Tatuajes, mitos y estereotipos

Una joven de 16 años, Danna Reyes, ha sido asesinada en Mexicali (Baja California), y el fiscal del caso comenta a modo de justificación que “traía tatuajes por todos lados”, como si los tatuajes y su número supusieran una especie de escala para explicar la violencia contra las mujeres. Lo mismo hasta piensa que un tatuaje es razón para acosar, entre 2 y 5 para abusar, entre 6 y 10 para maltratar… y así hasta justificar el homicidio con su “tenía tatuajes por todos lados”.

Lo que aún sorprende de la mirada del machismo es que sea capaz de ver los tatuajes sobre el cuerpo de una mujer, pero no vea a ese cuerpo sobre el fondo de una sociedad que lo cosifica, lo interpreta, y lo pone a disposición de los hombres y sus mandatos, tanto en la vida pública como en la privada.

El machismo viene a actuar como una especie de “guardián de la moral” para que las mujeres no se salgan del guion escrito por los hombres, bien sea en el lenguaje de la ropa, en el de la conducta, en el de las palabras, o en la forma de maquillar, complementar o reescribir su cuerpo… En definitiva, para que se ajusten al guion de la libertad limitada que ellos imponen. Es el mismo argumento que utilizan sistemáticamente para justificar la violencia sexual; cuando no es la ropa es la hora, cuando no el lugar es el alcohol ingerido o la compañía que llevaban… siempre hay alguna razón para culpabilizar a la mujer que sufre la violencia y liberar al hombre que la ejerce.

Ahora han sido los tatuajes, es decir, la “marca que deja el grabado sobre la piel humana a través de la introducción de materias colorantes bajo la epidermis”, tal y como recoge la primera acepción del Diccionario de la Lengua Española, pero también indica en su segunda acepción que un tatuaje es “marcar, dejar huella en alguien o en algo”. Por eso llama la atención que el fiscal del caso, y la sociedad en general, sean capaces de ver los tatuajes en el cuerpo de las mujeres como razón para juzgarlas hasta el punto de justificar la violencia que las asesina y viola, y, en cambio, no sean capaces de ver la “marca” que deja el machismo en la mente y en la mirada de quienes justifican esa violencia contra las mujeres, sin que utilicen esos mismos argumentos sobre los tatuajes que llevan los hombres para justificar lo que les pasa, ni tampoco sus ropas, ni su peinado, ni el tipo de afeitado, como tampoco dicen nada de la hora o el lugar donde son abordados.

Entre mitos y estereotipos anda el juego, esa es la trampa que hace que siempre gane la banca del machismo. Y están grabados en la mente de quienes forman parte de la cultura para que la inmensa mayoría de los homicidios, agresiones y violaciones por violencia de género queden impunes.

El estereotipo, al asociar determinadas características a las personas y circunstancias, evita que se produzca el conflicto social, pues circunscribe lo ocurrido al contexto definido por los elementos estereotipados. Así, por ejemplo, cuando se produce la violencia de género y su resultado no es especialmente intenso, se recurre a los argumentos que hablan de que son cosas propias de las parejas, que los “trapos sucios se lavan en casa”, que “se le ha ido la mano”, que “quien bien te quiere te hará llorar”… de manera que se ve como algo privado que ha de resolverse en el seno de la relación, no en las instituciones que forman parte de la sociedad. Y cuando la violencia es lo suficientemente intensa como para traspasar los límites establecidos por los estereotipos, se recurre al mito para justificar socialmente algo que, en principio, no es aceptable, como ocurre con la violencia de género de intensidad grave, pues como afirmó Claude Levi-Strauss, el objeto del mito es proporcionar un modelo lógico para resolver una contradicción. De ese modo, el mito viene a resolver el conflicto social que supone encontrarse con una violencia contra las mujeres cuando, en teoría, no debería de producirse, de manera que se recurre a la idea de que esta violencia se debe al alcohol, las drogas o a los problemas mentales de “algunos hombres”, o incluso a la actitud, ropa, tatuajes… de las mujeres, y se evita tener que enfrentarse a la realidad social de la violencia de género en todas sus formas.

Al final, lo que el estereotipo no lograr retener dentro de determinados contextos es resuelto por el mito como algo puntual, excepcional o patológico, de forma que todo sigue bajo las mismas referencias generales.

El problema es que mientras que el tatuaje corporal se puede quitar de forma relativamente rápida con láser, el mental es más difícil de remover y sólo se puede hacer con educación, información y crítica. Esta es la única manera de limpiar y liberar la conciencia de los barrotes grabados por el machismo, y hacer que los ojos, además de mirar, vean la realidad.

Pero el machismo no quiere que se liberen las miradas que ven tatuajes en los cuerpos de las mujeres para justificar la violencia que sufren, porque hacerlo supondría que vieran también los privilegios en las vidas de los hombres que habitan su cultura patriarcal. Por eso el machismo está empeñado en recuperar el terreno perdido y presentar la Igualdad como un ataque, la libertad de las mujeres como una amenaza, y la educación en Igualdad como adoctrinamiento.

El machismo impone la moral y los machistas son sus guardianes. No lo olvidemos.

Cayetana y la “batalla cultural”

Cayetana Álvarez de Toledo no se ha ido, quien se ha movido del lugar político ocupado hasta el momento ha sido Pablo Casado. Pero sólo es un viaje temporal, una especie de escala técnica como la del rey “emirato”, perdón, emérito, porque el equipaje del PP es el mismo con el que llegó al lugar de donde hoy se exilia a Cayetana Álvarez de Toledo, y que ahora, al abrir las maletas con sus declaraciones ha mostrado que es el de la “batalla cultural”.

Y no ha dudado en presentar al “feminismo radical” como razón para librar esa “batalla cultural” en defensa de la libertad y de la “igualdad ante la ley”, lo cual resulta muy gráfico. Desde las posiciones conservadoras nunca se matiza la idea de libertad, y cuando se habla de ella no se dice la “libertad de elección de las personas”, tampoco se acota la dignidad diciendo “la dignidad de trato de la gente”, ni se hace con ningún otro Derecho Humano. En cambio, esa limitación no falta al referirse a la Igualdad, y como ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo en varias ocasiones, no se habla de Igualdad, sino que se matiza y acota para hablar de la “Igualdad de los españoles ante la ley”.

¿Y antes de la ley, no debe haber Igualdad como valor y como ideal? ¿Qué ocurre bajo la referencia de esa cultura machista por la que dice que hay que dar la batalla cuando se llega ante “su ley”, es igual el valor de la palabra de un hombre que niega haber ejercido violencia de género que la de una mujer que denuncia haberla sufrido? ¿Tiene sentido que la respuesta de la ley ante la violencia de género, por un motivo u otro, sólo condene al 5% de todos los maltratadores? ¿Cómo responde la ley ante situaciones estructurales de injusticia social motivadas por la cultura machista que aún no cuentan con una norma ante la que acudir, como ocurre con la brecha salarial, con la cosificación de las mujeres, con la carga de trabajo en los cuidados y en lo doméstico…?

El feminismo puso en la agenda política la lucha por la Igualdad sin matices, y lo hizo a través de la reivindicación de derechos esenciales para las mujeres, tanto los que hacían referencia a la vida social como a su participación política. Posteriormente continuó con el cuestionamiento a la distribución de los tiempos y los espacios, para llegar después a la crítica del propio concepto de identidad establecido sobre las ideas tradicionales que definían lo que era “ser hombre” y “ser mujer”, y lo que a partir de esa conceptualización les corresponde a unos y a otras en cuanto a roles y funciones.

En este escenario, la resistencia de las fuerzas conservadoras no es tanto al desempeño de determinadas funciones por parte de las mujeres, como a aceptar que la condición de hombre y de mujer definidas por el machismo no lleva asociada lo que la cultura ha asignado a cada una de ellas, y, por tanto, asumir que la libertad lleva aparejada la igualdad de derechos y deberes, así como de funciones y oportunidades.

Al machismo y a los grupos conservadores no les ha importado en exceso que las mujeres realicen funciones históricamente asignadas a los hombres, para ellos era una especie de concesión que venía a demostrar la bondad y grandeza de los hombres, y la inexistencia de techos y paredes de cristal. Por eso han seguido una estrategia de flexibilización progresiva que les ha permitido mantener la esencia de sus valores, ideas y creencias cambiando sólo el escenario. Una situación que se corresponde con su estrategia clásica de “cambiar para seguir igual”, basada en la incorporación de cambios adaptativos a las nuevas circunstancias, no en la adopción de cambios transformadores para romper con las referencias tradicionales.

Las palabras en la despedida de Cayetana han revelado que el objeto de las fuerzas conservadoras y ultraconservadoras es dar la “batalla cultural” para defender la moral y proteger las identidades tradicionales de los “ataques” del feminismo y de las fuerzas de izquierda. Una estrategia que revela de forma clara sus ideas y el problema que para ellos supone reconocer la pluralidad y diversidad de la sociedad. El resultado es su justificación para utilizar los instrumentos clásicos del poder con el objeto de mantener su modelo, entre ellos la educación, la comunicación, la economía, las normas, el miedo…

Algunas de las claves que da Cayetana Álvarez de Toledo sobre su “batalla cultural” quedan recogidas en los siguientes puntos:

  • La moral de la sociedad es su moral conservadora, la cual se presenta asentada sobre la imposición histórica de sus valores y la negación de cualquier otra alternativa.
  • Las identidades de hombres y mujeres vienen definidas por la cultura patriarcal, la cual impone desde lo más abstracto de los valores y creencias, hasta lo más concreto de las funciones y tiempos a ocupar.
  • El elemento que define lo común es el territorio, equiparando territorialidad con identidad, algo defendido también por otras posiciones de la sociedad y la política construidas sobre los mismos parámetros androcéntricos.
  • Sobre ese marco se establece el reconocimiento social e individual y, por tanto, la aceptación e integración de quienes se ajustan a esas referencias, o el rechazo y crítica de quien no lo haga.
  • Se produce así una conjunción armónica entre lo individual (identidad), lo moral (valores), y lo territorial (España), que se presenta respaldado por el tiempo (historia), para que sea entendido como “orden” y “normalidad”.
  • A partir de esa construcción interesada, puesto que se hace sobre sus valores, ideas y creencias, todo lo que no encaja en el modelo se considera “extraño”, “extranjero”, “impropio”… y se presenta como un ataque o una agresión a todo el sistema, no sólo al elemento puntual afectado. Así, por ejemplo, las medidas contra la violencia de género se consideran contra todos los hombres, los matrimonios entre personas del mismo sexo contra la familia, el aborto contra la vida, la educación en Igualdad contra la cultura…

Y todo ese equipaje no se va con Cayetana, sino que permanece en las maletas de la política conservadora porque forma parte de su esencia, de su fondo de armario; aunque luego tengan que hacer concesiones para evitar el conflicto social que pueda cuestionar o debilitar su poder.

Cayetana Álvarez de Toledo sabe, al igual que los responsables conservadores, que lo que hoy está en cuestión no es la fragmentación de los elementos y sus diferentes consecuencias, sino la cultura patriarcal, androcéntrica y machista que da lugar a todas esas manifestaciones, y a esa forma de hacer valer su moral como “la moral”, y su concepto de identidad como “la identidad válida para toda la sociedad”. La lucha por la “batalla cultural” se está librando porque desde esas posiciones conservadoras se acota y se ponen límites a la Igualdad, y sin Igualdad no puede haber Democracia ni respeto a los Derechos Humanos.

El feminismo va a continuar el trabajo que viene haciendo desde hace siglos, no sólo para conseguir una “Igualdad distributiva”, sino para lograr una cultura asentada sobre la Igualdad y el resto de los Derechos Humanos, no sobre declaraciones amputadas de los mismos.

Por eso están molestos en el partido conservador, porque Cayetana con sus críticas al cese ha revelado la estrategia que van a desarrollar desde la sombra, la cual tiene como objetivos la cultura, la moral y la identidad. ¿O es que alguien cree que van a renunciar a esos elementos?

 

La inviolabilidad de los hombres

En estos días que tanto se habla de “inviolabilidad” conviene hacer una reflexión más amplia sobre su concepto y aplicación práctica.

La idea que otorga al hombre ser el “rey de la creación” no es una metáfora, sino una referencia literal a la realidad de los hombres en su día a día. Se podría haber buscado otra figura, como que el hombre es “la cúspide de la creación”, o “la perfección de la creación” o, por ejemplo, “el ser más completo de la creación”; pero no, han elegido la idea de que “el hombre es el rey de la creación”, y no lo han hecho por un exceso de imaginación, sino bajo la incapacidad de trascender de lo inmediato.

Veamos las razones.

El concepto de “rey” que utilizan en su referencia a la creación se construye sobre una serie de elementos que, a su vez, forman parte de la idea de ser hombre, por lo que la relación entre los dos conceptos forma parte de la esencia de ambos, no de las circunstancias que puedan compartir. Veremos los principales elementos que definen esa idea del hombre como rey, y de rey como hombre. Concretamente, son cinco:

  1. En ambos casos, se trata de un concepto construido sobre la referencia biológica. El rey los es por pertenecer a una determinada familia y línea de sangre, y el hombre simplemente por ser parte de la “familia” de los hombres. Este elemento hace que su valor, el del rey y el del hombre, esté en su condición, no en su capacidad, preparación o formación, que puede ser mejor o peor, pero es algo anecdótico y secundario, porque el hecho de ser rey y el hecho de ser hombre los legitima para asumir los roles, funciones y responsabilidades diseñadas para ellos.
  2. Al tratarse de una construcción sobre la referencia biológica, su condición es heredable a su descendencia biológica y social, puesto que su herencia no sólo es sobre la biología, sino que también incluye a la sociedad que ha creado a través de su obra y su cultura androcéntrica.
  3. Ser rey no es sólo estar en lo más alto de la cúspide, sino tener poder sobre todo lo que forma parte de su reino, de ahí que el hombre-rey disponga de la naturaleza y el planeta en su propio beneficio, como si le pertenecieran sólo a él y a su modelo de sociedad dirigido a la acumulación de poder.
  4. La consecuencia inmediata de esta posición de poder es la existencia de súbditos, es decir, de personas que por su naturaleza y condición quedan relegadas a posiciones inferiores con el objeto de satisfacer las exigencias y demandas del rey, que tiene al resto de la población en esa posición de inferioridad; y del hombre, que tiene a las mujeres como súbditas particulares de su reino social, tanto en lo privado como en lo público.
  5. Y para que el modelo sea estable y sostenible, y no se vea debilitado por la propia dinámica interna y los acontecimientos que se producen como consecuencia de la misma, cuenta con una serie de prerrogativas que van desde la definición de la normalidad, sea nueva, renovada, tradicional o histórica, y todos los silencios y sombras que extiende sobre la realidad, hasta la inviolabilidad práctica del rey-hombre y del hombre-rey. Así, por ejemplo, en la violencia que nace de los elementos de su reinado que determinan la desigualdad para dominar a sus súbditas-mujeres, si ponemos en relación el número de casos de violencia de género que existen, unos 600.000 según la Macroencuesta de 2011, con los casos denunciados y los casos condenados, según los estudios del CGPJ, el número total de condenas respecto al total de casos representa el 5%, lo cual se traduce en una inviolabilidad práctica de los hombres en el ejercicio de sus funciones como tales hombres, según define el marco cultural de su reino androcéntrico.

El problema del machismo no son sus excesos ni sus errores, sino la injusticia esencial que lo define. Una injusticia que parte de la idea de que es la condición de las personas la que define su posición en la sociedad, las funciones que deben desarrollar, y la manera de relacionarse entre sí. Cuanto más elementos se añadan a la condición esencial de “ser hombre” o “ser mujer”, más se asciende en las jerarquías definidas por la propia cultura machista, y más elementos de la cultura se encargan de proteger la posición y las funciones desarrolladas desde ellas. De ese modo, bajo la referencia social y de reconocimiento, un hombre es más que una mujer, un hombre blanco más que un hombre de otro grupo étnico, un hombre heterosexual más que un hombre homosexual o trans, un hombre nacional más que un hombre extranjero… y lo mismo ocurre con las mujeres en sentido contrario. Conforme la combinación de elementos se produce en una misma persona, esa interseccionalidad la asciende o desciende hasta posiciones más altas o más bajas.

Por eso un hombre blanco, heterosexual, nacional, rico… contará para defender lo que haga con una serie de elementos informales, entre ellos la reputación, el reconocimiento, el honor, la credibilidad, las influencias… y con elementos formales, como la mayor capacidad de usar los instrumentos del sistema, desde los elementos jurídicos hasta figuras especialmente definidas para ser aplicadas en determinados espacios, como la inviolabilidad o la inmunidad.

Quien entiende que esos instrumentos formales forman parte de su condición y los hace suyos, no  elementos destinados a evitar que las funciones a desarrollar desde lo común y para la sociedad se vean dificultadas de manera inadecuada, tiende al abuso; porque no sólo se siente superior, sino que se sabe por encima del bien y del mal por los privilegios otorgados a su condición.