Madrid, los prostíbulos y el 8M

La Comunidad de Madrid ha tomado medidas “más estrictas” para limitar al máximo el número de contagios, entre ellas la limitación de las reuniones familiares y públicas, y la distancia en bares y restaurantes.

Sin embargo, el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, ha especificado que las nuevas limitaciones no afectan a los prostíbulos porque se trata de una “actividad que no está regulada” y, por tanto, está fuera de la “legalidad normativa”. O sea, la Comunidad de Madrid permite que se lleven a cabo actividades “no reguladas” y fuera de la “legalidad normativa”, como son los prostíbulos, y, en cambio, incumple con aquello que sí está regulado y es norma, como es la adopción de medidas necesarias para evitar el contagio y la expansión de la pandemia. Es decir, permite lo “alegal” y no cumple con lo legal.

Una decisión de este tipo no puede ser casual. No tiene sentido que la misma Comunidad que entra en la intimidad y privacidad de las personas para regular las reuniones familiares, no lo haga en reuniones que se llevan a cabo en actividades públicas que requieren una autorización administrativa, sobre todo cuando otras Comunidades como Baleares, Canarias, Cataluña o Castila-La Mancha sí han actuado, y directamente han prohibido las actividades de los prostíbulos.

De manera que en Madrid, tomarse una cerveza a un metro es un factor de riesgo, pero que los hombres compren un rato de poder a través del sexo con una mujer, sometida a unas condiciones de explotación que ni siquiera tienen en cuenta su salud ante una pandemia, no supone riesgo alguno.

Esta decisión, contribuye de manera directa a la continuidad de la explotación sexual de las mujeres, a perpetuar el ataque a su dignidad cuando ni siquiera se considera el riesgo que viven sobre su salud ante un problema social como la pandemia, y a fortalecer la construcción machista de poder sobre la figura del hombre todopoderoso y de la mujer sometida y disponible a sus deseos. Pero, además, la imprudencia política que conlleva la medida es enorme por contribuir de manera directa al riesgo de contagio, y por hacerlo en circunstancias en las que el rastreo y seguimiento resulta un fracaso.

La misma Comunidad que culpabilizó de la pandemia al 8M y a las mujeres, ahora contribuye a que continúen sometidas y explotadas por hombres, sólo para que estos vean satisfechos su ego y su poder.

¿Qué clase de política es esta que se ejerce sin tener en cuenta la situación de las mujeres? ¿Las culpabilizará también después, diciendo que son las responsables del desarrollo de los contagios por continuar trabajando en los prostíbulos donde se las explota, sin que la administración de la Comunidad de Madrid haga nada para evitarlo?

¿Y qué clase de masculinidad y de hombres tenemos para que a pesar de las circunstancias acudan a los prostíbulos para sentirse más hombres, con todo el riesgo que supone para la sociedad y para sus entornos? Quizás sean de los que piensan como Bolsonaro o Trump, y los atletas y los hombres de verdad no se infectan. Y si lo hacen, como sus anticuerpos son también muy machos, nada de “anticuerpos blandengues” como los de otros, pues se curarán en un par de días.

La irresponsabilidad política de la Comunidad de Madrid al no prohibir la actividad de los prostíbulos, como sí han hecho otras comunidades, es manifiesta. Si la presidenta Díaz Ayuso no quiere que las noticias e informaciones se centren en su Comunidad, lo tiene fácil; que no tome decisiones que centren el foco de la actualidad en la situación crítica que generan las medidas que adopta.

 

Serás hombre… o no serás

Identificar a una persona parece algo sencillo, basta con describir cómo es su aspecto, el color de sus ojos, cómo tiene el pelo, la forma de su nariz… para llegar a saber quién es. Pero cuando todo eso es falso o puede ser escondido tras características que no se corresponden con la realidad, entonces hay que irse a elementos profundos y ocultos a las miradas para saber de quién se trata. Así ocurre cuando los acontecimientos han hecho desaparecer esos elementos externos o cuando se ocultan detrás de disfraces preparados para la ocasión, y tenemos que acudir a una referencia inamovible como puede ser analizar el esqueleto, bien de forma directa o por medio de radiografías que lleven la mirada detrás de las barreras intercambiables. Es desde esa referencia estable desde la que luego se puede reconstruir la identidad de la persona estudiada.

Pero la identidad no sólo es el soporte biológico que individualiza a la persona del resto del grupo, la vida en sociedad también aporta un componente cultural y relacional a la identidad que permite conocer su vinculación a las referencias que esa sociedad ha establecido para las personas que la forman. Y del mismo modo que existe una parte variable que se puede adaptar a las circunstancias, también hay elementos que forman parte estructural de su esencia que sostienen la identidad social y cultural, una especie de esqueleto sobre el que descansan los elementos que le hacen sentirse parte del grupo y ser reconocido como tal por el resto.

El documental de Isabel de Ocampo, “Serás hombre”, nos muestra parte de ese esqueleto de la identidad social de los hombres.

Isabel de Ocampo ha sabido prescindir de lo superficial, de aquello que es fácil de disimular, esconder y negar, y ha diseccionado la masculinidad hasta llegar a esos “huesos” que sostienen la construcción de la identidad de los hombres. Una identidad que, bajo sus redes, ha llevado a prostituir a las mujeres a lo largo de toda la historia, y a ofrecérselas a otros hombres para que hagan uso de ellas para  reforzar su hombría en gestos que van desde el padre o el familiar que lleva a su hijo a “acostarse con una puta” para que “se haga hombre”, hasta aquel otro hombre que acude a ella para sentir el poder de una identidad levantada sobre el sometimiento de las mujeres.

El documental nos da tres claves para entender que “serás hombre o no serás nadie”, que en un mundo de hombres es mucho peor que no ser nada.

La primera clave se centra en mostrar la identidad masculina que se revela en el consumo de prostitución. Isabel de Ocampo establece un diálogo entre dos hombres, uno de ellos un antiguo putero o “prostituyente”, y otro el hijo de una prostituta que quedó embarazada de un cliente del que nunca supo nada más, y al que busca para intentar encontrarse a sí mismo.

Es un diálogo al que se incorporan otras voces de hombres como si fueran un coro, y que muestran diferentes elementos de una vida en la que los hombres se desenvuelven sin problemas a pesar de todas las contradicciones del día a día gracias a la “coherencia” de su identidad. Es un diálogo muy de hombres, de sus complicidades, sus jerarquías y su poder, que comienza de forma muy gráfica cuando el putero acude a su antiguo club y otro hombre se dirige a él como “Don Rafael”.

Otro de los pilares de ese diálogo y del documental es el uso de un lenguaje que representa una realidad “normalizada” gracias al camuflaje de las palabras, capaz de esconder significados y revelar consecuencias de todo tipo, desde ese respeto tan masculino que se guardan entre sí los hombres hasta las amenazas implícitas, desde las eufemismos que llevan a presentarse como “empresario de la noche” hasta la crítica a las mujeres al hacerlas responsables de su situación y afirmar que hay que “putearlas”… Putear a las putas.

La segunda clave es el modelo de sociedad y cultura que da sentido a esa masculinidad putera y “prostituyente” capaz de esclavizar a las mujeres para empoderar aún más a los hombres. Las “mujeres son billetes”afirma el protagonista en un momento del documental, expresión que refleja a la perfección la doble condición que le otorgan a las mujeres: la de objeto y la de mercancía. Son personas que pueden ser usadas y explotadas para obtener beneficios, tanto materiales con el dinero que obtienen a través de su esclavización, como personales en el reconocimiento que nace del ejercicio de la masculinidad. Porque el poder no lo da el escenario, sino la escenificación de la identidad.

Bajo esa idea, el protagonista comenta que las mujeres son las primeras interesadas en la prostitución y que los hombres acuden como el que va a un cepillo y echa una limosna. Todo forma parte del juego de la normalidad que impide que los hombres se cuestionen nada que pueda hacerlos dudar de su masculinidad, ni de un modelo de sociedad tan rentable para ellos, aunque luego tengan que colorear la realidad en blanco y negro con luces de neón. Es lo que un día me comentó el poeta Luis García Montero cuando hablábamos de cómo los jóvenes ahora prefieren irse de putas porque “ahorran dinero”,Luis me dijo, “ahorran dinero y ahorran sentimientos”.Y esa es otra parte esencial de esta masculinidad machista que desvincula a los hombres de las emociones: alejarlos de los sentimientos y esconder la injusticia y todo el daño que produce bajo la normalidad y la teórica libertad de las mujeres.

Es lo que lleva al otro protagonista, a pesar de toda su rabia,  a “respetar” al putero, porque al final hay algo que hace sentir que es más importante ser hombre ante otros hombres, que ser hijo, o padre, o hermano, o amigo…

Y la tercera clave que nos aporta Isabel de Ocampo es la representación de las mujeres que hace la cultura machista a través de la prostitución.

Las mujeres son creadas, definidas y utilizadas por los hombres, su voz sale del silencio y lo hace para volver a él a través de la asunción de su realidad. Y mientras que los hombres aparecen presentados bajo diferentes formas de entender la masculinidad, planteando una distinción y una graduación antitética que lleva a entender que lo malo y lo negativo no es consecuencia de los hombres, sino de determinadas circunstancias, las mujeres son presentadas por la cultura como una misma realidad y condición que luego se manifiesta de forma diferente en cada una de ellas. Y es desde esa condición desde la que se decide ser puta o “decente”, esposa o amante, pecadora o santa… pero siempre como mujeres que deciden ser de una forma u otra porque todas están en ellas.

El documental nos lleva por esas noches de neón que iluminan las mañanas de cada día, y en las que los hombres se visten de empresarios, de amigos, de hijos o de padres, en busca de mujeres a las que poder someter bajo precio para que otros hombres vean lo hombres que son al hacerlo, y así todos juntos sostener el modelo que les da la identidad y el poder.

Isabel de Ocampo lo ha reflejado a la perfección: “o serás hombre… o no serás”.

 

Machismo mundial

La llegada de Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, además de tantas cosas que se ha llevado, también ha traído nuevos miedos y amenazas, y una forma de egoísmo que rápidamente ha cuajado en quienes tienen la posibilidad de reivindicarse a sí mismos sobre los demás, es decir, en quienes se encuentran en posiciones de poder. Y dijo eso de “America first” para imponer sus condiciones al resto de los países, algo que difícilmente, por ejemplo, podría haber hecho Haití para reivindicarse con un “Haiti first”, pero además lo hizo para reivindicar una forma diferente de gestionar su posición de poder con el doble objetivo de disfrutar de sus privilegios y de restringir de manera directa al resto sus derechos y oportunidades, al tener que plegarse ante lo prioritario de su afirmación. Es la ostentación intimidatoria que da y quita al mismo tiempo.

Y como el machismo es la posición de poder construida sobre la identidad y la condición de los hombres, pues ahora imitan al líder y dicen “Men first” para exigir que “los hombres son primero” y después, si acaso, las mujeres. En su día lo denominé “machismo exhibicionista” para indicar que lo que ahora interesa es presumir de ese machismo y exhibirlo para delimitar el terreno propio, que es aquel que se pisa y lleva allí donde cada hombre va, porque el machismo no tiene fronteras.

Y como tal privilegio hay que presumir de él, pues de lo contrario, esa posición de  poder se puede confundir con el ejercicio de las funciones propias de determinadas circunstancias, no con la condición, algo que restaría “imagen” y capacidad de influir en el resto. Por eso el poder conlleva el abuso como demostración y como reivindicación, puesto que es en él donde se deja constancia de la verdadera capacidad, no en hacer o mandar aquello que corresponde en determinados contextos. Un jefe demuestra su poder cuando le dice a un trabajador o trabajadora de la empresa, “baja al bar de la esquina y súbeme un café”, no cuando dice “hazme una fotocopia de este informe”; las dos son órdenes, pero la primera es injusta y sustentada en el abuso y en la amenaza implícita en caso de no cumplirla.

Por eso, ante el avance de la Igualdad y la movilización feminista de las mujeres, el machismo ha dicho lo de “Men first”, y reivindica su posición a través del exhibicionismo machista para hacer ostentación de su posición y privilegios, y para advertir de los límites y de las consecuencias que pueden sufrir las mujeres en caso de superarlos.

Y si eso que es algo habitual en el día a día, un Mundial del fútbol se presenta como el mejor escaparate para mostrarlo y demostrarlo. Lo hemos visto en los anuncios y en los episodios de violencia entre aficiones para que no se olvide que es un “tema de hombres” y que la hombría es parte esencial del mismo, se observa en la movilización de prostitutas que acompaña a una competición de este tipo para que luego esos hombres “demuestren su virilidad”, se comprueba en las continuas referencias a las mujeres más sexis de los jugadores convocados, con alineaciones y convocatorias como si se tratara del equipo de gala; o en los abusos que están sufriendo muchas reporteras mientras hacen su trabajo. Y todo ello se refuerza cuando vemos a hombres de distintos países que humillan a mujeres al hacerle repetir ante sus teléfonos palabras de contenido sexual mientras las graban. Aquí hemos conocido algunas de las que han hecho en castellano aficionados de Colombia, Perú y Argentina, pero dudo que se hayan limitado a esos casos.

Cuatro son las características de estas actuaciones machistas:

  1. Un hombre presume de una mujer por el aspecto físico de ella.
  2. Demuestra su hombría al hacerle repetir frases de contenido sexual hacia él o sus amigos.
  3. Lo hace a través de la humillación y riéndose de la mujer, a la que suele intentar besar al final.
  4. Todo queda grabado para poder compartirlo y demostrar su “gesta”, pues el machismo se “demuestra andando” por la senda machista. De ese modo reciben el reconocimiento por parte de sus pares, y suben en consideración dentro del grupo como “más hombres”.

Lo terrible de toda esta situación, aunque no se hable tanto de ello, es que junto a este machismo exhibicionista también está la “exhibición del machismo” en forma de violencia. Una violencia que durante estos días violará a muchas mujeres y terminará asesinando a tantas otras por todo el planeta, como demuestran algunos estudios que vinculan el aumento de femicidios en algunos países con las competiciones deportivas televisadas.

El “machismo es mundial”, no cada cuatro años, sino todos los días.

 

El rebaño

No hay manada sin rebaño, cada uno de los miembros que forman una manada no aparece por generación espontánea, todos proceden de un grupo más amplio con el que comparten determinadas características y elementos, aunque luego el comportamiento individual sea diferente. Y la conocida “manada” por la violación denunciada en los sanfermines de 2016, es parte del rebaño silencioso de una sociedad que pasta en el machismo y que comete miles de agresiones y abusos sexuales cada año.

Sin ese “rebaño social” de hombres que comparten el machismo con la manada, que se ríen de sus comentarios en las reuniones o en la soledad interconectada de las redes sociales; sin esa cultura que cosifica a las mujeres y las presenta como un objeto a disposición de los hombres, sin una sociedad que culpabiliza a quienes sufren la violencia y presenta a los agresores como “víctimas” de la situación, sin esas instituciones que ponen a prueba a las mujeres a la hora de exigirle pruebas sobre elementos que no tienen por qué formar parte de los hechos denunciados… sería imposible que en un momento determinado se produjeran violaciones y agresiones como las denunciadas en Pamplona, como no sería posible que el 80% de esta violencia sexual no se denunciara, a pesar del daño que origina.

El resultado de esta situación y de la respuesta social e institucional frente a ella también dice mucho sobre la cultura machista que arroja la piedra de la violencia de género y luego oculta la mano. Estudios internacionales indican que se denuncia nada más que un 15-20% de las agresiones sexuales (Wallby y Allen, 2004), y de ellas termina en condena sólo el 1% (British Crime Report, 2008). El resultado es claro: el 99% de las violaciones resultan impunes, o lo que es lo mismo, el 99% de los violadores no sufre consecuencia alguna por agredir sexualmente a las mujeres.

No es de extrañar, por tanto, tal y como recoge el último informe de la OMS (2013) sobre violencia de género, que el 5.2% de las mujeres europeas sufra una agresión sexual a lo largo de su vida por un hombre diferente a su pareja, agresiones a las que hay que añadir un 3-4% de mujeres que las sufren dentro de las relaciones de pareja.

Se trata de un rebaño que lleva a que el 39% de los hombres consuman prostitución para sentirse más hombres, y a que luego muchos de ellos terminen violando en grupo a las mujeres que la ejercen. Los trabajos clásicos de Farley y Barkan (1998), concluyeron que el 68% de las mujeres que ejercen la prostitución había sufrido una violación, y que el 27% de esas agresiones se había cometido en grupo con la participación media de 4 hombres.

Como se puede ver, los hechos denunciados de “La manada” no son tan extraños, sólo dependen de las oportunidades que se presenten en las circunstancias más diversas, puesto que las decisiones individuales se construyen dentro de rebaño, aunque luego sean diferentes manadas o personas las que lleven a cabo la violencia sexual.

Si el rebaño no contara con esos pastos del machismo para pacer tranquilamente, no sería posible que se cometieran estas agresiones año tras año, como tampoco sería posible que los agresores presuman por llevarlas a cabo y que la gran mayoría de las víctimas no las denuncien. Y todo ello dentro de una “normalidad” que aún se sorprende cuando una de estas agresiones aparece en los medios de comunicación, pero que no hace lo suficiente para que no lleguen a suceder.

El problema no es la manada que anda suelta, sino el rebaño que vive tranquilamente dentro del redil de una cultura desigual, injusta y violenta. Siempre habrá manadas que serán descubiertas cuando salgan fuera del cercado de las apariencias, pero en lugar de cuestionar porqué se repiten los casos con más o menos miembros fuera del redil, cada uno de los casos se utilizará para, en una especie de mutación social, convertir a los borregos en chivos y, de ese modo, expiar al resto. No es casualidad, es parte de la estrategia del machismo y de los pastores que lo dirigen en esa trashumancia histórica que los cambia de prados y paisajes para seguir igual.

 

PIB, Putas y Ladrones

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Me van a perdonar la expresión, pero ahora resulta que el PIB, o sea, el “Producto Interior Bruto”, esa referencia que nos dice cuánto valemos económicamente, está relacionado con ciertas actividades al margen de la legalidad, y no sólo con la formalidad de los contratos. Por lo que se ve, parece que el PIB se puede interpretar bajo dos referencias: como ese “Producto Interior Bruto” de la economía,  y como la “Brutalidad Interior de un País”, recogida sobre la referencia de la prostitución y determinadas formas de delincuencia que giran alrededor del tráfico de drogas, también el de personas para alimentar a la primera, y el contrabando.

Da la sensación que para algunos el “bienestar” significa “estar bien”; y qué mejor para “estar bien”, deben pensar desde esos planteamientos, que estar en los brazos de una meretriz y bajo los efectos placenteros de alguna sustancia cautivadora… Puede parecer una broma, pero el planteamiento es bastante  peligroso por su significado y por sus consecuencias. Pues bajo la idea de que “todo suma” se llega a la conclusión de que “todo vale”, y así pasamos de un “Estado del bienestar” a un “Estado de beneficencia” donde sólo pueden los que tienen, y a los que no tienen se les deriva a la caridad y a la ilegalidad, y de ese manera hacerlos más culpables.

Un país debería avergonzarse de su delincuencia y de la prostitución alimentada a través de la trata de mujeres explotadas laboral y sexualmente, no presumir de ellas. Sabíamos que las mafias internacionales y la criminalidad organizada estaban cambiando el tráfico de armas por el tráfico de drogas y personas, pero no pensábamos que se llegaría hasta este punto.

Y no sorprende que haya ocurrido cuando la crisis económica propiciada por un capitalismo depredador y agotado en su imaginación financiera, ha hecho que el negocio se vuelva sobre las propias personas para intentar arrebatarles parte de su dignidad y hacerlas así más sumisas. Hombres y mujeres han tenido que ceder en todo (en salud, educación, trabajo, dependencia, bienestar, sentimientos, tierra, tiempo, autoestima…) para continuar en la nada más fría y profunda. En ese pozo que han vuelto a cavar en la historia para ocultar el daño y los abusos, y de esa manera responsabilizar de su destino a las propias víctimas por medio de la invisibilidad y la negación; es lo que sucede con el franquismo, lo que afirman los terroristas sobre sus “objetivos”, o como responde una parte de la sociedad cuando se enfrenta a la violencia de género.

Quien tiene el poder tiene “su solución”, y parte de esa solución pasa por culpar a las propias víctimas (del franquismo, del terrorismo, de la violencia de género… o de lo que sea, basta con que la agresión parte de una posición de poder). Por eso necesitan los pozos y las fosas, porque en ellos entierran la realidad y a las personas bajo las condiciones impuestas, y porque de ellos desentierran la amenaza y los miedos de siempre; unos miedos que pasan por la jerarquía, las clases, la desigualdad, y el destino como castigo.

Y por ello la historia se repite, porque no cambia, sólo aguarda su oportunidad para reaparecer. No es casualidad que sea en épocas de crisis cuando surgen esos fantasmas que la cultura, sus ideas tradicionales y valores sempiternos, guardan en la estantería de la necesidad hasta que entienden que hacen falta de nuevo.

El ejemplo lo tenemos en lo que está ocurriendo.

Los mensajes que hemos escuchado a lo largo de nuestra vida vuelven a cobrar actualidad, pero ahora suman en el PIB. Siempre hemos oído a hombres decir, “si le falta para comer a mis hijos, yo me pongo a robar”, y con ello nos enseñaban a ser hombres bajo esos valores y conductas. Pero también hemos oído la versión en femenino, que no iba de robos, precisamente… “si le falta comida a mis hijos, yo me meto a puta”, mostrando el camino de lo que una “buena mujer” debe hacer por sus hijos en caso de necesidad.

Las mujeres no deben robar ni los hombres prostituirse, entre otras cosas porque unas y otros no lo tendrían fácil. Las mujeres como ladronas se encontrarían con hombres que defenderían con fuerza y violencia lo suyo, tal y como les han enseñado; y los hombres como gigolós no tendrían tanta clientela en una cultura que juega con los espacios, los tiempos y los significados de las cosas y conductas.

Ahora vemos que el Estado no es inocente en todo esto tampoco. No lo es por promover esas conductas, ideas y decisiones, al construir y alimentar una cultura de desigualdad donde los roles de hombres y mujeres vienen condicionados por identidades construidas sobre los valores del androcentrismo, y donde los caminos están perfectamente dibujados para unos y para otras, incluso en los casos más graves de necesidad que surgen de las crisis. Y no es inocente tampoco, por ser receptor y beneficiario de esas actividades que suceden al margen de lo que debe ser la convivencia en igualdad, libertad y dignidad.

Y parece que el Estado “no lo hace mal del todo” cuando en la Memoria de la Fiscalía General de 2012, los robos con violencia e intimidación han aumentado un 14’5%, y los robos con fuerza en casas habitadas se han incrementado un 19’1%. Por su parte, las Organizaciones de Mujeres que trabajan en los entornos de la prostitución informan que hay más prostitutas, que cada vez son más jóvenes, y que cada vez hay más mujeres explotadas víctimas de trata entre ellas.

No es extraño que todo esto se traduzca en “producto interior bruto”, pues en definitiva representa la brutalidad que habita el interior de una sociedad producto de la cultura machista.

“Miss Andria”

MISS ANDRIAComo si fuera un concurso de belleza de esos que tanto les gustan para mantener las tradiciones y el ego, y para retener a las mujeres dentro de su estereotipo, no sólo en su tipo, además de tomar las medidas de siempre, entre otras las famosas 90-60-90 (para que luego digan en el informe de la OCDE que los españoles no saben matemáticas ni de cálculos), los posmachistas no paran de ampliar su campo de acción e influencia con esa estrategia que ya hemos explicado en otros posts. Y para ello insisten mucho en presentar a los hombres como víctimas de la “conspiración jodida-feminista” (también conocida como “feminazista” o “hembrista”), pero al comprobar que no es suficiente buscan el ataque directo a las personas que defendemos la igualdad, de manera muy especial a los hombres que lo hacemos.

El machismo y posmachismo siempre han tenido fácil la crítica a las mujeres, de hecho si no hubiera sido así no estaríamos reivindicando la Igualdad en estos finales de 2013. Para ellos las mujeres “o eran tontas o eran malas”, les bastaba con desacreditarlas en lo personal hablando de su incapacidad, y en lo social al decir que pretendían acabar con la familia, los hombres… o al plantear que buscaban un interés personal para conseguir a través de ayudas lo que no eran capaces de conseguir “en igualdad” con los hombres. De este modo sus críticas bloqueaban parte de las acciones y propuestas que se hacían desde los movimientos de mujeres, y todo seguía como siempre.

Pero eso de que haya hombres que reivindiquen la Igualdad y trabajen por ello y en contra de las manifestaciones de la desigualdad, entre ellas la violencia de género, les produce mucha inquietud y ansiedad al romper su principal argumento, ese que dice que todo es una estrategia de las mujeres para quitarle cosas a los hombres. Por eso arremeten con tanta intensidad contra nosotros, y de manera muy especial contra mí, quizás por llevar muchos años en esta lucha y por trabajar desde la ciencia y con la palabra para poner en evidencia sus mentiras y estrategias. Los ataques que recibo de mis “per-seguidores” están ahí escritos en los comentarios de este blog y en Twitter, y aunque siempre lo he dicho, vuelvo a repetir que son la mejor ayuda que puedo tener al demostrar con sus intervenciones lo que explico en mis textos. 

Y como ven que su estrategia no tiene repercusión más allá del eco en las paredes de sus propios ambientes, tratan de ir un poco más lejos en esos ataques y críticas. En el fondo se hablan a sí mismos a través de mensajes dirigidos a otros, como en las sectas o en los grupos cerrados, que cada uno intenta demostrar a los demás que es el más fiel, el más leal, el más convencido… y como no tienen forma de hacerlo dentro del propio grupo dada la vacuidad de sus planteamientos, lo hacen atacando a los de fuera.

Entre los calificativos que me han dirigido buscando el doble efecto de la crítica y del victimismo masculino, está el de misándrico, para transmitir el mensaje de que mis planteamientos parten de un “odio a los hombres” y que me mueve el sectarismo.  Y no deja de ser gracioso e ilustrativo de su desorientación que recurran a este tipo de argumentos. Les adelanto que por mí pueden seguir utilizándolo y buscar nuevos adjetivos e intereses ocultos en lo que hago, seguro que aportaran más luz a mis explicaciones y que quedarán más en su estrategia .

Ya he recogido en más de una ocasión que no tengo nada contra los hombres, incluso lo he escrito en un post de manera específica ("Nosotros los hombres") y lo he repetido en numerosas ocasiones, pero una vez más me dan la oportunidad de poner en evidencia sus ideas y valores.

No deja de resultar curioso que hablen de “odio a los hombres” quienes defienden la identidad histórica de los hombres que lleva a la violencia contra las mujeres, contra los niños y niñas, contra los ancianos, contra otros hombres… que justifiquen la hombría que hace que la inmensa mayoría de hombres asesinados lo sean por otros hombres, eso sí, muy machos. Que amparen que mujeres y niñas sean violadas en todo el mundo, que sean asesinadas a manos de sus propios padres porque han “deshonrado a la familia”, que sufran mutilaciones genitales para mantener la “traición” de su cultura. Que quieran a unos hombres que pasean el ser machos por prostíbulos, aceras y cunetas, y que se crean superiores por pagar por sexo a otros hombres que trafican con ellas y las explotan sexualmente, o que no digan nada de los hombres que explotan a otros hombres también víctimas de trata. Yo no quiero esa masculinidad ni esos hombres, no los odio, pero no quiero esa identidad para mis hijos ni para ningún hombre.

Y sorprende que los posmachistas minimicen a los hombres que con “su personalidad, criterio y profesionalidad” abusan de sus trabajadores y trabajadoras, que engañan al que se acerque a ellos para sacar más beneficios, que no les importen los problemas mientras no les afecten, que destruyan la naturaleza para siempre por unos euros para hoy. Insisto, yo no quiero esa masculinidad ni esos hombres, no los odio, pero no quiero esa identidad para mis hijos ni para ningún hombre.

Y no quiero una identidad “made in macho” que ha alejado a los hombres del cariño, del afecto y del ejercicio responsable de la paternidad. Que les ha dicho que un buen sentimiento es el que no se muestra, que les repite que los hombres no lloran, que llorar es de niñas, ni una conciencia que les susurra que las emociones revelan debilidad. Una identidad que lleva a los hombres a una carrera hacia la meta de la frustración y la soledad por la vía del materialismo y del reconocimiento hueco… Una identidad que hace de los hombres olvido para sólo recordar sus “obras”.

Sinceramente, creo que es el posmachismo y el machismo quien odia a los hombres. Es el machismo y el posmachismo el que utiliza a los hombres y su identidad para defender unos privilegios cargados de ideología y de poder, de ventajas y de beneficios en lo inmediato y material, pero que sólo genera desengaños.

Y como no quieren enfrentarse a esa realidad definida por una cultura patriarcal y androcéntrica, juegan con sus estrategias para generar la confusión, la duda, la distancia y la pasividad. Que nada ni nadie se mueva para que todo siga igual.

Quizás por ello sus argumentos son cada vez más simples y muestran cada vez más su impotencia. Ya es típico del posmachismo coger un argumento y darle la vuelta pata intentar volverlo en contra, pero la torpeza los lleva a creer que cuando hablamos de Igualdad como un valor y de Derechos Humanos estamos hablando sólo de mujeres, como si los hombres no se beneficiaran de la Igualdad, y que cuando hablamos de cultura como el escenario de conocimiento y significado creado sobre la referencia de los hombres sólo hablamos de ellos, dejando al margen a las mujeres que han crecido en esa misma cultura y que asumen sus mandatos como parte de su identidad. 

A partir de ese desconocimiento profundo de la realidad que planteamos, su estrategia es tan pueril que cuando se produce un caso de violencia de género su argumento es que "también hay casos de violencia ejercida por mujeres", y como alumnos aplicados se ponen a buscar alguno de ellos, aunque sea de hace años o de países lejanos, lo importante es el efecto de contrarrestar la realidad de la violencia de género y crear esa confusión que necesitan. Del mismo modo, como ha ocurrido estos días atrás, cuando se critica la forma de abordar los homicidios machistas por algunos medios, ellos buscan un titular similar en el que la víctima sea un hombre, creyendo que el significado de la realidad viene en la literalidad de la frase y no en el contexto, y en lo que se refuerza o contrasta con las palabras. Para ellos sería igual un titular que dijera “Un marroquí roba una joyería” que otro que recogiera “Un vecino de Getafe roba una joyería”, argumentado que los dos hacen referencia al origen de la persona que comete el robo, y obviando que el primero refuerza los sentimientos racistas y xenófobos que existen en la sociedad.

Todo ello es reflejo de su desconocimiento, de su impotencia y de la rabia que les produce el que se vayan desenmascarando situaciones que hasta ese momento beneficiaban a sus posiciones.

No creo que ellos quieran a los hombres, quizás se quieren mucho a sí mismos, pero no a otros hombres.

Lo dicho, yo no quiero la masculinidad que ellos defienden ni que los hombres la ejerzan, no los odio, pero no quiero esa identidad para mis dos hijos ni para ningún hombre.

 

Hombres desnudos

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Quitarle la ropa a un hombre no es desnudarlo, un hombre está cubierto de otras muchas capas que, paradójicamente, en lugar de mostrarlo en sociedad con esa vestimenta lo hacen invisible como persona. De los hombres lo que más se ve es lo que representan por la envoltura de roles y los valores que llevan tatuados, no sus ropas.

Quizás por ello el cuerpo expuesto de un hombre desnudo genera inquietud, cierta preocupación y bastante rechazo en una parte de la sociedad, especialmente cuando el desnudo sale de esos contextos de almanaques, modelos y de “boys-streaper” que dicen adiós a las solterías desde el andén de una barra de bar. Cada uno de esos espacios lo que demuestra es que hay algunos hombres que en esas circunstancias están dispuestos a quitarse la ropa y a mostrar la hombría a través de sus músculos, hoy, tras la transición que la ha llevado del bíceps al ombligo identificada con los abdominales. 

El desnudo masculino como concepto y como foco de las miradas del arte, de la cultura en general y, sobre todo, de la sociedad, preocupa. Semanas atrás han ocurrido dos hechos significativos que lo demuestran. El museo Leopold de Viena ha tenido que retirar los carteles de una exposición centrada en el desnudo masculino, y en Grecia han suprimido las escenas de la serie Downton Abbey en las que dos hombres se besan. 
HOMBRES DESNUDOS-2

Estas dos situaciones reflejan la esencia del problema. El desnudo y la homosexualidad masculina representan una realidad que para muchos hombres significa, no que haya hombres que se desnuden y otros que sean homosexuales, para ellos, como decía El Gallo “hay gente pa’to” y hombres para casi todo. Lo que en verdad demuestra es que los hombres y, por tanto, la masculinidad incluyen también esas conductas y esa orientación sexual en el hecho de ser hombres, algo que no aceptan. Y presentarlo de forma directa y sin tapujos a través de estas representaciones de desnudos y besos, significa hacer transparente el revestimiento de una masculinidad hegemónica que ha negado esa realidad, y que precisamente la ha utilizado como argumento de lo que era “no ser hombre”. 

Pero además existe otro “problema”, participar en el juego del desnudo significa situarse en el mismo plano que las mujeres, a quienes históricamente los hombres han desnudado con el arte, con el guión, con la mirada y con la fuerza, para luego hacerlas responsables de lo que les ocurriera. Y aunque pueda sorprender esta afirmación, basta con recordar que el hombre ha hecho de la prostitución una especie de “necesidad social” (curiosamente dirigida original, histórica y mayoritariamente, todavía en la actualidad, a satisfacer las “necesidades” de los hombres), y que hasta la reforma del Código Penal de 1989, la violación de una prostituta era prácticamente imposible de admitir al considerar las agresiones sexuales como “delitos contra el honor”, y no aceptarse que las prostitutas tuvieran ese honor que algunos hombres sacaban a pasear por prostíbulos y clubes de carretera. 

Los hombres han sido desnudados como dioses, héroes, santos, seres superiores… pero no como hombres sencillos, probablemente para mostrar que esos valores tan importantes y trascendentes vinculados a la divinidad, la heroicidad, la santidad, la superioridad… a la postre residen en un cuerpo como el de los demás hombres. Por eso no quieren compararse ni verse como las mujeres desnudas, y por eso reaccionan de forma diferente. El mismo museo Leopold de la tradicional Viena ha manifestado que cuando centra sus exposiciones en el desnudo femenino y actúa de forma similar colocando carteles de mujeres desnudas por la ciudad para publicitarlas, nadie se queja, y mucho menos le obligan a retirar los carteles.  

No es de extrañar, claro, en esos casos todo sigue el guión escrito por la historia y la cultura.

Más turbación

MAS TURBACION
Por si fuera poco el jaleo que hay con la política, la prima, el riesgo y la deuda, ahora cogen a una política que es concejala, la toman por prima al no haber evitado una situación de riesgo, y le hacen pagar las deudas ocasionadas por las ganas que le tenían algunos. Todo para generar más turbación y ruido de fondo. 

Luego dicen que no hay diferencias en el tratamiento de los hechos protagonizados por un hombre y una mujer, que son manías o paranoias que tenemos unos cuantos, y muchos, a pesar de la realidad y de los datos que les damos, no se quieren enterar del significado que hay detrás de estas actitudes. 

Veamos lo que ha pasado con Olvido Hormigos, concejala de Los Yébenes.

Esta mujer graba un video y lo usa en privado como ella considera. No comete delito alguno, ni agrede a nadie. Alguien lo da a conocer y lo lanza públicamente a las redes, que es lo mismo que empujarle a ella al vacío y sin red. Pero, sorprendentemente, la primera reacción que se produce es atacarla, presionarla y hacerle sentir culpable, hasta el punto que llega a pensar en dimitir de su puesto en el ayuntamiento. Es decir, Olvido es víctima de un delito, otros la agreden por ser el objetivo de un delincuente (y de la envidia que le tienen), pero la culpable es ella.

Y mientras que esta mujer es victimizada y expuesta públicamente a todo tipo de miradas y palabras, el presunto autor es preservado en la mayor privacidad. No obstante, al hacerse la situación insostenible, más por el morbo que se ha organizado alrededor de ella que por la exigencia de justicia, varios días después (7-9-12) se llega a saber que el sospechoso es un conocido suyo, portero del equipo de fútbol de la localidad y llamado Carlos Sánchez, el cual ha sido imputado por su relación con los hechos. Pero cuando se le ha preguntado al club de fútbol por él, la respuesta ha sido que no quieren entrar en polémicas porque se trata de una situación personal. Es decir, ser víctima de un delito es una cuestión pública que permite la exposición y la agresión de parte del pueblo y del país, y ser autor de ese delito es una cuestión personal… Como pueden ver, un tratamiento muy equilibrado y justo.

Imagino que los que justifican la reacción y el escándalo por la conducta seguida por Olvido Hormigos, se habrán olvidado de las imágenes de, por ejemplo, otros jugadores de fútbol como Ronaldinho o Éver Banega, deportistas internacionales de sobra conocidos, que aparecieron en unos videos caseros en circunstancias similares a la concejala, es decir masturbándose. En ninguno de estos casos nadie les exigió que se fueran de sus equipos, ni se les ha cuestionado como profesionales ni como hombres, más bien al contrario, para muchos habrán subido su cotización en los parqués de las bolsas testiculares.

Y si fueran pocas estas diferencias, nos encontramos con los insultos a voces que se han lanzado contra ella allí por donde ha ido, en plena calle o en el mismo salón de plenos. La han llamado, y una parte del pueblo sigue haciéndolo, “puta”, algo muy propio de quien tiene la idea de que una mujer no sometida a la sexualidad impuesta y limitada que la cultura guarda para ellas, es una puta. Los hombres, cuando recurren a esas conductas, lo único que hacen es desfogarse como machos o llamar a las “hembras”, mientras que ellas al actuar de este modo están pervirtiendo a la sociedad e incitando al pecado. 

Podría dejar un pequeño espacio a la duda, y pensar que alguien ha confundido lo del puesto público en el ayuntamiento con el “ejercicio de la prostitución”, ya que a las meretrices también se les conoce como “mujeres públicas”, pero nada parece apuntar a que el insulto se deba a esa confusión. Mira por dónde, otro problema del que los “hombres públicos”, bien sean de la política, del deporte, de la cultura o de cualquier otro ámbito, no tienen por qué preocuparse, puesto que ellos nunca son confundidos con gigolós.

Lo que está claro es que muchos han aprovechado lo ocurrido para generar más turbación en la política y en la sociedad, y de paso aprovechar para recordar que a algunas mujeres las encarga el diablo y son camino de perdición. Da igual el motivo, lo importante es tener a mano una justificación para la crítica y una crítica para justificar. No es hipocresía, es la rabia y la ira que muchos tienen, y que a la más mínima oportunidad vociferan como un torbellino.

Pero no se preocupen, toda esta percepción que les cuento deben ser manías y alucinaciones que tenemos unos cuantos. Aquí, como siempre, no ha pasado nada más que lo tenía que pasar… y por culpa de una mujer.