Trump y la “brecha de los hombres blancos”

La casualidad tiene más de argumento que de razón, por eso los mismos que hablan de la Igualdad como un riesgo y de las mujeres como una amenaza, son los que defienden el modelo de sociedad que otorga privilegios a los hombres a costa de quitarle derechos a las mujeres, y luego lo presentan como si se tratara del “orden natural”.

Y no sólo lo hacen con las palabras en las tertulias y redes sociales, sino que también lo llevan a cabo con hechos ante cualquier situación que permita reforzar el modelo, como ocurre a la hora de votar a aquellos hombres que prometen mantener su fortaleza y la bandera de la masculinidad en todo lo alto.

En un artículo de Michael Sokolove (The New York Times, 23-10-20), explica que la mayoría de los votantes de Donald Trump son “hombres blancos”, aunque, tal y como veremos,  hay que añadir otros adjetivos para definirlos mejor, como, por ejemplo, el de “heterosexual”, una referencia que les encanta utilizar para enfatizar que la esencia de su masculinidad está en la virilidad tradicional.

El análisis sobre las encuestas indica que el 48% de los hombres volverían a votar a Trump, mientras que sólo lo haría el 35% de las mujeres. Y si se analiza el indicador sobre la raza, resulta que el 53% de los hombres blancos votaría a Trump y el 41% a Joe Biden, una diferencia de 12 puntos. Por su parte, el apoyo de los hombres negros al actual presidente es del 11% y el de los hispanos el 35%, mientras que el apoyo de las mujeres de cualquier grupo (negras, hispanas y blancas) es mucho más bajo (6%, 23% y 35%, respectivamente).

Las marcadas diferencias entre hombres y mujeres se producen incluso en las familias y en los mismos espacios de convivencia, lo cual refleja la profundidad de ese posicionamiento y el tipo de elementos sobre los que está construido. Y lo que en cierto modo sorprende, es que dichas diferencias no se deben a una distorsión de los acontecimientos, sino a las distintas prioridades y valor que hombres y mujeres dan a los problemas sociales y a las iniciativas para abordarlos.

El artículo describe que tanto hombres como mujeres reconocen los mismos problemas, sin embargo, la trascendencia que unos y otras dan a esos hechos para definir qué es “lo que en verdad importa” y su actitud ante esa conclusión, es completamente distinta.

Y ese diferente posicionamiento entre las mujeres y los hombres no es algo anecdótico ni menor, como hemos comentado en más de una ocasión a partir de lo que reflejan los estudios del CIS. Las diferencias son esenciales, y mientras las mujeres buscan a través la política el bienestar del país, y utilizan su voto pensando en el beneficio para la nación y su comunidad; los hombres, en cambio, tienen una visión más individualista y buscan al votar un interés más particular, tal y como destaca Michael Skolove tras el análisis de los estudios sobre el tema.

Esta situación es la que lo lleva a concluir que no se debe hablar de “brecha de género” al referirnos al voto en las elecciones americanas, como si se tratara de algo abstracto y general, sino que hay que denominarla “brecha de hombres blancos”, pues son ellos los que la generan.

Dos días después, el mismo medio publicó otro artículo, en este caso de Charles M. Blow, titulado “El ejército de hombres blancos cabreados de Trump” (The New York Times, 25-10-20), en el que escribe, “el patriarcado blanco, racista, sexista, xenófobo y todos aquellos que se benefician o aspiran a él están en una batalla contra el resto de nosotros, no sólo por el presente, sino por el futuro del mismo”.

Esa es la clave de lo que sucede con las posiciones conservadoras impregnadas en su esencia por el machismo, con independencia del lugar del planeta al que nos refiramos. La ultraderecha hace gala de ese machismo exhibicionista tan de moda en la actualidad en cualquier sitio, pero sólo es la punta de lanza de ese otro machismo silencioso y anónimo que define la normalidad y determina la realidad. 

Porque el machismo es “abuso de poder”, de ahí su injusticia social, no sólo sexismo. El sexismo es su esencia y del que aprendió que lo que en un principio hizo con las mujeres podría hacerlo con cualquier otro grupo de personas, con la única condición de definirlo previamente como “diferente e inferior”. Por eso es importante ponerle adjetivos al “hombre” (heterosexual, racista, xenófobo, homófobo…) a la hora de entender todas sus discriminaciones y violencias.

Lo triste de esta situación es comprobar que el elemento que ha permitido visibilizar el problema en EEUU ha sido el racismo, sin que el sexismo haya levantado una conciencia crítica similar a pesar de su omnipresencia. Por eso  las sociedades en general permanecen ciegas ante el sexismo, la violencia de género y toda la injusticia social que aún hoy sufren las mujeres, porque quien mira es el mismo que define el paisaje. Y esa realidad aún hoy resulta difícil de reconocer, hasta el punto de que los avances que se producen en Igualdad dan lugar a reacciones por parte de los sectores más conservadores y machistas con el fin evitar medidas dirigidas a erradicar esa situación.

Lo vemos en España con los planteamientos de la ultraderecha y la complicidad de la derecha, como, por ejemplo, ha ocurrido en Andalucía al cambiar el teléfono contra la violencia de género para pasar a llamarlo “contra la violencia intrafamiliar”. ¿Ustedes creen que en EE.UU., a pesar de Trump, se hubiera permitido cambiar un teléfono “contra el racismo” para denominarlo “contra la discriminación”, y decir que en ella se incluye el racismo?

Esos pequeños pasos del machismo son grandes muros para alcanzar la Igualdad, porque a la dificultad de avanzar se une el retroceso en la conciencia.

Por eso detrás de estas políticas y de todos los votos que las sustentan están los hombres, y entre ellos los hombres blancos, heterosexuales, sexistas, racistas, xenófobos, homófobos… a la cabeza. 

Nada es casualidad cuando el machismo es la causa.

La salud, la economía y la sociedad

El Covid-19 nos ha traído un problema de salud que se quiere resolver con criterios económicos para que la sociedad no sufra en exceso su impacto. 

Hace años tuvimos un problema económico que en parte se quiso resolver con criterios de salud llevando a cabo recortes sanitarios, y todo para que la sociedad no sufriera en exceso su impacto.

Pero entonces, bajo la crisis económica de 2008, la sociedad sufrió, y lo hizo por las consecuencias económicas y por los problemas de salud que se generaron con los recortes. Y ahora, me temo que si no se es capaz de distinguir entre causa y consecuencia, volveremos a sufrir en exceso por el doble impacto de la pandemia en la salud y en la economía.

La situación es compleja, pero la solución no pasa por lo que nos gustaría que fuera, sino por lo que puede ser en el momento actual. Sin solución hoy no habrá solución mañana, creer que el tiempo trae las respuestas es el error de la duda, y hoy ya tenemos experiencia de lo que sucedió hace años y de lo que ha pasado estos meses.

La crisis económica de 2008, conforme fue desmoronando el estado de bienestar social con los recortes en sanidad y en la ley dependencia, que en gran medida se centraba en las personas mayores y más vulnerables, se tradujo, entre otras cosas, en un incremento del número de defunciones. Según los datos del INE, en el periodo 2004-2011 la media de defunciones anuales fue de 382.167, y en el periodo siguiente (2012-2018), cuando se aplicaron todos los recortes, ascendió a 410.660, lo cual supuso un aumento del 7’4%.

Pero es que antes de la adopción de medidas para mejorar el bienestar social y la sanidad, en el periodo 1996-2003, comprobamos que el número de muertes también estuvo por encima del periodo de inversiones sociales. Concretamente, la media de defunciones de 1996 a 2003 fue de 411.422, lo cual revela que durante los años en que se llevaron a cabo las principales inversiones en bienestar social (2004-2011) se produjo un descenso del número de defunciones del 7’1%, y que tras este periodo, una vez que se no se mantuvo el estado de bienestar, las muertes subieron un 7’4%, como hemos recogido.

Evidentemente, las causas de estas consecuencias son múltiples y complejas, pero también indican que la relación entre salud y bienestar social es estrecha y directa, como recoge la propia OMS en su definición de salud, y que, por tanto, si se separan o se confunden el resultado siempre es negativo.

Resolver un problema con uno nuevo no funciona. Solucionar el problema de la economía con recortes en salud, como se hizo a partir de 2011, se tradujo en más problemas de salud y en un aumento de la mortalidad, sin que la economía se beneficiara de manera llamativa. Y esa situación nos dice ahora que si queremos resolver el problema de salud con medidas económicas, continuará el problema sanitario sin que mejore de forma significativa la economía.

La clave está en abordar específicamente la causa y las consecuencias. Si se abordan las consecuencias sin actuar sobre las causas, se podrán paliar, pero los problemas continuarán. Y en la situación actual, dadas las características del problema de salud (una pandemia con alta capacidad de contagio), se agravará, y mucho.

La agonía no es mejoría, es prolongación del problema hasta la muerte. Es cierto aquello de que “mientras hay vida hay esperanza”, pero el problema actual es que ni siquiera hay esperanza, el tiempo ha hecho de ella desesperanza; desesperanza y agonía.

De momento, lo único que ha controlado al virus y ha revertido la tasa de infecciones cuando los contagios estaban descontrolados ha sido la restricción de la movilidad de las personas y el confinamiento, y así ha sucedido en cualquier país. Las medidas que funcionan cuando la tasa de infección es baja no sirven cuando el número de casos es elevado.

La situación es compleja y delicada, pero un problema no se resuelve con otro, sino que suman dos problemas. Y no debemos olvidar que la economía es la consecuencia, no la causa.

De una crisis económica se sale con mayor o menor dificultad, pero quienes pierdan la vida durante la pandemia no la recuperarán jamás. Busquemos soluciones para la pandemia y ayuda para la economía, no al contrario. Lo que está en juego no sólo es el futuro.

La ultraderecha y la “masculinidad criminal”

El razonamiento es sencillo, si la misma ultraderecha que niega la violencia de género y habla de violencia intrafamiliar, llama al Gobierno de la nación “Gobierno criminal” bajo el argumento de no haber hecho lo suficiente para evitar las muertes por la pandemia, la pasividad e inacción de tantos hombres ante la realidad social de la violencia de género, incluso intentando encerrarla en espacios definidos, como la familia o lo doméstico para que no se pueda ver con sus características propias, debe llevar a concluir que es consecuencia de una “masculinidad criminal”.

Las mismas voces que hoy acuden a ETA y sus “herederos” recordando los terribles atentados y sus 864 muertes a lo largo de 40 años, niegan la violencia de género que sólo en las relaciones de pareja y en 17 años ha asesinado a 1070 mujeres. Y mientras que la violencia terrorista se percibe con la gravedad que corresponde y el rechazo social es generalizado,  ante la violencia de género la sociedad se muestra distante y pasiva, hasta el punto de que sólo un 1-3% de su población considera que se trata de un problema grave (Barómetros del CIS).

Siempre hemos hablado de la “complicidad” de quienes han callado y mirado hacia otro lado ante la violencia de género, pero la responsabilidad de los hombres que se protegen en la distancia y en la invisibilidad para no hacer nada es mayor en el momento actual, y lo es por tres razones esenciales: Por un lado, porque mantienen la pasividad necesaria para que otros sigan actuando de forma violenta; por otro, porque se está produciendo una reacción contra las iniciativas a favor de la Igualdad y la erradicación de la violencia de género que se beneficia de esa inacción; y en tercer lugar, porque los ataques contra esas iniciativas se hace en nombre de los hombres, es decir, presentándolas como un ataque a “todos los hombres” y mandando el mensaje de que con ellas se criminaliza a los hombres. 

Ante estas circunstancias la responsabilidad de los hombres es mayor, no sólo porque la neutralidad no existe, sino porque, como hemos indicado, desde las posiciones machistas utilizan a todos los hombres para defender y proponer sus medidas particulares, que perpetúan el modelo de injusticia que otorga “privilegios criminales” a los hombres, puesto que esos privilegios están construidos sobre un modelo de sociedad levantado sobre una desigualdad que limita los derechos de las mujeres, y se sustenta sobre una violencia contra ellas que actúa como realidad o como amenaza.

Los hombres no podemos quedarnos al margen de esta situación que nos convoca doblemente: por coherencia ciudadana y democrática, y por alusiones directas, puesto que el machismo utiliza el argumento falaz de que la Igualdad y las medidas contra la violencia de género van contra todos los hombres.

Si no nos desmarcamos de esos planteamientos estaremos dándole validez con nuestra asunción, y es algo que no sólo no debemos permitir, sino que debemos evitar de manera activa.

El conocimiento que hoy tenemos sobre la violencia de género, sus características, raíces, sus terribles consecuencias… y la constatación de que se trata de una conducta defendida y amparada por el machismo y los machistas, hasta el punto de intentar impedir cualquier iniciativa directa dirigida a su erradicación, como vemos en el discurso de la ultraderecha, exige el compromiso de los hombres, de todos, y su responsabilidad en cualquier circunstancia.

Porque hoy la responsabilidad exigible a los hombres es doble: lo es por acción, cuando las conductas actúen contra las normas de convivencia que nos hemos dado; y lo es por omisión, cuando no se actúe contra esa “masculinidad criminal” que deja que la realidad siga caracterizada por la injusticia social de la desigualdad y su violencia de género.

El accidente del “0’0001%”

El machismo es cuestión de números, de los números que les salen cuando hacen sus cuentas, por ejemplo, no le importa gastar cada año 109 mil millones de euros para pagar los costes de la violencia de género en la UE, pero luego pone el grito en el cielo para abordar ciertos gastos sociales. Y también es cuestión de los números que no le salen, por ejemplo, cuando quiere hacer ver que las mujeres son tan violentas como los hombres, o que el problema de la violencia son los extranjeros y las estadísticas no les dan la razón.

Por eso, cuando los números se les caen y las cosas no encajan montan el numerito.

Es parte de la estrategia que presenta al machismo bajo un criterio cuantitativo que posibilita aplicar sus “Machomáticas” con el fin de restar o sumar argumentos, de manera que se mantenga el equilibrio de su desigualdad normalizada. Así, bajo este criterio cuantitativo, se permiten establecer el umbral para decidir lo que es y no es machismo, como ocurre cuando deciden si una agresión es lo suficientemente intensa como para que sea violencia de género o se quede en un “conflicto conyugal”; lo mismo ocurre cuando establecen si una determinada expresión presentada como piropo es un hostigamiento o un halago; o si un comportamiento debe ser considerado como seducción o como acoso;  o para decidir qué es prostitución y qué explotación sexual. Son ellos, los hombres en nombre del machismo, quienes establecen los límites y quienes los mueven hacia arriba o hacia abajo dependiendo de las circunstancias y de cómo esté la crítica social, para evitar que se tome conciencia de ese machismo que hay detrás de la realidad. 

Y bajo ese criterio numérico de lo cuantitativo, ahora recurren el argumento de la “falacia de la minoría” al justificar que los hombres que matan, violan, acosan, abusan… son una minoría respecto al total, y que la violencia no tiene nada que ver con los hombres, sino que es un problema de “algunos hombres”. Es lo que vemos cuando dicen que los violentos representan el 0’0001% del total de hombres (el número de ceros que utilizan depende de las circunstancias).

La estrategia para desviar la atención es clara, da igual que el 95% de los homicidios sea cometido por hombres (UNDOC, 2013), que el 99’8% de la violencia sexual sea llevada a cabo por hombres (Macroencuesta 2019), que el 75% de los suicidios sean realizados por hombres… todo eso es anecdótico para ellos. Y el hecho de que el protagonismo de los hombres en la violencia se produzca en todo el planeta y haya sido así a lo largo de toda la historia, bajo circunstancias y contextos muy diferentes, parece que no tiene nada que ver con el elemento común de una masculinidad machista que ha existido en cualquier lugar y tiempo.

Ahora, en un nuevo intento, juegan con ese argumento del 0’0001% para reforzar dos ideas esenciales para la estrategia del machismo:

  1. Dirigir la mirada fuera de la violencia en lugar de hacerlo hacia la violencia. Es como si al decir que el 60% de los accidentes de tráfico se producen por conducir bajo los efectos del alcohol y las drogas (DGT, 2017), respondieran que esos conductores representan el “0’0001%” del total, y hacer ver que conducir bajo los efectos de sustancias tóxicas no es un elemento esencial común a los accidentes, y que habría que analizar si además habían dormido poco, o si habían tomado una comida copiosa, o si llevaban varias horas conduciendo sin descansar… Sería difícil de aceptar, pero al relacionar masculinidad y violencia se acepta fácilmente.
  2. Presentar la idea de que la violencia es una “condición” en algunos hombres. Es decir, hacer creer que los hombres violentos son un grupo definido y diferente al resto de los hombres, y así transmitir la idea de que la violencia no es consecuencia de la decisión de quien la ejerce bajo su libre determinación. Esta idea de presentar la violencia como un “accidente” es algo tan habitual que con frecuencia la vemos reflejada en la forma de abordar los casos desde los medios de comunicación, incluso en las investigaciones policiales y judiciales, cuando se utilizan expresiones como “tras una fuerte discusión”, “fruto de un acaloramiento”, “sintió un impulso irrefrenable”… como si todo ese contexto en el que se produjo la agresión no formara parte de la violencia iniciada por el propio agresor.

Que el 95% de los homicidios sea llevado a cabo por hombres no es el resultado de la conducta de unos pocos hombres, sino la consecuencia de una sociedad androcéntrica y de una cultura que asocia la violencia a una masculinidad que hace entender que la virilidad y la hombría se ven reforzadas y reconocidas mediante su uso. Es la idea que transmitió un condenado por el asesinato de su mujer a una jueza que hablaba con él, en un momento de la conversación el preso le dijo, “no se confunda usted conmigo, yo he matado a mi mujer, pero no soy ningún delincuente”. Para ellos una cosa es la violencia y otra la masculinidad.

Y eso es lo que quieren hacer creer el machismo y muchos hombres, que la masculinidad no tiene nada que ver con esa violencia para que todo parezca un accidente; el accidente del 0’0001% de los hombres.

Masculinidad y violencia

El 95% de los homicidios del planeta son cometidos por hombres (ONU, 2013), el 93’2% de las personas en prisión son hombres (WPL, Universidad de Londres, 2018), el 75% de los suicidios son llevados a cabo por hombres (600.000 cada año)… Son ejemplos que reflejan una realidad objetiva que indica que “la violencia es cosa de hombres”.

Sin embargo, a pesar de esa evidencia, la respuesta de una sociedad androcéntrica ha ido dirigida a desviar la mirada de la realidad para ocultar ese protagonismo de los hombres en la violencia. Y lo ha hecho con dos argumentos contrapuestos, por un lado, afirmar que la violencia es multicausal, y por otro, reduciendo la violencia al peso de la biología bajo la influencia de la testosterona.

Y resulta llamativo, porque cuando se habla del protagonismo de los hombres en la creación literaria o en las grandes obras de arte, nadie dice que la creatividad, escribir o pintar son conductas multicausales. Todo lo contrario, se entiende que la amplia y variada “condición masculina” da para eso y para mucho más, y se rechaza que haya habido un sesgo en la crítica literaria, ni discriminación alguna de las mujeres para que no aparezcan en los grandes museos y catálogos. Todo obedece, según se dice, a esa mayor capacidad masculina.

Con ese tipo de argumentos y razonamientos lo que pretende el machismo es hacer desaparecer la voluntad de los hombres en el uso de la violencia, y en la creación de las circunstancias adecuadas para su utilización. De ese modo, dejan a los hombres como si fueran hojas flotando en el vendaval de los acontecimientos, para que luego se posen en la violencia como consecuencia de los elementos de esa multicausalidad, no de su voluntad. Sería como decir que la decisión de una persona al acudir a un restaurante con una estrella Michelin y pedir su plato favorito, en lugar de ser producto de la voluntad y decisión de quien lo hace, es la consecuencia del proceso de deglución, digestión, absorción y metabolismo. Nadie niega que todos esos procesos intervengan cuando alguien ingiere alimentos, sea en un restaurante de lujo o en uno de comida rápida, pero la decisión de ir a uno u otro lugar y pedir un plato u otro, depende de la voluntad.

Con la violencia que ejercen y protagonizan los hombres se actúa de modo similar; por una parte, se fragmenta entre los diferentes elementos que intervienen en la conducta (biológicos, psicológicos, ambientales…) y por otra, se esconde entre los procesos que forman parte de la neurofisiología o del contexto, para que desaparezca voluntad y todo quede como una especie de determinismo en algunos hombres, o como consecuencia de un escenario que esconde la intencionalidad.

Pero los datos son claros y la realidad muy nítida: los hombres protagonizan la violencia en cualquiera de sus formas y a lo largo y ancho de todo el planeta, y la ejercen contra otros hombres y contra las mujeres. El análisis debe partir de este hecho objetivo para avanzar en el estudio del resto de elementos que influyen en una conducta multicausal, como es la violencia, no perderse en las circunstancias teóricas.

La Universidad de Granada inicia un MOOC (Massive Open Online Course) gratuito, donde se analiza esta realidad de la violencia y el protagonismo de los hombres, y lo hace integrando las teorías biologicistas sobre la violencia en sus diferentes planos (genético, humoral, neurológico, psicológico, psiquiátrico…), y las teorías ambientalistas centradas en los elementos sociales y culturales que influyen en los contextos donde se desenvuelven las personas que recurren a la violencia.

Pero también se analiza la violencia como conducta, no sólo como resultado, y todos los elementos que le dan sentido como parte de una decisión elaborada desde una posición determinada y dirigida a lograr unos objetivos concretos, no como una especie de pérdida de control o accidente, como con tanta frecuencia se presenta.

En este sentido, el concepto de “violencia racional” desarrollado por Maxim y Whitehead, refleja esa construcción voluntaria e interesada de las conductas violentas, las cuales pueden verse facilitadas por diferentes factores y elementos de cualquiera de los dos grandes grupos comentados, el biologicista y el ambientalista. En el curso también se analiza esa instrumentalidad y “utilidad” de la violencia, y cómo su resultado encaja en un sistema social que integra los “beneficios de la violencia” en los propios circuitos de la sociedad. No hay una economía, ni un mercado, ni unas finanzas propias para canalizar las grandes sumas de dinero que se obtienen a través de la violencia criminal, todo se integra en mismo sistema androcéntrico liderado por hombres a nivel formal, y en el que son principalmente hombres quienes entienden que la violencia es un recurso válido para resolver problemas y conflictos, y con ello obtener beneficios de diferente tipo.

Esa congruencia entre el modelo de sociedad androcéntrico y la conducta individual de los hombres que recurren a la violencia para obtener beneficios y solucionar sus problemas, está relacionada con las referencias que establece la cultura para organizar la convivencia y articular las relaciones dentro de ella, así como con la definición de una identidad masculina en la que violencia se presenta como un recurso que refuerza la idea de hombre y virilidad.

En este sentido, el MOOC incide en esa construcción de la identidad masculina, y cómo esa doble referencia, violencia e identidad, es la responsable de una forma específica de violencia, como es la que se dirige contra las mujeres y las niñas a través de múltiples expresiones. 

El curso finaliza con un estudio sobre los elementos capaces de cambiar esta realidad a través de la transformación de la masculinidad, es decir, de esa idea de hombre que ve en la violencia una opción válida para resolver los problemas y, al mismo tiempo, sentirse más hombre, tanto por la sensación personal como la percepción de reconocimiento por el resto de las personas, especialmente otros hombres, que forman parte de la misma sociedad y cultura. La transformación debe ser cultural, pero han de hacerla las personas que forman parte de la sociedad, de ahí la importancia del posicionamiento individual.

El MOOC ha sido muy bien acogido a nivel nacional e internacional, y en el momento de escribir este artículo ya se habían matriculado más de 3400 personas. Además, quienes estudien en la Universidad de Granada pueden obtener el reconocimiento de 2 ECTS.

“Culphabilidad”

Podría parecer un error ortográfico escribir “culpabilidad” con una hache intercalada, pero en verdad es el acierto de una de las estrategias que el machismo ha desarrollado para limitar el desgaste de su fortaleza, incluso cuando los muros se ven debilitados por las circunstancias.

“Culphabilidad” es la idea que recoge la habilidad que ha tenido el machismo en cualquier momento histórico, para resolver los problemas que lo cuestionan echando la culpa a las mujeres de todos los males. Unos males que son presentados como los males de los hombres y de toda la sociedad, por esa asociación que ha creado entre lo masculino y lo universal.

Empezó con el origen de la humanidad y la ambiciosa Eva, capaz de hipotecar el Paraíso hasta perderlo sin decirle nada al bueno de Adán, a pesar de deberle su existencia costal. Y a partir de esa génesis todo ha sido reproducción y supervivencia bajo el mismo marco de significado. Tanto que en nuestros días tenemos ejemplos actualizados de esa estrategia, y de cómo resulta eficaz, puesto que en una cultura levantada sobre la falacia de una desigualdad hecha normalidad, es más fácil creer en aquello que la justifica que enfrentarse a la realidad que supone tener que cuestionar la injusticia que la define.

Veamos algunos ejemplos de hoy.

Cuando después de siglos de invisibilidad y silencio el conocimiento y los estudios llevan a identificar la violencia de género en la pareja como una violencia diferente al resto de violencias interpersonales, y a sacarla del cajón de sastre de la llamada violencia familiar y violencia doméstica, la respuesta desde el machismo es que todo es parte de una manipulación por culpa de las mujeres, al haber creado estadísticas falaces por medio de denuncias falsas.

Si se aborda el terrible drama de la violencia sexual, que ha sufrido el 6’5% de las mujeres, aunque sólo se denuncia en el 8% de los casos (Macroencuesta 2019) y se condena en un 8% (Kelly, 2005), circunstancias que llevan a que la impunidad de los agresores sea muy elevada, se acude de nuevo al argumento de las denuncias falsas y de que las mujeres “provocan”, y se las vuelve a señalar como culpables.

Al hablar de suicidio y comprobar que a lo largo de toda la historia los hombres se han suicidado más que las mujeres en cualquier lugar del planeta, y que hoy el 75% de todos los suicidios son llevados a cabo por hombres, la respuesta que da el machismo es que los suicidios se deben a “divorcios abusivos” motivados por la Ley Integral contra la Violencia de Género y las denuncias falsas. Es decir, las mujeres son las culpables de los suicidios de los hombres.

Si salimos de la violencia, también las mujeres son culpables del paro de los hombres por su empeño en incorporarse al mercado laboral, dejando a los hombres y padres de familia sin posibilidad de cumplir con una de sus obligaciones, como es garantizar el “sustento de la familia”, tal y como marcan los cánones del machismo. Una situación que, además, lleva a otro mal, como es la renuncia al cuidado de los hijos, hijas y personas ancianas, que ahora se mueren en las residencias por la doble culpa de las mujeres: por renunciar a sus “obligaciones de cuidado”, y por su “8M”.

Y por supuesto que en esos cuidados y en la culpabilización de las mujeres no puede faltar la manipulación de los hijos e hijas para que rechacen al padre tras la separación que, según sus argumentos y tal y como hemos adelantado, se produce a través de denuncias falsas con el objeto de “quedarse con la casa, la paga y los niños”. Y para que no haya mucho que reflexionar ante esta culpa de las mujeres, han creado un concepto que permite resumir en una palabra todo el significado de lo que está ocurriendo bajo sus planteamientos machistas. Y del mismo modo que para los casos en los que una mujer mata al marido han creado el nombre de “viuda negra”, de manera que todo el mundo sepa la historia que hay detrás al llamar de esa forma a la mujer, en la separación han creado el concepto de “SAP” (“Síndrome de Alienación Parental”), para que cualquiera que lo escuche crea que el rechazo de los hijos e hijas al padre se debe a la manipulación de la madre, no a otras causas, entre ellas la violencia de género ejercida por el padre durante la convivencia.

La sociedad no sólo cambia para adaptar la visión androcéntrica a las nuevas circunstancias, sino que también se transforma gracias a la identificación de las trampas y estrategias del machismo, y a la adopción de iniciativas de todo tipo, desde las legales y formales hasta la concienciación, información y educación, para deshacer la normalidad falaz que ha impuesto. Y eso es lo que sucede ahora con la iniciativa del Ministerio de Igualdad para evitar que se use en la Administración de Justicia este falso síndrome que la ciencia no ha reconocido. El hecho de que haya científicos que lo avalen no le da validez científica, del mismo modo que hay científicos que están en contra de las vacunas o de las medidas sanitarias contra la pandemia, y no por ello tienen valor más allá de su opinión. 

Al final todo se sustenta en el mito machista de la maldad y perversidad de las mujeres. Si no existiera el mito cultural no sería posible el estereotipo individual en cada mujer que requiera su uso; sin el estereotipo no habría automatismo en la atribución de significado ante los hechos que decide el machismo; sin ese automatismo en el significado no habría justificación; sin justificación no habría aceptación; y sin aceptación no podría haber normalidad en toda esa injusticia que nace de la desigualdad.

Romper esa normalidad machista de la realidad exige la reflexión crítica que permita desprendernos de ella, por eso el machismo siempre ha tenido especial habilidad para presentarlo todo como parte de la culpabilidad de las mujeres. Es la estrategia de la “culphabilidad”.

“Super-Trump”

No, no me refiero al grupo de los años 70-90 Supertramp, sino a la idea que refleja el presidente Donald Trump a través de sus gestos, palabras e imagen.

Trump se cree un súper-hombre, y para ser un súper-hombre lo primero que hay que ser es macho y demostrar que una de sus principales cualidades es la fuerza. Sería como una especie de graduación con tres grandes niveles, primero se es hombre, después macho, y al final se llega a ser súper-hombre. No basta con ser macho y fuerte para ser súper-hombre, esos elementos se pueden conseguir potenciando los elementos que definen la masculinidad androcéntrica y, quizás, apuntándose a un gimnasio para reforzar los argumentos anatómicos masculinos. La superioridad que siente Trump y muchos otros súper-hombres exige unir la fuerza al poder para incidir sobre una realidad más allá de los elementos contrarios que se resisten sin que el resultado sea una fractura, y con un componente de sumisión mediante la aceptación del planteamiento impuesto, para que no se tenga que recurrir al uso de la fuerza y el poder a diario. Y cuanta más capacidad de influir se tenga, pues más súper-hombre se es; por eso Trump, como presidente de los EE.UU., se siente “el súper-hombre”.

Pero cuando se une la fuerza al poder hay otro elemento esencial en esa idea de superioridad, y es la de no demostrar debilidad. 

La debilidad está asociada a las mujeres y a lo femenino, y eso es algo contrapuesto al poder, por eso cualquier atisbo de debilidad, bien sea física o mental, conlleva un cuestionamiento de la hombría y del poder. Supone un descrédito de su condición de súper-hombre y su devaluación en la escala de masculinidad, porque el nivel de hombría alcanzado tiene que demostrarse en todo momento para mantenerlo, subir o bajar; no basta con que se haya demostrado lo hombre que se es, la clave está en demostrar que se sigue siendo. Esa es la parte esencial de la competitividad masculina y de la ausencia de un entramado afectivo sólido entre muchos grupos de hombres.

La forma sencilla demostrar la ausencia de debilidad femenina en un hombre es criticar y atacar a las mujeres, pero es algo que cualquier hombre puede hacer. A otros niveles se exige algo más, de ahí la reacción de Donald Trump ante su enfermedad por Covid-19.

Fue Trump quien inauguró durante la campaña de las elecciones anteriores el “machismo exhibicionista”, tan de moda en la actualidad, basado en la representación de la condición masculina, a veces de manera obscena, a través de los elementos que la definen: fuerza, poder, misoginia, odio a las personas que consideran inferiores (xenofobia, racismo, LGTBI-fobia…) y violencia a través de la fuerza o el poder que cada hombre pueda tener en su contexto particular.

Por eso lo ocurrido estos días y el comportamiento de Trump es muy significativo de cara a demostrar su superioridad. Si nos damos cuenta, se ha comportado como un soldado heroico que se lanza contra las filas enemigas a pecho descubierto. Veámoslo:

. No usa mascarilla ni elementos de protección porque se cree “especial” y más fuerte que los “débiles” que sí las utilizan.

. Su contagio se presenta como un balazo en la batalla.

. Desde el principio, con ese paseo en coche, manda el mensaje de que “no ha sido nada”.

. Después demuestra su superior naturaleza y fortaleza con un alta en 3 días.

. Y al final se presenta, a pesar de la gravedad de la situación social, como el héroe que pide volver al campo de batalla sin miedo alguno y dispuesto a continuar su lucha. 

Ni siquiera Rambo lo habría hecho mejor, al menos él decía lo de “no me siento las piernas, no me siento las piernas…Dios mío”.

Trump, como muchos hombres, confunde la imprudencia con el valor. Por eso nunca ven que gran parte de su poder viene dado por una sociedad que impide las alternativas por medio de la discriminación de las mujeres, y por la asociación de elementos negativos como la debilidad, la inseguridad, la duda, lo irracional… a lo femenino. Si los hombres no hubieran contado a lo largo de la historia con los privilegios que les da ser los protagonistas de los gobiernos e instituciones, de la economía y los mercados, de las finanzas y la educación; y si no hubieran tenido en sus manos una violencia contra las mujeres normalizada e invisibilizada, nunca habrían podido dominar a las mujeres ni construido una sociedad y una cultura sobre la desigualdad.

Y si Trump no tuviera todos los elementos de poder amparados por sus circunstancias, y utilizados desde un machismo exhibicionista que entiende que la condición es la que legitima la posición, no habría sido nunca el presidente de los EE.UU. 

Pero lo es porque el sistema está preparado para funcionar de ese modo con la implicación de una sociedad machista, que entiende que todo lo que representa Trump y los hombres como él en cada uno de sus niveles, es motivo de reconocimiento y confianza.

Ahora sí, cuando nos preguntamos por las crisis que se presentan como quiebras en el curso de los días, deberíamos preguntarnos, tal y como hacía el grupo Supertramp en su álbum de 1975, ¿“Crisis? What crisis”, por la otra crisis, la crisis existencial de una cultura de la desigualdad que reconoce el poder en los hombres que le restan derechos a las mujeres. Una crisis esta que ya dura 10.000 años sin que haya levantado una respuesta proporcional a su gravedad.