes. Mezclarlos todos por el resultado, como pretende la ultraderecha con el beneplácito de la derecha bajo el concepto de “violencia intrafamiliar”, lo único que hace es que se pierda eficacia en la prevención, detección, atención, protección y reparación, además de dificultar la investigación de cada uno de ellos. ¿Entiende ahora la Presidenta por qué el machismo no quiere que se hable específicamente de la violencia estructural que ha instaurado contra las mujeres, con el objeto de mantener la desigualdad y los privilegios que para los hombres se derivan de ella? Estoy seguro de que no se le ocurriría decir que “todas las personas pueden ser víctimas de accidentes”, y que por tanto no hay que diferenciar entre accidentes de tráfico, laborales, deportivos, de ocio o domésticos.

El PP y Ciudadanos han tenido mucha prisa en tocar poder y gobernar, pero deberían tener mucho cuidado con sus pactos con la ultraderecha y con las exigencias impuestas en ellos. El tiempo político pasa rápido y la sociedad no olvida aquellas cuestiones que afectan a lo más básico de la dignidad y la convivencia, menos aún cuando cada semana hay un asesino empeñado en recordar la realidad de la violencia de género en su máxima expresión.

El machismo ha impuesto el relato histórico que ha invisibilizado, normalizado y justificado la violencia contra las mujeres, no vamos a permitir que después de la conciencia crítica despertada por el feminismo, la reacción machista intente imponer que erradicar la violencia de género y la desigualdad es ir contra los hombres. Los hombres que respetamos los Derechos Humanos y que creemos en la democracia y en la convivencia pacífica y en Igualdad alzaremos nuestra voz y actuaremos contra quienes instrumentalizan a todos los hombres para imponer sus ideas, y con ellas perpetuar los privilegios del machismo a costa de los derechos de las mujeres.

Sería bueno que desde el PP y Ciudadanos tomaran conciencia de la realidad y dejaran de mover los labios en playback, mientras la ultraderecha dicta las palabras a la sombra de los pactos.

La familia es mía

Cuando alguien se sabe dueño de algo procura llevar cualquier debate, discusión o conflicto a ese terreno, para de ese modo utilizar todos los elementos de poder formales e informales a su favor. Es lo que hace el machismo y sus tres tenores de la política (da igual que canten o que muevan los labios en el playback pactado), cuando intentan derivar la violencia de género al contexto de la familia.

El debate sobre la paternidad y la violencia de género va mucho allá de las consecuencias que puede tener sobre los hijos e hijas. Lo realmente trascendente de él es la ocultación del significado de esa construcción de la intimidad como núcleo y pilar de la sociedad, tal y como lo comentamos en el anterior post (“Maltratador y padre”). Por eso, a diferencia de los argumentos que utilizan contra la violencia de género, no niegan la mayor sobre si un maltratador puede ser un buen padre, y tampoco acuden al mensaje de que la mayoría de las denuncias contra padres son falsas, ni que en comparación con el total de padres los que maltratan representan un porcentaje mínimo, o que se trata de padres con problemas con el alcohol o con algún trastorno psicológico… Cuando se habla de paternidad y violencia de género su respuesta es otra y su argumento es la familia.

El machismo quiere a la familia para sí, sabe que es el núcleo de su sociedad y donde la cultura no sólo incorpora pautas de comportamiento, sino que define la identidad y todo lo que ella conlleva en la construcción del género y sus roles para el ejercicio de las relaciones sociales. Por eso quiere la familia con sus tardes de cine, sus juegos, sus viajes, sus deberes, sus vacaciones… y su violencia.

La violencia estructural forma parte esencial a la hora definir la realidad, lo hace en el contexto social con la violencia de género frente a las mujeres, y contra cualquier expresión de la diversidad a través del odio; y lo hace también en el contexto de la familia para lograr distintos objetivos, pero, el más trascendente de todos ellos, sin duda, es el de mantener la desigualdad entre hombres mujeres como algo propio de su condición. De ahí que la violencia de género se desarrolle en gran medida dentro de las relaciones de pareja y familiares, y que incluso la “violencia doméstica” se ejerza fundamentalmente contra las mujeres, tal y como recoge un reciente informe del INE (28-5-19), que muestra que el porcentaje de víctimas mujeres es el 62’2%.

No hay que olvidar que primero fue el hombre y después la familia. Han sido los hombres y su cultura patriarcal los que han definido en cada momento histórico a la familia, y quienes la han adaptado a las necesidades de los hombres, siempre con el papel de la mujer como referencia esencial dentro de ella y, por tanto, con la necesidad de someterla a sus dictados y de controlarla en el desarrollo de la dinámica familiar. Y para ello es necesario el control social sobre la idea machista de lo que debe ser una “buena mujer, esposa, madre y ama de casa”, y el control directo de la violencia como realidad, amenaza o posibilidad. Estas dos referencias, la social y la familiar, actúan como elementos esenciales y enraizados en la propia “normalidad creada”, tanto que ni siquiera llega a ser rechazada, como manifiestan muchas víctimas al decir lo de “mi marido me pega lo normal”,o como expresan los entornos más cercanos ante algunos homicidios de mujeres al referir, “sabíamos que la maltrataba, pero no que la iba a matar”.

El padre capaz de utilizar la violencia contra la madre de sus hijos es un hombre que demuestra que no le importan nada sus hijos, como tampoco la madre de esos niños y niñas. Todo lo contrario, lo que revela es que el objetivo de su violencia incluye a los hijos como elemento de coacción y violencia contra la madre, y como reflejo del orden que quiere mantener e imponer, no sólo de puertas para dentro, sino también como miembros de una sociedad en los que la identidad y el comportamiento son consecuencia del mandato establecido a través de la educación y la transmisión de ideas, valores, principios…

La insistencia del machismo en defender que un maltratador puede ser un buen padre significa que, para ellos, un maltratador puede ser también un buen marido, un buen compañero o una buena pareja de la mujer maltratada. Aceptar la compatibilidad de la violencia de género con la paternidad es aceptarla en todo lo demás, de ahí su insistencia en querer dominar la familia y de hablar de “violencia intrafamiliar”.

Porque esa es la clave, reducir a la familia lo que es un problema social para interpretarlo con las claves de ese contexto particular, entre ellas ideas como que se trata de una “discusión de pareja”, que “en todas las familias hay conflictos”, que es un tema que “pertenece a la intimidad familiar”, que “los trapos sucios se lavan en casa”, que “bien está lo que bien acaba”… Y sobre todas esas referencias luego está la más relevante, la que sitúa al hombre como pater familias, ese “buen padre” al que se refiere el Derecho, encargado de decidir lo mejor para toda la familia, de manera que si él decide “violencia”, ¿quién es la sociedad para llevarle la contraria en “su familia”? Por eso también suelen culpar a la mujer de la violencia que sufre ella misma, y plantean la agresión como que la mujer ha hecho algo para que el marido “le haya tenido que pegar”. Es más, hasta la propia Ley de Enjuiciamiento Criminal con su artículo 416 permite una escapatoria para el marido y padre  que maltrata, a pesar de que la mujer lo haya denunciado previamente y se haya iniciado el proceso judicial.

De ahí el interés del machismo y la ultraderecha en defender ese modelo de familia, y que se hable de “violencia intrafamiliar”, porque con esa idea consiguen dos objetivos inmediatos y un tercero en forma de impedimento. Los objetivos inmediatos son:

  1. Negar la construcción cultural que normaliza, justifica e integra la violencia de género como una violencia diferente en sus objetivos y motivaciones al resto de las violencias interpersonales.
  2. Ocultar la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños al presentarla como “problemas o conflictos familiares”que pertenecen a la propia intimidad de la familia, y sobre los que no hay que entrar salvo que el resultado sea grave. Para eso está el “pater familias”decidiendo y controlando.

Y el objetivo que pretenden evitar es que se llegue a conocer la violencia a través de la palabra de los menores, de esos niños y niñas que viven en el hogar y que, como la madre, la sufren a diario. El machismo se había protegido de este tipo de situaciones quitando valor a la palabra de las mujeres y al presentarlas cargadas de maldad y perversidad a través de sus mitos, de ahí la falta de credibilidad que todavía hoy tienen muchas de sus denuncias. Pero no había pensado en la palabra de los menores, de los hijos e hijas que ven como su padre maltrata a la madre y a ellos mismos, por eso no quiere que se reconozca que los menores sufren las consecuencias de la violencia de género ni que formen parte de las medidas ni de la investigación, porque de repente, ese contexto protector para los maltratadores que es el hogar, ajeno a testigos e intrusos, se llena de personas que saben lo que pasa y lo sufren. Y esos niños, con todas las limitaciones procesales existentes, sí son creíbles cuando hablan de violencia.

La situación es tan delicada para el machismo que han tenido que inventar nuevos argumentos, como el llamado “Síndrome de Alienación Parental”, conocido como SAP, y toda una serie de derivadas (interferencias parentales, reprogramación afectiva…) bajo la idea de que es la madre la que le dice a la hija o al hijo lo que tiene que manifestar en el proceso judicial. De ese modo la sinceridad de los niños pasa a ser palabra de mujer, y como tal cuestionada. Además, la presentan como una palabra que surge de un doble acto de maldad por parte de las mujeres, el de su perversidad propia y el del interés en hacerle daño al padre para beneficiarse ellas.

El machismo quiere la familia para sí por ser el contexto y el argumento más útil para defenderse contra la violencia de género a través de la negación y de su control “intrafamiliar”. Lo sorprendente es que el modelo de familia defendido por el machismo y la ultraderecha, como insisten en sus propios planteamientos, entiende la violencia como algo propio de las relaciones familiares, una situación que, al margen de su manipulación para cuestionar la violencia de género, no se debe admitir ni permitir. La familia no es violencia, la familia es amor, paz y seguridad en el más amplio de los sentidos. Aceptar que hay una parte de violencia inevitable en la familia es darle carta de naturaleza para luego ocultarla. Ya se llamaba “violencia intrafamiliar” o “violencia doméstica” antes de la Ley Integral contra la Violencia de Género y no hicieron nada para erradicar ninguna de las violencias. Y ahora tampoco lo harán porque su modelo de familia contempla la violencia como una posibilidad.

Si hay violencia no es una familia, y si la violencia la ejerce el padre no lo hace desde la paternidad, sino desde el egoísmo y el poder que la cultura le ha otorgado.

 

Maltratador y padre

Un maltratador siempre es un mal padre… Nadie entendería que un vecino que maltrata al resto fuera un buen vecino, por muy bien que cuide la comunidad, ni que un profesor que golpea a sus alumnos pueda ser un buen maestro, aunque aprendieran mucho con él, sin embargo, como podemos ver a diario, sorprenden las numerosas voces que niegan la idea de que un maltratador pueda ser un mal padre,  al tiempo que separan el ejercicio de la paternidad del maltrato, como si este fuera algo diferente o se desarrollara en contextos distintos.

Lo relevante de estas posiciones no es que nieguen la mayor, como suelen hacer en su argumentación sobre la violencia de género cuando recurren a las “denuncias falsas” y afirman que el 80% lo son, sino que en este caso tratan de justificar la compatibilidad del maltrato con la buena paternidad.

Según estas posiciones machistas se puede ser un buen padre y maltratador, o lo que es lo mismo, se puede ser maltratador y al mismo tiempo ejercer una buena paternidad. Para entender esta asociación utilizan diferentes ideas y razones, veamos algunas:

  1. Levantan un muro entre la madre y los hijos e hijas, como si fueran parte de mundos diferentes, y buscan hacer creer que la violencia sólo se ejerce sobre la madre, cuando en realidad también la aplican sobre los hijos como parte de sus ideas a la hora de resolver los problemas. La Macroencuesta de 2011 revela que hay 840.000 niños y niñas que viven en hogares donde el padre maltrata a la madre, de los cuales 517.000 sufren agresiones directas. Es decir, del total de menores expuestos a la violencia de género el 61’5 % sufre además ataques directos.
  2. Quieren hacer entender que violencia es agresión y que agresión es conducta física, de manera que como los golpes se dan a la madre los menores, dicen, no se ven afectados por ellos. No quieren reconocer que la exposición a la violencia, vivir en ese ambiente terrorífico de los golpes, pero también de los gritos, las amenazas, los gestos, la violencia simbólica… puede dañar más que una agresión física en sí. Y ese ambiente aterrador es la clave para imponer el control dentro de la relación y familia, y el responsable en gran medida de que no puedan salir de la relación violenta por el miedo a las consecuencias tras la constatación de la realidad violenta del día a día. Muchas madres dicen sobre la violencia que viven lo de “aguanto por mis hijos”, y los menores también refieren su experiencia de forma gráfica, como una niña de unos 6-7 años que decía: “Cuando estoy en casa con mi madre soy muy feliz, pero  cuando llega mi padre es como si entrara una corriente de aire frío”.
  3. Intentan hacer creer que una madre maltratada, con todo el daño físico y todas las consecuencias psicológicas que origina la violencia, con el miedo que vive a que se produzcan nuevas agresiones, y el pánico a que cada una de esos ataques se traduzca en una agresión hacia sus hijos e hijas, es capaz de mantener una actitud completamente normal, como si no sufriera violencia, y que la dinámica familiar tampoco se ve afectada por dicho ambiente violento.
  4. Pretenden que no nos detengamos ante los objetivos que buscan los padres maltratadores, entre ellos que su mujer sea una“buena esposa, madre y ama de casa”,y, en consecuencia, que la violencia no parezca imponer y mantener un orden en el que los menores son parte esencial, tanto como plasmación de que el objetivo se consigue, como argumento para atacar a la madre o como amenaza de hacerlo. En estas situaciones utilizan la violencia como castigo por lo que han hecho mal o no han hecho bien, y como mensaje para que sepan qué es lo que no tienen que hacer.

Todo ello nos indica que para el machismo la paternidad en gran medida es un ejercicio de poder dirigido a mantener el orden familiar, que cada hombre impone a partir de la interpretación personal que hace de las referencias dadas por la cultura androcéntrica. Y como orden fundado en la sociedad, exige que las referencias impuestas sean útiles en una doble dimensión: por una lado, para la dinámica interna de la familia, y por otro, para el desarrollo de las relaciones de hombres y mujeres en sociedad, lo cual necesita que la educación incida en las conductas y en la identidad para que los hijos e hijas sean en el futuro buenos hombres y buenas mujeres. Si como consecuencia de la experiencia basada en la violencia y de exponer a sus hijos e hijas a ese ambiente, en el día de mañana esos “buenos hombres” son maltratadores y esas “buenas mujeres” son maltratadas, el problema se ve como algo menor, puesto que se entiende como algo puntual y que el orden logrado y las identidades adquiridas son valores superiores y positivos para la familia y la sociedad.

No es casualidad que uno de los argumentos más utilizados por el machismo a la hora de criticar la Igualdad y las medidas contra la violencia de género, sea el del “adoctrinamiento” y el de la “ideología de género”, revelando que en verdad su proceso es un “adoctrinamiento” desarrollado a partir de una “ideología machista”, que intenta ocultar la construcción cultural y social de los roles y funciones, a partir de lo que desde ella se entiende que es un hombre y una mujer.

El peso de esa construcción de la sociedad y la familia bajo la mirada y la conducta vigilante del machismo es tal, que se habla de ella y de la propia violencia de género como “normalidad” y desde una posición neutral. Y no hay normalidad en la violencia como tampoco neutralidad en la construcción que da lugar a ella. Educar en la desigualdad no es el modelo de referencia ni el punto de partida para convivir en sociedad, sino el objetivo alcanzado a lo largo de siglos de machismo para mantener una posición de poder, y con ella los privilegios masculinos. Unos privilegios que, entre otros beneficios, hacen que  a pesar de los datos y las estadísticas sobre violencia de género, se dude y se cuestione más a la mujer que denuncia que al hombre que agrede, y que, por ejemplo, pueda haber una orden de alejamiento de la madre al tiempo que un régimen de visitas con el padre, porque todavía se entiende que “un maltratador puede ser un buen padre”.

Todo forma parte de la construcción social del machismo, pero si hemos llegado a cuestionar y rechazar argumentos de base cultural, como el que decía que “la letra con sangre entra”, deberíamos comprender y rechazar aún con más intensidad los mitos del amor romántico que hacen compatible amor y violenciaDonde hay violencia no hay amor, y si una paternidad se ejerce con violencia contra la madre o los hijos, no es paternidad.