La violencia que no existe ya ha asesinado a 20 mujeres en 2022 y a 1150 desde 2003, más que ETA en 42 años de existencia, concretamente un 34,5% más que la banda terrorista que hace años dejó de matar, mientras que los hombres que lo deciden siguen asesinando a sus parejas o exparejas, como ha ocurrido hace unos días en Soria y Alzira.
Los mismos partidos que cada día critican al Gobierno bajo el argumento de pactar con los “herederos de ETA”, son los que pactan y llevan a los gobiernos autonómicos a quienes niegan la violencia asesina del machismo.
A nadie se le hubiera ocurrido minimizar la violencia de ETA diciendo que no había que hablar de terrorismo, sino de violencia, y que no había que regular específicamente este tipo de violencia terrorista, sino hacer una ley de “violencia intrasocial” que incluyera todas las violencias. Ni tampoco cuestionar el énfasis que se pone en la violencia etarra diciendo que al hablar de ETA de ese modo, es como si la vida de una víctima de la banda valiera más que la vida de alguien que sea asesinado en una reyerta o en un robo.
Ese mismo escenario es el que hace habitual recordar alguno de los nombres de los terroristas, bien por la violencia que han ejercido o por el proceso que seguido contra ellos. En cambio, acordarse de algún asesino por violencia de género es complicado, ni siguiera en los casos que más han impactado, como el de Ana Orantes, se recuerda quien fue su asesino (José Parejo), lo cual dice mucho de la manera tan diferente en que se percibe y nos posicionamos ante una y otra violencia.
Quienes niegan la violencia contra las mujeres lo hacen cuando ya se conoce y cuando los hechos demuestran su presencia, no es un error, sino parte de una estrategia que busca evitar el cuestionamiento de un modelo de sociedad basado en una cultura androcéntrica, que a lo largo de toda la historia ha limitado los derechos esenciales de las mujeres, para que los hombres tengan una serie de privilegios desde los que reforzar el modelo social y cultural. El juego es sencillo, la cultura da privilegios a los hombres y estos, desde ellos, refuerzan la cultura para perpetuar y, a ser posible, aumentar sus privilegios.
Las mujeres han luchado históricamente contra esos agravios violentos, una lucha que culminó con la conciencia crítica y la articulación de su pensamiento e iniciativas a través del feminismo. A partir de ahí, el avance de los derechos de las mujeres ha sido continuo y, por tanto, la limitación de los privilegios masculinos constante. Y no lo aceptan.
Negar la violencia de género y decir que “no existe” es afirmar que los asesinos de esa violencia no existen. No es que los autores de los asesinatos no existan, sino que los hombres que deciden utilizar la violencia de género a partir de las referencias sociales y culturales que la normalizan y justifican no existen, y que, en consecuencia, el homicidio puede ser cometido por cualquier persona (hombre o mujer), como parte de un conflicto que no tiene que nada que ver con los roles de género en los que se inserta la violencia de los hombres contra las mujeres, no la de las mujeres contra los hombres. Por eso “la violencia no tiene género, pero el género sí tiene violencia”.
Bajo el relato del negacionismo se aparta la mirada de los 60 hombres que asesinan de media cada año y de los 600.000 que maltratan, y todo se presenta como “personas que maltratan y matan”, personas que según sus argumentos pueden ser hombres y mujeres para invisibilizar la violencia de género, y mantener el chiringuito de la cultura patriarcal que tantos beneficios da a quienes van de “empresarios del machismo”, decidiendo quien merece qué y cuánto.
La violencia de género existe porque existe la cultura androcéntrica que la hace posible, el ejemplo más claro de su existencia es que somos una sociedad capaz de generar 60 asesinos de mujeres nuevos cada año desde la normalidad. No son delincuentes habituales ni están relacionados con grupos criminales, son “hombres normales” que deciden matar a sus mujeres o exmujeres. 60 asesinos nuevos cada año que sí existen y son verdad.