Madrid, los prostíbulos y el 8M

La Comunidad de Madrid ha tomado medidas “más estrictas” para limitar al máximo el número de contagios, entre ellas la limitación de las reuniones familiares y públicas, y la distancia en bares y restaurantes.

Sin embargo, el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, ha especificado que las nuevas limitaciones no afectan a los prostíbulos porque se trata de una “actividad que no está regulada” y, por tanto, está fuera de la “legalidad normativa”. O sea, la Comunidad de Madrid permite que se lleven a cabo actividades “no reguladas” y fuera de la “legalidad normativa”, como son los prostíbulos, y, en cambio, incumple con aquello que sí está regulado y es norma, como es la adopción de medidas necesarias para evitar el contagio y la expansión de la pandemia. Es decir, permite lo “alegal” y no cumple con lo legal.

Una decisión de este tipo no puede ser casual. No tiene sentido que la misma Comunidad que entra en la intimidad y privacidad de las personas para regular las reuniones familiares, no lo haga en reuniones que se llevan a cabo en actividades públicas que requieren una autorización administrativa, sobre todo cuando otras Comunidades como Baleares, Canarias, Cataluña o Castila-La Mancha sí han actuado, y directamente han prohibido las actividades de los prostíbulos.

De manera que en Madrid, tomarse una cerveza a un metro es un factor de riesgo, pero que los hombres compren un rato de poder a través del sexo con una mujer, sometida a unas condiciones de explotación que ni siquiera tienen en cuenta su salud ante una pandemia, no supone riesgo alguno.

Esta decisión, contribuye de manera directa a la continuidad de la explotación sexual de las mujeres, a perpetuar el ataque a su dignidad cuando ni siquiera se considera el riesgo que viven sobre su salud ante un problema social como la pandemia, y a fortalecer la construcción machista de poder sobre la figura del hombre todopoderoso y de la mujer sometida y disponible a sus deseos. Pero, además, la imprudencia política que conlleva la medida es enorme por contribuir de manera directa al riesgo de contagio, y por hacerlo en circunstancias en las que el rastreo y seguimiento resulta un fracaso.

La misma Comunidad que culpabilizó de la pandemia al 8M y a las mujeres, ahora contribuye a que continúen sometidas y explotadas por hombres, sólo para que estos vean satisfechos su ego y su poder.

¿Qué clase de política es esta que se ejerce sin tener en cuenta la situación de las mujeres? ¿Las culpabilizará también después, diciendo que son las responsables del desarrollo de los contagios por continuar trabajando en los prostíbulos donde se las explota, sin que la administración de la Comunidad de Madrid haga nada para evitarlo?

¿Y qué clase de masculinidad y de hombres tenemos para que a pesar de las circunstancias acudan a los prostíbulos para sentirse más hombres, con todo el riesgo que supone para la sociedad y para sus entornos? Quizás sean de los que piensan como Bolsonaro o Trump, y los atletas y los hombres de verdad no se infectan. Y si lo hacen, como sus anticuerpos son también muy machos, nada de “anticuerpos blandengues” como los de otros, pues se curarán en un par de días.

La irresponsabilidad política de la Comunidad de Madrid al no prohibir la actividad de los prostíbulos, como sí han hecho otras comunidades, es manifiesta. Si la presidenta Díaz Ayuso no quiere que las noticias e informaciones se centren en su Comunidad, lo tiene fácil; que no tome decisiones que centren el foco de la actualidad en la situación crítica que generan las medidas que adopta.

 

“Ley y orden”

La estrategia conservadora siempre ha sido clara en su planteamiento y falaz en su enunciado al decir una cosa y hacer otra en la práctica. Ahora, de nuevo Donald Trump ha tomado la iniciativa al recuperar el mensaje de la campaña de Richard Nixon en 1968 de “ley y orden” (aunque, curiosamente, después se vio obligado a dimitir por actuar fuera de la ley). La idea no es muy diferente a la del resto de partidos conservadores cuando presentan las iniciativas de izquierda y las alternativas que proponen como un caos destinado a atacar las instituciones, la familia, la iglesia, a la propia política para convertirla en un “régimen bolivariano”, o hasta a la misma nación con la llegada de extranjeros que vienen para acabar con nuestra identidad… Y su respuesta es clara: ley y mano dura frente a todo eso.

La estrategia, como se puede ver, es nítida: ley y orden, pero con un “pequeño matiz”, debe ser “su ley” y “su orden”. Si una ley, por ejemplo, desarrolla medidas para lograr la Igualdad, entonces no hay que cumplirla; si una ley actúa contra la violencia de género, no hay que tomarla en serio y hay que presentarla como una amenaza contra los hombres; si una ley desarrolla un modelo educativo diferente, no debe ser tenida en cuenta por adoctrinadora; si la Constitución dice que hay que renovar las instituciones y a ellos no les viene bien, todo puede esperar al margen de la legalidad… porque para ellos es su orden el que define la ley y la realidad, y no el orden democrático quien decide cómo debe ser la convivencia y la manera de relacionarnos en una sociedad libre, plural y diversa en la que su posición es una más, por muy amplia que sea.

Esa superioridad moral de la que parten es la que permite dar por válido un sistema con una cultura y una estructura social basada en la desigualdad, construida sobre la idea de que determinados elementos y características son superiores a otros. De manera que las personas y circunstancias que tengan esos elementos deben ocupar una posición superior y desarrollan funciones desde la responsabilidad basada en su teórica superioridad. Y, efectivamente, el resultado es orden, pero un orden artificial y falaz que parte de la decisión previa de dar más valor a los elementos propios. Y en ese orden ser hombre es superior a ser mujer, ser blanco superior a ser negro o de otro grupo étnico, ser nacional superior a ser extranjero, ser heterosexual es superior a ser homosexual… Y como el orden es ese, pues la ley que se desarrolla es la que se necesita para mantenerlo y defenderlo de lo que consideran iniciativas particulares que surgen desde cada uno de los “elementos inferiores”, es decir, de cualquier propuesta que surja para corregir la discriminación que sufren quienes son considerados inferiores: mujeres, negros, extranjeros, homosexuales… que además se presentan como iniciativas fragmentadas y dirigidas sólo a cuestiones limitadas a esos grupos de población, no como algo común para toda una sociedad democrática.

La construcción de ese marco de “ley y orden”, además de presentar “su ley y su orden” como referencia común para toda la sociedad, tiene una segunda consecuencia tramposa de gran impacto para desacreditar cualquier alternativa.

La asociación es muy simple: si yo soy la ley y el orden, todo lo demás es caos e ilegalidad. Desde esa posición no aceptan que otras alternativas a la suya supongan un marco de “ley y orden”, por eso agitan el miedo con sus mensajes para que la sociedad asocie que las posiciones conservadoras son el orden y las alternativas progresistas el caos. Este contexto es el que se ha utilizado para hablar de un gobierno democrático como “gobierno ilegítimo”, o llamar “anti-constitucionalistas” a partidos democráticos que no encajan en “su orden”. Y de ahí continuar con su razonamiento hasta llegar al “desorden” que supone romper España con los separatistas y los herederos de los terroristas, argumentos similares a los que utiliza Trump contra el Partido Demócrata y Joe Biden ante la reacción social frente a una violencia policial contra la población afroamericana, que en lugar de ser considerada como racismo policial, se entiende como parte del “orden establecido”.

Y es una estrategia que funciona. Y funciona porque juega con los valores tradicionales, con la tendencia continuista de cualquier sociedad, y con la estructura de poder que supone articular la sociedad sobre los elementos de desigualdad que hemos comentado. A partir de ahí, usar el miedo bajo la amenaza de perder las referencias históricas que nos han definido por los “ataques” lanzados desde posiciones particulares, resulta sencillo.

No debemos caer en la trampa conservadora que lleva a apropiarse de la patria, las instituciones, la historia, la ley y el orden. Porque en una sociedad democrática la ley la dicta el Parlamento en tiempo real, no la historia desde el pasado; y el orden es la consecuencia de la convivencia en democracia, no el resultado de la costumbre y la tradición.

 

Cayetana y la “batalla cultural”

Cayetana Álvarez de Toledo no se ha ido, quien se ha movido del lugar político ocupado hasta el momento ha sido Pablo Casado. Pero sólo es un viaje temporal, una especie de escala técnica como la del rey “emirato”, perdón, emérito, porque el equipaje del PP es el mismo con el que llegó al lugar de donde hoy se exilia a Cayetana Álvarez de Toledo, y que ahora, al abrir las maletas con sus declaraciones ha mostrado que es el de la “batalla cultural”.

Y no ha dudado en presentar al “feminismo radical” como razón para librar esa “batalla cultural” en defensa de la libertad y de la “igualdad ante la ley”, lo cual resulta muy gráfico. Desde las posiciones conservadoras nunca se matiza la idea de libertad, y cuando se habla de ella no se dice la “libertad de elección de las personas”, tampoco se acota la dignidad diciendo “la dignidad de trato de la gente”, ni se hace con ningún otro Derecho Humano. En cambio, esa limitación no falta al referirse a la Igualdad, y como ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo en varias ocasiones, no se habla de Igualdad, sino que se matiza y acota para hablar de la “Igualdad de los españoles ante la ley”.

¿Y antes de la ley, no debe haber Igualdad como valor y como ideal? ¿Qué ocurre bajo la referencia de esa cultura machista por la que dice que hay que dar la batalla cuando se llega ante “su ley”, es igual el valor de la palabra de un hombre que niega haber ejercido violencia de género que la de una mujer que denuncia haberla sufrido? ¿Tiene sentido que la respuesta de la ley ante la violencia de género, por un motivo u otro, sólo condene al 5% de todos los maltratadores? ¿Cómo responde la ley ante situaciones estructurales de injusticia social motivadas por la cultura machista que aún no cuentan con una norma ante la que acudir, como ocurre con la brecha salarial, con la cosificación de las mujeres, con la carga de trabajo en los cuidados y en lo doméstico…?

El feminismo puso en la agenda política la lucha por la Igualdad sin matices, y lo hizo a través de la reivindicación de derechos esenciales para las mujeres, tanto los que hacían referencia a la vida social como a su participación política. Posteriormente continuó con el cuestionamiento a la distribución de los tiempos y los espacios, para llegar después a la crítica del propio concepto de identidad establecido sobre las ideas tradicionales que definían lo que era “ser hombre” y “ser mujer”, y lo que a partir de esa conceptualización les corresponde a unos y a otras en cuanto a roles y funciones.

En este escenario, la resistencia de las fuerzas conservadoras no es tanto al desempeño de determinadas funciones por parte de las mujeres, como a aceptar que la condición de hombre y de mujer definidas por el machismo no lleva asociada lo que la cultura ha asignado a cada una de ellas, y, por tanto, asumir que la libertad lleva aparejada la igualdad de derechos y deberes, así como de funciones y oportunidades.

Al machismo y a los grupos conservadores no les ha importado en exceso que las mujeres realicen funciones históricamente asignadas a los hombres, para ellos era una especie de concesión que venía a demostrar la bondad y grandeza de los hombres, y la inexistencia de techos y paredes de cristal. Por eso han seguido una estrategia de flexibilización progresiva que les ha permitido mantener la esencia de sus valores, ideas y creencias cambiando sólo el escenario. Una situación que se corresponde con su estrategia clásica de “cambiar para seguir igual”, basada en la incorporación de cambios adaptativos a las nuevas circunstancias, no en la adopción de cambios transformadores para romper con las referencias tradicionales.

Las palabras en la despedida de Cayetana han revelado que el objeto de las fuerzas conservadoras y ultraconservadoras es dar la “batalla cultural” para defender la moral y proteger las identidades tradicionales de los “ataques” del feminismo y de las fuerzas de izquierda. Una estrategia que revela de forma clara sus ideas y el problema que para ellos supone reconocer la pluralidad y diversidad de la sociedad. El resultado es su justificación para utilizar los instrumentos clásicos del poder con el objeto de mantener su modelo, entre ellos la educación, la comunicación, la economía, las normas, el miedo…

Algunas de las claves que da Cayetana Álvarez de Toledo sobre su “batalla cultural” quedan recogidas en los siguientes puntos:

  • La moral de la sociedad es su moral conservadora, la cual se presenta asentada sobre la imposición histórica de sus valores y la negación de cualquier otra alternativa.
  • Las identidades de hombres y mujeres vienen definidas por la cultura patriarcal, la cual impone desde lo más abstracto de los valores y creencias, hasta lo más concreto de las funciones y tiempos a ocupar.
  • El elemento que define lo común es el territorio, equiparando territorialidad con identidad, algo defendido también por otras posiciones de la sociedad y la política construidas sobre los mismos parámetros androcéntricos.
  • Sobre ese marco se establece el reconocimiento social e individual y, por tanto, la aceptación e integración de quienes se ajustan a esas referencias, o el rechazo y crítica de quien no lo haga.
  • Se produce así una conjunción armónica entre lo individual (identidad), lo moral (valores), y lo territorial (España), que se presenta respaldado por el tiempo (historia), para que sea entendido como “orden” y “normalidad”.
  • A partir de esa construcción interesada, puesto que se hace sobre sus valores, ideas y creencias, todo lo que no encaja en el modelo se considera “extraño”, “extranjero”, “impropio”… y se presenta como un ataque o una agresión a todo el sistema, no sólo al elemento puntual afectado. Así, por ejemplo, las medidas contra la violencia de género se consideran contra todos los hombres, los matrimonios entre personas del mismo sexo contra la familia, el aborto contra la vida, la educación en Igualdad contra la cultura…

Y todo ese equipaje no se va con Cayetana, sino que permanece en las maletas de la política conservadora porque forma parte de su esencia, de su fondo de armario; aunque luego tengan que hacer concesiones para evitar el conflicto social que pueda cuestionar o debilitar su poder.

Cayetana Álvarez de Toledo sabe, al igual que los responsables conservadores, que lo que hoy está en cuestión no es la fragmentación de los elementos y sus diferentes consecuencias, sino la cultura patriarcal, androcéntrica y machista que da lugar a todas esas manifestaciones, y a esa forma de hacer valer su moral como “la moral”, y su concepto de identidad como “la identidad válida para toda la sociedad”. La lucha por la “batalla cultural” se está librando porque desde esas posiciones conservadoras se acota y se ponen límites a la Igualdad, y sin Igualdad no puede haber Democracia ni respeto a los Derechos Humanos.

El feminismo va a continuar el trabajo que viene haciendo desde hace siglos, no sólo para conseguir una “Igualdad distributiva”, sino para lograr una cultura asentada sobre la Igualdad y el resto de los Derechos Humanos, no sobre declaraciones amputadas de los mismos.

Por eso están molestos en el partido conservador, porque Cayetana con sus críticas al cese ha revelado la estrategia que van a desarrollar desde la sombra, la cual tiene como objetivos la cultura, la moral y la identidad. ¿O es que alguien cree que van a renunciar a esos elementos?

 

“El violador eres tú”

Muchos hombres se indignan ante las críticas a lo que prácticamente sólo hacen los hombres, en cambio no se movilizan para que los hombres que lo llevan a cabo dejen de hacerlo. Así ocurre con las violaciones, cometidas en el 99% de los casos por hombres (US Bureau of Justice Statistics, 1999), y realizadas en el seno de una cultura construida desde el masculino plural del “nosotros”, para defender el posesivo plural masculino de lo “nuestro”.

No tienen problema ni se indignan cuando las afirmaciones no se ajustan a la realidad y presentan los grandes logros, avances y descubrimientos de la sociedad como algo de los hombres, aunque todo el proceso esté lleno de aportaciones y del trabajo de muchas mujeres. Hombre es sinónimo de humanidad y de “ser humano” para lo bueno, integrando en los hombres a todas las mujeres, en cambio, cuando se trata de conductas y acciones negativas, aunque sean realizadas mayoritariamente por hombres, como ocurre con las violaciones en general, o sólo sean realizadas por hombres, como sucede con la violencia de género, entonces una cosa son los hombres y otra “algunos hombres”.

Pero no se trata de un error, sino el reflejo de la capacidad que tiene el machismo de ocultar la responsabilidad colectiva e individual de los hombres por medio de la creación de significados alternativos.  De manera que el modelo social no tiene ningún problema en aceptar “hombres” como genérico para lo bueno, y en rechazarlo para lo negativo. Es como lo del anuncio de TV y admitir “pulpo como animal de compañía”, al final quien tiene el poder es el que decide las normas, de lo contrario no hay partida.

Cuando los hombres critican las leyes contra la violencia de género, reconocen que el origen de esta conducta está en la masculinidad definida por una cultura machista, que crea las referencias para que las mujeres sean consideradas como una posesión más de los hombres, o como objetos que pueden utilizar cuando ellos lo decidan bajo su superior criterio, y consideren que “provocan”, que “quieren decir sí aunque hayan dicho no”, que van buscando a un “hombre de verdad” … Que luego lo hagan o no dependerá de su voluntad, puesto que la cultura no obliga a las conductas, sólo sitúa las referencias desde las se pueden realizar.

Y esos hombres que maltratan, que acosan, abusan, violan y asesinan no son enfermos, ni drogadictos, ni alcohólicos; son hombres normales, tan normales que ni siquiera tras cometer los homicidios y las violaciones son cuestionados como hombres o ciudadanos, siguen siendo el atento vecino, el amigo afable, el honrado trabajador, el buen muchacho… tal y como recogen los testimonios de sus entornos tras los hechos.

Un ejemplo lo tenemos en el caso de Antonia Barra, una joven chilena que sufrió una violación el pasado septiembre (2019), y un mes después se suicidó. La conducta suicida tras las agresiones sexuales está descrita científicamente como una consecuencia del trauma de la violación, y fue puesta de manifiesto, entre otros, en trabajos clásicos como los de Kilpatrick (1985).

Las circunstancias que intervienen en el desarrollo del suicidio tras una violación son de diferente tipo. Entre ellas está el trauma psicológico ocasionado por la agresión sexual, la cultura que culpabiliza a la víctima por algo que ha hecho o ha dejado de hacer, los entornos y la propia familia que con frecuencia se ponen del lado de la culpabilización, aislando mucho más a la víctima, y sobre todo ello, la estrategia del agresor a la hora de desarrollar la defensa de atacar directamente a la víctima y criticar su compartimiento, no sólo ante los hechos, sino de forma generalizada, como también vimos aquí en el caso de “la manada” y en tantos otros.

El caso de Antonia Barra es paradigmático en todos esos elementos, y al margen del trauma por la violación, el miedo que demostró para que sus padres no conocieran lo ocurrido, más el rechazo de su novio, que directamente la insultó cuando le contó lo ocurrido llamándola “repugnante” y “cerda de mierda”, unido a la falta de una atención especializada por parte de la administración, condujo al suicidio en un plazo de tiempo corto, demostrando la intensidad de los elementos que intervinieron y la falta de ayuda.

El agresor, por su parte, ha recibido tal apoyo y sus palabras tal credibilidad, a pesar de las pruebas que ha encontrado la investigación demostrando que miente en algunas de sus manifestaciones públicas, que después de que la justicia acreditara la violación decidió que saliera de prisión y pasara a arresto domiciliario. La Corte de Apelaciones de Temuco tuvo que corregir esa decisión inicial del Tribunal de Garantías, y decretó de nuevo su ingreso en prisión bajo la movilización de las organizaciones feministas, que hoy día actúan como conciencia crítica de una sociedad inconsciente frente a este tipo de violencia.

Y nada de esto es casualidad, cuando el colectivo “Lastesis” dicen “el violador eres tú” no están diciendo que todos los hombres son violadores, como interpreta el machismo paranoide, lo que nos dicen es que el violador es un hombre como tú, como cualquier otro hombre; no un enfermo, ni un psicópata, ni un alcohólico o un drogadicto, como miente el machismo cuando se refiere a los violadores. Pero también nos dicen que sin la complicidad pasiva y silenciosa del resto de los hombres, muchos de los agresores tampoco actuarían de ese modo ni presumirían de haberlo hecho con vídeos y relatos.

El día que los hombres entiendan que lo que caracteriza a un violador, a un maltratador, a un acosador, a un abusador o a un asesino es su voluntad de actuar de ese modo sobre mujeres expuestas por la sociedad machista como una posesión o un objeto, se darán cuenta de lo importante que es dejar atrás esa masculinidad que permite interpretar la realidad desde esa violencia, para luego hacerla normalidad a través de las justificaciones.

Y si no se dan cuenta y abandonan la violencia, se lo recordaremos el resto hasta que la dejen diciendo, entre otras cosas, lo de “el violador eres tú”, “el maltratador eres tú”, “el asesino eres tú”.

La “falta de liderazgo”

El sistema tiene algo de perverso y no está precisamente en sus abusos, sino en la normalidad de un día a día que al final se convierte en el “todos los días”.

Vuelvo a leer un artículo en el que se responsabiliza de la situación de la pandemia en Latinoamérica a la “falta de liderazgo”, lo mismo que se ha dicho en España, o exactamente igual que se argumenta en otras circunstancias cuando se considera que no hay un “hombre de verdad” llevando las riendas de la situación y, sobre todo, el “látigo de las acciones” para que además de ser el líder lo parezca.

Ya se sabe que a la mujer del César se la valora por ese ser “mujer de” y parecerlo, pero se nos olvida que al César también se le valora por serlo y parecerlo. Y todo este juego de imágenes y percepciones es una trampa del sistema parta reforzar sus ideas, valores y modelos sobre los elementos que previamente lo definen, y que reflejan la cultura androcéntrica que los determina, o sea, que están basados en lo que los hombres han considerado que es la forma de actuar. Por eso el “hombre de verdad” lo tiene tan fácil, aunque lo haga mal, y las mujeres lo tienen tan complicado, aunque lo hagan bien.

Este modelo e idea de “liderazgo” es el que permite que líderes como Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil, o Andrés Manuel López Obrador en México, Vladimir Putin en Rusia… a pesar de su mala gestión, de la distancia tan enorme que mantienen a la realidad, y de la terrible situación de sus países, continúen siendo reconocidos como “líderes”, y mantengan un importante apoyo social gracias a esos comportamientos y actitudes que les hacen  parecer hombres con criterio, determinación y valor. ¿Se imaginan que hubieran sido mujeres las que hubieran tomado esas decisiones? ¿Se las consideraría “lideresas” capaces de enfrentarse a la situación generada por sus propias decisiones?

Y por supuesto que hace falta dirigir y liderar un proyecto con los matices y aportaciones individuales propias de la persona responsable en llevarlo a cabo, pero como continuidad a todo lo que supone el compromiso democrático con quienes lo han situado en esa posición. No entender este compromiso inicial e, incluso, presentar la quiebra con el mismo como un ejemplo de liderazgo, tal y como vemos con frecuencia en los incumplimientos electorales o con la “mentiras piadosas” incluidas en los programas a sabiendas de que no se van a cumplir, es una trampa del propio modelo para que los elementos informales, esos que ejercen el poder a través de las influencias, las reuniones privadas y las condiciones creadas, tengan espacio y puedan imponer aquello que les viene bien a sus intereses particulares.

En una democracia no debe ser el liderazgo el elemento esencial de reconocimiento, este está bien para plantear las propuestas particulares que lleven a culminar el compromiso adquirido, y para tratar de desarrollar las estrategias dirigidas a convencer a la sociedad y a hacerla partícipe del proyecto. Pero no debe entenderse como una cuestión personal, sino como un proyecto amparado por las posiciones ideológicas que representa, y por las formaciones políticas que le dan un sentido histórico mucho más amplio que la visión estrictamente personal.

El modelo basado en las referencias androcéntricas sobre la gestión del poder, hace que dentro de las propias organizaciones políticas suceda lo mismo. La imagen del líder de un partido se levanta sobre la idea de “obediencia” o incluso “sumisión”, hasta el punto de perder, a veces, las referencias sobre el modelo de sociedad que pretende alcanzar el proyecto defendido por el partido, y por el que lleva trabajando muchos años. Al final, cuando prevalece el líder sobre el proyecto, todo queda como una suma de liderazgos individuales que en la práctica revelan una estela en forma de zigzag, más que un avance lineal y decidido. La situación es tan paradójica que puede llevar a que un líder hipoteque en cuatro años toda una posición histórica defendida por el partido que lo sostiene, y por la sociedad que lo ha apoyado a lo largo de todo el tiempo.

Liderar un proyecto no es poner una persona al frente del mismo para que lo cambie cuando decida, sino ser capaz de gestionar la participación y mantener el compromiso a la hora de resolver los problemas que surgen en su desarrollo.

Cuidado cuando nos hablen de “falta de liderazgo” en la política.

El día de la “marzota”

Hoy es día 8 de marzo de 2020, lo sé porque ayer fue 8 de marzo y porque mañana será 8 de marzo de 2020… Da igual la de veces que se ponga el sol y vuelva a salir, o la de días que hayan pasado página en el calendario, para la derecha y la ultraderecha todos los días son 8 de marzo, porque a pesar de los tres meses transcurridos desde entonces, para ellos aún no han terminado las 24 horas de aquel domingo.

El interés en relacionar las manifestaciones feministas conmemorativas del “Día Internacional de las Mujeres”, de todas las mujeres, también de las de derechas y ultraderecha, demuestra que su estrategia política y social no es abordar la situación de crisis sanitaria, económica y social, sino buscar culpables y enfrentar para defender su ideología y su modelo de sociedad. Ni siquiera disimulan intentando cuestionar todas las concentraciones que se celebraron ese fin de semana, puesto que la única que pueden utilizar en su doble ataque, al Gobierno por un lado, y al feminismo y la Igualdad por otro, es la del 8M.

Y lo sorprendente es que lo hagan cuando según los datos oficiales, la evolución de la curva de casos no se ve modificada a los 15 días de estas manifestaciones, ni hay una mayor incidencia de casos en mujeres, como se supone que debería haber ocurrido tras su participación en una concentración que actuó como germen de la expansión del virus.

Pero no hay que extrañarse, para quienes defienden una cultura que entiende que Eva fue la culpable de la deriva pecadora de la humanidad, decir que el feminismo y las mujeres son las responsables de la evolución de la pandemia en España es algo lógico y consecuente con la defensa de sus ideas y valores, que siempre juegan con el binomio “culpa-salvación”. Su aplicación es muy fácil: las mujeres son las culpables de los males de la Tierra, y los hombres se presentan como salvadores; la izquierda es la responsable de las crisis que periódicamente nos golpean, y la derecha llega para salvarnos… Así siempre.

Ya hemos visto ese tipo de razonamiento en las conversaciones del día a día, y cómo a base de repetirlo se llega a crear un marco que define y da significado a la realidad, de ese modo “las mujeres siempre son malas”, hasta el punto de que cuando se habla de violencia de género presentan como problema las “denuncias falsas” llevadas a cabo por las “malas mujeres”, no los 60 hombres que asesinan de media cada año ni las 600.000 maltratadas; y cuando se habla de política el problema está en la llegada al Gobierno de la izquierda, a quien siempre consideran un “Gobierno ilegítimo” por las razones que sean (11M, moción de censura, pactos con partidos que quieren destruir España, “Gobierno criminal” por sus decisiones ante la Covid-19…).

Por eso necesitan el 8M como argumento, porque unifica la crítica hacia las mujeres (que según el modelo cultural son “malas y perversas”), hacia la Igualdad (que es el antídoto de su modelo jerarquizado de poder construido sobre la desigualdad), y hacia la izquierda (que es presentada como una fuerza adoctrinadora y alienadora, no como una posición de libertad en busca del bien común, la Igualdad y la justicia social).

Podrían cuestionar elementos objetivos de la gestión de la crisis que han podido influir de forma más directa en la evolución de la pandemia, como la falta de EPIs, las primeras compras fraudulentas, el engaño en el material adquirido, los retrasos en los envíos… elementos de una actuación política que pueden valorarse de manera diferente y facilitar la crítica a las decisiones tomadas en su momento. Pero no lo hacen porque lo que le interesa a la derecha y a la ultraderecha es atacar al 8M por todo lo que significa. Por eso también lo criticaron el año pasado y lo han hecho otros años, cambian los argumentos pero no las críticas. Ellos viven en el “día de la marzota”.

La derecha y la ultraderecha olvidan que si hoy cuentan con diputadas en sus grupos y con votos de mujeres que los apoyan, es porque el feminismo lo ha hecho posible, que si la sociedad es más justa y la democracia más rica gracias a la participación de muchas mujeres anónimas, es porque el feminismo lo ha hecho posible. Y que si todo eso ha ocurrido ha sido porque el feminismo y muchas mujeres llevan siglos trabajando para hacerlo verdad, y manifestándose en las calles contra el abuso, la injusticia y la violencia que hay detrás del  modelo de sociedad machista que hoy defiende la derecha y la ultraderecha.

Y entre esas manifestaciones siempre ha estado presente la del 8 de marzo de cada año. Como decimos en la Universidad de Granada, es “Infinito marzo”.

 

El modelo machista y la política

El machismo es hábil, más por poderoso que por listo, pero al final se sale con la suya a través de sus juegos y provocaciones, porque es el machismo quien lleva la voz cantante de la normalidad y lanza los retos para que otros se sientan compelidos a responder, bajo la idea de que si no lo hacen no son “hombres de verdad”.

Lo estamos viendo estos días con las constantes provocaciones que desde la derecha y la ultraderecha lanzan al Gobierno, y cómo desde el Gobierno y los partidos de izquierda se ha entrado en ese juego de la violencia, que no “crispación”, como intentan disimular algunos.

No hay que olvidar que el machismo es una construcción cultural de poder. Que los hombres hayan definido históricamente una cultura androcéntrica que establece la desigualdad esencial sobre la superioridad de los hombres respecto a las mujeres, para apuntalar el sistema con la labor invisible, anónima y gratuita de estas, y para que al menos cualquier hombre tenga a alguien en una posición de inferioridad en las mujeres de su mismo contexto, no ha sido por azar, sino que se ha hecho para crear una jerarquía de poder sobre lo masculino que permita obtener privilegios a los hombres y a su modelo.

Y la política es el ejercicio de poder que gestiona esta realidad. Lo del bien común, la sociedad, lo público, la patria… queda muy bien en los discursos, pero en la práctica son objetivos que se interpretan de forma muy diferente desde una posición conservadora y una progresista, sin que ninguna de ellas ponga en riesgo su posición de poder por la consecución de alguno de esos objetivos, y menos ahora que la política se mueve más bajo el criterio de las estadísticas y las encuestas que por las ideas y proyectos.

Por lo tanto, si el machismo es cultura y poder y la política quien gestiona el poder en la sociedad, la política se convierte en un ejercicio de poder machista, puesto que no cuenta con referencias diferentes para desarrollar sus iniciativas. Esto es algo que puede pasar más o menos desapercibido dentro de la rutina de los días, pero cuando se producen conflictos los elementos androcéntricos que hay en la estructura de la política se pone de manifiesto de forma inmediata y clara.

Por eso el machismo necesita la “crispación” y el enfrentamiento violento, porque es su estrategia, similar a la que utiliza el maltratador o una persona que ocupa una posición jerárquica superior. Esa es la razón por la que ante el conflicto necesitan generar más conflicto, no buscar más diálogo o consenso para resolverlo, sino que su estrategia es lanzar nuevos ataques para aumentar el enfrentamiento, y en la medida de lo posible utilizar cargas de profundidad, como vemos que hacen con el 8M, conocedores de que cuanto más se agrava el conflicto más capacidad tienen para recurrir a elementos informales y presentarlo, no como algo puntual o personal, sino como un ataque a los valores que definen la convivencia, lo común, la sociedad, la patria… porque son esos valores los que la cultura patriarcal ha establecido como referencia para toda la sociedad. Por esta razón, al decir que se están atacando esos elementos resulta sencillo presentar las críticas como ataques contra toda la sociedad, no contra un partido en cuestión ni a una persona particular, sino a todo lo que representan, que va mucho más allá del partido y la persona, puesto que esos partidos se identifican con la misma construcción cultural androcéntrica que reivindica como propia la tradición, la costumbre, la historia…

Esa es la razón que lleva a hacer creer de manera tan fácil que la “crispación” la ha iniciado el Gobierno y que la oposición es “víctima” de su agresividad, de sus bulos y de medios afines. Justo lo que están haciendo desde la derecha y la ultraderecha con todo su aparato político y social, como se puede comprobar a diario.

Por eso se equivocan quienes entran en este juego, no sólo por caer en la trampa de la provocación puntual, sino porque al hacerlo refuerzan el modelo de poder machista y sus dos instrumentos básicos: por un lado, la capacidad de condicionar la forma de hacer política, y por otro, el hecho de dar significado a la realidad. Las políticas podrán ser diferentes entre los partidos conservadores y progresistas, de hecho lo son, pero condicionar el significado de esas políticas es algo que nunca conseguirán desde las posiciones alternativas, por más datos que aporten datos sobre hechos concretos. Sólo el tiempo da la razón a las políticas progresistas transformadoras, como hemos comprobado con el matrimonio entre personas del mismo sexo, que se decía que era un ataque contra la familia, con la interrupción voluntaria del embarazo, que iba a suponer un incremento en el número de abortos cuando en realidad han disminuido, con la ley contra la violencia de género, al presentarla como un ataque contra todos los hombres, no contra los maltratadores y asesinos…

Mientras el machismo sea quien defina la normalidad, lo que ocurra dentro de ella será machismo.

Cuando hablo de que hay que erradicar el machismo, y no sólo manifestaciones como la violencia de género, me refiero a todo esto, a la necesidad de acabar con una cultura androcéntrica que interpreta el presente sobre el pasado para que no exista un futuro diferente.

 

La “nueva realidad”

El confinamiento no ha cambiado nada de la esencia de nuestra sociedad, pensar que porque cambian las formas se modifica el fondo es como creer que el invierno, con sus abrigos y bufandas, sus días fríos y sus noches alargadas, transforma la realidad social del verano.

Hablar de “nueva normalidad” en estas circunstancias como regreso al lugar donde escenificar la convivencia de otra forma, es un doble error. Lo es porque no debe haber vuelta atrás cuando la experiencia indica que el lugar de partida no es seguro; y lo es porque no puede ser “normal” aquello que está construido sobre la desigualdad y la injusticia.

Y es un planteamiento erróneo de origen por no entender que cuando una situación sobrevenida afecta a la normalidad, lo que hace es potenciar los elementos que la definen, no diluirlos, puesto que a nivel social “normalidad” no es diferente a “realidad”. Se produce así un hiperrealismo donde todo lo esencial aparece con mayor intensidad en aquello que define el día a día, mientras que lo que se considera menos trascendente queda relegado a posiciones alejadas que se mueven por el fondo de la realidad, ocultadas entre el camuflaje de los sucesos aislados y los hechos monótonos.

Nada de lo que ocurre durante el confinamiento es diferente a lo que sucede fuera de él: los ricos siguen siendo más ricos ante el empobrecimiento de la población, y los pobres más pobres y vulnerables; los hombres siguen siendo los líderes en este tiempo de días revueltos, y más relajados en el descanso de sus privilegios; las mujeres más confinadas en mitad de sus brechas y sus cuidados; los agresores más impunes tras las paredes silenciosas, y las víctimas más atrapadas en esta prisión del tiempo que hemos levantado en mitad de la nada.

Porque los agresores y su compañía de silencios de ayer y hoy viven este tiempo como una “tormenta perfecta”, un drama que para ellos, que son huracán violento, se presenta como un retiro en el que poder desarrollar su particular “toque de quédate en casa” en su plenitud por medio de la violencia física, de la violencia psicológica y de la violencia sexual. No hay que olvidar que la OMS recoge que en el 45% de las relaciones de pareja donde hay maltrato también se producen agresiones sexuales, lo cual se traduce en que el 7% de las mujeres de la UE haya sufrido agresiones sexuales por parte de sus parejas o exparejas, tal y como recoge el informe de la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA, 2014).

El aumento del número de llamadas al 016 durante el confinamiento, junto con el incremento del consumo de pornografía en un 61’3%, y la subida de un 70% en las ventas de bebidas alcohólicas, son los componentes perfectos para los agresores y su barra libre de violencia, como lo es la pulsera del “todo incluido” en unas vacaciones.

Por eso no debemos hablar de “nueva normalidad”, sino de “nueva excepcionalidad”, porque la novedad no está en el fondo de la realidad, sino en las formas. Y del mismo modo que las personas no dejan de ser quienes son por llevar mascarillas, aunque no sean reconocibles a simple vista, el machismo de la normalidad histórica tampoco va a dejar de ser lo que es, aunque muchas de sus acciones y decisiones no se vean tras las paredes, los silencios o los acontecimientos del primer plano.

Si tomamos como referencia las paredes, el confinamiento ya se prolonga durante algo más de dos meses, pero si situamos la referencia en la amenaza y la violencia, las mujeres llevan confinadas miles de años tras la normalidad que dice sin pudor lo de, “estos no son sitios para una mujer” o “estas no son horas para una mujer”, limitando su libertad y responsabilizándolas de las consecuencias en caso de no cumplir con los límites. Y ese estado de excepción es el que se ha considerado “normalidad”, porque han sido los hombres y su cultura normalizadora quienes han decidido el bien y el mal para hacer del regular una justificación.

La pandemia ha puesto de manifiesto la levedad de un ser humano escondido en su vanidad y en una cultura donde parte del reconocimiento se establece sobre el “tanto tienes, tanto vales”, por eso hay muchos que tienen prisa por volver a esa “normalidad de la desigualdad”. El machismo y su concepción conservadora de la realidad ya hace ruido en mitad de este confinamiento para reforzar su modelo de sociedad, ellos no desaprovechan ninguna ocasión.

Quienes creemos en la Igualdad tampoco podemos perder la oportunidad. Si hemos llegado hasta aquí no ha sido por avanzar sobre lo de siempre, sino por transformar la realidad que suelta lastre e integra a personas diferentes, aunque en cada momento histórico el progreso haya sido una “excepción”.

Nada de más “normalidad”, necesitamos una “nueva realidad” construida sobre los cimientos y la estructura de la Igualdad y el resto de los Derechos Humanos.

 

La espera entre cada crisis

Recuerdo una crónica para la SER de Francisco Peregil, corresponsal de El País en la guerra de Irak, en la que hablaba del silencio entre cada una de las bombas, mucho más inquietante en su indefinición que la realidad alejada del estruendo da cada una de las explosiones.

Con las crisis (sanitarias, económicas, financieras, humanitarias, ambientales…) ocurre algo parecido, y a muchas personas nos preocupan más por el silencio de tantos ante la injusticia que supone esa pausa entre cada una de ellas, nos asustan por la amenaza que supone para quienes sufren el abuso de la normalidad, y nos inquietan porque se desconoce dónde “explotará” la siguiente bomba-crisis y si lo hará por oriente o por occidente, por el Norte o por el Sur, si será cerca o lejos; y porque no se sabe si será económica o sanitaria, humanitaria o ambiental. Lo único seguro es la certeza de que aparecerá y la incerteza que la acompaña hasta ese momento.

Porque el caos de las crisis es parte del orden de la desigualdad y de un modelo que cuenta con ellas como un factor más, no deseado ni buscado, pero sí integrado para salir reforzado de ella. Durante las crisis, dentro de unos límites, se sabe cómo actuar, pero entre cada una de ellas todo gira sobre la amenaza fantasma de que una crisis global puede suceder, mientras mucha gente sufre las mismas manifestaciones de la crisis en el contexto individual ante la pasividad de la sociedad.

Es parte del modelo de poder androcéntrico en el que la legitimidad moral radica en el papel del sistema para proteger a la misma sociedad de la que abusa el resto del tiempo, y la legitimidad práctica se traduce en una especie de pacto feudal que impone “sumisión” a cambio de protección.

Es lo mismo que ocurre en el plano personal con muchos hombres, que construyen su relación sobre la desigualdad a partir de la legitimidad moral que les da su rol basado en el sustento y la protección, y la legitimidad práctica en su compromiso de llevar a cabo dichas funciones “hasta las últimas consecuencias”.

Y al igual que los Estados protectores se pasan la vida alimentando la desigualdad y las desigualdades bajo la promesa de responder ante una guerra o una crisis, muchos hombres se pasan la vida disfrutando de unos privilegios en el hogar bajo el compromiso de que si “entra un ladrón” o hay un “problema serio que exija el uso de la fuerza física”, ellos responderán. De esa forma, la vida transcurre con una normalidad aceptada en la que las mujeres y los grupos de población situados en las posiciones inferiores de la jerarquía patriarcal, sufren las injusticias y dificultades que mantienen el modelo de poder sobre los elementos que deciden quienes tienen la posibilidad de tomar las decisiones.

Por eso el modelo se prepara para la excepción a costa de la normalidad, y es capaz de mantener un Ejército para defender al país en caso de guerra sin dudar del coste que supone, y se olvida, por ejemplo, de un sistema sanitario que en los próximos años (y en los pasados), tendrá que responder ante más crisis y problemas sanitarios que el Ejército frente misiones y guerras.

Y no es que el Ejército no sea necesario dentro de un contexto internacional como el que alimenta el sistema, pero sí que hay que relacionar y entender cuáles son las prioridades y la forma de organizar las relaciones internacionales y las relaciones humanas cada día. Porque no se trata de actuar contra las crisis, sino de hacer que la sociedad sea la fortaleza desde la que responder ante los problemas que le lleguen. Y eso exige salud pública, no sólo hospitales y UCIs; educación y formación, no sólo protocolos y coordinación; profesionales reconocidos dentro de un contexto profesional digno, no precario y a la espera de que las circunstancias no lo pongan de manifiesto.

Creer que la economía es la que debe decidir el tipo de sociedad y la forma de convivir en ella es la gran trampa del sistema, su gran mentira, la gran justificación para defender sus ideas y valores, puesto que es el argumento que legitima toda la injusticia y la desigualdad. La clave no es preguntarnos qué tipo de sociedad podemos hacer con esta economía, sino definir la sociedad que queremos y entonces diseñar la economía necesaria para sostenerla.

Si nos preparamos para las guerras y las crisis tendremos guerras y crisis, aunque haya tiempos de normalidad y espera más o menos prolongados que estarán llenos de injusticias, como lo están hoy. Si nos preparamos para convivir en paz y con Igualdad, evitaremos que las personas queden sometidas a los intereses de un modelo que prioriza el poder de lo material y lo económico. Y si llega una crisis en estas circunstancias, lo público y lo común previamente consolidado será su principal y más valioso “cordón sanitario”.

 

El soldado Dreyfus, el virus y el 8M

Una de las características de los bulos y las “fake news” es su capacidad integradora de todo lo que se argumente una vez lanzada la primera mentira, y lo consiguen por dos razones básicas:

  • La primera, porque el bulo se lanza con un enganche en la realidad centrado en un hecho objetivo.
  • La segunda, porque va dirigido a quien necesita creer esa falacia. No es información, sino doctrina para que la gente que ya comparte las ideas defendidas a través del bulo se mantenga en su residencia ideológica, y a ser posible sin abrir las ventanas.

Es lo que ocurre con la responsabilización que el machismo y la derecha hacen del 8M en el desarrollo de la pandemia por el coronavirus.

Nada nuevo. El nivel de manipulación de este tipo de estrategias es tal que a partir de la mentira original todo se refuerza, como ocurrió con el caso del soldado Dreyfus en la Francia del siglo XIX, tal y como recogió Kate Zernike en un artículo de The New York Times publicado el 30-4-11. Alfred Dreyfus era un joven judío capitán de artillería que en 1894 fue hecho prisionero acusado de traición. Los militares utilizaron como prueba varios documentos en los que existían anotaciones a mano incriminatorias atribuidas al soldado Dreyfus, él lo negaba y afirmaba que esa letra no era suya. Cuando se realizaron las pruebas caligráficas y se demostró que en realidad los documentos no se correspondían con la escritura del soldado Dreyfus, las autoridades, en lugar de rectificar concluyeron que la prueba caligráfica demostraba aún más la traición, porque ponía en evidencia que Dreyfus había alterado voluntariamente su propia forma de escribir para no poder ser acusado en caso de ser descubierto. De manera que la objetividad de la prueba exculpatoria fue utilizada como demostración de su culpabilidad a partir de los prejuicios y la posición de poder que ocupaban quienes lo manipularon todo a su conveniencia.

Otro ejemplo lo tenemos en la estrategia seguida en su día por Donald Trump con el presidente Barak Obama. Cuando Trump “sólo era” un poderoso empresario con imperio mediático a sus espaldas lanzó el bulo de que Obama no era americano y que no había nacido en Estados Unidos, a lo que Obama no respondió y estuvo sin hacerle caso durante mucho tiempo, a pesar de la insistencia de Trump. Al final, imagino que cansado de la situación y de cómo crecía el bulo, mostró su partida de nacimiento para aclararlo todo. ¿Lo consiguió? Evidentemente no, todo lo contrario, a partir de ese momento el bulo creció porque Trump dijo que había falsificado la partida, y que no la había enseñado antes porque había estado preparándolo todo.

Con la estrategia que ha lanzado la derecha y el machismo sobre la manifestación del 8M ocurre igual. Primero dicen que la concentración fue clave para la expansión del coronavirus, después, cuando se muestra que ese fin de semana hubo miles de concentraciones de todo tipo, comentan que deberían haberse suprimido todas, pero curiosamente sólo critican la del 8M. Cuando se les deja en evidencia por esa crítica centrada sólo en el feminismo, tiran de conspiración para insistir en lo malo del 8M, y argumentan que no se suspendió ninguna manifestación para no tener que suspender el 8M.

Como pueden ver, siempre darán una vuelta más para mantener su “mentira necesaria” y atacar a las posiciones diferentes a sus ideas y valores, que es de lo que se trata.

Los datos de la Comunidad de Madrid indican que el número de mujeres infectadas no es muy diferente al de hombres, lo cual está en contra de que el 8M haya sido un factor determinante en la expansión del virus, como afirman. Pero no se preocupen, seguro que le darán otra vuelta a la conspiración, y no me extraña que digan que el Gobierno previamente inmunizó con una “vacuna secreta” que sólo tienen para la gente de izquierdas, a las feministas que fueron a la manifestación para que ellas no se infectaran pero pudieran extender el virus entre la gente de la Comunidad y así arrebatarle el Gobierno a las derechas. Del mismo modo que, tirando de la maldad y perversidad propia de las mujeres, tampoco sería raro que puedan llegar a decir que enviaron a algunas de ellas a las residencias de mayores para que enfermaran y así ahorrar en ayudas, como dijeron de la propuesta legislativa sobre la eutanasia.

Recuerden que quienes atacan al 8M y al feminismo son las mismas voces que dicen que la mayor parte de las mujeres que denuncian violencia de género ponen “denuncias falsas” para dañar a los hombres y “quedarse con la casa, los niños y la paga”; y que la mayoría de los suicidios masculinos son consecuencia de “divorcios abusivos”.

Los bulos y la conspiración comienzan, pero no tienen final.

La imprudencia de quienes desde posiciones de responsabilidad social y política dan recorrido a estos bulos o guardan silencio tendrá consecuencias políticas y sociales, aunque no sean inmediatas. Deberían dedicarse a estudiar la situación cuando sucede y a plantear alternativas constructivas, en lugar de dedicarse a interpretar los hechos una vez que ya han ocurrido para decir entonces lo que está bien y lo que está mal.  Aunque algunos ni siquiera aciertan en esas circunstancias.