“Mandemia”

Vivimos tiempos de pandemia y esto nos hace olvidar la situación definida por la palabra formada por otra de las consonantes bilabiales, la “mandemia”.

Etimológicamente “pandemia” procede del griego “pándëmos”, y significa “que afecta a todo el pueblo”, por lo que la palabra “mandemia” puede entenderse como la “referencia de los hombres que afecta a todo el pueblo”, es decir, a toda la sociedad.

Y del mismo modo que cuando hablamos de pandemia no quiere decir que se trata de un virus que afecta a todo el planeta, puesto que son muchos los virus que están distribuidos por el orbe, e indica que un nuevo virus patógeno se ha extendido por todos los lugares; cuando hablamos de “mandemia” nos referimos a la extensión planetaria de una nueva estrategia del machismo rancio y avinagrado, transmitida en gran medida por las palabras de la ultraderecha y el despertar de muchas mentes que dormían el “sueño de los injustos”.

El machismo reivindica al hombre y su masculinidad porque su cultura está formada por un puzle en el que cada pieza se corresponde con uno de los hombres que asume esa identidad androcéntrica dominadora y pro-violenta. Una masculinidad que les exige comportarse como tales, mantenerse al margen y en silencio cuando otros actúan desde esas posiciones, y hacer cumplir los mandatos culturales a hombres y mujeres para que su normalidad no se vea alterada por las circunstancias del momento. 

Esa extensión planetaria de “lo de los hombres” en el contexto actual es la “mandemia”, una nueva ola yeyé del machismo que comenzó bajo el flequillo de Donald Trump, y que ha continuado por todos lados como si se tratara de una nueva banda sonora donde los gritos, amenazas, negaciones y ataques han sustituido a las bombas y balas, aunque no siempre. 

La “mandemia”, al igual que ocurre con algunas de las pandemias víricas, tiene dos efectos principales:

  1. Disminuye la capacidad de respuesta de la sociedad al atacar el sistema inmune formado por el conocimiento. Lo vemos de forma clara cuando se lanzan mensajes negacionistas desde las instituciones y algunos medios, y luego el porcentaje de chicos jóvenes que afirma que la violencia de género es un “invento ideológico” se incrementa un 40%, llegando al 20% de todo el grupo de hombres jóvenes (Centro Reina Sofía, 2021).
  2. Enferma a la sociedad de machismo. Una patología que permite una normalidad capaz de convivir con esa violencia como algo menor y sin importancia, al tiempo que hace que el 58 % de todos los homicidios que sufren las mujeres en el planeta se produzcan en sus hogares a manos de sus parejas y familiares (ONU, 2019). Pero también que en el año de la pandemia 243 millones de hombres hayan maltratado a sus parejas (OMS, 2021), 85.000 hayan asesinado por violencia de género (ONU, 2019), y que ante esta realidad 3500 millones de hombres, es decir la inmensa mayoría de los hombres del planeta, se mantengan pasivos y distantes.

Y si los efectos más graves y visibles son cuestionados y negados, los más invisibles y silenciados ni siquiera son relacionados con esta causa “mandémica”.

Como ocurre con la pandemia que vivimos, la solución para la “mandemia” pasa por una serie de medidas parecidas, aunque con algunas diferencias. Veamos estas medidas:

  • Mantener una distancia de seguridad con todas las influencias del machismo, y cambiar esa distancia por proximidad con el feminismo.
  • No “lavarse las manos” ante la realidad, como hizo Pilatos, todo lo contrario, hay que comprometerse y actuar, porque si un hombre cambia todos los hombres pueden cambiar.
  • Quitarse la mascarilla del silencio y no dejar que sea el mutismo y la invisibilidad quienes cuenten el relato de esta historia. No hacen falta más minutos de silencio, sino más palabras y acciones contra el machismo.
  • Ponerse las dosis necesarias de la vacuna del conocimiento. Inyectar conciencia y saber a través de la educación, la concienciación y la formación para generar anticuerpos. Del mismo modo que el virus de la pandemia genera anticuerpos Ig-M e Ig-G, la vacuna contra la “mandemia” produce “Ig-UALDAD”. Y esta inmunoglobulina de la Igualdad se ha mostrado muy eficaz para acabar con los trombos, los dolores y la necrosis que ocasiona el machismo y toda sus injusticia social.

No es casualidad que una gran parte de los negacionistas de la pandemia sean también negacionistas de la “mandemia”, en definitiva, al negar lo que les inquieta afirman sus posiciones.

Hay una tercera consonante bilabial, la “b”, y también puede formar una palabra que defina la situación creada por el machismo. Sería “bandemia”, porque al final son como una banda que ha impuesto su ley a lo ancho de todo el planeta y a lo largo de toda la historia.

Los hombres molan

Lo ocurrido con el Premio Planeta refleja muy bien la realidad de una sociedad androcéntrica dispuesta a no ceder en su jerarquías y postulados, sin dudar para ello en recurrir a las mismas tácticas de quienes han tenido que vencer los límites impuestos y la discriminación, simplemente para poder estar.

“Carmen Mola” ha ganado el Premio Planeta 2021, pero en realidad “Carmen Mola” son tres hombres: Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero, guionistas reconocidos que no necesitaban jugar con nombres y apellidos para ocultar a los hombres y apetitos de éxito literario.

Lo ocurrido forma parte de la misma estrategia que utilizan las posiciones machistas que dicen ser partidarias de algo para, en realidad, criticarlo, como, por ejemplo, cuando hablan de que están a favor de la Igualdad, pero de la “igualdad real”, no de la que “beneficia sólo a las mujeres y va en contra de los hombres”; o cuando afirman que hay que luchar contra la violencia que sufren las mujeres, pero también contra la que sufren los hombres, los niños y los ancianos; o cuando comentan apoyar las cuotas, pero para que los hombres también puedan entrar en espacios feminizados, como ocurre con los estudios de Medicina, Ciencias de la Salud, Ciencias de la Educación… sin pararse a pensar que si están feminizados es debido al machismo que atribuía las tareas de cuidado y educación a las mujeres, no porque los hombres hayan sido discriminados.

Todos estos argumentos forman parte de la estrategia posmachista del machismo, que a diferencia de las posiciones tradicionales que reivindican la superioridad de los hombres de manera explícita, busca generar confusión sobre los temas sociales que cuestionan su modelo para que la duda se traduzca en distancia al problema, la distancia en pasividad, y esta pasividad en que todo siga igual por la falta de implicación social.

El machismo es troyano en su propia fortaleza, domina por fuera y corrompe por dentro, porque el machismo práctico no es diferente a la cultura y, por tanto, no es distinto a la normalidad ni a la identidad que define para hombres y mujeres. Por ello tampoco es ajeno a las conductas que se desarrollan desde esas identidades en nombre del orden establecido, y en defensa de los valores y elementos que definen la cultura.

Los hombres molan porque son la referencia universal de todo, de lo que es bueno porque es bueno y de lo que es malo porque es malo. Hasta los “hombres malos” son necesarios en el modelo machista para hacer más buenos a los “hombres buenos”, y para responsabilizar de todo lo negativo a los “hombres malos” que son descubiertos. Si el machismo no hubiera querido “hombres malos” no los habría permitido, pero estos hombres ayudan al resto a mantener su sistema basado en gran medida en el miedo y en la necesidad de defender su posición de poder sobre el control y la sumisión de las mujeres. Por eso no es casualidad la pasividad de la mayoría de los hombres ante la violencia de género, porque aunque sólo “unos pocos” la lleven a cabo por medio de acciones individuales, en realidad cada uno de esos agresores contribuye a mantener las referencias sociales de la desigualdad que benefician a todos los hombres.

En este contexto, y tras lo sucedido en el Premio Planeta, la cuestión es, ¿qué necesidad tenían los tres autores de firmar con el seudónimo de una mujer?

La idea del seudónimo es comprensible como forma de ocultar su identidad por las razones que estimen oportunas, bien de tipo profesional o de tipo personal, pero en este caso se aprecia un oportunismo que viene a reforzar la situación de una sociedad machista en un doble sentido: por una parte, porque potencian la idea de que las mujeres no son capaces de escribir un libro con la misma calidad que los hombres, y por otra, porque se insiste en ese argumento que emplean ahora muchos autores cuando no son galardonados, de que para ser premiado hace falta “ser mujer u homosexual”, despreciando su talento y trabajo.

Cuando las mujeres han utilizado seudónimos masculinos lo han hecho para, sencillamente, poder estar en un espacio negado para ellas por ser mujeres, no porque no fueran capaces de escribir como los hombres. De hecho, como se ha comprobado tras sus publicaciones bajo seudónimo, lo hacían mejor que muchos de ellos. Una conducta no muy diferente a cuando se disfrazaban de hombres para poder ir a la universidad o realizar algún trabajo.

Los hombres que a lo largo de la historia han utilizado seudónimos femeninos, como Ian Blair que firmaba como Emma Blair, o Hugh C. Rae que lo hacía como Jessica Stirling, no cambiaban el nombre para poder estar presentes en un espacio negado sobre su condición masculina, sino que buscaban engañar a las lectoras para tener más credibilidad ante ellas y ganar su complicidad dentro de una literatura devaluada por ser considerada “femenina”, es decir, “sólo para mujeres”.

Como se puede ver, las situaciones son muy diferentes en el caso de una mujer que firma con seudónimo de hombre, y en el de un hombre que firma con nombre de mujer.

El caso de “Carmen Mola” y sus tres autores es una clara instrumentalización comercial de la desigualdad social androcéntrica, una especie de guion que sus autores, como grandes especialistas que son, han desarrollado a la perfección.

Ellos saben que si hubieran escrito un libro de manera individual ninguno de ellos habría alcanzado el interés de los libros escritos a tres manos. También saben que si presentan de inicio una novela firmada por tres autores la mayoría de las principales editoriales no se lo habrían publicado, porque a ninguna le gusta los libros a dúo y menos en trío, salvo que sea un diálogo o determinados ensayos. Podían haber elegido el seudónimo de un hombre para ocultar su trinidad, pero si lo hubieran hecho la violencia de sus historias no habría llamado tanto la atención, y todo el mundo se habría limitado a pensar que el autor era “muy bruto”. En cambio, al escoger como seudónimo a una mujer se produce la sorpresa de cómo es posible encontrar tanta violencia en sus historias, al tiempo que con el desarrollo de esas historias se refuerza el mito de la maldad y perversidad de las mujeres.

Al final los tres autores han preferido molar con las historias y la sorpresa, aunque han hecho un flaco favor a la literatura y a la sociedad al reforzar los planteamientos machistas. Quizás les de igual, pues ellos son hombres y guionistas, y lo que sí es seguro es que las posiciones androcéntricas se han visto reforzadas, y que detrás de estos libros hay alguna serie o película de la que ya sabemos quienes serán sus guionistas.

Todo resulta un poco triste.

Vigilia y fiestas de guardar

Las mujeres deben estar en permanente vigilia y guardando las fiestas si no quieren ser agredidas por hombres que aprovechan cualquier situación para llevar a cabo la agresión. 

Hace unos días varias chicas de Murcia denunciaron que las habían drogado echando algún tóxico en sus bebidas cuando se divertían en los pubs de la zona del Zigzag, comprobando después que había sucedido en varios locales y a diferentes grupos de jóvenes, no un suceso aislado en un sólo lugar.

A los chicos no le echan nada en sus bebidas ni intentan abusar de ellos, pueden salir tranquilamente limitando el riesgo a circunstancias generales relacionadas con la delincuencia general por parte de extraños, pero no a la violencia sexual cometida por tus amigos, conocidos o gente con la que te relacionas en un ambiente de ocio y diversión, como sí les ocurre a las chicas. 

Las mujeres jóvenes tienen que tomar medidas para evitar que las violen, que las agredan sexualmente, que abusen de ellas, que las maltraten… Tienen que ser sexis, pero no provocativas; tienen que divertirse y bailar, pero no exhibirse; tienen que demostrar libertad, pero no ofender a los hombres… Y todo ello al mismo tiempo.

La trampa creada está en dejar que la libertad de las mujeres sea interpretada por lo que un hombre o un grupo de hombres decida, para que la clave no esté en el comportamiento o en los hechos, sino en el significado que el hombre de turno le da. Es ese significado el que luego utiliza la sociedad para dar la razón al hombre en cuestión bajo la idea de normalidad como construcción neutral, cuando en realidad se trata de una normalidad androcéntrica que actúa como colaborador necesario.

A los hombres no los cuestionan si llevan la ropa ajustada o no, si se desabrochan un botón o tres de la camisa, ni tampoco si mantienen una actitud divertida y abierta con otros grupos de jóvenes que estén en la misma zona de ocio. 

Los hombres no tienen que exhibirse, solo deben de estar en presencia y en actitud. Ellos no tienen “horas que no son para hombres” ni “sitios que no sean para hombres”, cualquier espacio es suyo y en todos son ellos quienes deciden e interpretan lo que desean, y también quienes deciden “lo que las mujeres quieren”. Por eso han sido ellos los creadores del mito de que “las mujeres dicen no cuando en verdad quieren decir sí”, y que “la resistencia de las mujeres forma parte del juego amoroso”, como recogía una sentencia de una violación que quedó impune bajo ese tipo de razonamientos.

La voluntad de las mujeres no va dirigida a satisfacer lo que los hombres buscan, ni su libertad puede depender del espacio y el tiempo que “ellos liberen”. 

En este contexto, la respuesta de los “hombres dueños y señores” a la libertad de las mujeres está siendo con frecuencia la violencia. Lo vemos en las agresiones sexuales y esa nueva forma grupal de cometerlas y exhibirlas, también en la violencia general contra ellas, y en la ocupación e instrumentalización de los espacios públicos para satisfacer sus deseos, al tiempo que mandan un mensaje de advertencia a las mujeres para decirles que, “o lo hacen por las buenas o lo harán por las malas”, como ahora vemos en esa estrategia de drogar a las chicas en las zonas de ocio.

Lo que ha pasado en Murcia es más grave y va más allá de la acción individual de cada uno de los casos, porque puede formar parte de una nueva forma de satisfacer esos deseos masculinos bajo el dominio y la violencia contra las mujeres. Al igual que en la Nochevieja de 2015 se produjo en Colonia un abuso sexual generalizado a las mujeres que caminaban por sus calles y después se generalizaron ese tipo de conductas, lo que ha sucedido en Murcia puede ser una estrategia que busque “crear un ambiente de ocio donde sea fácil ligar porque las mujeres son muy accesibles”, y que luego no haya responsabilidad porque “los que se aprovechen de esas circunstancias” no son quienes han echado los tóxicos en las bebidas, y todo parezca parte del juego de los lugares de ambiente. La idea es la misma que se ha usado siempre al dejar que las chicas entren gratis en determinados locales para atraer a los chicos, pero ahora se da un paso más y no sólo buscan su presencia, sino que tratan de crear una “situación favorable para el ligue”. 

Como decía, creo que puede ser una situación que vaya más allá de lo que ha sucedido en Murcia y habrá que estar muy pendientes.

Y lo más preocupante de todo esto, es que todavía hoy los mensajes para evitar la violencia se lanzan para que sean las mujeres las que adopten medidas que la impidan: que no caminen solas por calles poco transitadas, que lleven el móvil conectado, que no dejen sin controlar la copa que están tomando, que no acepten invitaciones de extraños…

¿Cuándo le vamos a decir a los hombres, y de manera muy especial a los jóvenes, que no acosen, que no abusen, que no maltraten, que no droguen, que no violen…? Quizás, cuando empecemos a hablarle a ellos se darán cuenta de su responsabilidad por acción y por omisión, y se pongan en “vigilia” para evitar la violencia machista que llevan a cabo o que otros cometen en su nombre.