La revolución pendiente: tierra e Igualdad (y II)

“Poner los pies en la tierra” da sentido de realidad, pero “ponerlos en la luna” hace avanzar a la humanidad a grandes pasos, tal y como dijo Neil Armstrong. Ese es el contrasentido de la “distancia necesaria”, una distancia que separa en lugar de incluir en la mirada la imagen de una realidad que nunca puede ser incompleta ni a trozos.

El poder siempre ha jugado al “divide y vencerás”, y para ello ha contado con dos grandes estrategias. La primera de ellas ha sido construir una sociedad jerarquizada a partir de una cultura basada en la desigualdad, que establece que hay elementos y condiciones que tienen más valor que otras, para hacer de la división algo estructural. La segunda es jugar con las circunstancias de cada lugar y momento para potenciar la división sobre determinados factores, y de ese modo mantener el control de la injusticia que supone la desigualdad.

La sumisión social es la consecuencia de la aceptación del modelo de poder que utiliza como argumento la normalidad y pone como testigo al tiempo… Por eso resulta interesante acercarnos, tal y como hacíamos en el artículo anterior, al momento inicial de esta construcción y al modo de entender su significado.

El origen de la cultura patriarcal se sitúa en el Neolítico, cuando los grupos de humanos formados por 25-30 personas cambiaron su forma de vida, y pasaron de ser nómadas y recolectores a convertirse en sedentarios y a cultivar la tierra. A partir de ahí hubo acumulación de los productos que obtenían y no consumían, de manera que quien más acumulaba más poder adquiría dentro del grupo en los momentos de necesidad. Y esa situación llevó a controlar la tierra para poder acumular más riqueza, y a controlar a las mujeres para garantizar que la transmisión de esa riqueza era para sus descendientes.

Antes, ni la tierra ni las mujeres fueron posesión de los hombres, pero a partir de ese momento el poder en mano de los hombres se fue consolidando y ampliando sobre los privilegios aportados por una cultura levantada desde esas ideas y posiciones.

El resultado fue el dominio y el sometimiento a través de la normalidad creada, por eso quienes lo sufren reproducen parte de los argumentos impuestos por la cultura androcéntrica, y no hay una crítica frontal, como sí la ha habido frente a otras situaciones. Veamos cómo se traduce en la práctica a partir de la doble referencia de la tierra y las mujeres.

  • Las protestas por los problemas del cultivo de la tierra que se hacen hoy se deben a las mismas razones de siempre, y cada una de las explicaciones que se escuchan son las que han estado presentes durante años sin que hayan sido abordadas. Todo lo contrario, el mensaje que recibían es que tenían que esperar, y que eran las personas que cultivaban la tierra quienes tenían que cambiar, que había cosas que hacían mal, y que llegaría un día en que todo se resolvería. Mientras llegaba ese día, quienes ocupaban posiciones de poder dentro de estas relaciones se beneficiaban de la situación creada y acumulaban más poder, aunque para ello tuvieran que dar subvenciones que no cambiaban el modelo, sino que lo mantenían.
  • La situación de las mujeres en cualquier lugar del planeta y las manifestaciones que se producen contra el modelo machista que las discrimina y oprime, también se hacen por los motivos de siempre: desigualdad, discriminación, acoso, abusos, violaciones, maltrato, femicidios… Sin embargo, las voces que llenan los días cuando ellas callan hablan de “denuncias falsas”, de su perversidad y maldad, de sus manipulaciones… al tiempo que les prometen que habrá un mañana en el que todo habrá acabado. Pero mientras tanto son los hombres quienes se benefician y ellas quienes deben continuar bajo esa dominación que impone el silencio y la culpa.

Es el mismo marco general para definir la realidad desde la perspectiva androcéntrica y conseguir privilegios: uso, dominio, abuso, explotación y abandono o destrucción.

La razón del patriarcado para dominar la tierra y a las mujeres, al margen de ser la fórmula inicial para obtener poder y acumularlo, es la de “naturalizar su construcción” y presentarla como consecuencia de un “orden natural” que hay que respetar.

Es la estrategia de una cultura responsable que edulcora la realidad con palabras que camuflan la injusticia de su normalidad machista. Y del mismo modo que dicen que nada hay más maravilloso que ser mujer por el privilegio de la maternidad, o que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, también dicen que la tierra es lo más importante para la continuidad de la humanidad, y que el futuro del planeta pasa por el presente de la agricultura. Pero en la práctica, tanto las mujeres como la tierra son piezas necesarias en la opresión impuesta por una cultura de poder levantada por los hombres bajo la estrategia de acumular más poder, no de cederlo.

La revolución pendiente es la revolución feminista, la única que puede poner la Igualdad donde el machismo lo ha impedido.

La revolución pendiente: tierra e Igualdad (I)

Dado el fracaso de la escucha y el entendimiento, la humanidad, desde el Neolítico hasta nuestros días, ha tenido que crecer a base de revoluciones. Habría sido más sencillo y menos traumático si en lugar de revolucionar la realidad hubiéramos evolucionado con ella, pero quienes han estado posiciones de poder siempre han mostrado su rechazo a modificar las circunstancias que les proporcionaban sus privilegios, de ahí su resistencia a cambiar y su fidelidad a la tradición y a lo conservador.

Las revueltas con las que habitualmente se identifican las revoluciones sólo son su escenificación, la última fase de todo un proceso más profundo, y reflejo de la necesidad de romper las imposiciones que impedían los cambios y transformaciones.

Si nos adentramos en todo el proceso revolucionario que conduce a la última expresión de su manifestación reivindicativa, nos encontramos con una serie de fases que podríamos resumir en seis etapas:

  1. Situación de abuso. No es sólo la existencia de diferencias y desigualdades, sino su utilización para obtener ventajas y privilegios en ese contexto donde se establecen las relaciones abusivas. Cuando el abuso se hace desde posiciones de poder consigue tres características muy importantes: se extiende a amplios sectores de la sociedad, se estructura como parte de determinadas circunstancias, y se normaliza bajo ciertas justificaciones y razones. Todo ello lleva a la invisibilidad y a que el tiempo sea un argumento de su “normalidad”.
  2. Conciencia de injusticia. El poder nunca es para siempre, por eso desde el poder han necesitado a las religiones para mantener la promesa al tiempo que iban adaptando la estrategia a los nuevos tiempos que llegaban. Pero a pesar de ello, el ser humano y sus ideales siempre están por encima de la opresión y la mentira, de ahí que antes o después tomen conciencia de la situación de injusticia que viven y respondan ante ella.
  3. Resistencia individual. A partir de ese momento y conforme se comparten los elementos críticos contra el abuso y la injusticia, comienzan las resistencias individuales, generalmente por parte de quienes viven directamente el daño de esa “normalidad abusadora”.
  4. Posicionamiento crítico. Elementos como la conciencia sobre el problema, las resistencias individuales, y el aumento del conocimiento sobre el significado de la injusticia, llevan al pensamiento crítico y a la coordinación de iniciativas con un doble objetivo: por un lado, organizar la resistencia, y por otro, actuar contra las causas del abuso.
  5. Activismo y reivindicación: A partir de esa plataforma organizada comienzan las acciones contra el modelo y las circunstancias que originan el problema con un doble sentido: la actuación estratégica dirigida a determinados elementos del sistema que tengan impacto como agitación de sus estructuras, sobre la conciencia de la sociedad. Frente a estas acciones se producen reacciones del propio sistema que deben ser abordadas en esta fase.
  6. Revolución, tal y como se visualiza a través de las protestas y revueltas. Conforme el abuso persiste, la crítica al mismo aumenta, el ambiente se llena de acciones individuales y coordinadas, las reacciones contra ellas se multiplican e intensifican… la conciencia de injusticia aumenta. Este contexto permite la ampliación a posiciones cada vez más lejanas al problema, y definir los elementos comunes que existen frente a otros abusos e injusticias que se expresan en otros ámbitos, a veces muy distintos. A partir de ahí la revolución ya es una realidad en cuanto a su dimensión, causas, implicación y significado.

Reducir una revolución a esta última fase tiene dos consecuencias:

  1. Por un lado, se le quita el significado que la envuelve para abordar sólo el resultado que da lugar a la movilización final, pero sin actuar sobre las causas que originan ese resultado. De esa forma, la construcción de abuso como estrategia de poder se limita a una corrección de sus efectos, pero los factores y circunstancias que los originan permanecen igual, y el abuso y la injusticia podrán continuar de otra forma.
  2. Por otro lado, si se toma como “revolución” sólo la fase última de las movilizaciones, todos aquellos procesos transformadores críticos que no lleguen a esta última fase serán presentados como revueltas y conflictos particulares, y como una amenaza contra el modelo de poder que genera los abusos y la injusticia en diferentes contextos y frentes. Esta situación derivada de la manipulación no debilita al modelo a pesar de la crítica, sino que lo refuerza por medio de la amenaza.

El ejemplo lo tenemos cerca, las protestas de los trabajadores y las trabajadoras del campo, no sólo de los agricultores, nacen del abuso y la injusticia de un modelo económico que necesita del abuso de la tierra para mantener la estructura de poder que genera más beneficios a quien más tiene. Y la forma de hacerlo con la tierra es el dominio y la amenaza, argumentos que entienden muy bien y paralizan a quienes se levantan cada día con la amenaza del tiempo, de las plagas, de los precios… La industria se puede abrir o cerrar, trasladar a un lugar o a otro, establecer turnos o limitar los horarios… pero el campo no. Y aunque se juega con algunos de estos elementos, como por ejemplo traer productos de otros lugares, al final el resultado no es el mismo: no es igual un tomate de un país lejano que el de nuestra tierra, en cambio un tornillo si es el mismo se fabrique aquí o en Asia.

La legitimidad de una revolución no está en las fases que se siguen, sino en las razones que la mueven. La revolución de la tierra es necesaria por justicia y por ética democrática. Una sociedad no se puede alimentar del sudor frío de la impotencia y la frustración de quienes viven en la desesperanza de la esperanza, y nuestra sociedad lo lleva haciendo desde hace siglos.

Quienes somos de pueblo y hemos tenido la suerte de echar jornales en verano lo hemos vivido en primera persona, y lo hemos escuchado con la bondad de las palabras de quienes sólo aspiraban a un día más, pero con dignidad.

La tierra está cerca de culminar su revolución, pero se equivocaría si piensa que la solución sólo está en la corrección de los precios de toda una estructura de poder basada en el abuso y la injusticia. Si se limitan a corregir sólo ese resultado, el modelo de poder construido desde la visión androcéntrica ya se encargará de establecer otro mecanismo para seguir con el abuso de quienes deben estar en las posiciones inferiores de su jerarquía. No por casualidad el machismo, esa cultura patriarcal que nos envuelve, surgió en el Neolítico junto a la agricultura, y tampoco es casualidad que el feminismo plantee una transformación radical de la cultura, no sólo corregir algunas de sus manifestaciones. Pero de eso hablaremos otro día.

Hoy termino recomendando escuchar de nuevo las canciones de Jarcha, y no estaría mal comenzar a hacerlo con “Esclavo de la tierra”.

“Descabronizar” el planeta

El mayor cambio que se vive hoy en al ambiente es el de la Igualdad, tanto que los pilares sobre los que se levanta la estructura de nuestra sociedad se están derritiendo. Y como sucede con el cambio climático, hay quien lo niega para no enfrentarse a la verdad incómoda que amenaza su poder y privilegios.

El ejemplo lo tenemos cerca, en la Cumbre del Clima celebrada estos días en Madrid, una de las propuestas más destacadas es la de “descarbonizar” el planeta para disminuir las emisiones de carbono, especialmente en forma de dióxido de carbono. Un concepto novedoso, ese de “descarbonizar”, cuya validez ha sido aceptada por la Fundéu al ser construido a partir de la palabra “carbono”.

El machismo por su parte ha intoxicado la convivencia social y democrática con la emisión de sus malos humos y sus gajes tóxicos a lo largo de toda la historia, tanto que ha contaminado el aire que respiramos y ha impregnado con el hollín de su ceniza las miradas e identidades, para establecer con sus emisiones una especie de clima regulado por el termostato de sus intereses.

Ante esta situación el razonamiento es sencillo, si “descarbonizar” es reducir las emisiones de carbono, y “cabrón”, tal y como recoge la primera acepción del Diccionario de la RAE, es quien “hace malas pasadas o resulta molesto, “descabronizar” es reducir la realización y emisión al ambiente de esas malas conductas y molestias que, incluso, llegan hasta la violencia. Un comportamiento característico del machismo para lograr imponer la desigualdad con la que defender sus privilegios, y para someter a las mujeres a los espacios y funciones que la cultura machista ha decidido.

El machismo es tóxico, y el ambiente milenario de “encabronamiento” que genera es el responsable de las olas de acaloramiento público y privado, de las inundaciones de la intimidad, y de las DANAS (“Depresiones Afectivas en los Niveles del Amor”) cíclicas que aparecen de manera sorpresiva con todo su daño y destrucción.  Por lo tanto, la solución a esos problemas sociales pasa por actuar sobre ese ambiente tóxico, no sólo sobre el resultado de sus catástrofes.

El problema es más serio de lo que parece, por eso quienes “emiten” la violencia machista buscan negarla, si no fuera tan grave no se molestarían en intentarlo. La OMS (2013) recoge que el 30’1% de las mujeres del planeta sufrirán en algún momento de sus vidas violencia por parte de sus parejas o exparejas, y Naciones Unidas (2015) indica que entre 40.000 y 45.000 mujeres son asesinadas en el planeta cada año en el contexto de las relaciones de pareja y familia. Por su parte, la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA, 2014) concluye en su informe que el 20% de las mujeres de la UE han sufrido violencia física en las relaciones de pareja, el 43% violencia psicológica, el 6% violencia sexual y el 55% acoso sexual. Y si nos acercamos a nuestras costas, las Macroencuestas (2011, 2015) y los datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género nos indican que cada año unas 600.000 mujeres son maltratadas y unas 60 asesinadas. Y a pesar de esta objetividad en el resultado y de vivir la experiencia de cada día que conduce al mismo, el “encabronamiento” machista lo ignora y lo intenta negar.

Por ello necesitamos el aire fresco de la Igualdad con un doble objetivo. Por un lado, descontaminar y limpiar la atmósfera de la cultura de todos los gases tóxicos emanados de las ideas, valores, creencias, mitos… machistas. Y por otro, abrir la ventana del conocimiento para que entre el oxígeno de la Igualdad y haga respirable el ambiente. Sólo así podrán desaparecer los efectos tóxicos que ocasionan esa mirada borrosa que difumina la realidad, las alucinaciones del machismo, y los delirios de grandeza que muchos toman como verdad.

No es sencillo, son muchos los hombres que viven de esos malos humos, y algunos son verdaderos adictos al machismo, como los hay a las emisiones de dióxido de carbono, en una dependencia que no es física ni psicológica, sino social. Es la dependencia al poder y a los privilegios, y se ve reforzada bajo la conciencia de que cuanto más injusta son las decisiones, más poder se tiene. Y aunque el resultado sea dañino, hay quien prefiere morir de éxito en una sociedad injusta que vivir feliz y en paz en Igualdad.

La sociedad ya ha cambiado y su avance es imparable, pero las reacciones de quienes viven bajo el poder de sus emisiones también está presente para intentar asfixiar al planeta y a la Igualdad. No es casualidad esta reacción, ni tampoco que sólo sea el feminismo quien tenga una respuesta global a toda la construcción tóxica y violenta del machismo para “descabronizar” el planeta por tierra, mar y aire. El machismo es cultura, no conducta, y el feminismo busca una nueva cultura levantada sobre la Igualdad, no corregir algunos de los resultados y consecuencias.

Porque el feminismo es “cultura de Igualdad”.