“Ley y orden”

La estrategia conservadora siempre ha sido clara en su planteamiento y falaz en su enunciado al decir una cosa y hacer otra en la práctica. Ahora, de nuevo Donald Trump ha tomado la iniciativa al recuperar el mensaje de la campaña de Richard Nixon en 1968 de “ley y orden” (aunque, curiosamente, después se vio obligado a dimitir por actuar fuera de la ley). La idea no es muy diferente a la del resto de partidos conservadores cuando presentan las iniciativas de izquierda y las alternativas que proponen como un caos destinado a atacar las instituciones, la familia, la iglesia, a la propia política para convertirla en un “régimen bolivariano”, o hasta a la misma nación con la llegada de extranjeros que vienen para acabar con nuestra identidad… Y su respuesta es clara: ley y mano dura frente a todo eso.

La estrategia, como se puede ver, es nítida: ley y orden, pero con un “pequeño matiz”, debe ser “su ley” y “su orden”. Si una ley, por ejemplo, desarrolla medidas para lograr la Igualdad, entonces no hay que cumplirla; si una ley actúa contra la violencia de género, no hay que tomarla en serio y hay que presentarla como una amenaza contra los hombres; si una ley desarrolla un modelo educativo diferente, no debe ser tenida en cuenta por adoctrinadora; si la Constitución dice que hay que renovar las instituciones y a ellos no les viene bien, todo puede esperar al margen de la legalidad… porque para ellos es su orden el que define la ley y la realidad, y no el orden democrático quien decide cómo debe ser la convivencia y la manera de relacionarnos en una sociedad libre, plural y diversa en la que su posición es una más, por muy amplia que sea.

Esa superioridad moral de la que parten es la que permite dar por válido un sistema con una cultura y una estructura social basada en la desigualdad, construida sobre la idea de que determinados elementos y características son superiores a otros. De manera que las personas y circunstancias que tengan esos elementos deben ocupar una posición superior y desarrollan funciones desde la responsabilidad basada en su teórica superioridad. Y, efectivamente, el resultado es orden, pero un orden artificial y falaz que parte de la decisión previa de dar más valor a los elementos propios. Y en ese orden ser hombre es superior a ser mujer, ser blanco superior a ser negro o de otro grupo étnico, ser nacional superior a ser extranjero, ser heterosexual es superior a ser homosexual… Y como el orden es ese, pues la ley que se desarrolla es la que se necesita para mantenerlo y defenderlo de lo que consideran iniciativas particulares que surgen desde cada uno de los “elementos inferiores”, es decir, de cualquier propuesta que surja para corregir la discriminación que sufren quienes son considerados inferiores: mujeres, negros, extranjeros, homosexuales… que además se presentan como iniciativas fragmentadas y dirigidas sólo a cuestiones limitadas a esos grupos de población, no como algo común para toda una sociedad democrática.

La construcción de ese marco de “ley y orden”, además de presentar “su ley y su orden” como referencia común para toda la sociedad, tiene una segunda consecuencia tramposa de gran impacto para desacreditar cualquier alternativa.

La asociación es muy simple: si yo soy la ley y el orden, todo lo demás es caos e ilegalidad. Desde esa posición no aceptan que otras alternativas a la suya supongan un marco de “ley y orden”, por eso agitan el miedo con sus mensajes para que la sociedad asocie que las posiciones conservadoras son el orden y las alternativas progresistas el caos. Este contexto es el que se ha utilizado para hablar de un gobierno democrático como “gobierno ilegítimo”, o llamar “anti-constitucionalistas” a partidos democráticos que no encajan en “su orden”. Y de ahí continuar con su razonamiento hasta llegar al “desorden” que supone romper España con los separatistas y los herederos de los terroristas, argumentos similares a los que utiliza Trump contra el Partido Demócrata y Joe Biden ante la reacción social frente a una violencia policial contra la población afroamericana, que en lugar de ser considerada como racismo policial, se entiende como parte del “orden establecido”.

Y es una estrategia que funciona. Y funciona porque juega con los valores tradicionales, con la tendencia continuista de cualquier sociedad, y con la estructura de poder que supone articular la sociedad sobre los elementos de desigualdad que hemos comentado. A partir de ahí, usar el miedo bajo la amenaza de perder las referencias históricas que nos han definido por los “ataques” lanzados desde posiciones particulares, resulta sencillo.

No debemos caer en la trampa conservadora que lleva a apropiarse de la patria, las instituciones, la historia, la ley y el orden. Porque en una sociedad democrática la ley la dicta el Parlamento en tiempo real, no la historia desde el pasado; y el orden es la consecuencia de la convivencia en democracia, no el resultado de la costumbre y la tradición.

 

La “falta de liderazgo”

El sistema tiene algo de perverso y no está precisamente en sus abusos, sino en la normalidad de un día a día que al final se convierte en el “todos los días”.

Vuelvo a leer un artículo en el que se responsabiliza de la situación de la pandemia en Latinoamérica a la “falta de liderazgo”, lo mismo que se ha dicho en España, o exactamente igual que se argumenta en otras circunstancias cuando se considera que no hay un “hombre de verdad” llevando las riendas de la situación y, sobre todo, el “látigo de las acciones” para que además de ser el líder lo parezca.

Ya se sabe que a la mujer del César se la valora por ese ser “mujer de” y parecerlo, pero se nos olvida que al César también se le valora por serlo y parecerlo. Y todo este juego de imágenes y percepciones es una trampa del sistema parta reforzar sus ideas, valores y modelos sobre los elementos que previamente lo definen, y que reflejan la cultura androcéntrica que los determina, o sea, que están basados en lo que los hombres han considerado que es la forma de actuar. Por eso el “hombre de verdad” lo tiene tan fácil, aunque lo haga mal, y las mujeres lo tienen tan complicado, aunque lo hagan bien.

Este modelo e idea de “liderazgo” es el que permite que líderes como Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil, o Andrés Manuel López Obrador en México, Vladimir Putin en Rusia… a pesar de su mala gestión, de la distancia tan enorme que mantienen a la realidad, y de la terrible situación de sus países, continúen siendo reconocidos como “líderes”, y mantengan un importante apoyo social gracias a esos comportamientos y actitudes que les hacen  parecer hombres con criterio, determinación y valor. ¿Se imaginan que hubieran sido mujeres las que hubieran tomado esas decisiones? ¿Se las consideraría “lideresas” capaces de enfrentarse a la situación generada por sus propias decisiones?

Y por supuesto que hace falta dirigir y liderar un proyecto con los matices y aportaciones individuales propias de la persona responsable en llevarlo a cabo, pero como continuidad a todo lo que supone el compromiso democrático con quienes lo han situado en esa posición. No entender este compromiso inicial e, incluso, presentar la quiebra con el mismo como un ejemplo de liderazgo, tal y como vemos con frecuencia en los incumplimientos electorales o con la “mentiras piadosas” incluidas en los programas a sabiendas de que no se van a cumplir, es una trampa del propio modelo para que los elementos informales, esos que ejercen el poder a través de las influencias, las reuniones privadas y las condiciones creadas, tengan espacio y puedan imponer aquello que les viene bien a sus intereses particulares.

En una democracia no debe ser el liderazgo el elemento esencial de reconocimiento, este está bien para plantear las propuestas particulares que lleven a culminar el compromiso adquirido, y para tratar de desarrollar las estrategias dirigidas a convencer a la sociedad y a hacerla partícipe del proyecto. Pero no debe entenderse como una cuestión personal, sino como un proyecto amparado por las posiciones ideológicas que representa, y por las formaciones políticas que le dan un sentido histórico mucho más amplio que la visión estrictamente personal.

El modelo basado en las referencias androcéntricas sobre la gestión del poder, hace que dentro de las propias organizaciones políticas suceda lo mismo. La imagen del líder de un partido se levanta sobre la idea de “obediencia” o incluso “sumisión”, hasta el punto de perder, a veces, las referencias sobre el modelo de sociedad que pretende alcanzar el proyecto defendido por el partido, y por el que lleva trabajando muchos años. Al final, cuando prevalece el líder sobre el proyecto, todo queda como una suma de liderazgos individuales que en la práctica revelan una estela en forma de zigzag, más que un avance lineal y decidido. La situación es tan paradójica que puede llevar a que un líder hipoteque en cuatro años toda una posición histórica defendida por el partido que lo sostiene, y por la sociedad que lo ha apoyado a lo largo de todo el tiempo.

Liderar un proyecto no es poner una persona al frente del mismo para que lo cambie cuando decida, sino ser capaz de gestionar la participación y mantener el compromiso a la hora de resolver los problemas que surgen en su desarrollo.

Cuidado cuando nos hablen de “falta de liderazgo” en la política.

La Igualdad puede esperar

La CNMV concede una moratoria de dos años a las empresas para llegar al 40% de consejeras, así lo ha anunciado su presidente, Sebastián Albella, hace escasamente una semana. A pesar de la inteligencia, la capacidad y la determinación de la que presumen los hombres, en 13 años, desde que se aprobó la “Ley para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres” (LO 3/2007), “no han sido capaces” de resolver las cuestiones que impiden que haya como mínimo un 40% de mujeres en los consejos de las empresas, y ahora piden dos años más para ver si en este achuchón final lo logran.

Desde luego, si esta es la capacidad de los líderes empresariales que deben sacarnos de la crisis económica, la situación es para preocuparse seriamente.

Pero me temo que no es una cuestión de capacidad porque siempre ocurre lo mismo, y ante cualquier circunstancia quien espera y pasa al final de la lista es la Igualdad. Llevamos siglos con el mismo argumento.

En la crisis económica de 2008 hubo quien aprovechó las circunstancias para consolidar una economía que ahora, vista con perspectiva, ha hecho más ricos a los ricos, más poderosos a los poderosos, y más débiles y pobres a los pobres y débiles. Una economía que ha recortado sueños y restado oportunidades para que ni siquiera se pueda evitar la pobreza con el trabajo, hasta el punto de haber creado el llamado “precariado” como un nuevo grupo social, tal y como explica el economista Guy Standing; aunque se nos olvida que si existe como tal es porque hay otro nuevo grupo, el “opulentariado”, que vive en la opulencia a través del abuso del primero.

Y son esos mismos economistas que recortan en salud los que ahora alargan el confinamiento ante la ausencia de alternativas, sin preocuparse de que el “rescate” de las personas enfermas no ha podido impedir la muerte de muchas de ellas.

Por eso los economistas de entonces intentan utilizar hoy la crisis sanitaria y social de 2020, para consolidar su modelo de sociedad después de los embates del tiempo y de la recalcitrante actitud de un feminismo y una izquierda que insisten en la Igualdad para una sociedad que no quiere vivir por encima de sus posibilidades, pero tampoco vivir ni morir por debajo de ellas.

Quizás por eso los empresarios no quieren empresarias en sus empresas, porque es posible que con ellas se rompa la retroalimentación que conduce a que una crisis económica plantee como solución recortes en sanidad, los cuales hacen que cuando se produce una crisis sanitaria conduzcan a una crisis económica, que a su vez permite repetir las palabras de Sarkozy, y decir lo de “hay que refundar el capitalismo”. De ese modo se cierra el círculo y se consolida el modelo social sobre la desigualdad y el abuso desde las posiciones de poder, que, como se puede ver, además de ricas son machistas.

Por eso el modelo económico ahora tiene prisa en vender la salud por dinero, y recuperar la referencia cultural que define a las personas por su condición, cual quiera que esta sea: hombre, mujer, extranjero, nacional, heterosexual, homosexual, separatista, patriota… para ubicarlas en el espacio definido que la cultura patriarcal tiene reservado para ellas.

La demostración es sencilla aplicando las propiedades de los conjuntos.  La propiedad simétrica dice que si el modelo androcéntrico utiliza la economía para conseguir los mismos objetivos, y la economía busca reforzar los valores del modelo androcéntrico a través del marcado y las finanzas, la conclusión es que el modelo androcéntrico es igual al modelo económico.

Si a esta ecuación le unimos un tercer elemento, como es la política que defiende esa economía, entonces podemos aplicar la propiedad transitiva. De manera que si el modelo social androcéntrico es igual a la economía, y la economía es igual a la política que la define, entonces podemos decir que el modelo social androcéntrico es igual a la política que gestiona la economía en cualquier circunstancia, da igual que esta sea una crisis económica, un virus, una catástrofe medio-ambiental o una época de prosperidad.

Por eso las empresas no han querido mujeres en sus consejos, no porque no sean capaces de resolver las cuestiones técnicas, sino porque no van a compartir en gran medida la visión y las ideas que sostienen un modelo social, político y económico de poder basado en la explotación de personas, ambiente e instituciones para acumular más poder desde el que definir la normalidad, sea esta nueva o antigua, porque bajo sus medidas siempre será machista.

 

El día de la “marzota”

Hoy es día 8 de marzo de 2020, lo sé porque ayer fue 8 de marzo y porque mañana será 8 de marzo de 2020… Da igual la de veces que se ponga el sol y vuelva a salir, o la de días que hayan pasado página en el calendario, para la derecha y la ultraderecha todos los días son 8 de marzo, porque a pesar de los tres meses transcurridos desde entonces, para ellos aún no han terminado las 24 horas de aquel domingo.

El interés en relacionar las manifestaciones feministas conmemorativas del “Día Internacional de las Mujeres”, de todas las mujeres, también de las de derechas y ultraderecha, demuestra que su estrategia política y social no es abordar la situación de crisis sanitaria, económica y social, sino buscar culpables y enfrentar para defender su ideología y su modelo de sociedad. Ni siquiera disimulan intentando cuestionar todas las concentraciones que se celebraron ese fin de semana, puesto que la única que pueden utilizar en su doble ataque, al Gobierno por un lado, y al feminismo y la Igualdad por otro, es la del 8M.

Y lo sorprendente es que lo hagan cuando según los datos oficiales, la evolución de la curva de casos no se ve modificada a los 15 días de estas manifestaciones, ni hay una mayor incidencia de casos en mujeres, como se supone que debería haber ocurrido tras su participación en una concentración que actuó como germen de la expansión del virus.

Pero no hay que extrañarse, para quienes defienden una cultura que entiende que Eva fue la culpable de la deriva pecadora de la humanidad, decir que el feminismo y las mujeres son las responsables de la evolución de la pandemia en España es algo lógico y consecuente con la defensa de sus ideas y valores, que siempre juegan con el binomio “culpa-salvación”. Su aplicación es muy fácil: las mujeres son las culpables de los males de la Tierra, y los hombres se presentan como salvadores; la izquierda es la responsable de las crisis que periódicamente nos golpean, y la derecha llega para salvarnos… Así siempre.

Ya hemos visto ese tipo de razonamiento en las conversaciones del día a día, y cómo a base de repetirlo se llega a crear un marco que define y da significado a la realidad, de ese modo “las mujeres siempre son malas”, hasta el punto de que cuando se habla de violencia de género presentan como problema las “denuncias falsas” llevadas a cabo por las “malas mujeres”, no los 60 hombres que asesinan de media cada año ni las 600.000 maltratadas; y cuando se habla de política el problema está en la llegada al Gobierno de la izquierda, a quien siempre consideran un “Gobierno ilegítimo” por las razones que sean (11M, moción de censura, pactos con partidos que quieren destruir España, “Gobierno criminal” por sus decisiones ante la Covid-19…).

Por eso necesitan el 8M como argumento, porque unifica la crítica hacia las mujeres (que según el modelo cultural son “malas y perversas”), hacia la Igualdad (que es el antídoto de su modelo jerarquizado de poder construido sobre la desigualdad), y hacia la izquierda (que es presentada como una fuerza adoctrinadora y alienadora, no como una posición de libertad en busca del bien común, la Igualdad y la justicia social).

Podrían cuestionar elementos objetivos de la gestión de la crisis que han podido influir de forma más directa en la evolución de la pandemia, como la falta de EPIs, las primeras compras fraudulentas, el engaño en el material adquirido, los retrasos en los envíos… elementos de una actuación política que pueden valorarse de manera diferente y facilitar la crítica a las decisiones tomadas en su momento. Pero no lo hacen porque lo que le interesa a la derecha y a la ultraderecha es atacar al 8M por todo lo que significa. Por eso también lo criticaron el año pasado y lo han hecho otros años, cambian los argumentos pero no las críticas. Ellos viven en el “día de la marzota”.

La derecha y la ultraderecha olvidan que si hoy cuentan con diputadas en sus grupos y con votos de mujeres que los apoyan, es porque el feminismo lo ha hecho posible, que si la sociedad es más justa y la democracia más rica gracias a la participación de muchas mujeres anónimas, es porque el feminismo lo ha hecho posible. Y que si todo eso ha ocurrido ha sido porque el feminismo y muchas mujeres llevan siglos trabajando para hacerlo verdad, y manifestándose en las calles contra el abuso, la injusticia y la violencia que hay detrás del  modelo de sociedad machista que hoy defiende la derecha y la ultraderecha.

Y entre esas manifestaciones siempre ha estado presente la del 8 de marzo de cada año. Como decimos en la Universidad de Granada, es “Infinito marzo”.

 

La “nueva realidad”

El confinamiento no ha cambiado nada de la esencia de nuestra sociedad, pensar que porque cambian las formas se modifica el fondo es como creer que el invierno, con sus abrigos y bufandas, sus días fríos y sus noches alargadas, transforma la realidad social del verano.

Hablar de “nueva normalidad” en estas circunstancias como regreso al lugar donde escenificar la convivencia de otra forma, es un doble error. Lo es porque no debe haber vuelta atrás cuando la experiencia indica que el lugar de partida no es seguro; y lo es porque no puede ser “normal” aquello que está construido sobre la desigualdad y la injusticia.

Y es un planteamiento erróneo de origen por no entender que cuando una situación sobrevenida afecta a la normalidad, lo que hace es potenciar los elementos que la definen, no diluirlos, puesto que a nivel social “normalidad” no es diferente a “realidad”. Se produce así un hiperrealismo donde todo lo esencial aparece con mayor intensidad en aquello que define el día a día, mientras que lo que se considera menos trascendente queda relegado a posiciones alejadas que se mueven por el fondo de la realidad, ocultadas entre el camuflaje de los sucesos aislados y los hechos monótonos.

Nada de lo que ocurre durante el confinamiento es diferente a lo que sucede fuera de él: los ricos siguen siendo más ricos ante el empobrecimiento de la población, y los pobres más pobres y vulnerables; los hombres siguen siendo los líderes en este tiempo de días revueltos, y más relajados en el descanso de sus privilegios; las mujeres más confinadas en mitad de sus brechas y sus cuidados; los agresores más impunes tras las paredes silenciosas, y las víctimas más atrapadas en esta prisión del tiempo que hemos levantado en mitad de la nada.

Porque los agresores y su compañía de silencios de ayer y hoy viven este tiempo como una “tormenta perfecta”, un drama que para ellos, que son huracán violento, se presenta como un retiro en el que poder desarrollar su particular “toque de quédate en casa” en su plenitud por medio de la violencia física, de la violencia psicológica y de la violencia sexual. No hay que olvidar que la OMS recoge que en el 45% de las relaciones de pareja donde hay maltrato también se producen agresiones sexuales, lo cual se traduce en que el 7% de las mujeres de la UE haya sufrido agresiones sexuales por parte de sus parejas o exparejas, tal y como recoge el informe de la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA, 2014).

El aumento del número de llamadas al 016 durante el confinamiento, junto con el incremento del consumo de pornografía en un 61’3%, y la subida de un 70% en las ventas de bebidas alcohólicas, son los componentes perfectos para los agresores y su barra libre de violencia, como lo es la pulsera del “todo incluido” en unas vacaciones.

Por eso no debemos hablar de “nueva normalidad”, sino de “nueva excepcionalidad”, porque la novedad no está en el fondo de la realidad, sino en las formas. Y del mismo modo que las personas no dejan de ser quienes son por llevar mascarillas, aunque no sean reconocibles a simple vista, el machismo de la normalidad histórica tampoco va a dejar de ser lo que es, aunque muchas de sus acciones y decisiones no se vean tras las paredes, los silencios o los acontecimientos del primer plano.

Si tomamos como referencia las paredes, el confinamiento ya se prolonga durante algo más de dos meses, pero si situamos la referencia en la amenaza y la violencia, las mujeres llevan confinadas miles de años tras la normalidad que dice sin pudor lo de, “estos no son sitios para una mujer” o “estas no son horas para una mujer”, limitando su libertad y responsabilizándolas de las consecuencias en caso de no cumplir con los límites. Y ese estado de excepción es el que se ha considerado “normalidad”, porque han sido los hombres y su cultura normalizadora quienes han decidido el bien y el mal para hacer del regular una justificación.

La pandemia ha puesto de manifiesto la levedad de un ser humano escondido en su vanidad y en una cultura donde parte del reconocimiento se establece sobre el “tanto tienes, tanto vales”, por eso hay muchos que tienen prisa por volver a esa “normalidad de la desigualdad”. El machismo y su concepción conservadora de la realidad ya hace ruido en mitad de este confinamiento para reforzar su modelo de sociedad, ellos no desaprovechan ninguna ocasión.

Quienes creemos en la Igualdad tampoco podemos perder la oportunidad. Si hemos llegado hasta aquí no ha sido por avanzar sobre lo de siempre, sino por transformar la realidad que suelta lastre e integra a personas diferentes, aunque en cada momento histórico el progreso haya sido una “excepción”.

Nada de más “normalidad”, necesitamos una “nueva realidad” construida sobre los cimientos y la estructura de la Igualdad y el resto de los Derechos Humanos.

 

No somos héroes ni heroínas

No somos héroes ni heroínas, sólo somos responsables. Hacer de la responsabilidad heroicidad, es el primer paso para ocultar tras la excepcionalidad el compromiso individual y el deber ético con lo público. Y no podemos caer en ese error.

Es cierto que el comportamiento de quienes desde las profesiones sanitarias y el resto de trabajos que mantienen a diario los “cuidados paliativos” de una sociedad enferma de coronavirus, resulta admirable y debemos reconocerlo, pero entendiendo que se debe a la responsabilidad adquirida con los valores de sus profesiones, y a su compromiso con el bienestar de la sociedad. Y esos valores y actitud son los mimos que prevalecen cuando no hay crisis y muchos tienen que realizar algunas de las actuaciones que llevan a cabo en el momento actual sin el foco de lo noticiable. Porque todos los días hay profesionales que doblan guardias, que realizan su trabajo sin el material idóneo, que tienen que tomar una decisión que conlleva un riesgo de agravamiento en el proceso que sufre la persona enferma… Ahora todo es más grave por el impacto de la dimensión cuantitativa de la pandemia, y por el aspecto cualitativo  que origina la carga emocional de su significado, pero su presencia no es ajena al día a día de estas profesiones.

Y ocurre lo mismo con quienes llaman a la heroicidad para reconocer el esfuerzo que supone el confinamiento. ¿Hay que ser héroe para ser responsable?, ¿es la responsabilidad individual una cuestión de heroicidad?. ¿No hay una responsabilidad social más allá de la decisión individual?, ¿o es que una sociedad sólo es el resultado de la suma de personas, y no de los valores, derechos y referencias que dan sentido a la convivencia para formar parte de un proyecto común?

El lenguaje define la realidad y construye el recuerdo para hacer de él historia, y gran parte del relato sobre la situación que ha generado la pandemia del Covid-19, se está escribiendo con un lenguaje bélico que habla de excepcionalidad y de lucha, con lo cual la historia se construirá sólo sobre los meses que dure la “batalla del confinamiento”. Una batalla que se narrará con todos los ingredientes de las historias de Hollywood para explicar cómo los abnegados héroes y heroínas combatieron cuerpo a cuerpo (nunca mejor dicho) frente al virus, y en la que unos “incapaces gobernantes” no supieron planificar la estrategia para evitar el dolor vivido, al tiempo que permitieron que el feminismo y sus manifestaciones actuaran como un caballo -o yegua- de Troya para aumentar el daño desde dentro.

Ese es el discurso que están elaborando quienes quieren utilizar las circunstancias para defender sus ideas, valores y modelo de sociedad. La simple trampa de utilizar su terminología bélica y accidental ya lo refuerza, aunque no se reproduzca la literalidad del relato.

Porque todo parecerá como una disrupción entre dos fragmentos de normalidad, el previo y el posterior al confinamiento, no como la reacción de una sociedad en la que no había héroes ni heroínas, todo lo contrario, de la que se decía que estaba formada por una gente irresponsable por “vivir por encima de sus posibilidades”. Una sociedad anterior a la pandemia en la que nadie recordará los recortes para la dependencia y la sanidad, y en la que se olvidarán de los “contratos basura” de quienes trabajaban en sanidad, antes menospreciada y hoy cargada de heroísmo. Del mismo modo que tampoco se hablará de las facilidades para el crecimiento del sector privado al tiempo que florecían compañías y seguros sanitarios… Nada de eso parecerá haber existido ante la heroicidad de tanta gente durante la excepcionalidad de estos días.

Pero no, no son ni somos héroes ni heroínas, somos ciudadanos y ciudadanas responsables; lo cual, para quienes no creen en lo público ni en lo común, supone una amenaza mayor que un ejército armado repleto de sus héroes y heroínas.

La espera entre cada crisis

Recuerdo una crónica para la SER de Francisco Peregil, corresponsal de El País en la guerra de Irak, en la que hablaba del silencio entre cada una de las bombas, mucho más inquietante en su indefinición que la realidad alejada del estruendo da cada una de las explosiones.

Con las crisis (sanitarias, económicas, financieras, humanitarias, ambientales…) ocurre algo parecido, y a muchas personas nos preocupan más por el silencio de tantos ante la injusticia que supone esa pausa entre cada una de ellas, nos asustan por la amenaza que supone para quienes sufren el abuso de la normalidad, y nos inquietan porque se desconoce dónde “explotará” la siguiente bomba-crisis y si lo hará por oriente o por occidente, por el Norte o por el Sur, si será cerca o lejos; y porque no se sabe si será económica o sanitaria, humanitaria o ambiental. Lo único seguro es la certeza de que aparecerá y la incerteza que la acompaña hasta ese momento.

Porque el caos de las crisis es parte del orden de la desigualdad y de un modelo que cuenta con ellas como un factor más, no deseado ni buscado, pero sí integrado para salir reforzado de ella. Durante las crisis, dentro de unos límites, se sabe cómo actuar, pero entre cada una de ellas todo gira sobre la amenaza fantasma de que una crisis global puede suceder, mientras mucha gente sufre las mismas manifestaciones de la crisis en el contexto individual ante la pasividad de la sociedad.

Es parte del modelo de poder androcéntrico en el que la legitimidad moral radica en el papel del sistema para proteger a la misma sociedad de la que abusa el resto del tiempo, y la legitimidad práctica se traduce en una especie de pacto feudal que impone “sumisión” a cambio de protección.

Es lo mismo que ocurre en el plano personal con muchos hombres, que construyen su relación sobre la desigualdad a partir de la legitimidad moral que les da su rol basado en el sustento y la protección, y la legitimidad práctica en su compromiso de llevar a cabo dichas funciones “hasta las últimas consecuencias”.

Y al igual que los Estados protectores se pasan la vida alimentando la desigualdad y las desigualdades bajo la promesa de responder ante una guerra o una crisis, muchos hombres se pasan la vida disfrutando de unos privilegios en el hogar bajo el compromiso de que si “entra un ladrón” o hay un “problema serio que exija el uso de la fuerza física”, ellos responderán. De esa forma, la vida transcurre con una normalidad aceptada en la que las mujeres y los grupos de población situados en las posiciones inferiores de la jerarquía patriarcal, sufren las injusticias y dificultades que mantienen el modelo de poder sobre los elementos que deciden quienes tienen la posibilidad de tomar las decisiones.

Por eso el modelo se prepara para la excepción a costa de la normalidad, y es capaz de mantener un Ejército para defender al país en caso de guerra sin dudar del coste que supone, y se olvida, por ejemplo, de un sistema sanitario que en los próximos años (y en los pasados), tendrá que responder ante más crisis y problemas sanitarios que el Ejército frente misiones y guerras.

Y no es que el Ejército no sea necesario dentro de un contexto internacional como el que alimenta el sistema, pero sí que hay que relacionar y entender cuáles son las prioridades y la forma de organizar las relaciones internacionales y las relaciones humanas cada día. Porque no se trata de actuar contra las crisis, sino de hacer que la sociedad sea la fortaleza desde la que responder ante los problemas que le lleguen. Y eso exige salud pública, no sólo hospitales y UCIs; educación y formación, no sólo protocolos y coordinación; profesionales reconocidos dentro de un contexto profesional digno, no precario y a la espera de que las circunstancias no lo pongan de manifiesto.

Creer que la economía es la que debe decidir el tipo de sociedad y la forma de convivir en ella es la gran trampa del sistema, su gran mentira, la gran justificación para defender sus ideas y valores, puesto que es el argumento que legitima toda la injusticia y la desigualdad. La clave no es preguntarnos qué tipo de sociedad podemos hacer con esta economía, sino definir la sociedad que queremos y entonces diseñar la economía necesaria para sostenerla.

Si nos preparamos para las guerras y las crisis tendremos guerras y crisis, aunque haya tiempos de normalidad y espera más o menos prolongados que estarán llenos de injusticias, como lo están hoy. Si nos preparamos para convivir en paz y con Igualdad, evitaremos que las personas queden sometidas a los intereses de un modelo que prioriza el poder de lo material y lo económico. Y si llega una crisis en estas circunstancias, lo público y lo común previamente consolidado será su principal y más valioso “cordón sanitario”.

 

Virus frente a viral: El machismo y sus bulos

Los sectores conservadores de nuestra sociedad, los mismos que ven un riesgo en lo público y “confinan” en aulas separadas a niños y niñas para que no se contagien de Igualdad, intentan sacar partido de los efectos del virus contaminando el ambiente con manipulaciones y mensajes virales. En esto parece que siguen el principio hipocrático del “similia similibus curantur”, según el cual los problemas ocasionados por un humor se curan con aportaciones del mismo humor, de manera que, según esta ideología y su adoctrinamiento, lo que hay que hacer es aplicar lo viral frente al virus, y frente a la incertidumbre de la realidad la manipulación de los hechos.

El objetivo es claro y así lo plantean en sus “video-virus” y “mensaje-virus”, hacer responsable de la pandemia al Gobierno de Pedro Sánchez, como hicieron en su día responsable de la crisis económica mundial a Rodríguez Zapatero.

Y para ello hacen un collage interesado de trozos de verdad para crear una gran mentira, haciendo creer que la suma de verdades sólo puede ser otra verdad. No elaboran una crítica basada en distintas ideas ni aportan otras alternativas, se quedan en el cuestionamiento a tiempo pasado de las decisiones que en su día se adoptan sobre la base de los datos existentes, algo que siempre es fácil de utilizar para manipular a partir de su componente de objetividad.

Lo que se pretende es culpabilizar a los responsables gubernamentales para que haya un rechazo y un ataque directo hacia ellos y a las ideas que los sustentan. Y los elementos que utilizan para llevar a cabo la manipulación buscan la integración de tres referencias:

  1. Destacar elementos esenciales de su ideología conservadora para fundamentar las críticas sobre ellos. Lo hemos visto en la crítica al feminismo y a la Igualdad al achacar los problemas de la pandemia a la manifestación del 8M.
  2. Utilizar elementos del pasado que se puedan usar para reforzar el razonamiento el presente, es lo que ocurre al comparar la gestión de la crisis sanitaria actual con la gestión de la crisis económica de 2008.
  3. Empleo de los elementos propios de la situación actual para integrarlos en el contexto generado sobre los dos elementos anteriores.

La estrategia busca manipular la realidad a través de la integración de esos tres elementos, con el objeto de atacar a la posición interesada, en este caso al Gobierno y al feminismo, pero también a todas las ideas, valores, referencias o planteamientos que no coinciden con su ideología.

En la situación actual vemos que los elementos de los ataques se centran en los elementos antes citados:

  • Manifestaciones del 8M: Intentan responsabilizar de manera insistente de lo ocurrido a las manifestaciones del 8M, sobre todo en la Comunidad de Madrid, achacando casi en exclusividad la diseminación del virus a la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres. No dicen nada de los 4000 partidos de fútbol que se celebraron ese fin de semana, ni de los 680 de baloncesto, ni de los 1000 encuentros de otros deportes. Tampoco de las 18.000 misas, de la congregación de gente en cines, teatros y centros comerciales, y mucho menos del mitin de Vox en Vistalegre con dirigentes claramente bajo una sintomatología compatible con la infección por Covid-19. Lo importante es hacer creer que el problema fue el 8M para de ese modo reforzar el odio al feminismo, a las mujeres y a la Igualdad. Su estrategia es tan manifiesta, que cuando se les dan estos datos para explicar que en ese momento las referencias no planteaban suspender estas actividades, dicen que se permitieron todas las demás para de ese modo poder celebrar las manifestaciones del 8M. No importa la realidad, lo importante es imponer su visión.
  • Elementos del pasado: El objetivo que pretenden con sus estrategias virales es el ataque, no entrar en el debate cuestionando determinadas decisiones por medio de un razonamiento fundamentado y aportando alternativas. No plantean propuestas en el momento de tomar las decisiones, tan sólo critican los hechos cuando ya han ocurrido. Su lugar es el pasado y por eso se mueven bien en ese tipo de argumentos, y para ello recurren a hechos anteriores que son presentados como eslabón para darle continuidad a su estrategia. Por eso, ante la crisis sanitaria del coronavirus, han recuperado a la crisis económica de 2008 bajo un mismo planteamiento: la incapacidad del Presidente del Gobierno del momento, antes Rodríguez Zapatero y ahora Pedro Sánchez, como responsable del problema, da igual que sea global, porque lo que se busca no sólo es la crítica personal, sino relacionar la incapacidad individual con las posiciones ideológicas de esas personas, y hacer creer que el problema de fondo está en el socialismo y en la izquierda.
  • Elementos del problema presente: Para completar su ataque y su collage viral lo que hacen es tomar algún ejemplo de su capacidad de gestión y lo relacionan con la situación actual. Con la pandemia del Covid-19 ha sucedido al utilizar como ejemplo de buena gestión la respuesta ante la epidemia del Ébola del Gobierno de Mariano Rajoy, cuando son realidades completamente diferentes desde el punto de vista epidemiológico. Y mientras que en el coronavirus de lo que se trata es de responder sanitariamente para tratar y detener una pandemia que afecta a la población española, en la del Ébola se trataba, básicamente, de decidir si repatriar a personas y cadáveres para evitar que la infección llegara a España. Y todo ello se refuerza con datos sueltos de la crisis actual, como ha sido la diferente tasa de mortalidad en España y en Alemania, sin tener en cuenta las diferencias demográficas entre los países, o el especial impacto de la infección en algunas residencias de ancianos en nuestro país, ni los distintos tiempos de evolución de la pandemia; y hablan ese mayor porcentaje de mortalidad en España, pero no dicen nada de que el porcentaje de curaciones a día 24-3-20 es inferior en Alemania.

Y con ese tipo de argumentos manipuladores se llega al objetivo final, que no es la legítima y necesaria crítica al Gobierno, sino su ataque sobre una doble idea: por un lado la incapacidad esencial de las personas por formar parte del grupo del socialismo y la izquierda, y por otro, la responsabilidad directa en el resultado, como si hubiera sido algo buscado apropósito o por “imprudencia manifiesta”, llegando a hablar de “Gobierno criminal”.

Si se dan cuenta, hemos pasado de un “Gobierno ilegítimo” del 14M, repetido después con la moción de censura a Mariano Rajoy, a un “Gobierno Frankenstein” nacido del pacto del PSOE con Unidad Podemos, y ahora a un “Gobierno Criminal”. Toda una evolución argumental que revela de forma gráfica la estrategia de los sectores conservadores y machistas de nuestra sociedad, los mismos que no aceptan las diferencias sociales, salvo que estas se traduzcan en jerarquía y en la sumisión de los otros.

Estas estrategias llenas de silencios cómplices y pasividad recuerdan lo de “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”, y reflejan la falta de valores democráticos en quienes se consideran los únicos legitimados para ostentar el poder y el Gobierno. Sin duda un error que puede dar rédito a corto plazo, pero que al final se traduce en distancia y abandono por parte de una sociedad que cree en la Democracia y en la Igualdad. Sólo hay que ver cómo estaba la derecha hace unos años y cómo está ahora.

El problema añadido está en que esos mensajes virales aumentan el odio y la virulencia en mucha gente, y todo ello es el cultivo del enfrentamiento y la violencia. El lenguaje belicista que se está utilizando también es un ejemplo de toda esta visión, y es algo que debemos evitar para que todo se resuelva por los cauces democráticos, y con el necesario debate y las oportunas críticas a las decisiones bajo argumentos y propuestas constructivas. Sólo de esa manera superaremos la situación y creceremos como sociedad.

 

“Parásitos”

Hay una película del mismo título más interesante que la oscarizada de Bong Joon-ho.

El diccionario de la RAE recoge en su tercera acepción que un “parásito” es una “persona que vive a costa ajena”, por lo tanto, quienes viven una normalidad definida por una serie de privilegios obtenidos a costa de los derechos que les han restado a otras personas, son unos parásitos.

Y los hombres actúan como parásitos de la convivencia por haberle quitado a las mujeres la posibilidad de ser y de llegar a ser, y haberlas dejado limitadas a los roles y escenarios que su cultura androcéntrica ha levantado sobre la identidad femenina para que ellos pudieran tener más espacio en lo público, más trabajo en el mercado, más salario en el trabajo, más responsabilidades en la toma de decisiones, más tiempo a lo largo de cada día, más impunidad en la violencia, más invisibilidad frente a las críticas, más reconocimiento ante las acciones… En definitiva, para que los hombres tuvieran más poder que las mujeres.

El machismo es un sistema parasitario de la sociedad que a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, donde lo micro parasita a lo macro, cambia los papeles y hace que el huésped, que es la cultura que recibe a quien llega a su seno, actúe como parásito de la persona. De ahí la dificultad para detectar el problema. Si todo el organismo es quien parasita a alguna de sus partes, la propia fisiología vendrá caracterizada por las consecuencias de ese parasitismo y estas no se verán como alteraciones, sino como normalidad. Los síntomas que produce serán rasgos, y los signos elementos propios del sistema. Esta es la razón que hace de la “normalidad” la referencia que lo define, y que sea capaz de integrar como algo propio los resultados de ese parasitismo, hasta el punto de permitir que las mujeres que sufren violencia de género digan lo de “mi marido me pega lo normal”, o que cuando una mujer cobre menos que un hombre se entienda que es lo propio, porque como manifestó el eurodiputado polaco de ultraderecha, Janusz Korwin-Mikke, ellas deben cobrar menos por ser “más débiles y menos inteligentes”; el mismo razonamiento que lleva a entender que la paridad es una injusticia y las cuotas para conseguirla una imposición contra los hombres, pero, en cambio, que no se ve nada anómalo que el 90% de los directivos de las empresas más importantes sean hombres, como si la relación “hombre-poder” u “hombre-capacidad” fuera lo “normal”.

La desigualdad es eso. Si no hay Igualdad entre hombres y mujeres es porque los primeros tienen una posición de superioridad y ventaja respecto a las segundas, y cuando en una sociedad que tiene los tiempos, las funciones, las responsabilidades, los espacios… definidos y tasados, hay quien tiene más que otras personas, es porque esas ventajas se han conseguido sobre las desventajas del otro grupo. El poder y los privilegios de los hombres se han levantado sobre la merma y las limitaciones de los derechos de las mujeres, y se ha hecho de forma estructural a través de ese sistema parasitario de la sociedad que es el machismo y su cultura patriarcal.

Si las mujeres, como demuestran a diario, pueden hacer lo mismo que los hombres, y no lo han hecho a lo largo de la historia, es porque no las han dejado hacerlo. Y no se lo han permitido porque de haberlo hecho se habría descubierto la falacia presentada como normalidad que es el machismo parasitario.

Por eso no hay neutralidad, porque si dejamos la situación tal y como está, el parásito seguirá absorbiendo la energía de la convivencia y generando desigualdad. Y por esta razón los hombres deben posicionarse y actuar contra el sistema, porque si no lo hacen, con independencia de que cada uno de ellos tenga más o menos beneficios, el sistema seguirá actuando en contra de lo común. Los hombres deben decidir si quieren ser parásitos sociales o huéspedes en convivencia con la Igualdad y la Democracia.

El feminismo lleva siglos actuando como desinfectante del machismo con el objeto de desparasitar la desigualdad y la injusticia de nuestra sociedad. Si los hombres beben unas gotas de feminismo, y lo hacen a diario, podrán purgar el machismo que llevan dentro, y eliminar el germen de esa identidad parasitaria que la cultura ha depositado en los intestinos de la masculinidad.

No produce alergias ni da reacción, el feminismo es salud en Igualdad.

La revolución pendiente: tierra e Igualdad (y II)

“Poner los pies en la tierra” da sentido de realidad, pero “ponerlos en la luna” hace avanzar a la humanidad a grandes pasos, tal y como dijo Neil Armstrong. Ese es el contrasentido de la “distancia necesaria”, una distancia que separa en lugar de incluir en la mirada la imagen de una realidad que nunca puede ser incompleta ni a trozos.

El poder siempre ha jugado al “divide y vencerás”, y para ello ha contado con dos grandes estrategias. La primera de ellas ha sido construir una sociedad jerarquizada a partir de una cultura basada en la desigualdad, que establece que hay elementos y condiciones que tienen más valor que otras, para hacer de la división algo estructural. La segunda es jugar con las circunstancias de cada lugar y momento para potenciar la división sobre determinados factores, y de ese modo mantener el control de la injusticia que supone la desigualdad.

La sumisión social es la consecuencia de la aceptación del modelo de poder que utiliza como argumento la normalidad y pone como testigo al tiempo… Por eso resulta interesante acercarnos, tal y como hacíamos en el artículo anterior, al momento inicial de esta construcción y al modo de entender su significado.

El origen de la cultura patriarcal se sitúa en el Neolítico, cuando los grupos de humanos formados por 25-30 personas cambiaron su forma de vida, y pasaron de ser nómadas y recolectores a convertirse en sedentarios y a cultivar la tierra. A partir de ahí hubo acumulación de los productos que obtenían y no consumían, de manera que quien más acumulaba más poder adquiría dentro del grupo en los momentos de necesidad. Y esa situación llevó a controlar la tierra para poder acumular más riqueza, y a controlar a las mujeres para garantizar que la transmisión de esa riqueza era para sus descendientes.

Antes, ni la tierra ni las mujeres fueron posesión de los hombres, pero a partir de ese momento el poder en mano de los hombres se fue consolidando y ampliando sobre los privilegios aportados por una cultura levantada desde esas ideas y posiciones.

El resultado fue el dominio y el sometimiento a través de la normalidad creada, por eso quienes lo sufren reproducen parte de los argumentos impuestos por la cultura androcéntrica, y no hay una crítica frontal, como sí la ha habido frente a otras situaciones. Veamos cómo se traduce en la práctica a partir de la doble referencia de la tierra y las mujeres.

  • Las protestas por los problemas del cultivo de la tierra que se hacen hoy se deben a las mismas razones de siempre, y cada una de las explicaciones que se escuchan son las que han estado presentes durante años sin que hayan sido abordadas. Todo lo contrario, el mensaje que recibían es que tenían que esperar, y que eran las personas que cultivaban la tierra quienes tenían que cambiar, que había cosas que hacían mal, y que llegaría un día en que todo se resolvería. Mientras llegaba ese día, quienes ocupaban posiciones de poder dentro de estas relaciones se beneficiaban de la situación creada y acumulaban más poder, aunque para ello tuvieran que dar subvenciones que no cambiaban el modelo, sino que lo mantenían.
  • La situación de las mujeres en cualquier lugar del planeta y las manifestaciones que se producen contra el modelo machista que las discrimina y oprime, también se hacen por los motivos de siempre: desigualdad, discriminación, acoso, abusos, violaciones, maltrato, femicidios… Sin embargo, las voces que llenan los días cuando ellas callan hablan de “denuncias falsas”, de su perversidad y maldad, de sus manipulaciones… al tiempo que les prometen que habrá un mañana en el que todo habrá acabado. Pero mientras tanto son los hombres quienes se benefician y ellas quienes deben continuar bajo esa dominación que impone el silencio y la culpa.

Es el mismo marco general para definir la realidad desde la perspectiva androcéntrica y conseguir privilegios: uso, dominio, abuso, explotación y abandono o destrucción.

La razón del patriarcado para dominar la tierra y a las mujeres, al margen de ser la fórmula inicial para obtener poder y acumularlo, es la de “naturalizar su construcción” y presentarla como consecuencia de un “orden natural” que hay que respetar.

Es la estrategia de una cultura responsable que edulcora la realidad con palabras que camuflan la injusticia de su normalidad machista. Y del mismo modo que dicen que nada hay más maravilloso que ser mujer por el privilegio de la maternidad, o que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, también dicen que la tierra es lo más importante para la continuidad de la humanidad, y que el futuro del planeta pasa por el presente de la agricultura. Pero en la práctica, tanto las mujeres como la tierra son piezas necesarias en la opresión impuesta por una cultura de poder levantada por los hombres bajo la estrategia de acumular más poder, no de cederlo.

La revolución pendiente es la revolución feminista, la única que puede poner la Igualdad donde el machismo lo ha impedido.