La docuserie “Una historia de crímenes” realizada por Ficción Producciones y emitida en Prime Vídeo, analiza hechos criminales de diferente tipo desarrollados en circunstancias muy diversas, lo cual permite obtener una imagen amplia sobre la criminalidad que tenemos y la clase de sociedad donde se produce. La mayoría de los crímenes terminan en un asesinato, ocho de ellos cometidos por hombres y siete por mujeres.
Los casos son introducidos y presentados de manera magistral por Manuel Marlasca y Patricia Abet, que analizan y explican algunas de las circunstancias de lo ocurrido en cada crimen, y yo mismo participo como Médico Forense y Especialista en Medicina Legal para estudiar algunos de los elementos de los homicidios y hechos recogidos, y su relación con la criminalidad en general.
La serie muestra con objetividad la dureza que hay detrás de cada crimen y el daño que genera a su alrededor, pero también la proximidad y normalidad en la que se mueve la violencia en nuestra sociedad, y cómo el recurso a ella depende más de factores individuales influidos por los contextos y las referencias sociales y culturales, que de extrañas circunstancias y elementos fuera de control.
Desde mi punto de vista, como espectador que ve cada uno de los capítulos junto al resto de la gente, creo que la serie ha conseguido captar la atención sobre esa cercanía de los crímenes, y mostrar cómo surgen a partir de razonamientos que pueden parecer terribles o absurdos desde la distancia, pero que son los que se utilizan para dar el paso hacia la violencia criminal.
Una de las cosas que me ha llamado la atención, ahora que se pueden ver los diferentes casos de manera continuada, es la reacción habitual de la gente cuando el asesino es trasladado a las dependencias policiales o judiciales, especialmente cuando la víctima ha sido una mujer por el significado que tiene.
La multitud agolpada a las puertas por donde llega el coche con el detenido, una vez que sale para entrar en las dependencias se abalanza sobre él, aunque las personas que la forman no consigue alcanzarlo por el cordón policial que se establece, y comienzan a gritarle e insultarle sin parar, al tiempo que lo llaman asesino. Y entre los insultos, el que nunca falta y el que más se oye es el de “hijo de puta”.
El machismo de nuestra sociedad está tan arraigado y presente en todo momento, que es capaz de insultar al asesino de una mujer a través del insulto a otra mujer y a todas las mujeres. Llamar “hijo de puta” a un hombre se presenta como un insulto porque significa reconocer que la maternidad ha sido consecuencia de una “mala mujer” que ha mantenido la relación sexual con un hombre a cambio de dinero, y que el embarazo del que nace la persona en cuestión no es producto del amor ni deseado, sino de esa transacción comercial asociada a la perversidad de las mujeres que la llevan a cabo.
Con ese insulto se reconoce que la persona insultada es hijo de una “mala madre” por ejercer la prostitución, y que no ha contado con un padre en su crecimiento y maduración. Da igual que la madre le haya dado mucho amor o que haya tenido una pareja que haya ejercido la paternidad. Para el machismo esa situación no es válida porque sus referencias están construidas sobre lo biológico. Por eso dicen que los hombres son “más fuertes y más inteligentes”, porque previamente han decidido qué se debe entender por fortaleza e inteligencia sobre la condición masculina. Y por dicha razón definen la paternidad sobre lo biológico, para que sea el hombre padre quien pueda tener control sobre su descendencia, con independencia del cuidado y el amor que le de a sus hijos e hijas. De ese modo se hacen insustituibles, pues nadie puede reemplazarlos en lo biológico.
De manera que un “hijo de puta” es el resultado de la conducta de una mala mujer y la ausencia de un “buen hombre como padre de familia”, por eso se enfatiza en el insulto que ella es una “puta” y no se dice que es un “hijo de putero”, porque se entiende que el hombre “sólo tiene sexo con quien se pone de manera voluntaria en disposición de tenerlo a cambio de dinero”. Si no se responsabilizara a las mujeres bajo la trampa de que ellas son las que deciden ejercer la prostitución, como explicamos en “La necesidad de las putas”, tendría que reconocerse que los hombres y su modelo androcéntrico las someten y discriminan para que vean en el ejercicio de la prostitución una opción válida.
“Hijo de puta” tiene ese doble valor como insulto, por un lado hace entender que es hijo de una “mala mujer”, y por otro, porque supone la ausencia absoluta de padre, ya que no sólo ha crecido al margen de su referencia, sino que, además, ni siquiera sabe quién es, lo cual vuelve a incidir sobre la mala madre por haberle negado el padre al hijo al ejercer la prostitución. Y los dos elementos son necesarios, pues puede haber otros hijos de “malas mujeres”, como podría ser el de una asesina, o que no hayan conocido a su padre, como ocurre con los hijos que nacen después de que el padre haya fallecido, pero nadie insulta diciendo “hijo de asesina” o “hijo póstumo”, porque de lo que se trata es de reforzar el sistema androcéntrico y su mito de que las mujeres son “malas y perversas” hasta el punto de mantener sexo por dinero, y con ello quitarle el padre a los hijos e hijas que nacen en esas circunstancias.
La prostitución no es una decisión de las mujeres, sino una imposición de los hombres y su cultura, y por eso el significado no parte de lo que muchas mujeres puedan entender desde su libertad, sino de lo que el modelo cultural ha decidido y normalizado en nuestra sociedad. Intentar cambiar los hechos sin modificar el contexto que le da sentido, es como empezar la casa por el tejado, que no sólo no se levanta, sino que lo más probable es que nos atrape bajo los escombros de las circunstancias.