Plácido domingo

Hoy es un plácido domingo, ha amanecido despacio, como si el sol se hubiera visto envuelto por la pereza festiva y la mañana despertara tranquila, consciente de que tiene todo el día por delante.

La ciudad también amanece con la placidez que da ser dueña, aunque sea por unas horas, del tiempo que el resto de los días le quitan. Hay campanas en el aire, olor a churros por las aceras, y calles solitarias llenas de tranquilidad sin horario ni destino.

Sin embargo, en muchos hogares, a pesar de las ventanas abiertas, la luz no termina de entrar en el silencio artificial del domingo, ni logra hacer pasar dentro la placidez que habita en el exterior.

Las explicaciones que Plácido Domingo dio en su comunicado tras las denuncias de abuso sexual, fueron muy significativas e ilustrativas de lo que es la normalidad construida por el machismo y su cultura. Dijo, “reconozco que las normas y estándares por los que se nos mide hoy son muy diferentes de lo que eran en el pasado…”

Curiosamente, lo que nos dice es que aquello que los hombres y sus normas y estándares consideran normal, es lo que se traslada como normal a toda la sociedad; mientras que las mujeres que viven las conductas de los hombres como violencia, no sólo no pueden trasladar ese significado a la sociedad, sino que, incluso, tienen que callarlo para evitar que junto a la violencia de la agresión sufran la violencia de la discriminación y el rechazo social, como hoy mismo, más de 20 años después, intentan hacer con las mujeres que han denunciado.

El argumento que da hoy Plácido Domingo podría ser utilizado para las conductas que eran cuestionadas cuando él se comportaba de forma “normal”. De manera que un hombre que en 1990 hubiera sido denunciado por violencia contra una mujer realizada 20 años antes, podría haber dicho entonces que los estándares de los 90 no eran los mismos que los de los 70. Justo igual que hace él hoy para las conductas “normalizadas” 20 años atrás.

Al final la situación resulta muy gráfica. La violencia contra las mujeres siempre está presente y lo que cambia no es su realidad, sino el umbral sobre el que se establece la crítica y la reprobación, pero sin que ello sea suficiente para que se acompañe de una respuesta legal, puesto que la ley no cambia, sólo lo hace la percepción de los hechos para integrarlos como consecuencia de las circunstancias, no para cuestionarlos como parte de una cultura que normaliza el abuso, y mucho menos para sancionarlos con una ley que debe ser modificada para poder hacerlo.

Pero si ya es triste la situación, aún resulta más terrible lo que revela de la posición de los hombres, no sólo por asumir que desde su status de poder pueden llevar a cabo conductas violentas sobre las mujeres al amparo de la normalidad, sino por la desconsideración y la falta de la más mínima empatía con las mujeres a las que ocasionan un grave daño con su violencia. Para ellos las mujeres quedan al margen, les da igual el daño que sufran como consecuencia de sus conductas, no es su problema. Ellos sólo se preocupan de cubrir sus deseos y de que las normas y estándares los cubran a ellos.

¿Se han preguntado alguna vez si las normas y los estándares eran suficientes para admitir en su día el derecho de pernada, los matrimonios de conveniencia, el débito conyugal, el acoso callejero…?

El cambio y la transformación de esa normalidad machista es la que están consiguiendo las mujeres y el feminismo, por eso no es casualidad que la crítica del machismo y de los sectores más conservadores de la sociedad se dirijan contra ellas y contra el feminismo. Si nada cambia todo sigue igual, y si no hay quien haga cambiar la desigualdad esta continuará lo mismo bajo “nuevas normas y estándares”.

Hoy es un plácido domingo, sí, pero no en todos los hogares. En muchos de ellos hay mujeres sufren la violencia que los hombres ejercen desde su placidez, para así llenar las semanas de tranquilos martes, miércoles y lunes, de apacibles viernes, jueves y sábados, y de plácidos domingos.

“15 años…”

Uno de los jugadores de la Arandina ha sido muy claro en la interpretación de lo ocurrido, cuando tras conocer la sentencia ha manifestado, “esto hace 15 años estoy en mi casa echando un parchís”, justo la misma idea que expresó Plácido Domingo en su comunicado al hacer referencia a que las normas y los estándares cambian. Para ambos esa falta de uniformidad no puede ser utilizada para cuestionar nada ni para condenar a nadie.

Una de las claves del machismo y de su visión conservadora de la realidad es hacer creer que el futuro sólo es definido por el paso del tiempo para que nada cambie con el transcurso de los días, y que los retoques necesarios para la adaptación puedan integrarse poco a poco en una sociedad que avanza al ritmo del letargo. No importa que la parafernalia de la tecnología y los colores de la superficialidad cambien con las temporadas y las circunstancias, lo importante es que la esencia de los valores, las ideas, las creencias, y todos los mitos y estereotipos que surgen de ellos permanezcan como faro que guíe esa deriva social para que no deje de girar alrededor del punto de partida.

Y en ese momento sempiterno del machismo, el sentido dado a la identidad de las mujeres se ha construido a partir de su vinculación a los hombres, bien como “mujeres de…” o como “mujeres para…”. Un planteamiento que limita su autonomía esencial y, sobre todo, su libertad social, al tiempo que impone una especie de control sobre ellas para evitar daños mayores, hasta tal punto que el propio Código Civil anterior a la democracia les exigía el permiso del marido para trabajar o viajar al extranjero.

El control de las mujeres se justifica desde la doble referencia que lleva a entender que “no son capaces”, y que sin él actuarían en contra de los hombres debido a la carga de perversidad que, según la receta del machismo, contiene su identidad.

Sobre esta idea, las mujeres pueden hacer el mal por acción o por omisión a través de un sí o de un no, una situación que lleva a los hombres a tener que interpretar el verdadero significado de sus palabras, de su actitud y de sus decisiones para así poner orden. De ese modo, cuando un hombre interpreta que “un sí es un no”, por ejemplo, cuando la mujer decide dejar la relación y él considera que “en verdad” no quiere hacerlo, si ella continúa empeñada en su “error”, el hombre se ve obligado a corregirla y castigarla. Cuando nos encontramos en la situación contraria y concluye que “un no es un sí”, entonces actúa en consecuencia hasta el final, y si la mujer dice que no quiere mantener relaciones sexuales y él interpreta que sí quiere, prevalece la verdad de su conclusión y lo que él impone y, por tanto, las relaciones deben mantenerse sin ninguna consecuencia para él, aunque ella se resista o se vea intimidada.

Y todo ello viene sellado por la costumbre con sus normas y estándares para que el tiempo pase sin que nada más pase, y todo continúe igual. No hay futuro, todo es una prolongación del presente, una especie de pasado continuo.

Pero la sociedad está cambiando, y cambia porque las mujeres cambian, no porque los hombres lo hagan de la misma forma, ni porque las referencias sociales que llevan a la justificación y normalización de determinadas conductas violentas lo hayan hecho. Los hombres siguen siendo los dueños del significado de la realidad, y cuando los hechos les llevan la contraria recurren al argumento del tiempo para decir, como hemos visto, “esto hace 15 años no era nada”, o sea, es “normal”.

Por eso no es de extrañar que el machismo y su ultraderecha reivindiquen ese tiempo cómplice, lleno de días cómplices y de sombras de complicidad. No piden que cambien las cosas para solucionar los problemas, sino que no cambien para que no sean problemas y no haya nada que solucionar.

Los ejemplos son cercanos, a la violencia de género quieren llamarla “violencia intrafamiliar”, que es como se ha llamado siempre para ocultar la violencia específica que sufren las mujeres. Las diferentes identidades y orientaciones que forman parte de la diversidad de una sociedad plural, quieren devolverlas a las consultas médicas y psicológicas para que su normalidad no se vea cuestionada. La educación en Igualdad pretenden convertirla en “educación para la desigualdad” por medio de la segregación de niños y niñas en aulas separadas… Y así con todo.

En definitiva, quieren que regrese el bucle del tiempo que hace que cada día amanezca justo por donde se quedó el anterior, y así negar el futuro. Porque el futuro es transformación, no sólo el paso del tiempo. Si nada cambia excepto el tiempo, todo sigue igual. El futuro no está en un momento posterior, sino en una realidad diferente, y a ese futuro, cuando se parte de la desigualdad, sólo se puede llegar de la mano de la Igualdad, por eso la rechazan.

Hace 15 años muchas cosas no eran nada porque las mujeres no tenían voz ni experiencia reconocida, pero hoy la tienen porque la han conquistado, y con ella gritan la Igualdad que critica al machismo y sus violencias. Por eso no debemos esperar. En desigualdad el tiempo no pasa en días, sino en vidas, en las vidas de mujeres que son destruidas, limitadas o arrebatadas por hombres que llevan a la práctica lo que la cultura machista les hace creer y querer.

El problema no está en los años que pasan, sino en el machismo que permanece.

 

“Descabronizar” el planeta

El mayor cambio que se vive hoy en al ambiente es el de la Igualdad, tanto que los pilares sobre los que se levanta la estructura de nuestra sociedad se están derritiendo. Y como sucede con el cambio climático, hay quien lo niega para no enfrentarse a la verdad incómoda que amenaza su poder y privilegios.

El ejemplo lo tenemos cerca, en la Cumbre del Clima celebrada estos días en Madrid, una de las propuestas más destacadas es la de “descarbonizar” el planeta para disminuir las emisiones de carbono, especialmente en forma de dióxido de carbono. Un concepto novedoso, ese de “descarbonizar”, cuya validez ha sido aceptada por la Fundéu al ser construido a partir de la palabra “carbono”.

El machismo por su parte ha intoxicado la convivencia social y democrática con la emisión de sus malos humos y sus gajes tóxicos a lo largo de toda la historia, tanto que ha contaminado el aire que respiramos y ha impregnado con el hollín de su ceniza las miradas e identidades, para establecer con sus emisiones una especie de clima regulado por el termostato de sus intereses.

Ante esta situación el razonamiento es sencillo, si “descarbonizar” es reducir las emisiones de carbono, y “cabrón”, tal y como recoge la primera acepción del Diccionario de la RAE, es quien “hace malas pasadas o resulta molesto, “descabronizar” es reducir la realización y emisión al ambiente de esas malas conductas y molestias que, incluso, llegan hasta la violencia. Un comportamiento característico del machismo para lograr imponer la desigualdad con la que defender sus privilegios, y para someter a las mujeres a los espacios y funciones que la cultura machista ha decidido.

El machismo es tóxico, y el ambiente milenario de “encabronamiento” que genera es el responsable de las olas de acaloramiento público y privado, de las inundaciones de la intimidad, y de las DANAS (“Depresiones Afectivas en los Niveles del Amor”) cíclicas que aparecen de manera sorpresiva con todo su daño y destrucción.  Por lo tanto, la solución a esos problemas sociales pasa por actuar sobre ese ambiente tóxico, no sólo sobre el resultado de sus catástrofes.

El problema es más serio de lo que parece, por eso quienes “emiten” la violencia machista buscan negarla, si no fuera tan grave no se molestarían en intentarlo. La OMS (2013) recoge que el 30’1% de las mujeres del planeta sufrirán en algún momento de sus vidas violencia por parte de sus parejas o exparejas, y Naciones Unidas (2015) indica que entre 40.000 y 45.000 mujeres son asesinadas en el planeta cada año en el contexto de las relaciones de pareja y familia. Por su parte, la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA, 2014) concluye en su informe que el 20% de las mujeres de la UE han sufrido violencia física en las relaciones de pareja, el 43% violencia psicológica, el 6% violencia sexual y el 55% acoso sexual. Y si nos acercamos a nuestras costas, las Macroencuestas (2011, 2015) y los datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género nos indican que cada año unas 600.000 mujeres son maltratadas y unas 60 asesinadas. Y a pesar de esta objetividad en el resultado y de vivir la experiencia de cada día que conduce al mismo, el “encabronamiento” machista lo ignora y lo intenta negar.

Por ello necesitamos el aire fresco de la Igualdad con un doble objetivo. Por un lado, descontaminar y limpiar la atmósfera de la cultura de todos los gases tóxicos emanados de las ideas, valores, creencias, mitos… machistas. Y por otro, abrir la ventana del conocimiento para que entre el oxígeno de la Igualdad y haga respirable el ambiente. Sólo así podrán desaparecer los efectos tóxicos que ocasionan esa mirada borrosa que difumina la realidad, las alucinaciones del machismo, y los delirios de grandeza que muchos toman como verdad.

No es sencillo, son muchos los hombres que viven de esos malos humos, y algunos son verdaderos adictos al machismo, como los hay a las emisiones de dióxido de carbono, en una dependencia que no es física ni psicológica, sino social. Es la dependencia al poder y a los privilegios, y se ve reforzada bajo la conciencia de que cuanto más injusta son las decisiones, más poder se tiene. Y aunque el resultado sea dañino, hay quien prefiere morir de éxito en una sociedad injusta que vivir feliz y en paz en Igualdad.

La sociedad ya ha cambiado y su avance es imparable, pero las reacciones de quienes viven bajo el poder de sus emisiones también está presente para intentar asfixiar al planeta y a la Igualdad. No es casualidad esta reacción, ni tampoco que sólo sea el feminismo quien tenga una respuesta global a toda la construcción tóxica y violenta del machismo para “descabronizar” el planeta por tierra, mar y aire. El machismo es cultura, no conducta, y el feminismo busca una nueva cultura levantada sobre la Igualdad, no corregir algunos de los resultados y consecuencias.

Porque el feminismo es “cultura de Igualdad”.