“Pin y Pon”

Imagino que con esto de la pandemia a la ultraderecha se le debió hacer tarde para escribir la carta a los Reyes Magos de Oriente, y ahora le piden al Gobierno andaluz los muñecos Pin y Pon, cada uno con sus complementos y accesorios para poder jugar en la política diaria. 

El muñeco Pin viene con el equipo de familia y se llama “Pin parental”, un muñeco que a pesar de su pequeño tamaño es capaz de intimidar a todo un Gobierno y a los partidos que lo sustentan, y al mismo tiempo amenazar con rayos y centellas a los colegios si llevan a cabo cualquier formación considerada inapropiada por la ultraderecha.

El compañero de Pin es Pon, el muñeco de la resignación, muy pío él y un complemento perfecto para Pin con esos accesorios compasivos, que hacen que se llame “Pon la otra” y que en los juegos siempre actúe después de Pin. Por eso cuando llega “Pin parental” e impone su criterio a base de amenazas e intimidaciones, actuando como si fuera una bofetada en la mejilla, luego llega “Pon la otra” para que quien recibe el golpe de las amenazas prepare la cara del otro perfil para el próximo bofetón. 

Es lo que ha pasado desde el principio en todos sus intentos de condicionar la política allí donde están con el objeto de borrar las políticas de igualdad y contra la violencia de género. Ellos lo tienen muy claro y no se cortan a la hora de manifestar sus ideas y propuestas, el problema está en quién les compra los muñecos Pin y Pon para que sigan jugando, en lugar de castigarlos por su mala conducta y obligarlos a escribir cien veces “no volveré a actuar contra la igualdad”. 

Ya lo vimos en Córdoba cuando obligaron al Ayuntamiento a retirar una campaña contra la violencia de género bajo su paranoia particular que los hace entender que cuando se habla de hombres violentos se refiere a “todos los hombres”, y que cuando se habla de padres maltratadores se refiere a “todos los padres”. ¿Por qué tienen tantas dificultades para separar a los hombres de la violencia de género y a los padres violentos de la paternidad responsable? 

No deben tener mucha confianza en los hombres ni en su masculinidad cuando evitan por todos los medios, sea en una campaña, en la escuela o en el Parlamento, que se hable de ellos. Y tampoco deben tener mucha confianza en sus ideas y valores, ni en su capacidad para educar a sus hijos e hijas, cuando creen que las pocas actividades extraescolares que se organizan sobre temas de Igualdad van a conseguir educarlos bajo referencias distintas a las suyas.

Quizás lo que ocurre es que han tomado conciencia de la falacia que envuelve su construcción cultural levantada sobre la mentira de que la condición de los hombres es superior a la de las mujeres, para a partir de ahí asignar toda una serie de características a la masculinidad, con el objeto de discriminar a todas las mujeres y a los hombres que no compartan la pureza de su selección. 

Sus planteamientos son ataques a la convivencia democrática y a los Derechos Humanos, por eso es tan responsable quien facilita que se lleven a cabo como quien propone las iniciativas.

En democracia hay que educar sobre los valores y los derechos que permitan convivir en paz y bajo el respeto a la diversidad y pluralidad de referencias que caracterizan la sociedad. El Estado debe velar para que la educación se lleve a cabo impregnada por cada uno de los Derechos Humanos, y que los niños y niñas adquieran de manera progresiva esa conciencia democrática que se traduce en convivencia y en proyecto común desde cada una de las posiciones.

Educar para enfrentar no es democrático, como no lo es educar para discriminar ni para crear las circunstancias que justifican la violencia contra las mujeres y contra los grupos históricamente discriminados. Que se produzcan estos casos de discriminación y violencia ya es terrible, pero que se eduque para que sigan sucediendo, pues es lo que sucederá en caso de continuar bajo las mismas referencias que definen la realidad actual, es inadmisible y una responsabilidad de quien pudiendo hacer algo para que no suceda, se mantenga pasivo y deje que ocurra; o lo que es peor, contribuya para que produzca. 

De manera que ni “Pin parental” ni ”Pon la otra”, no podemos hacerle el juego a la ultraderecha. Las “muñecas” que deben tener nuestros hijos e hijas son las de la Igualdad y la Paz con su casita y jardín de los Derechos Humanos.

Ser pacíficos no es inútil

Quien ve en la violencia un instrumento sólo necesita una excusa para utilizarla, nada nuevo entre los violentos. 

Es el típico, “él empezó primero”, “te pego porque te quiero”, “el Estado es opresor”, “te pego porque me obligas”, “la policía actúa de forma desproporcionada”... al final se ve cómo parten de una razón para usar la violencia, no la determinación de no utilizarla y de recurrir a estrategias no violentas que, evidentemente, darán un resultado diferente, sin que ello signifique que sea ineficaz cuando se gestiona bien y se integra en una estrategia global .

Las movilizaciones pacifistas requieren continuidad de acciones, prolongación en el tiempo, y extensión y amplitud de iniciativas, un proceso qué resulta muy laborioso, menos impactante y con menos oportunidades para que surjan protagonistas, pues su éxito dependerá de todo el grupo y de la respuesta social que se identifica con las demandas, no de unos pocos hombres que alardean de sus tácticas de combate y de los objetivos conseguidos para gloria de su nombre y reconocimiento. 

Y entre las diferentes opciones, resulta más “divertido” e impactante quedar unas cuantas noches y montar una batalla campal en defensa de sus egos e ideas, que trabajar noche y día de forma pacífica para la consecución de las demandas.

La violencia no funciona en una democracia. No puede ni debe hacerlo. ¿Qué han conseguido los violentos, además de la llamar la atención por la destrucción y el daño que han causado? Porque si creen que han conseguido algo más o que se hable de sus motivaciones y del encarcelamiento de Pablo Hasél, están muy equivocados, todo eso ha quedado en un lugar secundario. La gente y los medios hablan de la violencia, de los disturbios y de los destrozos que han ocasionado, pero también del rechazo cada vez más amplio a sus acciones, incluso quienes al inicio tuvieron una posición aparentemente neutral, con el paso de los días y la prolongación de los disturbios ahora los cuestionan.

La violencia forma parte de un modelo machista organizado sobre la competición y la idea de victoria sobre derrota del otro, no sobre el convencimiento y el logro de consensos.  De ese modo se consigue un doble objetivo, salir victorioso del enfrentamiento y anular la posición alternativa y dejarla sin espacio dentro del contexto en el que se produce. El ego machista se ve reforzado en esa sensación de derrota del otro, algo que no consigue cuando se busca convivir con quienes piensan de manera diferente y se utilizan los instrumentos y vías democráticas para resolver los conflictos. Porque si los utilizan y buscan una solución pacífica, a lo mejor resulta que sus argumentos no son lo suficientemente sólidos y no obtienen la razón, cosa que con la violencia no sucede, puesto que no hay necesidad de convencer, sólo de vencer por medio de los ataques y los golpes. 

El pacifismo es útil porque es la única estrategia que puede transformar la realidad o la situación que ha dado lugar al conflicto. La violencia puede imponer un determinado resultado puntual, pero no cambiará nada del contexto, todo lo contrario, habrá legitimado su uso, al machismo como fuente de inspiración, y a los hombres y su masculinidad tradicional como ejecutores y líderes. Un resultado que hará que dentro de un tiempo veamos a otros hombres con ideas diferentes, pero con la misma pancarta diciendo “nos habéis enseñado que ser pacifistas es inútil”, y que actuarán con violencia, puesto que la habrán hecho lícita para que nada cambie, excepto las imágenes en las redes sociales y los protagonistas de los actos violentos. 

Necesitamos una transformación de la sociedad androcéntrica y una erradicación de sus estrategias y métodos machistas. Y eso exige coherencia, esfuerzo, dedicación y continuidad; no se puede defender la libertad de expresión de unos, pero no de otros; y la violencia contra unos pero no contra otros.

Nadie ha enseñado que ser pacífico es inútil, porque, de momento, la paz, la Igualdad y la convivencia por las que lleva siglos trabajando el feminismo, no se han alcanzado. 

Puede quedar muy romántico una pancarta que hable de la violencia como destino irremediable, pero es falaz y solo una excusa moral para justificarse en su uso, como hace cualquier violento. En todos mis años como médico forense no he visto a un solo asesino que no tuviera una razón ética para haber actuado de manera violenta. Cada uno con la suya, todos con una. 

Al final unos la llevan en una pancarta y otros en la voz, pero todos van de la mano de la violencia que mece el modelo conservador y machista, algo incompatible con la izquierda y el progresismo democrático.

No se es anti-sistema con la violencia, con ella el sistema basado en la violencia continúa y se refuerza.

Machismo callejero

No me extraña que la nave “Perseverance” ni ninguna otra de las anteriores no hayan encontrado marcianos en Marte, porque todos deben estar aquí en la Tierra. Es lo que se deduce del comportamiento de muchos cuando su conducta se muestra tan alejada de la realidad que dicen habitar.

La “violencia callejera” que estamos viendo estos días forma parte del modelo machista que busca con ella conseguir dos objetivos principales. Por un lado, el resultado concreto de cada una de las acciones, y por otro, la reivindicación de quiénes están legitimados para usarla, qué son los hombres y sus estrategias. De ese modo, se refuerza la alianza impuesta por el androcentrismo entre lo individual y lo social para apuntalar lo cultural: los hombres son más hombres al usar la violencia, y el sistema machista es más sólido con la violencia “normalizada” y “justificada” que ejercen los hombres que así lo deciden. 

Sólo hay que ver cómo algunos de los violentos compiten entre sí para ver quién hace la “hombrada” más grande al ponerse frente a la policía o al quemar el contenedor de mayor tamaño, o al romper la luna del comercio más significativo, o directamente al golpear a los policías ante la admiración del resto de violentos. ¿Creen que alguno de estos agresores es cuestionado por el resto del grupo al llevar a cabo estas acciones? Todo lo contrario, con ellas logran la heroicidad de ser reconocidos por su violencia, para luego continuar con la estrategia violenta de su modelo y ocupar en ella puestos más relevantes. 

Un partido de izquierdas debe tener claro cuáles son los elementos que definen el modelo de convivencia que busca la izquierda.

Siempre he dicho que la diferencia fundamental entre la derecha y la izquierda no está en el número de machistas, sino en el número de feministas. Quienes defienden la violencia desde las posiciones de izquierdas no buscan transformar el modelo patriarcal, sino reforzarlo para beneficiarse de él a la hora de desarrollar sus ideas. Podrán hacer planteamientos muy diferentes con las políticas que implementen, redistribuir la riqueza, potenciar un modelo social, defender y reforzar lo público… y todo lo que desde sus posiciones consideren necesario, pero lo harán con unos valores machistas que perpetuarán el protagonismo de los hombres y lo masculino, la jerarquización como modelo de relación en la sociedad, y la consecuente injusticia social que se deriva de todo ello. Así ha ocurrido en las dictaduras de izquierdas, que han sido de izquierdas y machistas.

La única referencia transformadora de la realidad es el feminismo, y el feminismo es pacifismo. No se puede ser de izquierdas a medias o de 8 a 3, es algo que deben entender quienes buscan transformar la realidad, no sólo hacer algunos cambios en ella. Y quienes hablan desde posiciones referentes de la izquierda, como ha hecho Pablo Echenique al amparar la violencia en nombre de los objetivos que se pretenden alcanzar a través de ella, deben tenerlo aún más claro, y apartarse de todo lo que signifique mantener las referencias del modelo patriarcal. La utilización de la violencia es tan machista que al final, cuando se defiende, se utilizan los mismos argumentos para minimizarla, y se dice que “sólo son unos pocos”, o que desde el otro lado también hay violencia, pero “de otro modo”, justo lo mismo que dicen los maltratadores. 

No hacerlo tiene una doble consecuencia, por un lado, la ya comentada de perpetuar el modelo, y por otro, legitimar la violencia y darle espacio dentro de la convivencia bajo el argumento de que hay razones para usarla. Una vez que acepta esta premisa del modelo, la consecuencia es que cada uno utiliza sus razones para llevarla a cabo, pero sin dudar de que la violencia es una parte esencial de la estrategia del sistema.

La irresponsabilidad de quienes actúan de ese modo desde posiciones institucionales es mayor, pues junto al mensaje aparece la legitimidad de quienes ven en su posición un refuerzo de sus ideas y decisiones. Es lo mismo que ocurre cuando desde la derecha y la ultraderecha cuestionan la realidad de la violencia de género, y luego muchos utilizan ese respaldo institucional para cuestionar y atacar con más intensidad las medidas dirigidas a erradicarla.

En democracia existen mecanismos para actuar contra las decisiones o contra, como se ha dicho, la “violencia policial”. Pero la violencia nunca justifica la violencia ni una decisión injusta. Esa es otra de las trampas del machismo para no renunciar a su estrategia y permitir la continuidad de sus instrumentos y tácticas; o sea, su propia continuidad.

La democracia no se debilita ni es deficitaria cuando se aplican las leyes elaboradas por el Parlamento, la deficiencia democrática se produce cuando las críticas se hacen a través de la violencia, sobre todo cuando se acompañan del respaldo o la justificación de quienes están en posiciones institucionales y en condiciones de impulsar el desarrollo nuevas leyes.

La democracia no se puede imponer a la fuerza, debe ser parte de la manera de entender la convivencia. Y la violencia es incompatible con la convivencia y con la Igualdad. No se deben confundir los límites democráticos con la imposición que establece el modelo patriarcal, y, por tanto, no se puede usar la violencia en nombre de la libertad, porque al hacerlo no se defiende la libertad y la democracia, sino el modelo de poder injusto que tiene en la violencia un instrumento estructural.

La violencia siempre conduce a más violencia.

Texto de Amparo Mañés censurado por Facebook

Mal vamos cuando hablar de las consecuencias del machismo sobre la discriminación y la violencia que sufren las mujeres se considera “incitación al odio”, y cuando los silencios y las palabras que forman parte de la “normalidad” que aún ejerce la discriminación y la violencia contra las mujeres se considera “convivencia”.

TEXTO ESCRITO POR AMPARO MAÑÉS BARBÉ CENSURADO POR FACEBOOK EL 13-2-21

Me han censurado este post en Facebook por considerar que utilizo lenguaje que incita al odio: 

Ser mujer es haber nacido como hembra de la especie humana. Es cuerpo, es biología, es naturaleza. Es sexo. El sexo no es ni bueno ni malo, es una realidad material. Pero en base a él se construye el género que nos oprime. Ese “llegar a ser mujer” patriarcal supone que:

Ser mujer es que mutilen tu cuerpo, desde agujeros en las orejas hasta la horrenda y criminal ablación del clítoris.

Ser mujer es que se ejerza un férreo control sobre tus capacidades sexuales y reproductivas.

Ser mujer es que te enseñen a avergonzarte de tu cuerpo, de necesitar arreglarlo porque parece que nacemos estropeadas de saber que tenemos una fecha de envasado cada vez más temprana y una fecha de caducidad cada vez más corta.

Ser mujer es haber recibido una educación formal e informal destinada a inferiorizarnos, someternos sexual (para uno o para muchos, según la suerte que hayas tenido) y reproductivamente. 

Ser mujer es que nos hipersexualicen para cosificarnos y reducirnos a objetos que sólo sirven para satisfacer la sexualidad de los hombres.

Ser mujer es que apelen a nuestra naturaleza sexual, pero seamos nosotras las que debemos ser racionales y ponernos velo o ser recatadas para no soltar a la bestia que los hombres, tan racionales ellos, llevan dentro.

Ser mujer es que te conviertan en objeto pornográfico donde todo cabe: humillación, violencia, violación y asesinato, y que tengamos que fingir que eso nos gusta cuando es a ellos a quien complace vejarnos y violentarnos de todas las maneras imaginables e inimaginables.

Ser mujer es que llevemos sobre nuestros hombros el honor de la familia y muramos o nos maten para salvaguardarlo. 

Ser mujer es que nos hayan metido en el ADN que vivimos para otros, que hacemos trabajos gratis por amor, que el amor todo lo puede, aunque acabe haciéndonos daño o matándonos.

Ser mujer es que nos traten con condescendencia cuando no con desprecio.

Ser mujer es soportar todo tipo de violencia masculina si osamos traspasar cualquiera de los límites que el Patriarcado nos impone.

Ser mujer es que haya espacios y tiempos que no nos pertenecen porque son peligrosos para nosotras. 

Ser mujer es que nuestra seguridad, nuestra integridad y nuestra vida no estén nunca suficientemente garantizadas. Tanto si denunciamos (y entonces nos revictimizan) como si no denunciamos.

Ser mujer es que nos contraten menos. Si somos jóvenes porque estamos en edad fértil y si somos mayores por serlo. 

Ser mujer es poseer el 1% de la tierra mientras que los hombres poseen el 99%.

Ser mujer es que nos remuneren menos por igual trabajo que los hombres. 

Ser mujer es conocer de suelos pegajosos y techos de cristal. 

Ser mujer es realizar gratuitamente la labor más valiosa de cualquier país: Gestar, criar y cuidar a su ciudadanía… y como premio, nos reduzcan la pensión por haber tenido que renunciar a ascensos o a una jornada completa o, incluso, renunciar al trabajo.

Ser mujer es que nos desprecien, acosen, marginen, nieguen, oculten o arrebaten nuestros méritos.

Ser mujer es necesitar cuotas para que no se sigan negando nuestros méritos. Porque si no existieran las cuotas, los hombres seguirían teniendo el 100% de todo. Lo que nunca, por cierto, les ha parecido abusivo.

Ser mujer es que te esperen callada porque si hablas serás ignorada, acusada de manipuladora o de mentirosa. Y si hablas bien, es esperar que se apropien de tus palabras y de tus ideas.

Ser mujer es que te invisibilicen en el lenguaje y no tener derecho a ser nombradas porque “ya estamos incluidas en el masculino” que es el genérico por votación popular…entre los hombres. 

Ser mujer es aceptar que todos los colectivos discriminados son cosa nuestra, con la peculiaridad de que luchar contra nuestra opresión es permanentemente relegado, para dar prioridad a esos colectivos que jamás priorizan nuestros intereses frente a los suyos.

Ser mujer es ver con tristeza la traición de mujeres -tan alienadas por el patriarcado- que se creen sus mentiras, y que se sienten pagadas con una palmadita en la espalda, sin percatarse de que se las desprecia incluso más que a quienes luchamos contra su opresión.

Ser mujer es ver cómo al romperse el matrimonio, las instituciones se inventan todo tipo de falsos síndromes para consolidar la creencia de que mentimos o manipulamos (los hombres, en cambio, se ve que son seres de luz y no mienten ni manipulan nunca) y arrebatarnos a nuestra descendencia para favorecer a padres descuidados mientras hubo convivencia y que de repente tienen el “síndrome de la paternidad sobrevenida” para vengarse o para ahorrarse la pensión. 

Ser mujer es ver cómo la justicia habla del interés superior de los y las menores, pero en realidad aplica el interés superior de los hombres.

Ser mujer es ser consciente de que la justicia es menos justicia para nosotras.

TODO ESO ES GÉNERO.

Y EL FEMINISMO es el movimiento revolucionario pacífico que se posiciona en contra de todas estas injusticias patriarcales que he relatado y otras tantas que podrían añadirse.

Y por eso no hace falta dar carnets de feminista. Porque es feminista quien reclama la abolición del género opresor, el fin de la explotación sexual y reproductiva, los derechos humanos de las mujeres, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en todos los órdenes (civil, laboral, económico, social, familiar…), nuestra dignidad y EL RESPETO que merecemos, que no es ni un ápice menos que el que merecen los hombres. Y nada para el feminismo debe ser más importante que todo esto. Esa es nuestra agenda.

RETROCEDER, NI PARA COGER IMPULSO!

¿Qué fue antes, el sexo o el género?

Unas de las referencias que ha conseguido imponer la cultura androcéntrica ha sido su “binarismo” en la expresión de las ideas para que todo sea “sí o no”, y luego aplicarle una lectura referencial que lleva a presentarla como “conmigo o contra mí”.

Y así andamos en tantos y tantos debates, sin más diálogo que el intercambio de ataques y sin más movimiento que el enroque. Una estrategia que beneficia al mundo conservador en su pretensión de que todo siga igual, pero que resulta muy negativa en el mundo progresista que busca transformar la realidad, sino que hay que hacerlo en un determinado sentido de entre todas las alternativas posibles, lo cual exige dialogar.

Con la “Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans” ocurre algo similar, y quienes desde el feminismo cuestionan algunos de sus contenidos son presentadas como compañeras que atacan a las personas trans, o que están en contra de que se legisle para afrontar la realidad que las envuelve y se corrija toda la discriminación que la caracteriza. Y nada de eso es cierto.

El enfrentamiento existente en el momento actual no sólo obedece a cuestiones de “perspectiva” o a la posición defendida por los partidos que las proponen.

En el fondo de este conflicto hay un planteamiento no resuelto en la propia conceptualización que se ha hecho sobre el género y su dimensión social, circunstancia que afecta a la manera de abordar la transexualidad, y al modo de reivindicar las acciones para traducirlas en hechos y políticas que incidan en la realidad.

Son varias las cuestiones que hay que debatir y resolver, entre ellas: 

  1. Desde el planteamiento trans, en sintonía con la teoría queer, se cuestiona el género por venir determinado por las referencias socioculturales del patriarcado. Lo cual es cierto, pero no sólo es el género el que está condicionado por ellas, lo está cualquier elemento (grupo étnico, nacionalidad, salud o enfermedad, creencias…), por eso hablamos de cultura patriarcal y no de circunstancias patriarcales. Sin embargo, el hecho de cuestionar esa construcción de género no significa que haya que cuestionar el sexo sobre la que se construye, sino que se puede modificar el género derivado de esa construcción cultural sin necesidad de cuestionar el sexo, puesto que el sexo no es la causa, sino uno de los elementos considerados. De las dos referencias que se utilizan, género y sexo, como demuestra de la realidad en tantas mujeres y hombres que han roto con los mandatos de género impuesta por el machismo sin que hayan modificado su sexo, el elemento variable es el género, no el sexo
  2. Plantear que el sexo no es una referencia y que por tanto basta con el género para ser mujer u hombre es algo insuficiente para explicar la realidad. Cuando un hombre dice sentirse del género contrario (tomando el ejemplo de una mujer trans), no se siente mujer en abstracto, sino que se siente mujer según las referencias que el propio mandato sociocultural ha establecido a la hora de definir la identidad de las mujeres. Y resulta paradójico que se cuestione la construcción de género en las personas cis, pero que esa misma construcción de género no se cuestione en las personas trans, puesto que al final es el género patriarcal el que se mantiene en las personas trans. Se evita así una crítica profunda y se limita a cuestionar el sexo como si esa referencia biológica fuera un error, cuando no lo es, como no lo es el sentirse de un género diferente. Si se cuestiona la construcción sociocultural que asigna sexo y género, también debería cuestionarse, y con más intensidad, que el sentimiento de una persona trans se corresponda con el género que esa misma construcción cultural ha creado como parte de la identidad de las mujeres, pues ese género es consecuencia directa de la cultura, mientras que el sexo es un elemento de la naturaleza.
  3. La presencia del sexo como referencia es tan sólida que la mayoría de las personas trans adoptan medidas para “armonizar” su género con su cuerpo a través de la adquisición de “caracteres sexuales secundarios” que, como indica su nombre, son parte del sexo biológico. A partir de ese cambio biológico la manera de vivir su corporalidad y su identidad viene condicionada por su biología y su cuerpo, sea el que sea, pero de manera diferente según sea el resultado final.
  4. La identificación con el género de las mujeres, siguiendo con el ejemplo tomado, pero ocurre igual con los hombres trans respecto a los hombres cis, se corresponde con el sentimiento que la inmensa mayoría de las mujeres de esa sociedad han desarrollado como parte de su identidad desde su auto-percepción y auto-conciencia a partir de su sexo y su cuerpo. No son mujeres al margen de la sociedad y la cultura, como se comprueba con el género, pero tampoco lo son al margen de su sexo y su biología. Todo ello nos indica que sentirse mujer es sentirse como las mujeres con su cuerpo y su sexo se han sentido, no como alguien abstracto, ni como una decisión al margen de esa realidad.
  5. La presencia del sexo es tan trascendente que en las necesarias medidas que hay que adoptar para evitar la discriminación de las personas que no son aceptadas por el modelo patriarcal, se encuentran también las personas intersexuales, que llevan a cabo sus reivindicaciones basándose en el sexo y en las características de su intersexualidad, no en el género asignado.  

La situación abordada nos indica que la naturaleza humana, con su riqueza, pluralidad y diversidad, se traduce en la posibilidad de hacer de los sentimientos parte de la identidad de las personas, pero lo hacen a partir de su realidad biológica, incluyendo al sexo. Unas personas lo hacen al mostrar sintonía entre el género y el sexo según las referencias tradicionales e históricas, y otras al reflejar esa identificación con el género contrario, el cual también ha sido definido por el patriarcado, aunque lo haya limitado a un determinado sexo.

La solución no es negar el sexo ni creer que por asignar el género tradicional a un sexo diferente se resuelve el problema de la construcción patriarcal, cuando en realidad se reafirma en otro sexo. Una ley no resuelve esta situación de fondo, puede y debe abordar la discriminación y la necesaria integración y garantía de los derechos de las personas trans. La manera de romper con la construcción patriarcal pasa por la transformación social y cultural que la propia sociedad va incorporando a la realidad, a partir de las nuevas referencias de igualdad que el feminismo lleva siglos reivindicando. Y para ello no se puede negar ni dejar de escuchar a quienes tiene su identidad construida sobre el sexo como un elemento clave en el desarrollo de la corporalidad y en la autoconciencia.

Porque es desde esa autoconciencia desde la que se ha adquirido conciencia sobre la desigualdad que define la cultura patriarcal. Lo hemos explicado en otras ocasiones. El patriarcado surge en el neolítico cuando los hombres asumen el poder en las relaciones sociales y establecen que su condición masculina es superior a la de las mujeres. A partir de esa construcción extienden la referencia para considerar a cualquier persona diferente como inferior, pero la esencia de la construcción se hizo y se mantiene sobre la discriminación de las mujeres, y no podemos perder esa referencia porque sobre ella es sobre la que se mantiene la injusticia social de la desigualdad del patriarcado, y su extensión a todas las personas situadas al margen de su normatividad.

Para adquirir los mismos derechos no hace falta adquirir la misma identidad, la diversidad no se basa sólo en las diferentes formas de entender las identidades de género, sino también en las diferentes identidades que pueda haber. Y cómo resolver esta situación de fondo exige diálogo, no ataques, porque no se está en contra de las personas trans, como ha demostrado todo el feminismo históricamente.