La “no-violencia” y los “no-hombres”

La negación se ha convertido en una afirmación al tiempo que evita la culpa y la responsabilidad.

Cuando se ven las concentraciones de gente, especialmente de jóvenes, durante los días correspondientes a determinados acontecimientos, y se dice que forman parte de su realidad en negativo, por ejemplo, las no-fiestas, los no-festivales, los no-botellones… da la sensación de que una gran parte de la sociedad se tranquiliza al entender que no hay problema alguno porque las fiestas o el evento en cuestión ha sido suspendido, como si el problema estuviera en el marco de la realidad no en ella misma.

De nuevo se aprecia cómo el lenguaje define la realidad, y lo hace en positivo y en negativo; porque lo que no se nombra no existe, y lo que se nombre bajo una negación tampoco. Y eso que parece muy nuevo y propio del momento actual, es algo que el machismo ha utilizado siempre.

La violencia de género es la “no-violencia” para una gran parte de la sociedad. No existe porque no se nombra, y cuando existe se dice que no es violencia de género, que es “violencia doméstica” o “violencia familiar”, idea que lleva a que una parte de la sociedad quede tranquila ante la invisibilidad del problema y  se despreocupe de la situación. Pero, sobre todo, traslada la responsabilidad a otra persona o a otro nivel: a la política, a la mujer porque no ha denunciado o porque lo ha hecho, a los entornos de la víctima porque no la han apoyado suficientemente, a quienes actuaron sobre la situación desde el punto de vista profesional por no haber detectado la violencia o por no haber solucionado el problema… y asi podríamos seguir sin final alguno, con tal de que nadie se vea a sí mismo con responsabilidad ante la normalidad que utiliza la violencia que sufren las mujeres.

Y si la violencia de género es la “no-violencia”, los hombres son los “no-violentos”. Según este planteamiento, los hombres no son responsables de la violencia contra las mujeres, y cuando se asesina o maltrata a una mujer se dice que es un “problema doméstico o familiar” llevado a cabo por una “persona” que estaba bajo los efectos del alcohol, de alguna sustancia tóxica, o que padece algún tipo de trastorno mental. Para estas posiciones, que el agresor sea hombre y que haya toda una historia de violencia previa amparada por la complicidad del silencio y la pasividad social, es algo menor y anecdótico.

Desde esas referencias consiguen tres grandes objetivos. El primero es  invisibilizar la violencia de género; el segundo, ocultar a los hombres como responsables y autores de la misma; y en tercer lugar, al proponer la violencia al margen de motivaciones, contextos y objetivos, presentar a las mujeres como violentas en el mismo contexto y al mismo nivel que los hombres, circunstancia que resulta fácilmente aceptable al contar con el mito de la perversidad y maldad de las mujeres.

Su jugada es clara, si es violencia los autores son “no-hombres”, si los autores son hombres entonces es “no-violencia”, y si las autoras son mujeres entonces siempre es violencia.

Da igual que el 95% de los homicidios del planeta sean cometidos por hombres, tal y como recogen los informes de Naciones Unidas, y que el 100% de la violencia de género sea llevada a cabo por hombres, la referencia es que los hombres son “no-violentos” y, por lo tanto, los violentos son “no-hombres”. De esa manera se desvincula la decisión y el uso racional de la violencia de la masculinidad, y se anulan todas las referencias culturales que facilitan el uso de la violencia contra las mujeres desde esa aceptación social que lleva a decir a las víctimas lo de “mi marido me pega lo normal”, y a sentirse culpables y avergonzadas por la violencia que sufren por ser presentadas como “malas mujeres”, que necesitan ser corregidas o castigadas por el “buen hombre” para mantener el orden y evitar el caos que envuelve a la condición femenina.

La estrategia de la ultraderecha y del sector conservador de la sociedad de no llamar a la violencia contra las mujeres “violencia de género”, no es anecdótica ni algo menor. Tiene todo el sentido para sus posiciones y resulta clave para evitar que los elementos sociales y culturales asociados al género, es decir, a la idea de ser hombre y de ser mujer impuesta por el modelo cultural androcéntrico, puedan ser identificados y se descubra toda esa complicidad revestida de normalidad que acompaña a esta violencia. Una complicidad que hace que el 75% de los casos no se denuncien, y que, incluso en los homicidios, a pesar de vivir una violencia tan grave que termina asesinándolas, alrededor del 80% de las mujeres nunca haya puesto una denuncia.

Y esa misma normalidad es la que lleva a que la sociedad permanezca ausente a pesar de las 60 mujeres y los 5 menores que son asesinados de media cada año dentro de la violencia de género, hasta el punto de que menos de un 1% de la población considera que se trata de uno de los problemas graves de nuestro país (Barómetros CIS).

Todo ello no es casualidad, es causalidad determinada por el machismo.

Vivimos la violencia de la “no-violencia” que comenten hombres “no-hombres”; el problema es que asesina a mujeres-mujeres, niños-niños y niñas-niñas.

Que los hombres son una mentira ya lo sabemos. Desde el momento en que la cultura considerada la masculinidad condición superior a la identidad de las mujeres, ya se produce la mentira. Y cuando a partir de esa falacia se levanta toda una cultura a imagen y semejanza de los hombres situándolos en posiciones de superioridad y rodeados de privilegios, la mentira se convierte en normalidad y desaparece como tal de la crítica.

Quien parte de una mentira que afecta a lo individual y a lo social necesita negar la realidad para desenvolverse por ella, por eso las posiciones androcéntricas se ha pasado toda la historia negando la realidad y escribiendo su propio relato sin contar con las mujeres. Esa es la razón de que ahora lo hagan tan bien y continúen con sus estrategias de poder basadas en la negación y el negacionismo. Tanto que los machistas se consideran a sí mismos “no-machistas”, y los de ultraderecha afirman que no son de ultraderecha.

“Los Juegos Olímpicos contra el racismo, la homofobia y por la salud mental”… pero no contra el machismo

Vivimos una vida de gestos discontinuos que ayudan a llenar los momentos entre cada una de las situaciones que los provocan, sin que cambien las circunstancias que dan lugar a ellos.

Y ocurre por la discontinuidad en el tiempo de cada uno de ellos y por la fragmentación sobre los motivos, de manera que el tiempo que transcurre entre cada gesto y el objetivo que aborda, la realidad se mantiene intacta en sus razones.

Y no es casualidad cuando se trata de gestos sobre hechos directamente relacionados con la construcción de la normalidad definida por la cultura androcéntrica, y necesitados para mantener su orden, ideas y valores. Todo forma parte de la estrategia del “divide y vencerás” que sólo puede llevar a cabo quien tiene el suficiente poder para conseguirlo sin levantar sospechas.

Ahora ha ocurrido en los Juegos Olímpicos con su rechazo al racismo y la homofobia, y la reivindicación de la salud mental y contra la presión a que son sometidas las personas que participan en las diferentes pruebas, y así ha sido recogido por los medios de comunicación. Pero estas críticas no se han acompañado de un cuestionamiento del modelo de sociedad que las hace posibles, el machismo, de manera que se sigue poniendo el énfasis sobre el síntoma sin hacerlo sobre la causa, algo propio de la estrategia comentada para desviar la atención sobre lo esencial y facilitar una respuesta adaptativa, no transformadora.

Llevamos así toda la vida. Antes la atención de las reivindicaciones y las concesiones del machismo se centraban en cuestiones directamente relacionadas con las mujeres, dada su situación social. Así, por ejemplo, se centraron en el derecho al acceso a la escuela y educación de las niñas y mujeres, después en la posibilidad de desarrollar determinados trabajos con la autorización del padre o del marido, más adelante en la ampliación de los tipos de trabajo y en su realización sin necesidad de ser autorizadas por un hombre. Luego vino el derecho al voto, el control de la fertilidad, la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos y la llamada “revolución sexual”… Siempre ha habido algo que ha centrado las reivindicaciones como consecuencia de la imposición que la cultura androcéntrica hace contra de las mujeres, a partir de su referencia esencial que entiende que “las mujeres son diferentes a los hombres e inferiores”. A partir de esta idea nuclear la cultura androcéntrica la extiende para concluir que toda persona diferente a la referencia impuesta por la cultura es “diferente e inferior”, ampliándola a otros grupos étnicos, a personas de otros países, ideas, creencias… 

El feminismo ha trabajado, y sigue haciéndolo, para transformar esa cultura de desigualdad en cultura de igualdad, y para ello incide en el núcleo y pilar básico de su construcción levantada sobre la idea comentada de que las mujeres son diferentes e inferiores a los hombres. Este planteamiento transformador y revolucionario del feminismo no es abordado por otras reivindicaciones que se dirigen contra la expresión de la injusticia para su corrección, pero sin destacar que la razón está en la propia construcción cultural que los hombres levantaron sobre la condición de las mujeres, y luego extendieron a otros grupos.

El espacio de libertad ganado por el feminismo ha servido para que otras discriminaciones históricas ganen protagonismo, y se incrementen las acciones frente a ellas para intentar erradicarlas. Algunas de estas reivindicaciones, como ha ocurrido con el movimiento contra el racismo por su recorrido histórico, la situación vivida con la esclavitud, las formas e instrumentos de discriminación empleados…  han tenido un mayor protagonismo, otros, como el movimiento LGTB, al que se han ido incorporando otros grupos, como recoge la denominación mayoritaria en la actualidad (LGTBIQ+), han avanzado hasta lograr una presencia y un protagonismo importante en el momento actual desde el que vencer y superar toda la LGTBIfobia que existe.

Lo ocurrido en los Juegos Olímpicos, y antes en la Eurocopa de Fútbol alrededor de la bandera arcoíris, ha sido muy gráfico y refleja a la perfección el cambio social, pero también resulta muy ilustrativa la lectura que ha aparecido en los medios y el sentido que se ha dado a lo ocurrido en Japón, cuando se destaca que se ha actuado “contra el racismo y la homofobia”.

Y lo es porque, de nuevo, se presenta la situación social como la suma de “problemas independientes”, reconocidos como tales y acompañados de una solidaridad específica, sin que se aborden las causas comunes que llevan a distinguir a las personas por su condición (sexo, raza, orientación sexual, origen, ideas, creencias…) y las sitúa en posiciones de desigualdad. Todo ello permite que siga sin identificarse la causa común que da lugar a las diferentes formas de discriminación, es decir, a que el machismo y su construcción cultural androcéntrica permanezcan invisibles y ajenos a la realidad que determinan. De manera que lo que los hombres han decidido y mantenido a lo largo de toda la historia, con las consecuentes concesiones y adaptaciones a las nuevas realidades que aparecían en cada momento, permanece inalterado para que su modelo de poder no se vea cuestionado en su esencia ni en sus estrategias, como acabamos de ver en los Juegos Olímpicos una vez más.

La fragmentación que define la realidad actual hace que las reivindicaciones se lleven a cabo sobre cuestiones puntuales sin que el modelo responsable de todas ellas se vea amenazado, más bien lo contrario. En este escenario, el poder del propio sistema consigue dos objetivos: por un lado, hace que todo se disperse, y por otro, facilita el enfrentamiento en algunos de los objetivos y grupos para debilitarlos aún más en su estrategia, y restarle credibilidad ante la sociedad. 

Si alguien cree que la mano del sistema además de invisible es inocente, es que ya le han dado con alguna piedra en la cabeza o que forma parte del grupo que las arroja.

Sin estrategia contra el machismo no habrá transformación, sólo cambios.

Agostos

Poema: Las mujeres de Ciudad Juárez – Nacerse

No sé cuántos agostos tienen que pasar (y junios y julios), para que cada año cuando llegue esta época la pregunta no sea ¿por qué aumentan los homicidios de mujeres durante estas fechas?

Y no sé qué más tiene que ocurrir para qué, ante el aumento del número de homicidios de mujeres por violencia de género que se produce en estos meses, hagamos algo más que reflexionar sobre la situación con esa extraña sensación que se mueve entre la desesperanza, la tristeza y la rabia. 

A diferencia de lo que ocurre con otras situaciones en las que aumentan las víctimas en este periodo, no hay campañas específicas para prevenir estos homicidios, ni se aumentan los recursos para identificar las situaciones de riesgo, no hay “operación salida” de la violencia de género, ni tampoco aumento de los “controles y multas” para los agresores.

Quienes hacen pasar la violencia de género como una violencia más llamándola violencia doméstica o familiar, crean la confusión necesaria para reducir la violencia contra las mujeres a las agresiones físicas, y, luego, de estas considerar sólo los episodios graves basándose en las consecuencias clínicas. El mensaje final que percibe la sociedad es que mientras que no exista una de esas agresiones la violencia de género no existe. Y no es así.

La violencia de género busca el control de las mujeres: el control social a las normas impuestas por la cultura androcéntrica, y el control particular a las pautas que impone cada agresor a partir de esa referencia social. Y para conseguirlo juega con la “normalidad” que hace entender que todas las imposiciones son una demostración de amor, que el aislamiento de las mujeres es parte del compromiso de la relación, que las amenazas son promesas para mejorar, y que el daño psíquico que supone vivir en ese contexto y bajo esas dinámicas violentas es parte de las nubes que acompañan al enamoramiento.

Por eso la violencia de género siempre está presente como realidad, bien como conducta agresiva o bien como amenaza; y por eso, cuando las circunstancias cambian y se modifican los factores que definen la relación bajo las pautas impuestas, el riesgo aumenta conforme el agresor percibe que el control que tiene sobre las mujeres disminuye en el nuevo escenario.

En los meses de verano, como ocurre alrededor de la Navidad en diciembre y enero, se produce un cambio de las rutinas y dinámicas familiares que se prolongan en el tiempo, y facilitan que en ese contexto de violencia basado en el control se puedan producir agresiones graves y homicidios.

Los factores que influyen en el aumento de los homicidios en agosto y los meses de verano están relacionados con el cambio de hábitos, especialmente en las vacaciones con el aumento de los periodos de convivencia y la modificación de los horarios laborales. Esta situación hace que cuando el agresor inicia el conflicto que lleva a la violencia no se detenga en su evolución con hechos como tener que marchar a trabajar, salir a recoger a los hijos e hijas, llevar a cabo alguna gestión o encuentro con alguna persona… y qué, por tanto, la violencia continúe sin detenerse con la posibilidad de que aumente su intensidad hasta llegar al homicidio. Otros factores que influyen son el aumento de los problemas sobre hechos relacionados directamente con la familia (reuniones, viajes, comidas…), temas en los que los agresores no admiten opiniones diferentes a la suya, facilitando el inicio de episodios violentos, así como el distanciamiento de las redes de apoyo de las mujeres, especialmente de sus amistades, algo propio de las circunstancias de este período. Todo ello influye de manera directa en las dinámicas impuestas por los agresores durante la convivencia, que al verse modificadas facilitan la respuesta violenta por su parte.

Cuando la pareja ya se ha roto y no hay convivencia, los agresores que llegan a asesinar a sus ex parejas, que son hombres que intentan mantener el control por medio de un seguimiento estrecho de sus movimientos, al ver dificultada esta iniciativa por todos los cambios que se producen en estas fechas, junto al hecho de que se producen más salidas y con gente diferente a la habitual, perciben una pérdida de control que también actúa como factor de riesgo para el homicidio.

Estos factores explican por qué las fechas relacionadas con las vacaciones y el cambio de rutinas se acompañan de un mayor número de homicidios. En la serie histórica de 2003 a 2020 el mes con mayor número de homicidios es julio con 119, lo cual supone que una mujer es asesinada cada 4 días, seguido de agosto con 101, enero con 100 y junio con 96. Todo ello obedece a unas causas y a unas circunstancias relacionadas con las dinámicas de la relación, bien sea durante la convivencia o tras la separación, no a factores aleatorios ni al azar.

La violencia de género no es la agresión puntual en un determinado momento, es la decisión de un hombre que lleva a desarrollar toda una estrategia de control y dominación que puede llevar al homicidio cuando este control se pierde. Y como tal violencia de continuidad tiene elementos que hacen disminuir las agresiones directas, como por ejemplo ocurre cuando aumenta el control de las mujeres, tal y como hemos visto durante el confinamiento y la limitación de la movilidad de la pandemia, y otras en las que puede aumentar, como sucede en los periodos en los que las rutinas que juegan a favor del control se modifican, qué es lo que ocurre durante los meses de verano tal y como hemos explicado.

Lo que no podemos aceptar es que ante periodos del año identificados como de mayor riesgo de homicidios por violencia de género no se lleven a cabo acciones específicas, ni campañas, ni un seguimiento más estrecho de las mujeres que sufren violencia, ni estrategias de detección, ni otro tipo de iniciativas dirigidas a disminuir el riesgo. Al no hacerlo el resultado cada agosto o cada julio es el mismo, un incremento del número de mujeres asesinadas.

En violencia de género sorprende tanto la continuidad de los machistas violentos que maltratan y asesinan a las mujeres, como la presencia del machismo pasivo que no hace nada ante la realidad o, sencillamente, la niega.