El género de la violencia

Qué es la violencia de género? | Fuenlabrada Noticias

El INE recoge en su informe sobre 2020 que los casos denunciados de violencia de género han descendido durante la pandemia, mientras que los de violencia doméstica han aumentado.

La vida da muchas vueltas, pero siempre acaba en el mismo lugar, de lo contrario hablaríamos de otra vida y siempre lo hacemos de la misma, de la que amanece por el Este androcéntrico y anochece por el Oeste patriarcal.

Eso es lo que ocurre con la violencia contra las mujeres. Primero no existía, después, cuando se hizo un seguimiento estadístico y se demostró su dimensión, se reconoció su existencia, pero como violencia doméstica o familiar, y más adelante, al identificar la construcción cultural sobre la base del género que hay en su origen y se definió como violencia de género, la respuesta ha sido el negacionismo para devolverla al lugar de origen, o sea, a la inexistencia.

El objetivo de esta estrategia es desvincular la violencia de la cultura para evitar la relación que lleva a identificar que el problema no se reduce a los casos que se producen, y que todo forma parte de una estrategia para mantener el orden dado basado en la desigualdad y en la injusticia. Un orden que tiene como resultado práctico que todo lo que las mujeres tienen de menos en cuanto a derechos, los hombres lo tengan de más como privilegios.

Por eso niegan el género que hay detrás de la violencia, porque ya no pueden negar el resultado de la misma, especialmente los homicidios. Y para que no generen ningún tipo de amenaza a su construcción cultural, intentan situarlos en el contexto de la violencia doméstica o familiar para que se confundan con los de otras violencias.

Pero la realidad es persistente, casi recalcitrante, frente a sus manipuladores, de ahí que quienes niegan la violencia de género como una violencia interpersonal diferente, se encuentren con el “pequeño detalle” de una realidad que revela su manipulación.

El ejemplo más cercano lo tenemos en el escenario levantado por la pandemia. 

A principios de mayo el INE ha publicado su estadística sobre violencia de género y violencia doméstica en 2020. El informe refleja diferencias tan significativas como el hecho de que las denuncias por violencia de género hayan descendido un 8,4%, mientras que las de violencia doméstica han subido un 8,2%. Esta distinta evolución demuestra que las circunstancias, las motivaciones y los objetivos que definen ambos tipos de violencia, a pesar de compartir los mismos escenarios, son diferentes y se afectan de manera distinta ante una situación social cambiante.

Por otra parte, al comparar los homicidios por violencia de género con los homicidios generales cometidos a lo largo de ese mismo año (2020), según los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad (Ministerio del Interior), comprobamos también que las circunstancias de la violencia de género son específicas, y cómo cuando el contexto social se modifica la repercusión sobre los distintos tipos de violencia varía, puesto que sus elementos giran alrededor de distintos factores. Así, mientras que los homicidios por violencia de género disminuyeron un 18,2%, los homicidios generales descendieron sólo un 7,4%. 

Un ejemplo del distinto impacto de la pandemia lo vemos durante los meses de la restricción de la movilidad. El control de las víctimas de violencia de género proporcionado por el confinamiento durante el segundo trimestre de 2020, hizo que los homicidios por este tipo de violencia descendiera un 73,3 % respecto al mismo periodo de 2019, sin embargo, a pesar de encontrarnos en las mismas circunstancias sociales, la violencia ejercida en otros contextos produjo 55 homicidios, lo cual supuso un descenso en ese trimestre de sólo el 1,2%

Como se puede ver, el impacto de la pandemia es completamente diferente en la violencia que sufren las mujeres, y lo es porque se trata de una violencia distinta a otras violencias, también a la violencia doméstica o familiar. El elemento que la diferencia está en su construcción cultural sobre las referencias androcéntricas que llevan a utilizar la violencia como acción y amenaza para mantener el control de las mujeres. Cuando ese control viene dado por el contexto social o por la situación vivida, el agresor no necesita recurrir a tanta violencia explícita para imponerlo. Del mismo modo, cuando percibe que no puede controlar a la mujer el riesgo se dispara y puede dar el paso hacia una agresión más grave o el homicidio.

Pero las diferencias no se limitan a las agresiones, también vemos como la pandemia ha hecho que en 2020 haya disminuido el número de sentencias condenatorias en un 85 %, y que las absoluciones hayan aumentado un 13,5 %, todo ello a pesar de que la violencia de género ha aumentado entre las paredes de esos infiernos que algunos llaman hogar. 

Otro dato interesante y muy propio de la violencia que sufren las mujeres, es la disminución en 2020 del número de agresores que maltratan a más de una mujer, que ha bajado un 24,5 % como consecuencia de la limitación de la movilidad por la pandemia. 

Quien no quiere aceptar el género de la violencia y la construcción socio-cultural que lleva a los hombres que así lo deciden a ejercer esa violencia contra las mujeres, utilizan cualquier argumento para negarla.

Unas veces dicen que no existe, otras que no tiene importancia, también hay quien echa la culpa a la mujer agredida, y algunos la mezclan con otras violencias que se producen en las relaciones familiares para confundir… pero a pesar de sus estrategias “escapistas”, siempre quedan en evidencia ante una realidad que demuestra que su “invidencia” es interesada. 

La violencia no tiene género, pero el género masculino sí tiene violencia contra las mujeres, y se llama violencia de género.

La crisis como salvación de las mujeres

El fracaso de una sociedad democrática y la evidencia de que el machismo está por encima de las instituciones, se demuestra al comprobar que el factor que se ha traducido en la mayor protección para las mujeres, y en el descenso más significativo del número de homicidios por violencia de género, ha sido la crisis social y económica generada por la pandemia.

La conclusión es clara, en tiempos de bienestar y normalidad las mujeres son asesinadas por los hombres con quienes comparten una relación de pareja, mientras que en épocas de crisis y precariedad las mujeres sobreviven bajo el control y el sometimiento de los hombres y su machismo. 

La estructuralidad de la cultura androcéntrica se demuestra en la reacción contra el cambio del modelo establecido y sus protagonistas, es decir contra el feminismo y las mujeres. El machismo quiere que todo sea como siempre ha sido, con los hombres como referencia, la masculinidad como inspiración y su cultura como normalidad; de ese modo no hay desigualdad ni injusticia porque todo encaja en la propia definición de la realidad desde esa normalidad machista. 

La pasividad institucional y la distancia social ante una violencia que maltrata a 600.000 mujeres y asesina a 60 de media cada año, refleja esa misma normalidad androcéntrica. Si se produjeran 60 homicidios cada año en cualquier otro grupo de población, por ejemplo, 60 joyeros, 60 taxistas, 60 o repartidores… habría una revolución social que llevaría a que todos los días se plantearan iniciativas políticas para abordar esta situación. Pero el asesinato de 60 mujeres no produce esa reacción. Sólo cuando los homicidios se concentran en un periodo de tiempo corto o se produce un asesinato de forma especialmente cruel, nos paramos a preguntar qué ha pasado, pero nunca nos preguntamos qué está pasando entre cada uno de los homicidios. 

Y no es casualidad, mientras que los ejemplos de violencia que no se admitiría (joyeros, taxistas, repartidores…) forman parte de la violencia externa, es decir, de aquella que se produce contra el orden establecido y las normas de convivencia, la violencia de género es de carácter estructural y nace de la propia convivencia para mantener el orden impuesto por la cultura machista, tal y como lo interpreta cada maltratador. La violencia de género no se presenta como una amenaza para toda la sociedad, sino como una amenaza para las mujeres, y no para todas las mujeres, sólo para las consideradas “malas mujeres” por no hacer lo que sus maridos y parejas les imponen. 

El ejemplo más cercano de esta construcción social y la demostración más clara y directa de que la violencia de género es diferente al resto de las violencias interpersonales, lo tenemos en lo ocurrido durante la pandemia. El confinamiento y la limitación de la movilidad se han comportado como una máquina del tiempo que nos ha llevado 50 años atrás, para hacer de la situación social un instrumento de control de las mujeres.

El control material que se ha vivido durante 2020, tanto por las restricciones de movilidad como por la falta de oportunidades para salir de la relación violenta, ha dado lugar al mayor descenso del número de homicidios de toda la serie histórica, con un total de 45. Y en el trimestre del confinamiento los homicidios machistas fueron 4, también el menor de todos los recogidos hasta ahora. 

El final del estado de alarma, tal y como adelantamos en el artículo “Confinamiento y violencia”, 16/3/20, se ha traducido en una pérdida de la percepción del control mantenido por los agresores, y en una sensación de liberación para las mujeres. Todo ello ha originado un aumento del riesgo de letalidad y un incremento de los homicidios. De hecho, si comparamos los homicidios ocurridos en los meses de marzo, abril y mayo en los tres últimos años, vemos que en 2019 supusieron el 52,2% de todos los homicidios cometidos hasta mayo; en 2020 representaron el 38%, y en 2021 suponen el 76,9 %. Es decir, este año se observa una tendencia creciente en el número de homicidios cometidos en los últimos meses, por encima, incluso, de la situación anterior a la pandemia, lo cual refleja ese aumento del riesgo que hemos comentado.

El otro factor que revela el cambio de las circunstancias que atrapan a las mujeres en la violencia de género es la situación económica y la disminución de oportunidades. El pasado año se produjo una concentración de homicidios en agosto bajo las dos mismas referencias: aumento de la movilidad tras el confinamiento y un descenso del paro femenino en el julio. Y este año la concentración de homicidios en mayo mantiene las mismas circunstancias, por un lado, la finalización del estado de alarma, y por otro, una disminución en el paro femenino de un 1’82% en los meses de marzo y abril.

El machismo quiere a las mujeres sometidas a su cultura, a su orden y a los hombres que velan por una y por otro. Intentar resolver la situación bajo la referencia del machismo y con los instrumentos establecidos por él, como si se tratara de una violencia más, como ocurre con la insistencia casi exclusiva en la denuncia, no resolverá nunca el problema. Todo lo contrario, facilitará, como ocurre ahora, que el 75% de la violencia de género en la pareja permanezca invisible. Pero invisibilidad no es igual a inexistencia. La violencia de género está muy presente entre la invisibilidad, y cada día más de1600 mujeres la sufren y que caminan hacia los homicidios en los que nunca antes se supo que había violencia, que representan el 80% del total. Y esa misma invisibilidad también actúa como escenario idóneo para normalizar el aprendizaje de la violencia para los más de 11 millones de niños y niñas que viven bajo su normalidad (Macroencuesta 2019).

Lo escribí hace siete años, concretamente en un artículo publicado en El País el 19/3/14 titulado, “Ellas están cambiando; ellos, no”, y lo suscribo hoy: “el precio de la libertad de las mujeres no puede ser la muerte, ni el de la vida la sumisión”.

Invasión

Estamos invadidos, pero no de migrantes, sino de machistas…

Ahora que tenemos cerca la imagen de lo ocurrido en Ceuta, imagínense que la convivencia en democracia se desarrollara de manera pacífica bajo el marco de los Derechos Humanos, y que cada día, no uno de manera puntual, sino todos los días, se produjera un asalto a los límites de esa convivencia por parte de 11.000 machistas violentos que vivieran al margen de esas referencias, y que muchos de ellos, en lugar de tener que trepar por la valla de las leyes y las normas, entraran tranquilamente a través de las puertas que les abre la ultraderecha con su discurso negacionista y la crítica a las medidas dirigidas contra la violencia de género.

Pues eso que parece lejano y ajeno a nuestra realidad es lo que ocurre si tenemos en cuenta los más de 4 millones de hombres que cada año ejercen algún tipo de violencia contra las mujeres (Macroencuesta 2019), y los dividimos por los 365 días del año. 

Cada día 10.958 machistas dan el salto de la violencia de género y agreden a alguna mujer, de los cuales 6.000 lo hacen sobre su pareja o expareja. Y todo ello sucede ante la pasividad de una sociedad que espera a que alguna de las agresiones sea grave o mortal para pedir que se “expulsen” a esos agresores, y que se refuercen las “vallas de la convivencia” con la “alambrada de la Igualdad”.

Pero no ocurre. En violencia de género no hay expulsiones en caliente ni en frío de los agresores, sino que rápidamente obtienen los papeles de la normalidad y el pasaporte de las justificaciones para ocultar la realidad e intentar recuperar los espacios que la Igualdad ha ido liberando de machismo. Es parte de su estrategia para mantener las referencias de una sociedad androcéntrica que en lugar de ponerle límites a quienes abusan de su poder injusto y usan la violencia, colocan el alambre de espino y concertinas alrededor del cuerpo y la vida de las mujeres para que no se salgan de sus roles y espacios.

No es casualidad que los mismos que no quieren ver el factor humano en las crisis migratorias, sean los que no ven el factor inhumano que hay en la violencia contra las mujeres. Al final, la coherencia de los postulados del machismo, hoy enarbolados por la ultraderecha con la complicidad y pactos de la derecha, se refleja en la definición de sus enemigos, que ha situado en el multiculturalismo con su ataque las personas extranjeras migrantes, y en el feminismo con toda la violencia y críticas contra las políticas de Igualdad y a las mujeres.

Sus miedos son nuestros sueños, sus fantasmas nuestros objetivos y su sinrazón nuestra razón. No me preocupa lo que intenten conseguir, sé que no lo van a lograr, lo que me preocupa es el daño que van a causar hasta que la sociedad sea consciente de que no se puede vivir sin Igualdad, como no se podía vivir sin Libertad, Justicia y Democracia y se vivió durante 40 años por la imposición de unos pocos. Hoy, los mismos que añoran aquellos tiempos, son los que no quieren que se viva en Igualdad. 

La realidad social no es el resultado de las decisiones políticas, sino la consecuencia de la transformación social que ha ido evolucionando desde el principio de la humanidad bajo los anhelos, los sueños y las aspiraciones de las personas de todo el planeta en cualquier momento de la historia. Siempre ha habido elementos facilitadores para esos cambios, y ataques y obstáculos contra ellos, pero los ideales humanos los han superado hasta llegar al momento actual. Y continuarán a partir de hoy con independencia de las políticas.

La política tiene la responsabilidad de ayudar a esa transformación para que sea armónica, justa y universal, por eso es esencial que haga desaparecer el elemento que más injusto, parcial e interesado puede hacer cualquier cambio, que es la desigualdad impuesta por un modelo androcéntrico para que sea cual sea el cambio, siempre se traduzca en privilegios para los hombres a costa de limitación de derechos para las mujeres.

La sociedad está invadida por el machismo y sus machistas, pero el territorio de la Igualdad cada vez es mayor, y los límites para quienes no quieran convivir en paz y democracia más claros, no por vallas y alambradas, sino por ideas y valores.

Maltrato del Ministerio de Sanidad a los MIR

La otra batalla de los médicos contra la Covid: en pie de guerra con  Sanidad por cambiar el sistema para elegir plaza MIR

No se puede hacer política en contra de quienes son objeto de la política, este debería ser un principio elemental a la hora de desarrollar el ejercicio desde las administraciones e instituciones y, sin embargo, es justo lo que ha hecho el Ministerio de Sanidad con quienes han sacado el MIR.

Los médicos y médicas que aspiran a la residencia, que son el objeto de la decisión de la Administración, están de manera unánime en contra de la elección de plazas de forma virtual, pero el Ministerio de Sanidad desprecia sus razones e impone este sistema. 

De hecho, ninguno de los argumentos que da el Ministerio es suficiente para mantener el daño que puede suponer que una persona que se ha ganado con esfuerzo y trabajo acceder a una especialidad, no pueda elegirla por cuestiones técnicas derivadas del procedimiento virtual impuesto. El Ministerio habla de “trazabilidad”, “rapidez” y “fiabilidad”… pero esas sólo son características obvias que debe tener cualquier proceso, no podría ser de otro modo, de lo que se trata es de que la elección, además de todo eso, sea justa. Y no lo es cuando cada aspirante tiene que elaborar, semanas antes del momento de la adjudicación, una lista con miles de opciones combinando las especialidades que se ajusten a su vocación con los diferentes hospitales donde realizarlas. 

El proceso que impone el Ministerio viene a ser algo así. Cada aspirante tiene que elaborar un listado en el que si, por ejemplo, la especialidad que le gusta es Traumatología, tiene que poner en primer lugar hacer Traumatología en el hospital que considere que es mejor para formarse, después, en segundo lugar, debe poner la Traumatología en el segundo hospital que estime, a continuación en el tercer hospital, y así hasta los más de 800 hospitales que hay en España. Cuando haya terminado con esa especialidad, si la segunda opción en su decisión es hacer Pediatría, pues tiene que hacer el mismo proceso poniendo uno a uno los más de 800 hospitales existentes. Luego vendría la tercera especialidad, por ejemplo, Psiquiatría o cualquier otra que decidiera, de nuevo por los 800 hospitales… Es decir, sólo para tres especialidades tendría que incluir más de 2.400 elecciones, y son muchas las especialidades que se eligen atendiendo a las circunstancias de cada persona.   

Se produce así una lista interminable y, sobre todo, inhumana, pues es imposible ordenar las ideas, la voluntad y el deseo para tomar una decisión de esa trascendencia de forma tan distante al momento, y alejada de la objetividad de las opciones reales que se presentan cuando la elección es presencial.

Lo terrible del Ministerio de Sanidad es que desprecia a sus futuros especialistas y manipula cuando utiliza como argumento ejemplos puntuales que se han hecho con otras formaciones diferentes a Medicina, que suponen un número muy inferior de plazas, y cuando utiliza la pandemia para hablar de seguridad, en unos momentos en que vemos que la gente se reúne en restaurantes, grandes concentraciones en espacios públicos, estadios, discotecas y en cualquier otro contexto sin otro problema que su propia responsabilidad. Máxime, cuando el año pasado, en plena situación crítica, se hizo de manera presencial, y cuando elegir plaza bajo la presencialidad no exige centralidad, puesto que el proceso se puede hacer en diferentes ciudades, como ha ocurrido en otras ocasiones.

Soy profesor de Medicina y veo llegar a la Facultad a las alumnas y alumnos cargados de ilusión, después de toda una juventud invertida en estudiar para poder acceder a facultad y formarse en la especialidad soñada. Su anhelo es tanto, que incluso antes de terminar los estudios del grado ya empiezan a preparase el examen MIR para aumentar las posibilidades de hacer la especialidad de sus sueños y vocación.

Y todo eso se viene abajo cuando el Ministerio de Sanidad, a diferencia de lo que ha hecho hasta ahora y sin razones de peso para llevarlo a cabo, decide modificar el sistema de elección de plazas con toda la distorsión que genera, y con la grave injusticia que supone que por cualquier razón de las muchas que se pueden presentar, alguien no pueda elegir la especialidad y el lugar para hacerla que por esfuerzo, trabajo y méritos ha conseguido. Una consecuencia que será para toda la vida.

Los médicos y médicas MIR no han decidido los tiempos para hacer el examen y continuar con el proceso de elección de plazas para que el Ministerio utilice este argumento como refuerzo de su decisión. Si la responsabilidad del proceso ha sido del Ministerio de Sanidad, las consecuencias de la decisión deben ser asumidas por el propio Ministerio, no por quienes han superado el MIR.

El Ministerio de Sanidad ejerce un maltrato institucional sobre los médicos y médicas del MIR al no atender las razones y posición que se han ganado con su esfuerzo. Pero también actúa en contra de los intereses generales al despreciar una solución que es buena para toda la sociedad y para el propio sistema de salud, pues lo que necesitamos es especialistas con vocación, no por equivocación. 

El sistema impuesto por el Ministerio de Sanidad es un “maltrato institucional” que se lleva a cabo al pasar de un sistema de elección presencial a uno virtual e inhumano que ocasiona consecuencias de por vida a quienes no les queda más remedio que pasar por él. Un procedimiento que, además, traslada todas las consecuencias negativas a quienes eligen las plazas, y que lo hace sin motivos que lo justifiquen, salvo su propia comodidad y resolver el problema de unos tiempos que han sido propiciados por el propio Ministerio, no por quienes han hecho el MIR.

El proceso de elección de plazas MIR y del resto de profesionales que acceden por esta vía, además de “transparente”, “trazable”, “fiable”… debe ser justo, y  la elección  virtual es injusta. En cambio, la elección presencial, además de “transparente”, “trazable”, “fiable” y “segura”, es justa.

El Ministerio de Sanidad debería saber que desde la medicina hipocrática, uno de sus principios esenciales es “primum non nocere” (“lo primero es no hacer daño”), y su decisión sobre la elección virtual de las plazas MIR hace daño a los médicos y médicas residentes, al propio sistema de salud y a toda la sociedad.

(El día 25 de mayo hay convocada una manifestación a las puertas del Ministerio de Sanidad).

STOP “STOP FEMINAZIS”

Hay que poner fin a ese machismo exhibicionista que vive asentado a las puertas de determinados juzgados, o que acude a ciertas citas para levantar sus pancartas y carteles con las que reivindican la impunidad de la violencia contra las mujeres y el rechazo a las políticas de igualdad y al feminismo. 

Me refiero a ese grupo de hombres que lleva años aprovechando cualquier caso o situación para mostrar sus pancartas con el mensaje de “Stop feminazis” ante alguna cámara de televisión sin que nadie haga nada. 

Ante esta situación surgen varias cuestiones. 

  1. No creo que ninguna organización pudiera estar asentada libremente alrededor de los edificios judiciales con sus pancartas preparadas en espera de que llegue alguien que haya levantado interés mediático, para situarse detrás y levantar sus carteles que critican que se actúe contra la violencia que sufren las mujeres. ¿Piensan que sería posible que hubiera grupos similares que atacarán a quienes luchan contra el racismo, contra el terrorismo, o contra el narcotráfico? 
  • ¿Creen que sería factible que, además, lo hicieran considerando como nazis a quién trabaja contra el racismo, el terrorismo o el narcotráfico, y los llamarán “anti-racisnazis”, “anti-terronazis” o “anti-narconazis?
  • Con esa estrategia lo que en realidad hacen es propaganda del nazismo al legitimar sus argumentos. La situación es sencilla, si ellos legitiman que existen estrategias “nazis” por parte del feminismo, lo que en realidad están legitimando es que se utilicen ese mismo tipo de estrategias nazis en contra de estas iniciativas, que es justo lo que luego lleva a cabo la ultraderecha y sus grupos afines al cuestionar la existencia de la violencia de género, y al decir que las propuestas a favor de la Igualdad son un ataque al orden social y a la libertad de las familias, presentándolas como una especie de “ingeniería social” a la que llaman “adoctrinamiento de género”. 

Al llamar “feminazismo” al feminismo presentan la Igualdad como un instrumento de opresión dirigido contra aquel grupo de personas que no comparte la condición defendida por el feminismo. Y para hacerlo creíble afirman que el feminismo va contra todos los hombres, al igual que dicen que las leyes de violencia de género van también contra todos los hombres. Una estrategia que en realidad busca aumentar el odio contra aquellas organizaciones y personas que trabajan para corregir la desigualdad y erradicar la violencia de género, y, de paso, mantener la misoginia original del machismo.

Actuar contra el feminismo es defender la realidad que pretende transformar el feminismo, es decir, el machismo. Y, por tanto, significa darle valor a la construcción androcéntrica levantada sobre la idea de que la condición masculina es superior a la de las mujeres, y que el orden que debe definir la realidad social es el de la desigualdad con los hombres dirigiendo el destino de nuestros días. Todo ello demuestra que se busca perpetuar los privilegios históricos de los hombres, entre ellos el hecho de utilizar la violencia contra las mujeres sin que la inmensa mayoría de los agresores sean denunciados (aproximadamente el 75% no es denunciado), y que sólo se condene alrededor de un 22% del 25% que se denuncia. Esta situación lleva a que en la práctica la violencia de género resulte prácticamente impune para quienes la ejercen, lo cual no deja de ser un gran privilegio. 

Presentarse con carteles defendiendo esas ideas es incitar al odio y a la violencia, pues, además de defender el orden actual con su violencia impune, también aprovechan para mandar el mensaje de las “denuncias falsas” y de que las mujeres arruinan la vida a los hombres al “quitarle los hijos, la casa, y la paga”; o lo que es peor, diciendo que bajo estas circunstancias son abocados al suicidio, como también plantean desde estas posiciones. 

Al igual que no se puede defender el racismo, ni el terrorismo, ni el narcotráfico, ni la xenofobia, ni ningún planteamiento de este tipo exhibiendo carteles en lugares públicos, no debería permitirse que estos hombres paseen con sus carteles por las puertas de los juzgados y otros lugares donde aparezca una cámara de televisión para exhibirse, como hemos visto estos días con Rocío Carrasco.  Y da la sensación de que deben tener algún contacto interno cuando saben qué día, a qué hora y en qué juzgado aparecerá la persona mediática junto a la que mostrar sus pancartas.

Exhibir un cartel con “Stop feminazis” no es libertad de expresión, es actuar libre e impunemente para negar la violencia de género y contra quienes buscan erradicarla. Quienes tienen la responsabilidad de evitar que se incite al odio deben actuar para hacer stop al “Stop feminazis”. 

“Un buen padre”

La Guardia Civil analiza restos de sangre encontrados en la barca de Tomás  Gimeno

Los testimonios coinciden en considerar como un “buen padre” al hombre de Tenerife que ha desaparecido con sus hijas, un hombre capaz de, según recogen las informaciones periodísticas, maltratar a su exmujer, agredir a su nueva pareja y, sobre todo, amenazar a la madre de sus hijas con la advertencia de que no volvería a verlas, y luego hacerlas desaparecer; no se sabe aún si por medio de un secuestro o de alguna otra situación más grave.

La amenaza de los padres a las madres utilizando a los hijos e hijas ha sido una constante desde que las leyes de divorcio no culpable comenzaron a promulgarse a mediados de los 70 en Estados Unidos. En España la “Ley del Divorcio” de 1981 permitió a las mujeres salir de las relaciones construidas bajo la sentencia de “hasta que la muerte os separe”, aunque muchas de ellas eran como una muerte en vida. A partir de esa liberación que reconocía la autonomía, independencia y libertad de las mujeres para decidir sobre sus vidas comenzaron las separaciones, algo que muchos hombres no aceptaron y siguen sin admitir, hasta el punto de que el factor de mayor riesgo para que se produzca el homicidio dentro de la violencia de género es la separación. 

Y en todo ese proceso, la instrumentalización de los hijos e hijas se utiliza para producir una amenaza superior a la propia violencia directa contra la mujer, y, si fuese necesario, un daño mayor.  

Por eso, como decía, el argumento de los hijos siempre ha estado presente, y si ahora amenazan con “no vas a volver a verlos”, antes, cuando la mujer planteaba la separación, ya le decían “te voy a quitar a los niños”. En cualquier caso, las mujeres viven la separación con terror al saber que los hijos e hijas son un instrumento durante todo el proceso, y que esta amenaza no va a desaparecer una vez que haya terminado, más aún si ha habido violencia durante la relación. 

Y no es algo menor, el 80% de las mujeres maltratadas salen de la violencia por la separación, no por la denuncia, por lo cual se enfrentan a un proceso civil en el que la violencia no se menciona, pero en el que están presentes todos los elementos de la misma, especialmente dos de ellos: el maltratador y las consecuencias del daño ocasionado. A partir de ahí, como ocurre en las series y películas cuando detienen a alguien, cualquier cosa que diga la mujer podrá ser utilizada en su contra, y es lo que sucede. Cuando la mujer dice que ha sufrido violencia, dicen que está buscando un divorcio ventajoso, cuando los niños no quieren ver a su padre, dicen que la madre los ha manipulado y alienado, cuando se abordan las cuestiones materiales derivadas de la separación, dicen que la mujer quiere quitarle al marido la casa, el coche y la paga. 

La situación es muy distinta para los hombres.

Un hombre que huye con sus hijas es un buen padre, tal y como vemos en las referencias de vecinos y conocidos sobre el padre de Canarias, a pesar de que en el momento de hacer esas declaraciones ya saben que ha desaparecido con sus hijas en unas circunstancias que hacen de la incertidumbre un drama. Es una situación parecida a la que ocurrió con el ex marido de Juana Rivas, que a pesar de llevarse a sus hijos en contra de lo que había decidido la Justicia y de no presentarse a una cita que tenía en el Instituto de Medicina Legal de Granada para estudiar la violencia de género denunciada, es considerado como un buen padre. En cambio, Juana Rivas, una madre que retrasa la entrega de sus hijos ante la experiencia de violencia vivida, y de confiar en la Justicia para que se investigara dicha situación antes de entregar a sus hijos, es considerada como una mala madre. De hecho, fue condenada por el “secuestro” de sus dos hijos aplicando una pena excesiva, tal y como el propio Tribunal Supremo ha considerado al reducir a la mitad la pena impuesta en su día.

Lo que pone en evidencia el caso de Canarias son dos hechos fundamentales: uno, que ser un maltratador y una persona violenta con sus hijos e hijas no es incompatible ante los ojos de la sociedad con ser un buen padre. Y otro, que no hay perfil de maltratador, y que los estereotipos que sitúan la violencia de género y el mal ejercicio de la paternidad alrededor de elementos como el alcohol, las drogas, los trastornos mentales … son parte de las trampas para que la invisibilidad y la impunidad actúen como cómplices de los hombres que utilizan la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja. Los mismos hombres que luego amenazan con que les van a “quitar los hijos”, o con que “no los van a volver a ver nunca”.

¿Cómo creen que se sienten las madres ante esta realidad cuando su marido les lanza frases de este tipo durante la separación?

La sociedad lo ha resuelto diciendo que ellas son las “malas y perversas”, y que los hombres son buenos padres, hasta el punto de defender que un “padre que maltrata a la madre y a sus hijos e hijas no tiene por qué ser un mal padre”.

“Todas las violencias”

La resistencia tiene muchas formas de evitar el avance, puede cavar rampas, poner obstáculos, cortar caminos, presentar desvíos inexistentes, negar el destino… en cambio, la acción solo puede avanzar hacia el objetivo pretendido a través de los cauces que nos demos como sociedad. 

Cuando de lo que se trata es de avanzar para dejar atrás las grandes injusticias de una cultura androcéntrica hecha a imagen y semejanza de los hombres, las posibilidades de la resistencia son aún mayores, pues no sólo se pueden utilizar elementos objetivos como los que hemos nombrado, sino que basta con la manipulación de la normalidad para crear una falsa conciencia de realidad, o directamente generar confusión para llevar a la gente al distanciamiento y a la inacción.

Es lo que ocurre con la violencia de género, una violencia tan objetiva que se traduce en 60 homicidios de media al año y en cientos de miles de mujeres maltratadas, a pesar de lo cual se sigue negando de forma explícita desde la ultraderecha, y de manera indirecta desde la derecha y sus juegos de palabras nada inocentes.

Es lo que ahora vemos en Madrid cuando la candidata Díaz Ayuso, al preguntarle por la violencia contra las mujeres dice que los hombres sufren más violencia y que hay que hablar de “todas las violencias”, o cuando el presidente de su partido, Pablo Casado, comenta que hablar de violencia de género es enfrentar a los sexos. 

Todo ello se integra en su estrategia para generar confusión. De manera que ya tienen tres estrategias: el negacionismo, el “afirmacionismo”, y ahora el “confusionismo”. Y en esta estrategia “confusionista” de la violencia de género sin duda la referencia a “todas las violencias”ocupa el protagonismo.

La idea no es nueva, cuando alguien tiene que posicionarse ante diferentes posibilidades y no quiere hacerlo, pero tampoco quiere reconocer aquello por lo que se le pregunta, acude a la táctica inclusiva de englobar en su respuesta todas las opciones. Por ejemplo, si hay diferentes trabajos y se pregunta a alguien cuál es el mejor, pero esta persona no quiere reconocerlo, contesta que “todos son buenos”. Sí hay varias películas y le preguntan por cuál es la de más calidad, dice que “todas están bien”. Si se trata de varios sillones y preguntan por cuál es el más confortable, responde que “todos son muy cómodos”

Con esta estrategia “globalizadora” se oculta el factor que define la realidad de cuál de los elementos es el más destacado entre los que no tienen la calidad o características sobre las que se preguntan. O sea, lo que se hace es una manipulación que evita destacar lo importante y necesario para poder adoptar una posición, al tiempo que impide descartar y rechazar aquellas opciones o situaciones cercanas que están dificultando abordar la realidad, debido a su proximidad con el elemento sobre el que hay que actuar y a la confusión que originan. 

Es lo que sucede cuando se pregunta sobre violencia de género y se dice que “todas las violencias son importantes. Con esa respuesta lo que en verdad se dice es que la violencia de género no es importante, pues se equipara a otras violencias que no tienen las características etiológicas basadas en la construcción cultural, ni generan el impacto objetivo de 60 homicidios anuales, cientos de miles de mujeres maltratadas, y más de un millón de niños y niñas sufriéndola en sus hogares. 

A nadie se le ocurriría decir ante la pandemia que “todos los virus son importantes”, o ante los accidentes de tráfico que “todos los accidentes son importantes”, menos aún si tienen responsabilidades sobre esas áreas. En cambio, en violencia de género es una de las respuestas habituales para que no se hable de ella, que repiten, incluso, quienes tienen responsabilidades políticas. 

La perversión es mayor cuando junto con esa afirmación se manda el mensaje que hace creer que hablar de violencia contra las mujeres significa desconsiderar al resto de las violencias. 

Referirse a todas las violencias debe ser el punto de partida para abordar cada una de ellas con su especificidad y sobre sus elementos, no el destino para mezclarlas, confundirlas y ocultar la que históricamente ha sido invisibilizada y negada, como ha sucedido con la violencia de género. 

En medicina se tratan todas las enfermedades, pero cada una sobre sus elementos etiológicos y fisiopatológicos. A nadie se le ocurre decir ante una campaña contra la hepatitis C que todas las hepatitis son importantes, que hay órganos que sufren más patologías que el hígado, o que al hablar de hepatitis C se está discriminando a las personas que tienen otro tipo de hepatitis.

Resulta curioso que quienes hacen referencia al argumento de “todas las violencias” para ocultar la violencia de género, son los mismos que cuestionan que se hable de “todos los hombres” como elemento común y posición de partida de todos aquellos hombres que deciden ejercerla dentro de la normalidad de la cultura androcéntrica. 

La conclusión es sencilla, el machismo necesita a “todas las violencias” y a “todos los hombres” para ocultar la violencia de género y a cada uno de los maltratadores que la llevan a cabo.