Putin ya ha vencido

Pase lo que pase, cuando termine la guerra iniciada por Rusia contra Ucrania, la posición de Vladimir Putin será mejor a la que tenía antes del inicio de la guerra. 

“La violencia funciona”, siempre he insistido en esta idea para tratar de hacer entender que cuando se busca tener poder o más poder, la violencia se presenta como un instrumento muy eficaz en cualquiera de los escenarios en los que se recurra a ella. Cuando se trata de violencia criminal, esta funciona para conseguir cada uno de los objetivos planificados mientras la persona en cuestión no es detenida, y en la violencia estructural, resulta eficaz al jugar con la normalidad para imponer los criterios y voluntades del agresor más allá de los golpes.

En ambos casos funciona, en el criminal porque el violento difícilmente pierde todo lo conseguido tras la detención, siendo esta parte de los riesgos que los criminales racionalizan al igual que, por ejemplo, un camionero es consciente de que puede sufrir un accidente de tráfico, o una persona que trabaje en la construcción sabe que puede sufrir un accidente laboral. Pero también porque contribuye a los objetivos del grupo criminal cuando no actúa en solitario, por eso las organizaciones criminales permanecen y crecen a pesar de las múltiples detenciones que sufren. Y en la violencia estructural funciona porque modela las bases de la relación y las circunstancias en las que se desarrolla, para que todo transcurra como el violento impone sin necesidad de usar la violencia en cada momento, le basta la amenaza de hacerlo una vez que se ha vivido la experiencia de la agresión para conseguirlo.

Todo esto ocurre por la actitud pasiva que se tiene ante la violencia, y por la ufana idea de que el incremento de las penas y sanciones hará desistir a quienes ven en la violencia un instrumento, como ocurre, por ejemplo, al hablar de “prisión permanente revisable” sin trabajar en la educación y prevención. Algunos criminales no volverán a actuar, pero muchos otros llegarán a hacerlo bajo esta cultura violenta.

Putin, que sí conoce todo este entramado, al igual que lo hacen los violentos en violencia de género, se aprovecha del mismo y de la “pasividad” de quien podría evitar el problema, que, bien por no querer reconocerlo, por las dudas de hacerlo ante lo que significa, o por miedo a tener que responder sobre la realidad que supone, prefiere dejar pasar el tiempo hasta que los hechos sean inadmisibles para, entonces, llenarse de razones y de argumentos morales para actuar, sin pararse en la inmoralidad y responsabilidad que supone no haber actuado antes.

Porque esa pasividad, con independencia de las consecuencias materiales que ocasiona, es en sí misma inmoral al formar parte del proceso conocido, y al hacer que sea el violento quien se beneficie de ella, no como un factor externo que se presenta de manera imprevista, sino como parte esencial del mismo. Y lo hace en un doble sentido. Por un lado, porque las víctimas y los daños ocasionados ya son irreparables, se podrán evitar más, pero lo que se ha sufrido ya no tiene solución; y por otro, porque todos los acuerdos de paz que se establezcan supondrán una victoria para el agresor que, de una manera u otra, verá reconocidos algunos de sus objetivos iniciales y mejorada su posición, influencia y poder de cara al futuro. Ya lo hemos visto en Putin con Chechenia, Crimea, Bielorrusia…

A partir de una paz centrada en la idea de lo que “podía haber sido peor”, en lugar de en la justicia y la dignidad de un pueblo y su gente, cuando Putin hable y mueva ficha todo el mundo entrará en pánico, como cuando un maltratador da un puñetazo sobre la mesa o le grita a su mujer. 

El resto escenificará la paz como quiera y siempre será un motivo de alegría el cese de la guerra, pero el único vencedor en términos prácticos ya es Vladimir Putin, que mientras los demás países piensan en cómo responder ante el ataque a Ucrania, él ya piensa en su próximo golpe.

La raíz del machismo en toda esta violencia se comprueba en la incapacidad de identificar el proceso que la caracteriza, un proceso amparado por la normalidad y la lógica de una cultura levantada sobre el uso de la violencia en todos los contextos.

Hombres, virtudes, cojones y defectos

Parece que últimamente los entrenadores de fútbol se han convertido en los portavoces de una sociedad machista, para reivindicar sus valores a través de los mensajes dirigidos a estimular a sus equipos. El entrenador del Rayo Vallecano femenino lo hizo proponiendo como estrategia de cohesión llevar a cabo una violación grupal sobre una de sus jugadoras, y José Mourinho, entrenador de la Roma, recientemente (10-2-22), ha reprochado a sus jugadores la derrota contra con el Inter de Milán diciéndoles, “no tenéis cojones, ¡lo peor para un hombre!”.

Las virtudes de los hombres, según esas referencias, pasan por los cojones, bien sea para violar a una mujer, o bien para alcanzar la excelencia masculina, pues si lo peor para un hombre es “no tener cojones”, lo mejor debe ser “tener muchos cojones”. E insiste José Mourinho en esa idea cuando enfatiza sus palabras por si algún jugador no lo ha entendido, al remarcar que “el mayor defecto de un hombre es la falta de huevos, la falta de personalidad”.

Según esa visión, los testículos se convierten en una especie de depósito de la masculinidad para inyectar a la personalidad el combustible de la virilidad y la hombría con el objeto de que sean hombres en cualquier circunstancia, y poder responder a demanda cuando la situación lo exija. 

Por eso la masculinidad se entrena, no basta con la que viene de serie, hay que ser más hombre, más macho, más viril… para así ir aumentando el depósito y guardar gasolina suficiente para cuando las circunstancias lo exijan.

Mensajes como los lanzados por el entrenador del Rayo Vallecano femenino y José Mourinho son producto del machismo, pero al mismo tiempo lo refuerzan de cara al futuro y a las nuevas generaciones, que siempre se incorporan a él en condiciones atenuadas respecto a momentos anteriores. El mensaje que se lanza con este tipo de manifestaciones contiene cuatro grandes elementos:

  1. En primer lugar, sitúa la esencia de lo masculino en el sexo y la identificación de los hombres en el género, es decir, en el comportamiento esperado a partir de ese sexo “cojonudo” y las funciones que le han otorgado.
  2. En segundo lugar, centra lo masculino en la demostración de fuerza, valor, coraje… aplicado a diferentes contextos: en lo doméstico a través de garantizar el sustento y la protección de la familia, en el trabajo mostrando su autoridad como jefe o su competitividad como trabajador, en la calle por medio de la ostentación, el “postureo” y el valor, en el deporte por el desprecio al contrario…
  3. En tercer lugar, vincula todos esos elementos a la personalidad para que sean actitudes y conductas que se desarrollen en cualquier momento y circunstancia como algo propio de la persona, no como respuestas puntuales antes determinados hechos o situaciones. 
  4. Y, en cuarto lugar, establece la consideración como hombres en el reconocimiento que hacen otros hombres, que son los que valoran su comportamiento según se ajuste o se aleje de las referencias dadas. De ese modo, se produce un compromiso grupal y dinámico que se convierte en una de las claves de la masculinidad al hacer que cualquier hombre tenga un doble protagonismo: como peón de la masculinidad y como guardián del orden al vigilar y controlar lo que hacen otros hombres. 

Al final, como se puede ver, la propia masculinidad reproduce la esencia de la cultura androcéntrica en el objetivo de acumular poder. No se trata de tener más o menos poder, sino de acumular poder y privilegios a partir del que se tenga, y como la referencia no está en un nivel definido previamente, sino en competir con otros hombres para aumentar el suyo, la dinámica es infinita hacia el abuso y la explotación.

En este modelo todo lo que no son virtudes son defectos, pues no establece alternativas para ser hombre de otra forma. La esencia de los hombres, como vemos en los mensajes de los dos entrenadores, está en reproducir y manifestar los valores de la masculinidad asociados a la fuerza y el poder, y cuanto más primitiva y directa sea su expresión, más valor tendrá; de ahí el peso de los cojones. 

El modelo no quiere opciones diferentes a sus mandatos, por eso no establece que la inteligencia pueda suplir al uso de la fuerza, ni que la empatía y las emociones eleven la masculinidad por encima de un objetivo o de una victoria conseguida por medio del abuso y la injusticia, como también vemos en el fútbol cuando algunos aficionados dicen, “¡ojalá gane mi equipo en el último minuto y de penalti injusto!”. La satisfacción siempre es mayor si se acompaña de la injusticia propia de un modelo levantado sobre la desigualdad y el abuso.

Todas estas razones son las que crean el modelo polarizado del “conmigo o contra mí”, que tan fácil resulta aplicar en la práctica ante cualquier situación, como ahora vemos en la política.

El ataque a las mujeres, al feminismo y a los hombres que trabajan por la Igualdad es otra de las consecuencias directas de esta manera de organizar la sociedad que ha decidido el machismo. Los ataques contra quienes cuestionan el modelo tienen dos consecuencias positivas en cuanto al reconocimiento que se obtiene a través de ellos. Por un lado está la consideración obtenida por usar la fuerza y la violencia como parte de los valores de la virilidad, y por otro, el hecho de aplicarlos contra quienes cuestionan el modelo, lo cual otorga un plus de reconocimiento, sobre todo si se hace de forma violenta, pues no se trata de convencer, sino de vencer.

Al final, con todo este juego de ataques y reconocimientos, los hombres ven reforzadas sus virtudes sobre el argumento de los “cojones”, bien sea como esencia de su personalidad o bien como parte de su comportamiento, mientras que cualquier alternativa al modelo se presenta como un defecto, es decir, como ejemplo de “hombres defectuosos”.

La broma de la violencia de género

Hace unas semanas el Tribunal Supremo ha confirmado la condena a un guardia civil de Intxaurondo por acosar a una compañera durante una guardia. Éstos últimos días se ha conocido la propuesta que el entrenador del Rayo Vallecano femenino le realizó a su staff técnico por WhatsApp, para llevar a cabo una violación grupal sobre una de sus jugadoras. En los dos casos el argumento de estos dos hombres ha sido que se trataba de una broma. 

El guardia civil condenado, tal y como recogen los “hechos probados” de la sentencia, se dedicó junto con otros hombres de la Guardia Civil a hacer llamadas a la compañera mientras esta se encontraba en la garita de guardia. En las llamadas le cantaron una “copla de contenido soez” en la que le llamaban “la muy guarra”, además de dirigirle palabras de contenido sexual; situación que produjo una importante indignación y reacción emocional en la víctima.

El entrenador del Rayo Vallecano femenino mandó un mensaje a la lista privada de su equipo técnico de hombres en el que decía: “Este staff es increíble, pero nos faltan cosas. Nos falta, sigo diciéndolo, hacer una como los de la Arandina. Nos falta que cojamos a una, pero que sea mayor de edad para no meternos en jaris y cargárnosla todos juntos. Eso es lo que une a un cuerpo técnico y a un equipo. Mira los de la Arandina, que iban directos al ascenso. Buen domingo, chavales”. Como se puede ver, no se trata de una noche de diversión, sino de una motivación basada en cometer una violación en grupo sobre una de sus jugadoras, y todo ello con el objeto de “mejorar” como grupo y como individuos. No se busca una diversión puntual y aislada, sino de crecer a partir de la experiencia y de los valores que representa.

Los dos casos no son muy diferentes a tantas otras situaciones en los que algunos hombres deciden actuar contra una mujer, reforzados por la compañía de otros hombres que estimula y potencia la virilidad, y la necesidad de demostrarla para que ellos mismos sean conscientes de lo machos que son.

Pero también muestran de manera común de responder que tienen muchos hombres cuando se conocen los hechos.

Primero niegan, si no logran parar las críticas pasan a la justificación, y si con ella no evitan que se resuelva la situación, pasan al tercer nivel y piden disculpas, no por reconocer lo que han hecho y aceptar el daño sobre las mujeres, sino porque dicen haberlo hecho bajo determinadas circunstancias, lo cual en realidad es un retroceso sobre las justificaciones al insinuar que lo ocurrido no ha sucedido con el significado que se cuenta o se denuncia, idea que en la práctica no deja de ser otra forma de negación. Por eso a los maltratadores y agresores les cuesta tanto reconocer la violencia que ejercen, y por ello resulta tan sencillo decir que se trata de denuncias falsas, porque para ellos y para los que piensan como ellos, la violencia que ejercen nunca ha existido más allá del territorio privado que la justifica.

Pero lo más llamativo es la capacidad que tienen para decir que se trataba de una broma, y lo sencillo que resulta que una gran parte de la sociedad lo acepte como tal. En definitiva, no deja de ser sorprendente que la sociedad entienda y acepte que lo que se presenta como una broma de un hombre en realidad es violencia contra las mujeres. 

Y no son casos aislados, sobre todo cuando el resultado de la conducta violenta no se traduce en lesiones físicas que puedan desmontar el argumento que niega la violencia. En la violencia sexual, especialmente a través del abuso y el acoso, pero también en las agresiones materializadas por medio de la intimidación y la sumisión química, siempre utilizan como negación de los hechos la voluntad de la víctima o la ausencia de voluntad del agresor. Me explico.

La “voluntad de la víctima” se centra en su provocación o facilitación. Es ella la que de forma directa o indirecta precipita la conducta del agresor con su comportamiento o insinuaciones, o la que “se expone” a los hechos. La “no voluntad del agresor” se explica por su papel pasivo ante esa provocación de la mujer, pero, sobre todo, en que la conducta realizada no fue un acto de violencia. Y no lo fue, bien porque hubo factores que bajo el modelo androcéntrico deben interpretarse como consentimiento de la víctima, o porque la conducta estaba dentro de un contexto que le da un significado distinto. Ahí es donde se recurre al argumento de la broma o a la insignificancia de los hechos.

Para todo ello necesitan la complicidad de la normalidad definida por la cultura androcéntrica. El éxito de estos planteamientos no depende de la capacidad de algunos hombres para convencer, sino en la receptividad y aceptación de la mayoría de la sociedad. Por eso primero violentan a las mujeres, luego, “si la jugada les sale bien”, continúan con un nivel mayor de violencia hasta que consiguen su objetivo con la ayuda de las trampas de una cultura que establece que “las mujeres cuando dicen no en verdad quieren decir sí”. Y si la jugada les sale mal en algún momento, recurren al argumento de que era “una broma”, de que la mujer “es una estrecha”, o una “histérica que no sabe relacionarse” o que los hechos “no tienen importancia”.

Pero lo más terrible de todo esto es lo que apuntábamos antes, que estos argumentos masculinos son creídos y aceptados, mientras que las respuestas de las mujeres son presentadas como una exageración y como un ataque a esos “buenos hombres” que van a ver afectada su situación profesional, familiar y social. Lo vimos también en la violación grupal de “la manada”.

Tener una sociedad que aún confunde una situación de violencia de género en cualquiera de sus formas con una broma, y que, por tanto, entiende que una broma se puede hacer con conductas que forman parte de la violencia de género, es la demostración clara del machismo que la define en la excepcionalidad y en la normalidad.

Y cada vez que tomamos conciencia a partir de situaciones de este tipo avanzamos,  pero ya será tarde para todas las mujeres que sufren la violencia, y para una sociedad que aún mantiene la deuda la Igualdad con la historia.