La violencia también tiene sus seguidores

La vida es un proceso que transcurre entre decisiones y elecciones, y la violencia que forma parte de ese trayecto también tiene algo de elección.

Nadie está en la violencia por error o accidente, pueden haber existido factores facilitadores y experiencias que te acercan a la violencia, como un tren te aproxima a una estación, pero permanecer en ella es una elección nacida de una decisión consciente, como lo es bajarse en la estación o no hacerlo y continuar el viaje. El tren no tiene la culpa de una u otra elección.

Los trabajos de Paul C. Whitehead y Paul S. Maxim insisten en la idea de “violencia racional” y en todo lo que conlleva de decisión planificada, de adopción de medidas para evitar las consecuencias derivadas de su uso, y de búsqueda de objetivos concretos a través de ella. Nada es fortuito ni casual.

Y del mismo modo que nadie está en la violencia por error, tampoco lo está solo. Todas aquellas personas que se identifican con las causas que llevan a que determinadas personas las defiendan por medio de la violencia, de algún modo las acompañan, aunque no estén de acuerdo con su elección violenta ni con el resultado de la misma, pero tampoco lo están con quienes no comparten sus planteamientos respecto a la situación o ideas que defienden.

Ocurre en todas las violencias donde hay un respaldo social. Lo vimos cuando ETA asesinaba en España, lo hemos visto en las palabras de Donald Trump al referirse en la reciente entrevista de la CNN al asalto al Capitolio como “un día hermoso e increíble”, y afirmar que indultaría a muchos de los implicados, y lo vemos con el racismo, como ha revelado el caso de Vinicius estos días. Quienes comparten las causas acompañan a más o menos distancia a los violentos que las defienden con la violencia. Y cuando la violencia se ejerce para defender un modelo de sociedad androcéntrico, la sociedad machista justifica y acompaña a los violentos, aunque muchas personas no compartan el resultado de sus agresiones, pero sí lo hacen en la defensa común del machismo y sus referencias. Esa es la razón por la que a pesar de las 60 mujeres que son asesinadas de media cada año, el porcentaje de población que la incluye entre los problemas principales es tan sólo del 0,8% (Barómetros CIS, 2022).

Las decisiones y elecciones sobre quienes usan la violencia surgen en estas circunstancias sociales, y cada uno las utiliza según la situación para defender su posición. Y lo mismo que el concejal de Vox en Albuñol (Granada), partido que niega la violencia de género, dijo tras el homicidio de una mujer y el posterior suicidio de su asesino que los dos tenían la culpa, los responsables de Bildu deciden llevar en sus listas a siete terroristas condenados por asesinato junto a otros miembros de la banda, pues aunque no compartan el resultado sí lo hacen con las causas e ideas que llevaron a él. La proximidad ideológica en cada caso se refleja en la actitud ante la violencia que nace de ella.

La decisión electoral de Bildu se puede presentar como un éxito de la democracia al haber conseguido que quienes antes defendían sus ideas con armas y asesinando, ahora lo hagan en las instituciones y dialogando. Pero la situación es más compleja.

Una democracia no sólo es forma y rito, también es ética. Y los valores sobre los que se debe articular la convivencia no se logran si se entiende que cualquier experiencia es susceptible de aportar elementos a esa convivencia formal y ética. En ese sentido, quienes están en la política no son meros tramitadores de propuestas e iniciativas, ante todo son los responsables de la soberanía de un pueblo democrático en el que la violencia no tiene cabida. No se representan a sí mismos ni sólo a quienes los votan, a ellos deben rendirles cuentas del voto con sus actuaciones, pero en verdad representan a todo el pueblo que ha confiado en la democracia para que se produzca el encuentro de las distintas posiciones dentro del marco constitucional de los Derechos Humanos. Por eso un violador, un asesino machista, un narcotraficante… no deben ir en las listas que nacen de la aspiración de ese pueblo, y por la misma razón un terrorista tampoco debe ir. Puede hacerlo legalmente, pero no éticamente.

Quien utiliza las circunstancias del contexto para actuar contra él no cuenta con la licitud para participar en el proceso que nace de ese contexto, aunque pueda hacerlo desde el punto de vista formal. Y en este caso, los terroristas que utilizaron la libertad de la convivencia democrática para actuar contra ella no deben participar, aunque hayan cumplido la pena correspondiente por el daño material causado. Hacerlo significa seguir causando daño en el plano ético al ver cómo los valores democráticos quedan distorsionados por quienes los han atacado de la forma más terrible posible. Más aún cuando se comprueba que es la violencia terrorista usada en su día la que les proporciona el reconocimiento para estar hoy en las listas democráticas, porque si hoy están en las listas de Bildu es por haber sido terroristas, no por otros méritos. Ninguna de estas personas es necesaria, menos cuando se trata de listas cerradas y hay disciplina de voto en los partidos.

La democracia necesita mantener sus valores y la esencia de sus elementos sin interferencias y sin manipulaciones, de lo contrario la confianza que necesita el sistema se perderá y no habrá espacio colectivo ni común, sólo parcelas desde las que hacer incursiones para tratar de beneficiar proyectos particulares, algo que acabará con el ya deteriorado sentimiento de pertenencia a algo más que lo particular, lo local y lo inmediato.

Quienes critican antes al Gobierno que a Bildu demuestran que les importa poco el daño que la inclusión de terroristas en las listas le hace a la democracia, y que lo único que les interesa es el poder, aunque para ello tengan que gobernar y pactar con quienes niegan la violencia de género que en 19 años ha asesinado a 1203 mujeres. Una violencia que aún existe y sigue matando a mujeres, no la de ETA, una violencia terrible, pero que ya no existe y que en 42 años asesinó a 855 personas. 

Y es que cada uno adopta una actitud pasiva y permisiva con la violencia que defiende causas y objetivos compartidos.