“Distancia”

Yo habría elegido “distancia” como palabra del año, una palabra que se ha construido letra a letra, paso a paso, día a día. 

Es cierto que el confinamiento ha marcado una parte importante del año y nuestras vidas, y que siempre recordaremos la experiencia de haber protagonizado este momento, pero el confinamiento empezó para que acabara, como así lo hizo meses después. Sin embargo, la distancia ha protagonizado el año más allá del tiempo confinado y ha venido para quedarse, hasta el punto de haber aceptado la contradicción que supone hablar de “distancia social”.

Ha habido distancia personal, distancia familiar, distancia al lugar de trabajo, distancia a los espacios de ocio, distancia a los comercios, distancia a la práctica del deporte, distancia a la compañía, distancia a la presencia… Y lo más preocupante de todo, distancia a la realidad. 

Una distancia a la realidad que se ha acompañado de una miopía en la voluntad para no querer verla y quedarnos con lo inmediato, con lo próximo, con lo personal, para así alejar aún más nuestra responsabilidad.

La realidad se ha hecho plana y sus límites han acabado en el horizonte individual definido por la mirada. De ese modo, se ha hecho de lo común y de lo público una especie de consecuencia de la suma de intereses particulares, en lugar de la referencia compartida para definir, limitar e integrar a cada uno de los espacios individuales en lo que debe ser la de convivencia democrática. Pero, en cambio, esa distancia a la realidad entendida como posición individual, no solo no ha buscado el espacio común, sino que ha enfrentado a los diferentes protagonistas como parte de una estrategia propia del androcentrismo, que entiende el poder como un instrumento para conseguir la victoria sobre la limitación de derechos a los demás partes, no como una responsabilidad en la consecución del bienestar para toda la sociedad.

Bajo esta perspectiva se ha enfrentado la salud con la economía, la libertad con la seguridad, la movilidad con el riesgo… Y del mismo modo, cada colectivo profesional se ha levantado contra las medidas que le afectaban, como si lo que estuviera sucediendo sólo fuera consecuencia de los demás y no responsabilidad de toda la sociedad.

Y ahí los políticos y los responsables en los diferentes gobiernos han reproducido el modelo bajo la misma distancia a la realidad que ha tomado la sociedad. No ha habido conciencia ni conocimiento de esa realidad, y no se han adoptado las medidas necesarias para evitar lo más grave, que ha sido el impacto en la salud y las muertes de miles de personas bajo una irresponsabilidad general que se ha amparado en la distancia para mantenerse al margen. Distancia física para que sean los demás quienes asuman las consecuencias y restricciones, y distancia en la conciencia para no asumir las responsabilidades en los espacios y ámbitos propios. Una situación que ha llevado a un enfrentamiento vergonzoso en quienes deben ser ejemplo de convivencia.

Distancia es la palabra que define esta nueva realidad distante y distinta que nos ha llenado de soledad. 

Y tanto es así que ha venido para quedarse, no como parte de un periodo limitado a unas circunstancias específicas. A partir de ahora hablamos ya de teletrabajo, telereuniones, teleconferencias, telecomercio, teleasistencia, telebanca… y lo más preocupante es que nos lo presentan como un avance, no como iniciativas destinadas a complementar la realidad que debe definir una convivencia basada en las relaciones personales en sociedad, sino que vienen a sustituirla para potenciar el modelo de poder y convivencia tradicional en unas nuevas circunstancias. La situación es tan terrible que ya se habla como un logro y un gran avance de “telemedicina”, como si diagnosticar una enfermedad en una persona fuera elegir una opción entre todas las ofertas incluidas en una plataforma online. ¿Dónde queda el trato humano, directo y personal?, ¿en qué lugar se sitúa a la persona enferma?

La respuesta es sencilla, en la distancia, justo el lugar donde nos perdimos en este “tele-2020” y donde ha quedado todo lo demás.

“Un país de maricones”

El machismo tiene dos grandes vías de hacerse presente, una es el refuerzo de su modelo a través de la potenciación de sus elementos (ideas, valores, mitos, estereotipos, costumbres, tradición, creencias…) y otra, por medio de personas que actúan como referente y “portaltavoces”, una combinación de “portavoz” y “altavoz” que lleva sus palabras a todas las esquinas de la sociedad, y sube el volumen de su mensaje para que todo el mundo lo escuche.

Desde que con el cambio de milenio las políticas de Igualdad comenzaron a hacerse realidad de una manera más coordinada, profunda en cuestiones esenciales y transversal, las posiciones tradicionales del machismo entraron en una especie de silencio decidido que, desde el punto de vista estratégico, se tradujo en una resistencia general y en una crítica puntual, en gran parte basada en la generación de confusión sobre los elementos que definen la realidad, para así crear la sensación de amenaza y ataque. Es lo que hemos denominado como “posmachismo”. Pero nadie defendía públicamente los postulados más tradicionales ni cuestionaba los derechos de las mujeres, tampoco la necesidad de actuar contra la violencia que sufrían. Se resistían, pero no atacaban de forma directa y explícita, al menos desde posiciones institucionales y de representación.

Todo ello cambió con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos con su machismo exhibicionista. De repente, todo el temor a plantear en voz alta lo que en verdad se pensaba desapareció, y la política, las tertulias y las columnas se llenaron de palabras que unieron por primera vez en su mensaje la crítica a la igualdad y sus políticas y el ataque a quien las promovía, especialmente al feminismo y a los partidos de izquierdas por desarrollarlas. La derecha se llenó de “conservadurachismo”, una combinación de conservadurismo al uso y de machismo explícito, y los líderes se dieron cuenta de que jugar con ese mensaje daba puntos y votos. Así ocurrió con la ultraderecha, que aprovechó lo que ella misma considera la “derechita cobarde” y su posición, para plantear estos temas “negacionistas” de la desigualdad y la violencia de género de forma directa y vociferante. 

Ahora, uno de los discípulos más avanzados de Trump, Jahir Bolsonaro, ante la dramática evolución de la pandemia en Brasil ha intentado reforzar sus ideas y modelo al manifestar hace unas semanas que, “todos vamos a morir algún día. Tenemos que dejar de ser un país de maricones”.

Al margen de las responsabilidades que emanan de unas declaraciones de este tipo en quien tiene la posición para evitar que el impacto de la pandemia alcance la dimensión catastrófica que ya tiene en su país, sus palabras reflejan el modelo de sociedad que quiere y defiende. Para Bolsonaro y el machismo todo lo relacionado con las mujeres es negativo, puede ser bueno si lo hacen ellas, pero es malo si lo hacen los hombres. 

De manera que los cuidados y una actitud temerosa ante la realidad, al ser elementos históricamente asociados a las mujeres, cuando se relacionan con los hombres hace que estos pierdan su condición, y se conviertan en una especie de quimera. Un ser con una doble estructura, la de “hombre-mujer” en la que lo femenino desvirtúa la condición masculina y la convierte, directamente, en lo que él considera que es un “maricón”. Un hombre que no es hombre, porque ser hombre es un pack que incluye la heterosexualidad junto a la fuerza, ser duro, no necesitar cuidado ni cuidar, esconder las emociones, no expresar afectos…

Y todo lo que no sea de ese modo es un desorden social, no una opción individual, porque el machismo ha definido una cultura que interpreta la naturaleza bajo una referencia antropocéntrica, y al antropocentrismo desde una visión androcéntrica. 

De ese modo la realidad social es la que viene definida por la cultura a partir de esa concepción antropocéntrica de la vida que toma a los hombres como referencia. De manera que esta creación sitúa a los hombres como reyes de la creación, y a su creación (la cultura y la sociedad) como reino para su reinado.

Y en ese reino los hombres son los reyes y todas las demás personas sus súbditos, tanto más sometidas cuanto más se alejen del modelo dado y de las funciones, roles, tiempos y espacios definidos para ellas.

Para el machismo es preferible que la gente muera por cientos de miles que faltar a las referencias del modelo. Y no solo ocurre ahora con la pandemia y el COVID-19, ha sucedido siempre, como demuestra el hecho de que la identidad masculina esté en la base de conductas como la violencia homicida, el suicidio, los accidentes de tráfico y laborales, la mortalidad por enfermedades que necesitan de una detección precoz y un cuidado personal… en las que los hombres aparecen sobrerrepresentados. 

Pero al machismo y a sus líderes parece darle igual todo ello, para ellos y su modelo, más vale un machista muerto en el ejercicio de sus funciones que un “maricón” en la calle.

París bien vale una multa

La perversidad del modelo androcéntrico no tiene límites, y la inocencia de muchas de las políticas de igualdad tampoco. 

El ayuntamiento de París ha sido multado con 90.000 € por tener contratadas a un “exceso de mujeres”, concretamente a once respecto a cinco hombres, lo cual hace que representen el 69 % de los cargos. El mismo machismo que durante siglos no ha tenido ninguna consideración y no dejaba que las mujeres ocuparan puestos de responsabilidad y representación, de hecho durante muchos años ni siquiera permitió que fueran a la escuela ni a la universidad, y tampoco que ejercieran los mínimos derechos ciudadanos en democracia a través del voto, ahora se queja de que haya muchas mujeres y no duda en utilizar las leyes que tanto critican y no aplican, como son las leyes de Igualdad que establecen una representación mínima del 40 % para cada uno de los sexos, a la hora de multar al consistorio de París.

Porque nos debemos de olvidar, por ejemplo, que el primer Gobierno de Rajoy tenía un “exceso de hombres”, concretamente eran nueve ministros y cinco ministras, que representaban el 35,7 % sin contar al Presidente, porque si lo contamos también a él, el porcentaje de mujeres en el Gobierno era del 33,3 %. La Ley de Igualdad de 2007, vigente en 2011, exigía un mínimo del 40% que no se aplicó y que tampoco supuso ninguna multa o sanción. Todo lo contrario.

En París no han mirado la valía de esas mujeres “en exceso” ni tampoco si había hombres con su formación para desarrollar esas responsabilidades. De hecho, es imposible que se planteen esas cuestiones cuando ya les parece mal que ocupen un 40%, y ahí se utilizan toda su argumentación para hacer justo lo contrario, y generar la duda sobre la capacidad de las mujeres al decir que están ahí por ser cuota, no por ser válidas para el cargo.

La situación no es nueva, ya lo intentaron, por ejemplo, cuando yo era el Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad (2008-2011), y la derecha junto a algunos medios de comunicación intentaron hacer política con el hecho objetivo de que en la Delegación había más mujeres que hombres, y que la proporción superaba la referencia del 60/40. Lo que no se pararon a considerar es que no eran nombramientos, sino funcionarias que estaban allí porque habían decidido libremente solicitar esos puestos, cosa que no hicieron los hombres funcionarios que, al parecer, eso de la Igualdad les daba igual. Pero todo eso era secundario, lo importante era generar duda e intentar cuestionar la Ley de Igualdad y a quien impulsa ese tipo de políticas, al presentar estas iniciativas como un “ataque contra los hombres”.

Porque fue eso lo que hizo el PP en las elecciones municipales de 2007. Concretamente, en el municipio tinerfeño de Garachico presentó una candidatura al ayuntamiento con el 100% de la lista formada por mujeres, situación que supuso su anulación por la Junta Electoral al incumplir la Ley de Igualdad, y que llevó a la escenificación de su indignación por actuar en contra de las mujeres, cuando en verdad todo fue una trampa para “reírse” de la Igualdad. El mismo partido que tanto las defendía como candidatas, tan sólo cuatro años después presenta un Gobierno con el 33% de mujeres y el silencio del resto de compañeros y compañeras.

Las cuotas no son la Igualdad, sino una forma de alcanzarla a través de dos referencias. La primera, situando a las mujeres en los lugares de donde la injusticia de la desigualdad las ha apartado históricamente; y la segunda desmontando prejuicios y mitos al demostrar con sus acciones, y con lo que significa su presencia desde el punto de vista simbólico, que la construcción machista que las presenta como incapaces es parte de la falacia social y cultural. De manera que, además de realizar su trabajo tan bien como los hombres, sirven de ejemplo para muchas otras mujeres y para la sociedad.

Quizás, en lugar de quejarse de lo preparadas que están las mujeres en Igualdad, deberían preocuparse de por qué los hombres no se forman en esta materia. Porque todavía hoy siguen siendo una minoría, alrededor del 5-10% en las conferencias, cursos, jornadas y congresos sobre Igualdad y contra la violencia de género. Quizás se debería establecer una obligación para que se formarán también en estos temas, y así, al conocer la situación de fondo, no se quejarían tanto ni harían trampas al cuestionar las medidas que promocionan la igualdad.

Ahora se pagará la multa de París, pero es el momento de corregir las leyes de Igualdad y la injusticia que supone poner límite a la representación de las mujeres, cuando han estado históricamente discriminadas y apartadas de esas responsabilidades en contra de su voluntad y bajo el amparo legal. Los grupos de población históricamente discriminados no deben de tener límites de representación en una democracia mientras no se alcance la Igualdad, y las mujeres lo han estado.

Si desde el machismo quieren que la representación de hombres y mujeres sea del 50/50 lo tienen muy fácil, que trabajen e impulsen la Igualdad para que no hagan falta cuotas ni otros instrumentos necesarios para lograrla.

“Trumpdemia”

Quien cree que Trump se ha equivocado al no reconocer su derrota en las elecciones americanas no conoce lo que es el poder definido por el machismo, del cual es uno de sus máximos exponentes.

El machismo es un modelo injusto de poder dirigido a la acumulación de poder. No se trata sólo de gestionar el que ya se tiene desde el abuso, sino de acaparar más poder, por eso sus objetivos son ilimitados y no se conforma con nada. Si fuera un simple ejercicio de poder podría haber sido cuestionado y contrarrestado en algún momento de la historia, pero todavía hoy permanece como modelo porque utiliza todos sus canales, instrumentos y estrategias para perpetuarse en él y evitar cualquier alternativa.

Y una de esas estrategias es la de la profecía auto-cumplida que Trump con su exhibicionismo ha desarrollado a la perfección. Primero dice que si pierde no va a aceptar el resultado porque será debido a un fraude sin más prueba que su propia afirmación. Y ahora, cuando ya ha perdido, como adelantaban todas las encuestas, echa mano de su advertencia para confirmar, también sin evidencia alguna, que ha habido fraude porque ha perdido. 

De esa manera se cierra el círculo en el que todo encaja, aunque se trate de un planteamiento falaz que no admite otra alternativa más que la propuesta que se hace desde su posición de poder. Porque esa es la clave, contar con el poder necesario para que su propuesta resulte creíble. Cualquiera puede hacer el mismo tipo de razonamiento, pero sólo quien cuenta con todos los instrumentos del poder, los formales y los informales, puede darle recorrido a su estrategia como ha hecho Trump. De ese modo, aunque el resultado final no haya sido el que él pretendía, al menos consigue que una gran parte de la sociedad siga pensando que realmente se ha producido el fraude, y que, por tanto, considere al gobierno actual de Joe Biden como ilegítimo, y a todo a toda la sociedad que lo apoya como un grupo dirigido a alterar el orden dado a través de iniciativas ilegales. 

Bajo este planteamiento ya tienen librada la primera “batalla” ante su próxima “guerra”, porque la habrá.

Pero no es nada nuevo. El machismo actúa de manera similar con la estrategia de la profecía auto-cumplida. Desde el principio se dirige a dominar, controlar, discriminar y atacar a las mujeres como parte de su esencia identitaria, y como forma de satisfacer sus objetivos y repartir beneficios entre los hombres, y para ello  lo que hace es preparar el terreno diciendo que las mujeres son malas, perversas y que sus palabras no tienen credibilidad alguna. Y luego, cuando ellos las agreden y ellas los denuncian, afirman que son “denuncias falsas”, que lo único que buscan es hacerles daño y “quedarse con la casa, los niños y la paga”. Y para ello cuentan con las circunstancias del presente y con la profecía que en forma de advertencia forma parte de la sucesión infinita de los días.

El resultado es objetivo, y al igual que una parte importante de sus seguidores creen a Donald Trump, también una parte importante del sociedad cree los argumentos que desde las posiciones androcéntricas se lanzan cuestionando la realidad de la violencia de género y atacando a las mujeres por su maldad y manipulación. Da igual los resultados objetivos y que todos los recuentos demuestran que Trump ha perdido las elecciones, como da lo mismo que los datos de la Fiscalía General del Estado demuestren que las denuncias falsas no llegan al 1 %, el mito no es válido por su verdad, sino por ser creíble para evitar enfrentarse a la realidad que genera malestar o incomodidad. Por eso la gente prefiere el mito que da veracidad al argumento que le resulte más cómodo, no al más cierto.

Hoy los argumentos son para la ocasión, ya no hay mitos para la eternidad, estos son los de siempre, y lo que hacen las estrategias de hoy es reactualizarlos con elementos del presente para que resulten más creíbles.

Trump existía como Trump antes de ser presidente, recordemos toda su estrategia de acoso y bulos sobre Barack Obama diciendo que no era americano, y no va a dejar de ser Trump tras abandonar la presidencia. Ahora el Tribunal Supremo le ha quitado también la razón, pero él y los suyos siguen pensando que todo forma parte del complot. Y como su estrategia da resultados en el objetivo de la polarización social, muchos otros líderes y partidos la comparten para obtener réditos sociales, como quienes hablan aquí de un “Gobierno ilegítimo” a pesar de ser el resultado de unas elecciones democráticas.

No hay un primer machista, nunca lo hubo, porque el machismo no es una decisión ni el resultado de una invasión, el machismo es la forma en la que la posición de abuso de los hombres se naturalizó, hasta hacer de su planteamiento cultura y de la injusticia normalidad.

Pero sí habrá un último machista cuando la transformación social que vivimos sobre la Igualdad haya dejado sin espacio a quienes imponen sus ideas y valores como únicos. Y al igual que ocurre en las pandemias, cada vez que se acaba un foco de contagio la situación general mejora.

Con Donald Trump se inició el rebrote del machismo exhibicionista que se extendió rápidamente a modo de “Trumpdemia” por todo el planeta. El pueblo americano ya acabado con ese foco, y el resto de los países harán lo propio con los suyos conforme se avance en Igualdad, Derechos Humanos y justicia social. 

Y aunque sigan ahí esperando su nueva oportunidad para rebrotar, las circunstancias sociales harán cada día que sea menos probable.

Paz

Nos hemos olvidado de la paz, pero no de la guerra. De hecho, utilizamos un lenguaje bélico para referirnos a la pandemia, en el debate sobre los presupuestos se libran verdaderas batallas, militares retirados hablan de “fusilar y bombardear”, muchos dicen que se ha declarado una guerra entra la derecha y la izquierda, y las referencias sobre los golpes militares y la Guerra Civil han vuelto a ocupar la actualidad… Todo en un escenario falaz que juega con la trampa que dice que “si se quiere la paz hay que prepararse para la guerra”, para hacer creer que la paz es la “ausencia de guerra declarada” y mantener el enfrentamiento.

Algo tan sencillo y elemental como la paz se ha olvidado, y la guerra fría de la posmodernidad continúa con la batalla que busca derrotar al diferente, aunque se libre con armas distintas a las convencionales, y con una infantería vestida de paisano que ataca por tierra, mar y aire como en cualquier guerra, sin que veamos el polvo que levantan sus bombas para que no dejemos de respirarlo cada día…

Hoy, 8-12-20, se cumplen 40 años del asesinato de John Lennon. Yo estudiaba el primer curso de Medicina y vivía en una pequeña pensión de Granada, un amigo entró en mi cuarto, me despertó y me dijo: “han matado a John Lennon”. Sentí que una parte de los sueños de adolescente también había muerto, pero fui consciente de la responsabilidad que adquiríamos para dar continuidad a sus palabras y hacer de la “imaginación” realidad.

Su pacifismo está cargado de feminismo, él mismo dijo al referirse a su “fin de semana perdido”, la separación de Yoko Ono que se prolongó durante 18 meses, que fue ella la que le dijo que se marchara cuando él perdió su energía feminista. Lennon, consciente del cambio que había supuesto en su vida esa pérdida, regresó con un mayor compromiso con la paz y el feminismo.

Hoy la sociedad está polarizada bajo esa idea tan machista de presentar la alternativa como un ataque a su posición de referencia basada en la idea de que quienes son diferentes en ideas, creencias, valores, procedencia, color de piel, cultura, orientación sexual… además de diferentes son inferiores. El que polariza no es quien piensa diferente, sino el que hace de esa opción una amenaza y un ataque. 

No todo el mundo puede hacer de la diferencia un campo de batalla. Para generar esa idea de ataque se necesitan dos elementos principales: 

  1. Tener un modelo consolidado que actúe como referencia. 

Por ejemplo, al existir un modelo de familia basado en la heterosexualidad, plantear otro modelo de familia se presenta como un ataque a la familia tradicional, en cambio, criticar las alternativas que se proponen se presenta como una defensa de lo establecido y como un simple cuestionamiento, no como un “ataque” al nuevo modelo, cuando en realidad se le ataca a él y a todo lo que significa. Por esa razón sus ideas son presentadas como “educación” y el resto como “adoctrinamiento”. 

Y recordemos que el único modelo consolidado es el androcéntrico.

2. Presentar su modelo de referencia y sus opciones como una posición global.

El modelo tradicional androcéntrico parte de una concepción integral en la que sus ideas, valores, creencias, identidades, mitos, estereotipos, tradiciones… son a su vez la totalidad indivisible. De manera que cualquier cuestionamiento a alguno de los elementos, por muy puntual que sea, se presenta como un ataque a todo el modelo, y se pide responder con beligerancia ante dicha agresión. Si, por ejemplo, se habla de matrimonio entre personas del mismo sexo, se dice que se busca acabar con la familia; si se habla actuar sobre la violencia de género, se responde diciendo que se actúa contra todos los hombres; si llegan extranjeros de otras culturas se incita a su rechazo bajo la idea de que vienen acabar con la nuestra; si se regula la interrupción voluntaria del embarazo se dice que se va contra la vida…

Al final la estrategia es la de siempre, la parte se presenta como un ataque al todo porque entiende que su modelo y posición es único, y que sólo ellos pueden gestionarlo para toda la sociedad.

Los Derechos Humanos no son un “brindis al sol” ni la exigencia de su cumplimiento puede ser un “duelo al sol”. Son el marco esencial en cuanto a significado, y mínimo en cuanto a escenario para la democracia. Y democracia significa aceptar la pluralidad y diversidad de la sociedad, y utilizar los recursos y los instrumentos necesarios para convivir y para alcanzar el bien común.

Y esa convivencia democrática solo se puede lograr a través de la Igualdad, la justicia social, la Libertad, la Dignidad y la Paz como puntales que sostengan el amplio marco de los Derechos Humanos.

Quien incita al odio y quien justifica las palabras que hablan de guerras y enfrentamientos abiertos, está atacando a la paz; y sin paz no habrá convivencia, del mismo modo que sin convivencia no habrá democracia y sin democracia no hay sociedad. Porque una sociedad sin Derechos Humanos no es sociedad, es un sistema de opresión que unos pocos establecen sobre la mayoría para obtener privilegios y beneficios a costa de los demás.

La paz no se logra en grandes batallas sino en pequeños gestos.

Si alguien piensa que puede vencer al reducir la pluralidad a su única posición se equivoca, y si ya es difícil convencer mucho más lo es vencer. La historia nos lo ha demostrado y recuerda a diario a pesar de la nostalgia y la melancolía de algunos.

Debemos entender que la paz es la esencia de la convivencia con todo lo que conlleva, y debemos practicar un pacifismo democrático en todo momento, sin dejarnos engañar ni caer en las trampas de quienes usan su posición de poder como si fuera un bombardero desde el que lanzan sus ideas y bulos con el único objetivo de defender sus privilegios y destruir cualquier alternativa.

Si queremos la paz debemos prepararnos para la paz.

Ya lo dijo Lennon, demos una oportunidad a la Paz.

Rebrotes y violencia de género

La sociedad está ciega ante la violencia de genero, nunca la ha considerado como una pandemia a pesar de su dimensión global, y nunca la ha entendido como un problema sanitario a pesar del impacto en la salud de las mujeres. Se ha limitado a entenderla como un problema de delincuencia “poco común”, para de ese modo facilitar su ocultamiento entre la normalidad machista que impide asociar la idea del hombre con el que se comparte una relación de pareja con la de un delincuente en primera persona. Bajo esa perspectiva todo se soluciona presentando que el problema se debe a una “mala mujer”, y se hace bajo dos referencias. La primera de ellas es plantear que ella ha hecho algo tan malo que merece ser corregida o castigada. La segunda es negar la realidad y decir que nada de eso ha ocurrido, y que ella, la “mala mujer” ha puesto una “denuncia falsa”.

El machismo no niega las consecuencias de la violencia de género sobre las mujeres, son demasiado evidentes, lo que hace es negar la responsabilidad de los hombres que la llevan a cabo para así defender su modelo androcéntrico. Por eso no tiene problema en que se considere como violencia familiar o violencia doméstica, porque así esconde al hombre en la despensa de la conciencia. 

Entender la violencia de género como un problema de salud, algo clave y esencial para deconstruir todos los ornamentos que ha situado el machismo al camuflarla entre las circunstancias, conlleva un abordaje directo de las mujeres que la sufren y de los niños y niñas que la viven. Pero al mismo tiempo implica asumir la responsabilidad y obligación de actuar sobre las causas, es decir sobre los hombres violentos que la ejercen y la masculinidad que les da cobertura. Y eso es algo que no se quiere.

La pandemia está abriendo muchos ojos, por eso desde las posiciones de poder androcéntricas intentan meter el dedo en el ojo con el negacionismo y la confusión.

Nadie aceptaría tratar las consecuencias de la pandemia sin centrarse en el virus que la origina, del mismo modo que nadie permitiría que se dijera que no hay que hablar del Covid-19 ni del SARS-Cov2, diciendo que todos los coronavirus son iguales, o que si vale más la vida de una persona que muere por el Covid-19 que la de una persona que muere por el virus de la gripe. Todo lo contrario, incluso hay quien construye hospitales en nombre de esa pandemia. 

Bien, pues a pesar de lo inaceptable que serían esos planteamientos respecto a la pandemia, es lo que se hace habitualmente con relación a la violencia de género bajo el aplauso de una parte importante de la sociedad y la política.

Todo ello demuestra lo que se vive como algo propio y como algo ajeno.

Y mientras que la pandemia se vive como algo ajeno, y sus cambios se ven como rebrotes u olas que impactan en nuestra normalidad, la violencia de género se ve tan propia y normal que ni siquiera cuando se producen incrementos significativos en la evolución de su expresión más grave, los homicidios y asesinatos, se considera que se ha producido un “rebrote”.

En el año 2006 se produjo un incremento en los homicidios por violencia de género del 21,1% respecto a 2005, en 2010 del 28,1%, en 2015 del 25%, y en 2019 del 7,3%. Este incremento de casos no son sólo números, sino que ha supuesto la vida de 47 mujeres.

Pero no se habló entonces de “rebrotes” ni de circunstancias especiales, nadie se paró a mirar qué posibles causas pudieron incidir en ese aumento de homicidios, como si se tratara de accidentes imprevisibles, y como si no hubiera una responsabilidad social en la violencia de género que se traduce en su evolución, y en el aumento de casos bajo un machismo que responde con violencia ante la igualdad, y que ahora utiliza las instituciones para dictar doctrina.  

La gráfica que encabeza el artículo y muestra los rebrotes, también refleja la tendencia descendente del número de homicidios a pesar del drama que supone cada uno de ellos. Pero el machismo y los machistas también lo niegan para afirmar que “las políticas de Igualdad no sirven para nada” y que “el machismo no está detrás de la violencia contra las mujeres”. Y si no hubiera sido por esos rebrotes asesinos habría descendido mucho más gracias a una sociedad que ya ha dado la espalda a la cultura machista.

El machismo no da puntadas sin hilo, por eso no duda en manipular la realidad para defender la mentira de su normalidad privilegiada. Debemos evitar caer en sus trampas, ellos siempre esperan, unos desde las tribunas, pero muchos otros lo hacen agazapados entre los días esperando su momento y sus “rebrotes”.

En violencia de género, sin prevención no habrá solución.