Programación y concienciación

Me preocupan las conclusiones precipitadas que se pueden sacar a raíz del impacto que tienen las informaciones sobre violencia de género, y esa falsa sensación liberadora de que “esto no va a volver a ocurrir” sin que se acompañe de acciones para que realmente no vuelva a suceder. 

Hace 10 años parecía que nunca más iba a ocurrir un caso como el de José Bretón, y tristemente ha vuelto a producirse de manera similar en cuanto a la incertidumbre prolongada y el seguimiento mediático con el de Tomás Gimeno, olvidando que durante todo este tiempo han ocurrido otros casos sin tanto impacto, hasta el punto de que la media de niños y niñas asesinadas en el contexto de violencia de género ha sido de cinco cada año. 

Y vuelven a suceder porque las circunstancias de las que parten no son los contextos particulares, sino la cultura machista que da motivos y razones para que aquellos hombres que lo deciden utilicen la violencia para controlar a sus mujeres, y la lleven hasta las consecuencias que ellos consideren. Por eso la concienciación sobre violencia de género no pueden limitarse a mostrar su realidad de manera puntual, 60 homicidios cada año ya muestran sus consecuencias más terribles. Lo que necesita es mostrar todo el sistema de significado que permite que se lleve a cabo a diario sobre los mitos y estereotipos que la propia cultura crea, y al mismo tiempo desarmar de razones a quienes la utilizan y dejar sin argumentos a los que directamente la niegan para no tener siquiera que molestarse en usarlos. 

Los casos mediáticos aportan referencias y ayudan a muchas mujeres y entornos a reconocer lo que está pasando, pero la concienciación de la sociedad no puede basarse en ellos, como tampoco podemos confundir audiencia con conciencia, porque todo caso al final limita la realidad que aborda a sus propias circunstancias. El caso particular genera una reacción muy intensa y amplia, pero también de muy corta duración al tratarse de una respuesta sobre lo emocional y lo empático, no tanto sobre el reconocimiento de una realidad social mucho más amplia, en la que la violencia de género está integrada bajo determinadas justificaciones y contextos que no se ven modificados por los casos particulares.

Es lo que ha ocurrido con el programa de Rocío Carrasco, que se ha presentado como un gran revulsivo en la conciencia crítica de la sociedad sobre la violencia de género, incluso se ha llegado a decir que ha hecho más por la violencia de género que todas las campañas institucionales, cuando no es así. Sin lugar a dudas ha aportado referencias y ha levantado empatía y sensibilidad, pero no tanto conciencia crítica, al menos es lo que se deduce de los datos del Barómetro del CIS.

En enero de este año el porcentaje de población que incluía la violencia de género entre los problemas más graves fue del 0,2, en febrero también fue del 0,2, en marzo, en un Barómetro que se realizó entre los días 1 y 11 de ese mes, fue del 0,3, cuando el primer programa de la docu-serie fue emitido el 21-3-2021, es decir, sin que tuviera impacto en dicho estudio. En abril el porcentaje se mantuvo en el 0,3 y en mayo, último Barómetro disponible hasta el momento, también ha sido del 0,3%.

Todo ello indica que la docu-serie ha permitido conocer algunas características de la violencia de género de las que no se hablaba con tanta frecuencia, pero sobre todo lo que ha posibilitado es conocer la historia de Rocío Carrasco con todos sus elementos y circunstancias. 

Junto a esa limitación respecto a la conciencia social generada, hay que ser muy prudentes con algunos de los mensajes que se han lanzado en el programa y que verdaderamente deben preocuparnos. El más serio es aceptar la realidad de la “alienación parental” con un nombre diferente, y en lugar de hacerlo bajo la referencia tradicional del SAP, admitirla bajo una estrategia basada en la “violencia vicaria”. Esta situación se vuelve en contra de las mujeres víctimas de violencia de género y de sus hijas e hijos, al aceptar que hay mecanismos que permiten la desconexión del plano afectivo del cognitivo para enfrentarlos con el padre, que en definitiva es en lo que se fundamenta el SAP.

Admitir que la violencia vicaria puede producir esa manipulación o alteración en los hijos e hijas, aunque esté perfectamente definida, como muy bien recoge Sonia Vaccaro, y aunque se haya usado bien en el programa, al final facilita que la “conclusión social” sea que hay mecanismos para alcanzar ese tipo de manipulación en los hijos e hijas, y que se podrán utilizar de diferentes formas, unas veces por los padres y otras por las madres. Justo lo que dicen los defensores del SAP

La insistencia de la docu-serie en la manipulación de la hija y el hijo de Rocío Carrasco por parte del padre, hasta el punto de haber sido alienados contra la madre, es una conclusión que se vuelve en contra de las mujeres, y un argumento necesitado por el machismo para poder traducir a hechos la construcción del mito de la perversidad de las mujeres.

Por eso ha ido cambiando de nombre para referirse al mismo resultado, y lo ha llamado “síndrome de la madre maliciosa”, “síndrome de alienación parental”, “interferencias parentales”, “reprogramación afectiva”… o lo que sea; lo importante es que se acepte que una mujer puede manipular a sus hijos e hijas contra el padre para así explicar el rechazo que sienten hacia él tras la separación, que generalmente se debe a la violencia previa que han vivido en casa. No olvidemos que casi el 80% de las mujeres que salen de la violencia lo hacen por la separación, justo el escenario donde se muestra ese rechazo.

Los programas sobre casos de violencia de género ayudan a tomar conciencia de su realidad, sobre todo cuando se emiten de forma continuada y con diferentes tipos de violencia en distintas circunstancias, no tanto cuando se emite uno solo, durante mucho tiempo y sobre una historia concreta. Si se emite un programa con todos los detalles de un accidente de tráfico, por mucho que se hable de él y por muy reconocida que sea la persona que se ve implicada en el mismo, tampoco se crea conciencia sobre el problema que supone el tráfico con todos sus elementos y accidentes.

La realidad es objetiva, el porcentaje medio de población que incluía la violencia de género entre los problemas más graves en los cinco primeros meses de 2020 fue del 4’32, y en los cinco primeros meses de este año es del 0’26%, una situación terrible que necesita muchas más acciones, no sólo “programaciones”; y, sobre todo, que no se confunda audiencia con conciencia.

El monstruo y el celópata

Desde el asesinato cometido por José Bretón hasta el de Tomás Gimeno han transcurrido 10 años. 10 años en los que no han faltado otros asesinatos de niños y niñas que no han contado con la incertidumbre creada por las circunstancias de los hechos, ni con la presencia continuada en los medios de comunicación hasta la resolución del caso. En esos 10 años y más de 50 niños y niñas asesinadas han cambiado muchas cosas, pero no la violencia de género ni las justificaciones que surgen de manera espontánea ante el resultado de las agresiones machistas.

De José Bretón se dijo que era un monstruo y de Tomás Gimeno se dice que es un celópata, y de los dos se afirma que son psicópatas, un término que vale para un roto y para un descosido cuando lo que se pretende es ocultar el verdadero significado de lo ocurrido. Al final se comprueba que da igual el término utilizado, que lo importante es situar el asesinato de los hijos e hijas fuera de la normalidad y a ser posible dentro de lo patológico, para así no mostrar los elementos de una sociedad machista que lleva a usar la violencia contra las mujeres como una forma de controlarlas y dominarlas, incluyendo a los hijos e hijas dentro de esa estrategia de control cuando forman parte de la relación. Y lo hacen a diario por medio del ambiente de violencia, amenaza y coacción que imponen, no solo cuando los golpean físicamente o cuando los matan. 

El machismo establece “cortocircuitos” para que el “chispazo” de la violencia no produzca un apagón general en la visión androcéntrica de la realidad, y todo el escenario continúe iluminado por los focos masculinos que alumbran aquello que interesa para destacarlo sobre el resto, al tiempo que crea sombras impenetrables para que nadie pueda ver qué esconden.

Si la noticia hubiera sido, “esta mañana han encontrado en su casa de Tenerife los cadáveres de dos niñas de cuatro y un año junto al cuerpo sin vida de su padre. Todo parece indicar que las mató y luego se suicidó. No se descarta ninguna hipótesis”… nadie estaría hablando días después de violencia de género, de violencia vicaria, ni de nada. Habría sido “otro caso más” de los que se producen cada año y que a pesar de su constancia no despiertan conciencia crítica social para cuestionar todas las circunstancias de la violencia de género que dan lugar a ellos, ni para que la respuesta inmediata, incluso desde fuentes de la investigación y por profesionales que se presentan como expertos y expertas en violencia de género, hable de algún tipo de patología y trastorno.

La realidad está tan impregnada del machismo que este se hace presente en su invisibilidad para influir sobre los acontecimientos y sobre su significado. Primero causa los hechos a través de la violencia de género, y después le da un significado para que no se relaciones con la violencia de género ni sea entendida como un problema social, y todo quede como la acción individual de un “loco” o un “monstruo”.

De esa manera se crea la idea de machismo como una categoría independiente que puede estar presente o no; y, además, se introduce la referencia de la incompatibilidad para que cualquier rasgo o elemento presente en la personalidad del hombre autor de la violencia sea el que defina la conducta, y no el machismo.

Es lo que vimos en José Bretón cuando se hablaba de su timidez, seriedad, introversión, dependencia… como si un tímido, serio, introvertido y dependiente no pudiera ser machista. O lo que vemos ahora con Tomás Gimeno cuando se dice que era narcisista, extrovertido, engreído, competitivo… como si un narcisista, extrovertido, engreído y competitivo no pudiera ser machista. 

El machismo siempre hace trampas, y cuanto más grave es la situación que lo cuestiona, más trampas necesita. El problema es de quien cae en las trampas cuando ya hay conocimiento suficiente sobre sus trucos y estrategias. Debemos ser mucho más críticos con esas trampas de la realidad y con los tramposos que hoy actúan como crupieres en las mesas institucionales, desde las que niegan la violencia de género y decir eso de “nada por aquí nada por allá”, y luego terminar con lo de “gana la casa”. Porque en todo este juego gana quien habita el machismo y se beneficia de los privilegios masculinos y de su modelo de sociedad que los recompensa por seguir sus dictados. 

José Bretón y Tomás Gimeno, como cada uno de los hombres que asesinan a sus hijos e hijas en violencia de género, son hombres que deciden llevar a cabo los asesinatos desde la racionalidad. Y mientras la sociedad niega la racionalidad de estos crímenes y prefiere hablar de “monstruos” y “celópatas”, otros hombres aprenden la lección para seguir usando la violencia y volver a matar tiempo después, como el español que en febrero de 2017 asesinó a sus dos hijos en Alemania, y días antes amenazó a su mujer diciéndole, “te voy a hacer lo que José Bretón hizo con sus hijos”

Por terrible que nos parezca, ya hay algún hombre que piensa hacer “lo de Tomás Gimeno”, y no es ningún monstruo ni celópata.

Violencia vicaria

La violencia vicaria no es violencia de género, se puede utilizar dentro de la violencia de género, pero también en otros contextos violentos cuando se anteponga una persona para ocasionar un daño a otra. Es lo que ocurre cuando alguien busca ajustar cuentas y secuestra a un hijo o a una hija de su objetivo y lo utiliza como forma de chantaje o para dañarlo directamente, situación que se produce con alguna frecuencia entre grupos criminales o en ajustes de cuentas entre organizaciones, o para obtener algún tipo de beneficio cuando se utiliza con empresarios o con alguien de la política. 

Desde mi punto de vista creo que se debe ser prudente al utilizar de manera generalizada este concepto como si sólo fuera violencia de género, y lo pienso por varias razones, entre ellas:

  • Aunque su uso se relaciona con los casos de violencia de género que hemos conocido últimamente, especialmente con el terrible asesinato de Olivia y Anna, su planteamiento centra la idea de la violencia en el hecho en sí de la agresión, no en el contexto de la violencia del que surge.
  • Su uso aparece cargado de neutralidad y facilita la confusión, pues se puede utilizar tanto para situaciones de violencia de género, como ha ocurrido en Tenerife, como para otras circunstancias violentas, como ha sucedido estos mismos días en el caso de la madre que ha asesinado a su hija Yaiza en Barcelona.
  • La utilización del término bajo estas referencias oculta la violencia diaria que sufren los niños y niñas dentro de la violencia de género. Una violencia contra los menores que es parte esencial en la estrategia de dominio y amenaza que utilizan los agresores para conseguir su objetivo, que no es el daño de la madre, sino su control. El daño es parte de la estrategia y también puede ser el castigo final cuando percibe que ha fracasado en su intención de dominarla y someterla. 
  • La violencia de género, cuando la definimos en los años 90 como una violencia diferente al resto de las violencias interpersonales, destacamos que tiene una serie de elementos diferenciales, entre ellos tratarse de una “violencia extendida”, es decir, no limitada exclusivamente a la mujer con la que comparte la relación y abarcar a los hijos e hijas de manera sistemática, así como a otras personas de los entornos que de manera puntual puedan ocupar una posición importante, con el objeto de reforzar el control que se consigue con la violencia directa sobre la mujer.
  • Por lo tanto, la violencia contra los hijos e hijas no se limita a acciones puntuales, ni se utiliza sólo para producir daño, sino que es una constante que sufren los 1.678.959 niños y niñas que según la Macroencuesta 2019 viven en hogares donde el padre maltrata a la madre.

Hablar de violencia vicaria para referirnos a la violencia que sufren los hijos e hijas dentro de la violencia de género debe acompañarse de su mención explícita, y hablar de “violencia vicaria en violencia de género”, de lo contrario se volverá a ocultar el verdadero origen de esta violencia contra los niños y niñas, y se perderá el significado de una violencia caracterizada por la continuidad y constancia, no sólo por ataques puntuales.

Al machismo no le importa hablar de las mujeres ni de los niños asesinados, de hecho pide que se consideren como víctimas de la violencia doméstica o familiar, lo que le importa es que se hable de violencia de género o de violencia contra las mujeres, porque al hacerlo se pone de manifiesto la estrategia de una cultura androcéntrica que ha diseñado una violencia específica contra las mujeres para controlarlas y someterlas, con el objeto de perpetuar su modelo de sociedad y convivencia.

Cualquier denominación que facilite la ocultación de la naturaleza de la violencia de género será utilizada en contra de ella, como ya hacen desde la ultraderecha al decir tras el asesinato de Olivia y Anna que la condena se debe hacer con independencia de si el asesino es el padre o es la madre, volviendo a igualar las violencias por el resultado para ocultar las diferencias que se definen en su origen y significado. 

El asesinato de Olivia y Anna se ha producido porque un hombre no aceptó que su mujer decidiera romper la relación, como tampoco aceptó que ella iniciara una nueva vida en pareja, por eso no dudó en utilizar la violencia hasta el punto que su propia ex-mujer fue a denunciarla al cuartel de la Guardia Civil, aunque al final no puso la denuncia. Todo ello bajo un modelo de relación en la que el hombre se presenta con la autoridad que lleva comportarse de ese modo, y en el que la mujer e hijas son consideradas parte de su ajuar masculino, hasta el punto de quitarles la vida cuando ve que su voluntad no se ha cumplido.

Todo ello no es casualidad, es parte de la violencia de género, como demuestran las estadísticas que recogen que cada año 5 niños y niñas son asesinados por sus padres en el contexto de la violencia de género, después de haber sufrido la violencia a diario durante la convivencia.

Y al final, cuando asesinan a sus hijas e hijos, tienen el beneplácito de la duda por parte de una sociedad que los considera “locos” o “trastornados”, como ya se ha dicho de Tomás Gimeno al presentar el doble asesinato de sus hijas como “la venganza de celópata”, y al decir de él que es un “psicópata”.

Cualquier persona puede matar, una madre también, pero no bajo el amparo de toda una serie de circunstancias que definen la violencia de género. Por eso de la madre de Yaiza, que ha generado el mismo dolor que Tomás Gimeno al matar a su hija, nadie ha dicho que sea una “celópata” ni una “psicópata”, pero sí que se trata de un caso de violencia vicaria.