Hombre, varón, de sexo masculino…

El doble homicidio cometido hace unos días (19-6-22) por el marqués de Perijá y conde de Atarés, el de su mujer y una amiga, ha generado una “sorprendente sorpresa” por apartarse de los estereotipos creados sobre la violencia de género, y por la recuperación de la idea del “perfil del agresor”.

Cada vez que me han preguntado por el perfil del maltratador en algunos juicios he respondido que tiene tres características: “hombre, varón, de sexo masculino”. Es decir, ser hombre y decidir ejercer la violencia a través del maltrato o del homicidio. No hay condiciones previas para maltratar y matar, aunque los rasgos de personalidad y las circunstancias sociales que viva cada agresor pueden actuar e influir en la forma de ejercer la violencia decidida, no en la aparición de dicha violencia.

El hecho de que se busque un perfil para los hombres maltratadores y se acepte su idea con facilidad, algo que no ocurre con los terroristas, narcotraficantes o ladrones de bancos, ya refleja la necesidad que tiene la sociedad de ocultar el verdadero significado de la violencia de género. En ninguna sentencia se ha visto descartar a un sospechoso como terrorista por no tener el “perfil de terrorista”, en cambio en violencia de género si lo hemos visto, tanto sobre la idea de “perfil de víctima” como en la de “perfil de agresor”, como ocurrió en la sentencia que condenaba a Juana Rivas, en la que se argumentaba que no podía existir violencia de género, como ella denunció, porque, refiriéndose a los agresores, “…suelen ser personas de mente atávica y primigenia, con escasos mecanismos de autocontrol y empatía, que contagian todo su entorno con un hábito de causar daño que no pueden controlar”. Es decir, una sentencia descarta la existencia de violencia sobre algo que no es verdad, lo cual demuestra que el peso de los mitos y estereotipos creados por la propia cultura que entiende que el uso de la violencia contra las mujeres es normal, es lo que da razones para que cuando se produce sea descartada.

Los estereotipos son un sistema de creencias, atributos y comportamientos que se piensan propios, esperables y adecuados a determinados grupos de personas o situaciones. No son neutrales, su definición está basada en el sentido que la cultura da a cada una de esas situaciones, puesto que su objetivo es integrarlas en la sociedad como parte de la realidad con el significado otorgado.

Cuando entre los mitos que forman parte de nuestra cultura tenemos el de la “mujer mala y perversa” y el del “hombre bueno”, tanto que todavía hoy nuestro Código Civil toma como ejemplo al “buen padre de familia”, la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres hasta asesinarlas no resulta creíble bajo su verdadero significado, o sea, bajo la libre decisión de un hombre que decide maltratar y matar. Y no lo resulta porque hay que “integrar” dos cosas, una, la más llamativa, el homicidio y las agresiones graves; la otra, y más importante desde el punto de vista social, la “normalidad” de la violencia de género. Una normalidad necesaria para que sólo se denuncie un 25% de todos los casos, y para que cuando se denuncie sea cuestionada bajo los mitos y estereotipos. 

Para poder integrar esa realidad con sus dos caras, la de la gravedad y la de la normalidad, al no poder negarla dada la objetividad de los homicidios, se trata de presentar como consecuencia, no de la construcción social ni de cualquier hombre que lo decida, sino como obra de “determinados hombres”. Y para evitar que esos “pocos hombres” puedan ser identificados como hombres normales, los estereotipos y mitos tratan de situarlos en los márgenes de nuestros valores. Por eso se habla de alcohólicos, drogadictos, hombres con problemas mentales, hombres marginados, extranjeros… cualquier elemento que los aleje del “hombre medio” es válido. Por lo tanto, cuanto más se aleje de ese polo marginal menos creíble y esperable será entender que es un hombre maltratador y asesino.

Es lo que ha ocurrido con el caso del marqués de Perijá y conde de Atarés, todo el mundo lo ve como “muy alejado” del lugar donde la cultura sitúa al maltratador estereotipado, en cambio no duda de que su mujer, la marquesa y condesa, pudo denunciarlo falsamente, puesto que para la maldad de las mujeres no hay clase ni status. El error no está en dónde se sitúa él, sino en la trampa de hacer creer que hay lugares y características específicas para hombres maltratadores y para hombres no maltratadores.

La conclusión es clara, cualquier hombre, varón, de sexo masculino puede ser un maltratador, si así lo decide.