“Ley y orden”

La estrategia conservadora siempre ha sido clara en su planteamiento y falaz en su enunciado al decir una cosa y hacer otra en la práctica. Ahora, de nuevo Donald Trump ha tomado la iniciativa al recuperar el mensaje de la campaña de Richard Nixon en 1968 de “ley y orden” (aunque, curiosamente, después se vio obligado a dimitir por actuar fuera de la ley). La idea no es muy diferente a la del resto de partidos conservadores cuando presentan las iniciativas de izquierda y las alternativas que proponen como un caos destinado a atacar las instituciones, la familia, la iglesia, a la propia política para convertirla en un “régimen bolivariano”, o hasta a la misma nación con la llegada de extranjeros que vienen para acabar con nuestra identidad… Y su respuesta es clara: ley y mano dura frente a todo eso.

La estrategia, como se puede ver, es nítida: ley y orden, pero con un “pequeño matiz”, debe ser “su ley” y “su orden”. Si una ley, por ejemplo, desarrolla medidas para lograr la Igualdad, entonces no hay que cumplirla; si una ley actúa contra la violencia de género, no hay que tomarla en serio y hay que presentarla como una amenaza contra los hombres; si una ley desarrolla un modelo educativo diferente, no debe ser tenida en cuenta por adoctrinadora; si la Constitución dice que hay que renovar las instituciones y a ellos no les viene bien, todo puede esperar al margen de la legalidad… porque para ellos es su orden el que define la ley y la realidad, y no el orden democrático quien decide cómo debe ser la convivencia y la manera de relacionarnos en una sociedad libre, plural y diversa en la que su posición es una más, por muy amplia que sea.

Esa superioridad moral de la que parten es la que permite dar por válido un sistema con una cultura y una estructura social basada en la desigualdad, construida sobre la idea de que determinados elementos y características son superiores a otros. De manera que las personas y circunstancias que tengan esos elementos deben ocupar una posición superior y desarrollan funciones desde la responsabilidad basada en su teórica superioridad. Y, efectivamente, el resultado es orden, pero un orden artificial y falaz que parte de la decisión previa de dar más valor a los elementos propios. Y en ese orden ser hombre es superior a ser mujer, ser blanco superior a ser negro o de otro grupo étnico, ser nacional superior a ser extranjero, ser heterosexual es superior a ser homosexual… Y como el orden es ese, pues la ley que se desarrolla es la que se necesita para mantenerlo y defenderlo de lo que consideran iniciativas particulares que surgen desde cada uno de los “elementos inferiores”, es decir, de cualquier propuesta que surja para corregir la discriminación que sufren quienes son considerados inferiores: mujeres, negros, extranjeros, homosexuales… que además se presentan como iniciativas fragmentadas y dirigidas sólo a cuestiones limitadas a esos grupos de población, no como algo común para toda una sociedad democrática.

La construcción de ese marco de “ley y orden”, además de presentar “su ley y su orden” como referencia común para toda la sociedad, tiene una segunda consecuencia tramposa de gran impacto para desacreditar cualquier alternativa.

La asociación es muy simple: si yo soy la ley y el orden, todo lo demás es caos e ilegalidad. Desde esa posición no aceptan que otras alternativas a la suya supongan un marco de “ley y orden”, por eso agitan el miedo con sus mensajes para que la sociedad asocie que las posiciones conservadoras son el orden y las alternativas progresistas el caos. Este contexto es el que se ha utilizado para hablar de un gobierno democrático como “gobierno ilegítimo”, o llamar “anti-constitucionalistas” a partidos democráticos que no encajan en “su orden”. Y de ahí continuar con su razonamiento hasta llegar al “desorden” que supone romper España con los separatistas y los herederos de los terroristas, argumentos similares a los que utiliza Trump contra el Partido Demócrata y Joe Biden ante la reacción social frente a una violencia policial contra la población afroamericana, que en lugar de ser considerada como racismo policial, se entiende como parte del “orden establecido”.

Y es una estrategia que funciona. Y funciona porque juega con los valores tradicionales, con la tendencia continuista de cualquier sociedad, y con la estructura de poder que supone articular la sociedad sobre los elementos de desigualdad que hemos comentado. A partir de ahí, usar el miedo bajo la amenaza de perder las referencias históricas que nos han definido por los “ataques” lanzados desde posiciones particulares, resulta sencillo.

No debemos caer en la trampa conservadora que lleva a apropiarse de la patria, las instituciones, la historia, la ley y el orden. Porque en una sociedad democrática la ley la dicta el Parlamento en tiempo real, no la historia desde el pasado; y el orden es la consecuencia de la convivencia en democracia, no el resultado de la costumbre y la tradición.

 

“PBE”: Política Basada en la Evidencia

Quien vive en la mentira crece con la falacia, y la falacia, por muy grande que sea, nunca es verdad. Da igual lo que digan y por cuánto tiempo lo hagan, la Tierra siempre ha sido redonda, ha girado alrededor del sol, y está a punto de ser destruida por los “herederos ideológicos” de quienes decían que era plana y central para no cuestionar sus ideas y creencias.

Hace unas semanas, en la presentación del libro “Ellos hablan”, de la periodista Lydia Cacho, muy querida amiga, tuvimos la posibilidad de compartir y analizar cómo las mayores falsedades, las mentiras más elaboradas, las tramas históricas llenas de traiciones… han sido protagonizadas por hombres y, sin embargo, nunca la palabra de un solo hombre ha sido puesta en cuestión a priori, ni la masculinidad ha visto debilitada su credibilidad. En cambio, las mujeres son presentadas como seres falsos, mentirosos, manipuladores… en los que no se puede confiar y a quienes no se debe creer.

La razón fundamental de esta situación viene dada por el marco de significado que se ha creado sobre la palabra de los hombres (y su espacio) y la de las mujeres (y su espacio). Y ese significado sobre la autenticidad de la palabra de los hombres y la falsedad de las mujeres sólo lo puede construir quien cuenta con una posición de poder para definirlo, imponerlo y difundirlo. Y quienes han contado con el poder históricamente han sido los hombres y su modelo social y cultural de convivencia. Por eso, por ejemplo, es tan fácil hacer dudar de la realidad de la violencia de género diciendo que hay muchas “denuncias falsas”, y tan complicado que se acepte como un problema grave a pesar de que cada año asesinan a 60 mujeres de media y más de 600.000 son maltratadas.

En política ocurre lo mismo. Dar carta libre a la mentira en forma de “postverdad” o “fake news” con la idea de compensar la situación actuando del mismo modo, pero en sentido contrario, es otra trampa del poder conservador androcéntrico, puesto que el impacto de uno y otro planteamiento es completamente diferente. Decir que los extranjeros vienen a España a “robar y violar” tiene un efecto inmediato y una aceptación amplia; en cambio, comentar que los partidos que lanzan esos mensajes son racistas y xenófobos a penas tiene impacto, y rápidamente surgen justificaciones, o, sencillamente, niegan que lo hayan dicho, aunque haya pruebas de que lo han hecho, pues la negación de la realidad es otra forma de mentira.

Sólo el poder de la “normalidad” puede mentir con aspecto de verdad. La derecha y el sector conservador de la sociedad lo saben y por eso juegan con la mentira, el ataque/insulto y el miedo, para luego presentarse como víctimas de la reacción y rescatadores de la situación que ellos han hecho creer.

El momento actual, con el mensaje de que se ha traicionado a España, de que se va a romper la Nación, de que se ha dado un golpe de Estado, de que se trata de un Gobierno ilegítimo… refleja muy bien esa instrumentalización de la mentira, y los ataques e insultos en busca del miedo y el enfrentamiento. Y lo hacen porque saben que, aunque es mentira, no les va a pasar nada, ni en lo inmediato ni en lo referente a su credibilidad, que continuará intacta.

Sólo hay que echar la vista atrás para comprobarlo. Con la llegada de la Democracia dijeron que todo iba a ser un caos social y que se iban a perder los valores. Después, cuando el PSOE ganó las elecciones en 1982, lanzaron el mensaje de que iban a llevarse los ahorros de los bancos, las casas iban a ser expropiadas, especialmente los apartamentos de la playa, las iglesias arderían, las fincas se iban a ocupar y repartir entre los obreros del campo… Nada de eso pasó. Pero años más tarde, en 2004, desde esas mismas posiciones no pararon de repetir que la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero fue debida a la conspiración del PSOE con ETA, para llevar a cabo los atentados del 11M e impedir que el PP ganara las elecciones, lo cual también convertía a su Gobierno en ilegítimo. Una estrategia que luego continuó llamando al Gobierno traidor durante las negociaciones para acabar con la banda terrorista, y, que al final, visto que por esa vía no hacían mucho daño, terminaron responsabilizándolo de la crisis económica mundial. Nada de eso fue así.

Ahora repiten sus tácticas con la victoria del PSOE y el Gobierno de Pedro Sánchez.

La pregunta es sencilla, ¿por qué si nada de todo lo que se ha dicho desde la derecha y los sectores conservadores ha sido cierto, y sólo buscaron generar enfrentamiento, desprestigio y miedo para beneficiarse a través de él de lo que fueron incapaces de conseguir con sus propuestas y gestión, se le da credibilidad y recorrido a lo que dicen ahora con el mismo argumento y objetivo?

En Medicina, a principios de los 90, se desarrolló la llamada “Medicina Basada en la Evidencia” (MBE), para evitar las posiciones individuales derivadas de experiencias personales, y la influencia de elementos externos que pudieran estar interesados en determinadas pautas diagnósticas o terapéuticas, situación que llevaba a una serie de decisiones sin ningún fundamento científico. Algo así habría que introducir en la política,, una “Política Basada en la Evidencia”, al menos en algunas de sus partes, para impedir la falta de rigor y la instrumentalización de la mentira con la complicidad de algunos medios e instrumentos de comunicación.

Cambiar de opinión puede ser cuestionable, pero no es mentira. Mentir siempre es cuestionable, sobre todo cuando se hace para cambiar la opinión de la gente sobre la falacia, y así aumentar la crispación y el enfrentamiento social.

Una sociedad dividida y enfrentada puede dar votos, pero no victorias. La sociedad siempre pierde en esas circunstancias.

Toy (Love) Story 4

La humanidad está hecha de amor, es cierto que la violencia, las tiranías, las guerras, el poder… la han puesto a prueba desde el principio, pero si hemos llegado hasta aquí y aún mantenemos la esperanza de que otro mundo es posible y mejor, se debe al amor que hemos sido capaces de guardar entre las trabéculas de nuestro corazón y bajo las circunvoluciones del cerebro.

Y el amor no es sólo la emoción que se siente por alguien o algo como parte de una relación personal, el amor también es compromiso, implicación, determinación, entrega, renuncia… por ese proyecto común que surge de una sentimentalidad que va más allá de los objetivos concretos. Y no hay amor en soledad, aunque sí puedan existir las emociones que dibujan su silueta, el amor es compartido en cuanto a proyecto, con independencia de que a título personal sea correspondido o no, y aunque se viva de manera aislada, parte de su sentido viene dado por el contexto del que se aísla. Por eso el proyecto se amplía en la interacción y en la convivencia, y el amor crece y se va haciendo social en el proyecto común que se levanta sobre ese amor responsable de la sociedad y sus ideales, para dar espacio para que crezcan las relaciones personales.

La película “Toy Story 4”, con esa sencillez que significa llevarnos a la infancia para ver la vida y su realidad desde la doble perspectiva que da el retroceso del regreso y el avance de la vuelta al presente, muestra algunas de las claves de una realidad abandonada y necesitada de amor que ha cambiado lo social por lo individual, lo común por el egoísmo, el futuro por lo inmediato, el compromiso por el hedonismo, y los valores por lo material.

De nuevo Woody, Buzz Lightyear y todos sus amigos y amigas nos dan una lección de vida y nos dejan la responsabilidad de hacerla verdad a los adultos, pues para la gente más joven la película será un cuento tan pasajero como el tiempo que tarde en llegar el próximo estreno de cualquier película infantil. En otras películas de la serie han insistido sobre la amistad, pero en esta cuarta entrega han querido dar un paso más y hablar directamente de amor, y de algunas circunstancias que existen en la sociedad para impedirlo u ocultarlo.

La vida está llena de renuncias irremediables, pero no de olvidos. Confundir unas con otros sólo es parte de esa imposición de quienes necesitan el individualismo como razón para el abandono del proyecto común, y así poder anteponer lo personal al grupo. La película muestra cómo los estereotipos y una sociedad utilitarista causan daño sobre quienes sufren el peso de la discriminación, y cómo ese impacto está levantado sobre la normalidad de quienes han decidido que esas sean las circunstancias de juego, no como algo excepcional ni ocasional. Son dos los mecanismos que revela para lograr ese objetivo: la construcción de las identidades, y el uso del mito y las expectativas.

Veámoslos de manera gráfica.

  1. La construcción de las identidades. El personaje protagonista introducido en esta película, Forky, es un tenedor de plástico hecho muñeco y visto y aceptado como tal por sus iguales, el resto de muñecos. A pesar de ello sigue viéndose a si mismo como un tenedor desechable. Su identidad es ser “basura” y su comportamiento se mantiene consecuente con esa idea, hasta que Woody y sus amigos logran hacerle entender que no es así. Hasta ese momento, lo único que hace es buscar su destino en cualquier lugar para los desperdicios.
  2. El uso del mito y las expectativas. El otro personaje de la película que refleja las vías que tiene una sociedad desigual y capitalista para mantener el control es Duke Caboom, un motorista canadiense abandonado el primer día por su niño al comprobar que el juguete no hacía lo que se veía en el anuncio de televisión, y que sus saltos y piruetas en la moto no eran tan espectaculares en la realidad como en la tele. Las expectativas generadas a conciencia, al no verse cumplidas generan el rechazo en quien las espera, y la frustración y la idea de incapacidad en quienes viven la situación, llevando a la pasividad y a la frustración.

Estas son dos de las claves de nuestro tiempo utilizadas a diario para mantener la desigualdad y el orden social sobre el sometimiento de determinadas personas a las que no se les reconoce la Igualdad en su condición y oportunidades (mujeres, personas LGTBI, extranjeros, grupos étnicos…), y a quienes se les pide la demostración de “su igualdad” en un “exceso de capacidad y responsabilidad” que con frecuencia no se ve cumplido, a pesar del gran esfuerzo para lograrlo. Esta situación las hace sentir culpables e incapaces, y por tanto manipulables y sumisas, como le ocurre a Duke Caboom o a Forky hasta que se convencen de sus propias posibilidades y valía gracias a Woody y al grupo.

Porque Woody, en esta película con su inseparable Buzz Lightyear algo más distante, es quien aglutina esa conciencia crítica frente a los acontecimientos, y quien lleva su amor y compromiso a la acción para sacar adelante al grupo.

El cambio que vive el propio Woody en la película, donde al principio renuncia a su “amor personal” por Bo para al final quedarse a su lado, es sin duda la demostración clave de esa dimensión social del amor individual. La sociedad no necesita líderes distantes y ajenos, sino personas con responsabilidad que sean capaces de hacerla protagonista a través de su participación.

Y para ello, tan importante es saber renunciar como saber comprometerse y entender que sin uno mismo no se puede amar ni comprometerse con nadie. La negación del amor, de los sentimientos, de la intimidad para dejarlo todo en la otra persona o en el grupo, al final se traduce en algo artificial y perjudicial para el propio grupo y la persona, pues tan poco basta con el amor hacia uno mismo o con el amor individual.

Toy Story nos lo recuerda en su historia de amor. Una historia que hace que Woody renuncie a su amor por Bo por su compromiso por el grupo, y que luego sea el grupo el que le ayude a entender que toda la aventura es parte de su amor por Bo. Ese final de la película a su lado es un buen principio para la historia que le sucede, y de la cual nos toca ser protagonistas.

Como dice Luis García Montero en sus “Palabras rotas”, no debemos dejar que palabras como verdad, bondad, política… queden en desuso por el interés de un poder que rehúye de ellas. Tenemos que recuperarlas y gritarlas al viento, como también hemos de hacerlo con la palabra amor, porque somos una historia de amor, que no nos engañe el relato que cuentan “los que cuentan”.

El playback de la ultraderecha

Lo que está sucediendo en la política es como una especie de onda sobre un estanque después de que haya caído la piedra de la ultraderecha en su “centro-derecha”, y se parece mucho a la “historia de playback” que cantaba Radio Futura. Como dice la canción, alguien mueve los labios mientras otros dictan en la sombra las palabras sobre Igualdad y las acciones para erradicar la violencia de género. Es lo que confirma el discurso de investidura de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Sorprende la facilidad con la que allí donde han pactado PP, Ciudadanos y Vox, se han admitido sus propuestas de ultraderecha en las cuestiones relacionadas con la Igualdad y la lucha contra la violencia que sufren las mujeres como consecuencia de la construcción cultural de los géneros, da lo mismo que hablemos de Andalucía, Murcia, Madrid o de donde sea. No hay que olvidar que para que un playback funcione hacen falta dos, quien pronuncia las palabras y quien mueve los labios, por lo tanto, la responsabilidad final es compartida, máxime cuando en esas tres comunidades se han producido homicidios por violencia de género desde que se han firmado esos pactos.

Lo que preocupa del discurso de Díaz Ayuso, además de ese playback pactado, es el gran desconocimiento que revela sobre la realidad, situación que siempre preocupa, pero mucho más en quien dirige una Comunidad como la de Madrid. No es admisible que diga que “los problemas de las mujeres en España son prácticamente iguales que los de los hombres: el empleo, la sanidad, el futuro…” No es así, puede consultar cualquiera de los estudios realizados, algunos de ellos en su propia Comunidad, donde se muestra que, aunque haya campos comunes para algunos de esos problemas, la dimensión de los mismos y las causas que dan lugar a ellos son completamente diferentes. Y mientras que los problemas de los hombres, centrándonos sólo en la cuestión económica, están relacionados fundamentalmente con las circunstancias actuales de la economía, los de las mujeres, además de verse afectados por dichas circunstancias, se deben fundamentalmente a los elementos estructurales de la desigualdad histórica, de ahí el mayor desempleo, la precariedad más alta, la menor representación en puestos de responsabilidad, la brecha salarial, la sobrecarga de trabajo dentro y fuera del hogar, la falta de reconocimiento, el menor tiempo libre diario… Por lo tanto, como dice la Presidenta Díaz Ayuso, hombres y mujeres pueden estar preocupados por el futuro, pero también debe decir que sólo las mujeres están lastradas por el pasado.

Cuando afirma, “yo lucharé contra el machismo y contra cualquier discriminación, pero no contra los hombres”, o lo de “enfrentar a hombres y mujeres es insensato”, reproduce con fidelidad uno de los argumentos típicos del machismo y la ultraderecha, que intenta confundir el hecho de que en violencia de género los autores son hombres con la idea de que todos los hombres son maltratadores. Es parte de la falacia non sequitur  que ya se utilizaba en la Antigua Grecia, y que tanto gusta al machismo (ya lo comentamos en “Machismo non sequitur” ). Sería como decir que como, por ejemplo,  en nuestro contexto los racistas que actúan contra personas negras o musulmanas son blancas, pues que todas las personas blancas son racistas; o que como todos los que votan al PP en las autonómicas están empadronados en la Comunidad de Madrid, todos los empadronados votan al PP. Y claramente no es así.

Cuando se actúa contra la desigualdad y contra la violencia de género nadie actúa contra los hombres, se actúa contra los hombres maltratadores y se critica a quienes desde su pasividad y silencio permiten que los que usan la violencia de género sigan haciéndolo al amparo de esa normalidad cómplice del machismo. Los hombres también queremos la Igualdad y la erradicación de la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones, por lo tanto, y de vuelta a otra de sus manifestaciones, es cierto que “todas las personas pueden ser víctimas de maltrato”,pero cada grupo lo es por diferentes motivos, con la idea de alcanzar distintos objetivos, y en unas circunstancias con elementos propios para cada uno de esos maltratos, aunque pueda haber algunos comunes. Mezclarlos todos por el resultado, como pretende la ultraderecha con el beneplácito de la derecha bajo el concepto de “violencia intrafamiliar”, lo único que hace es que se pierda eficacia en la prevención, detección, atención, protección y reparación, además de dificultar la investigación de cada uno de ellos. ¿Entiende ahora la Presidenta por qué el machismo no quiere que se hable específicamente de la violencia estructural que ha instaurado contra las mujeres, con el objeto de mantener la desigualdad y los privilegios que para los hombres se derivan de ella? Estoy seguro de que no se le ocurriría decir que “todas las personas pueden ser víctimas de accidentes”, y que por tanto no hay que diferenciar entre accidentes de tráfico, laborales, deportivos, de ocio o domésticos.

El PP y Ciudadanos han tenido mucha prisa en tocar poder y gobernar, pero deberían tener mucho cuidado con sus pactos con la ultraderecha y con las exigencias impuestas en ellos. El tiempo político pasa rápido y la sociedad no olvida aquellas cuestiones que afectan a lo más básico de la dignidad y la convivencia, menos aún cuando cada semana hay un asesino empeñado en recordar la realidad de la violencia de género en su máxima expresión.

El machismo ha impuesto el relato histórico que ha invisibilizado, normalizado y justificado la violencia contra las mujeres, no vamos a permitir que después de la conciencia crítica despertada por el feminismo, la reacción machista intente imponer que erradicar la violencia de género y la desigualdad es ir contra los hombres. Los hombres que respetamos los Derechos Humanos y que creemos en la democracia y en la convivencia pacífica y en Igualdad alzaremos nuestra voz y actuaremos contra quienes instrumentalizan a todos los hombres para imponer sus ideas, y con ellas perpetuar los privilegios del machismo a costa de los derechos de las mujeres.

Sería bueno que desde el PP y Ciudadanos tomaran conciencia de la realidad y dejaran de mover los labios en playback, mientras la ultraderecha dicta las palabras a la sombra de los pactos.

Violencia de Género: 1000 = 60 + 60 + 60…

La dramática realidad que refleja la cifra de 1000 mujeres asesinadas por los machistas de la violencia muestra parte de la terrible realidad capaz de producirla, pero también esconde algunas de las circunstancias que la hacen posible.

El impacto de los mil homicidios es tan intenso que nos hace olvidar que el tiempo en que se han producido se reduce a menos de 16 años, concretamente desde 2003, año en que se unificaron los criterios y se definieron los indicadores para hacer un seguimiento estadístico de los homicidios de mujeres cometidos por los hombres con los que compartían o habían mantenido una relación de pareja. La situación hace que la media anual de homicidios machistas supere los 60, lo cual revela las características de una realidad que de una manera u otra ha permitido que los asesinatos hayan ido sumando hasta alcanzar la referencia crítica de los 1000 homicidios.

No se trata de una serie de atentados aislados ni de situaciones particulares con decenas de homicidios simultáneos, que tras haberse repetido un número de veces han generado el escalofrío de esas 1000 muertes criminales. Se trata de una “normalidad” mantenida para dar lugar a 60 homicidios un año, 60 al otro, 60 al siguiente, 60 después, 60 a continuación, 60 de nuevo, 60 una vez más… así hasta los 1000 que ahora impactan contra nuestras conciencias. Y lo terrible no sólo es la dimensión alcanzada, sino el camino que lo ha hecho posible.

¿A qué otra violencia se le habría “permitido” sumar, año tras año, 60 homicidios hasta alcanzar los 1000? ¿Se habrían “permitido” 60 homicidios terroristas anuales durante 16 años, se habría reaccionado del mismo modo ante 60 homicidios racistas, o ante 60 crímenes mortales xenófobos o de cualquier otro tipo?. Claramente no.

En ninguno de esos homicidios habría una parte de la sociedad justificando las muertes por el origen o alguna circunstancia del agresor, o por la conducta  de las víctimas. En ninguna de esas violencias habría una estrategia a nivel de redes sociales intentando ocultar las características específicas de esas conductas, ni se hablaría de que “violencia es violencia”, ni tampoco se diría ante las denuncias que la mayoría son falsas o que los agresores pierden la presunción de inocencia por el simple hecho de ser denunciados. Y en ninguna de esas violencias se permitiría una asociación de víctimas de la ley encargada de combatirlas. En cambio, en violencia de género se permite todo eso y más. Ese es el problema.

Abordar la violencia de género significa enfrentarse a la realidad que la hace posible, no a las circunstancias de cada uno de los casos, sino a los elementos comunes a todos ellos que la cultura machista pone a disposición del hombre que decide acudir a ellos desde la normalidad. Una normalidad que lleva a las víctimas a decir “mi marido me pega lo normal”,como refleja la Macroencuesta de 2015 cuando el 44% de las mujeres que no denuncian dicen no hacerlo porque la violencia que sufren “no es lo suficiente grave”, o a que sean las víctimas, no los agresores, las avergonzadas (el 21% no denuncia por sentir vergüenza). Es esa normalidad machista la que genera la violencia contra las mujeres y la que dificulta solucionarla. Ninguno de los 60 homicidas que matan un año asesinan al siguiente, sin embargo, ese nuevo año otros 60 hombres terminarán asesinando a sus parejas o exparejas, pero estos tampoco lo harán el próximo año, aunque otros nuevos 60 hombres asesinarán a las mujeres con quienes comparten una relación de pareja… Y todos ellos surgen de la “normalidad” de una sociedad capaz de invisibilizar la violencia contra las mujeres y de ponerla en duda cuando se visibiliza. Ninguno formaba parte de redes criminales, ni estaba en bandas de delincuencia… eran  “hombres normales”, como luego los define el vecindario ante los medios de comunicación cuando conocen que han asesinado a sus mujeres.

Las 1000 mujeres asesinadas por violencia de género son consecuencia del “éxito” del machismo que lleva siglos maltratando, violando y asesinando, no del fracaso de la ley. Pero el machismo se mantiene con esa capacidad criminal porque no se hace lo suficiente para erradicarlo, lo vemos cada día ante la permisividad de los mensajes machistas que aumentan el odio hacia las mujeres, y presentan a los hombres como víctimas de una especie de complot feminista que busca enriquecerse a costa de su dolor. Y lo hemos visto cuando el Pacto de Estado se ha dirigido “contra la violencia de género”, y no “contra el machismo” que la origina desde la normalidad que ha impuesto por medio de la cultura.

“Un hombre blanco hetero”

Brenton Tarrant, el asesino que ha acabado con la vida de 50 personas y ha herido a 36  en el atentado que ha llevado a cabo contra dos mezquitas en Nueva Zelanda, es un “hombre blanco y hetero”. Puede parecer algo anecdótico o secundario, pero no lo es, hasta el punto de que él mismo se ha encargado de recogerlo en su manifiesto al definirse como “un hombre blanco normal”.

“La realidad no un accidente, es un resultado”, con frecuencia insisto en esta idea para hacer ver que muchas de las agresiones y homicidios que se producen son consecuencia de elementos estructurales y de un contexto violento que se mantiene en el tiempo alimentado a diario por el odio. No son “hechos aislados” o consecuencia de circunstancias y factores individuales que actúan de manera puntual en un momento dado, indudablemente, al final en cada uno de los casos hay elementos individuales y elementos del contexto que influyen en la forma de llevarlos a cabo, pero no son la causa de esos homicidios.

Los asesinatos de Brenton Tarrant son un crimen islamófobo y racista, pero no podemos olvidar que han sido planificados desde una posición de ultraderecha basada en ideas supremacistas que parten de la base de que hay determinadas personas que por su condición son superiores a otras, y que, en consecuencia,  sus ideas, creencias y valores están por encima de las del resto. Esa es la razón que lleva a que cuando deciden que ellos, por su condición, son los que tienen la capacidad para desarrollar determinados roles y funciones nadie diferente pueda ocuparlos, pues si lo hacen lo interpretan como una usurpación y un ataque que debe ser contrarrestado.

Este planteamiento es la esencia del machismo al situar, hace 10.000 años, allá por el Neolítico, la condición de los hombres como superior a la de las mujeres, pilar básico sobre el que luego se han introducido otros elementos de discriminación conforme se iban incorporando personas de diferentes características a los núcleos de población cada vez mayores y más complejos. La forma de pensar no ha cambiado en esencia, tal y como se ve en el propio Europarlamento cuando un eurodiputado como Janusz Korwin-Mikke pide desde la tribuna que las mujeres cobren menos porque “son más débiles y menos inteligentes”,u otro eurodiputado, también polaco y de ultraderecha, en este caso Stanislaw Zóltel, ha insistido recientemente (7-3-19) en el mensaje de que “hay tareas para hombres y tareas para mujeres”.

Esa idea basada en la condición como referencia para organizarlo todo es la razón de que cada vez haya más perfiles en las redes sociales que construyen sus argumentos desde la referencia de ser “un hombre blanco y hetero”para así demostrar y reivindicar su condición y presentarla como plataforma superior para lanzar sus argumentos en cada uno de los elementos que la componen:

  1. Hombre como referencia superior a las mujeres
  2. Blanco como referencia superior a otros grupos y extranjeros
  3. Hetero como referencia superior a otras orientaciones sexuales e identidades de género, pues no basta ser “hombre y blanco”, sino que además hay que ser heterosexual, tal y como la cultura patriarcal dice que han de ser los hombres.

Puro machismo. Un machismo que está en la esencia de toda esta construcción, puesto que el machismo es cultura, no conducta. La cultura que define esas identidades y al mismo tiempo establece las pautas, formas, espacios… de relación y convivencia en sociedad a través de lo que consideran que es el “orden social” y las ideas, valores, creencias, costumbres, tradiciones… que lo definen. Por eso, cuando interpretan que ese orden es alterado se ven en la necesidad de corregirlo, y de hacerlo con ese doble componente que imprimen a su conducta: el de castigo y el de lección.

Castigo sobre las personas concretas que entienden que lo han cuestionado (mujeres, extranjeros, practicantes de otras religiones, homosexuales, trans…), y lección para el resto en un doble sentido, por un lado, para los grupos diana que pueden sufrir esas agresiones con el objeto de que no se salgan de los roles, espacios, tiempos… asignados; y por otro, para toda la sociedad, con la idea de que sea consciente de los auténticos valores que le dan sentido, y de que hay gente que está dispuesta a defenderlos en cualquier momento.

El machismo está cada vez más organizado y articulado sobre esos elementos nucleares que vinculan la capacidad y el disfrute de los derechos a la condición de las personas, por eso en una época en la que la Igualdad avanza de forma imparable, y las mujeres ocupan el protagonismo y el liderazgo de la transformación social y cultural que se está produciendo, tanto a nivel local  como global, debemos estar pendientes de todo lo que sucede cada día para erradicar la violencia que ejercen y prevenir los golpes que dan desde sus posiciones y condición. Algunas de las informaciones que han aparecido estos días sobre el atentado de Brenton Tarrant lo han recogido de forma clara, el principal problema que lleva a este tipo de ataques es la “cultura online que existe, las redes sociales y las webs sobre asesinos de masas”, justo lo mismo que ocurre con la violencia machista y el odio que se inyecta a diario contra las mujeres con total impunidad.

“El machismo es la ideología de las ideologías”ya lo escribí en “La trampa del odio fragmentado” (19-6-16) tras el atentado de Orlando contra gais y lesbianas, por eso conforme pasa el tiempo y la Igualdad se asienta más, aumenta también la reivindicación de sus posiciones de poder a través de la exhibición de su condición de “hombre blanco y hetero”… Lo dicho, puro machismo.

 

“Supremachismo”

La terminología que habitualmente utilizan desde el machismo revela de forma gráfica cuáles son sus fuentes de conocimiento e inspiración. Es el machismo quien recurre al nazismo para llamar “feminazis” a las feministas y “feminazismo” al feminismo, es el machismo quien llama “adoctrinamiento” a la educación en Igualdad como si fuera una religión, es el machismo el que considera parte de una “ideología”, la denominada “ideología de género”, proponer acabar con la violencia de género y la injusticia de la desigualdad, no como una defensa de los Derechos Humanos… Y ahora es el machismo el que recurre al concepto racista del “supremacismo”.

Con todas esas referencias no podía tardar mucho en llegar a la idea que aglutina todos esas ideas y hablar de  la “supremacía” de las mujeres, del feminismo o de género para levantar la crítica y el rechazo a quien cuestiona su modelo de sociedad.

Nada sorprendente. El machismo es muy previsible porque se mueve en una realidad histórica que no quiere cambiar, lo cual hace que las referencias se le queden pequeñas y que tenga que recurrir a las palabras para modificar el enunciado sin que cambien las ideas. Por eso sus conceptos son tan mutantes, como por ejemplo ocurre con el llamado SAP (Síndrome de Alienación Parental), que primero hablaron de “alienación”, luego de “interferencias parentales”, después de “programación afectiva”… y así cambiarán todas las veces que hagan falta para decir lo mismo: que las mujeres son malas y perversas, y que manipulan a los hijos contra los padres tras la separación.

Esa misma necesidad de cambiar para seguir igual y de ocultar los nombres con otros nuevos, ya refleja la falacia que esconde su actitud, pero como hablan desde posiciones de poder y juegan con el favor de la normalidad y todos sus mitos y estereotipos, sus argumentos resultan creíbles, al menos durante el tiempo suficiente para generar algo de confusión, y con ella distancia al problema y pasividad en la implicación social para poder resolverlo. Por eso aún estamos donde estamos.

El supremacismo surgió como un posicionamiento racista basado en el llamado “racismo científico” del siglo XVII, que a través de la manipulación de la ciencia y con argumentos pseudo-científicos, estableció la superioridad de la “raza” blanca sobre la negra y el resto de grupos étnicos. Como se puede ver, no muy diferente a lo que ahora, en pleno siglo XXI, algunos “científicos” quieren hacer con el SAP y sus pseudónimos. Ya les he dicho que el machismo es previsible, reincidente y redundante.

El supremacismo liga la superioridad a la condición, de manera que es la persona por sus características la que resulta superior a las otras que no tienen esos elementos al no formar parte de su condición. No se trata de que determinadas circunstancias o factores les den ventaja, sino que esta se debe a su superioridad, y esa superioridad a su naturaleza.

Mucho antes del siglo XVII, en este caso bajo argumentos y posicionamientos que nada tienen que ver con la ciencia, concretamente 10.000 años atrás, justo en el Neolítico, los hombres decidieron que su condición era superior a la de las mujeres. Y bajo ese argumento organizaron la convivencia, distribuyeron los roles, los tiempos y los espacios, y establecieron unas formas de relación y dinámicas sociales que alimentaban y reforzaban esa construcción machista basada en la “superioridad” de los hombres.

El machismo es “supremachismo” porque los machistas son “supremachistas”. Se trata de hombres que se consideran superiores a las mujeres por su condición masculina y al margen de cualquier otra circunstancia. Da igual el status, el trabajo que tengan, los ingresos económicos… desde esa concepción el hombre siempre tiene un plus de racionalidad que lo hace superior, y un plus de fuerza por si alguien lo pone en duda, especialmente si quien lo hace es alguna mujer.

Lo que sucede estos días con la irrupción en la política de los argumentos machistas explícitos, y su continuidad en un sector de la sociedad, sólo es reflejo de ese “supremachismo” fracasado, pues a pesar de todo su poder, debemos ser conscientes de que ha contado con la cultura como inductora, con la normalidad como cómplice, con la inercia de la historia como motor, y con todos los instrumentos institucionales de una sociedad: educación, Derecho, Administración de Justicia, religiones… y ha fracasado. No ha sido capaz de mantener esa superioridad falaz sobre la figura de los hombres. Es cierto que muchos hombres están dispuestos a renunciar a la Igualdad para mantener esas ventajas levantadas sobre la injusticia de la desigualdad, pero también es verdad que la transformación que vive la sociedad, liderada y protagonizada por las mujeres, ya ha producido un cambio que  aglutina cada día a más mujeres y a más hombres, conscientes de que nada hay mejor que vivir en una sociedad que cuente con el “privilegio de la Igualdad”, y así hacer de la convivencia identidad.

La realidad demuestra que el machismo no quiere entender que el ideal de Igualdad es algo inalienable a la persona, y se encuentra en la conciencia de cada hombre y de cada mujer, por eso la Igualdad avanza y avanzará en las circunstancias más difíciles, y lo hará gracias al feminismo y a través de todos los campos minados que con sus mentiras, amenazas y violencia coloque el machismo “supremachista” para defender sus privilegios.

Nada ni nadie va a detener al feminismo ni a la Igualdad.

Vox y la Tercera Ley de Newton

La cultura es el hábitat de la convivencia como la naturaleza es el de la vida. Entre las dos hay elementos comunes y diferencias importantes basadas en el distinto significado de cada una; así, mientras que la naturaleza es un proceso “natural” sometido a las leyes del universo, la cultura es una construcción artificial bajo las leyes de los hombres, unos hombres que en su día decidieron lo que es bueno y necesario para organizarse y relacionarse, es decir, para vivir en desigualdad y con una serie de privilegios sobre las mujeres y cualquier otra persona a la que consideren inferior.

El aprendizaje y la interrelación entre naturaleza y cultura a través del mandato de los hombres ha llevado a entender que gran parte de las claves del poder está en la dominación, y que su estrategia debe basarse en la adopción de sus leyes para adaptarlas a las de la cultura, desde la Ley de la Gravedad que da peso a lo cuantitativo, a la Teoría de la Relatividad que luego se lo quita según interese al poder. Y entre ellas no falta la “Tercera ley de Newton”, conocida como “principio de acción-reacción”.

Sorprende que en este contexto, desde la política y los muchos análisis que se han hecho estos días no se vea esta dinámica, y se crea que la causalidad sólo está en el valor de las acciones, como si toda la sociedad fuera homogénea y como si desde la diversidad y pluralidad que la caracteriza se reaccionara siempre del mismo modo frente a propuestas e iniciativas. Se entiende, por ejemplo, que “nunca llueve a gusto de todos”, por muy necesaria que sea la lluvia y por muy suave que caiga para que no se produzcan daños, pero, en cambio, no se entiende que ante las políticas que garantizan  derechos, corrigen injusticias y mejoran la convivencia, haya quien las interprete como una “inundación” de sus ideas, valores, creencias, costumbres… y se reaccione con la misma agresividad y violencia que interpretan en esas medidas “invasoras” a favor de los Derechos Humanos.

La convivencia se basa en trabajar por lo común, no sólo proponer medidas al espacio compartido desde cada una de las posiciones. Convivir en un pueblo no es encontrarse en la plaza pública, sino lograr vivir la idea de pueblo en cada calle y en cada casa.

El auge de la ultraderecha y la llegada de Vox al Parlamento de Andalucía tiene varias causas, pero creo que la primera es esa “Tercera ley de Newton” ante situaciones, iniciativas, políticas… en definitiva, ante determinadas acciones que se han desarrollado, y que desde esa extrema derecha se consideran como un ataque a sus ideales y a su ideología.

Esta reacción a determinadas acciones concretas la vemos en sus propios argumentos y en las razones dadas por los dirigentes de Vox para justificar sus propuestas y su “necesaria presencia”. Todo gira alrededor de esa idea “trumpiana” de “lo mío primero”, y lo mío no es solo la idea de territorio o país, sino que quien piensa de ese modo sobre el territorio piensa también que “mis valores son primero”, “mis ideas primero”, “mis creencias primero”, “mi color de piel primero”, “mi sexo primero”… y por lo tanto, cuando se produce una acción diferente a esa visión egocéntrica, androcéntrica, etnocéntrica, geocéntrica… ellos reaccionan y apoyan a quienes defienden esas ideas y valores.

Esa es la fuerza de Vox, dividirlo todo en cuestiones particulares y unirlas bajo elementos simbólicos cargados de romanticismo, o sea, de subjetividad y de las referencias seguras del pasado.

Por eso, frente a la situación en Cataluña generada por el independentismo reacciona y alza la idea de una España “grande y libre”, ante la ley de Memoria Histórica reacciona y pide el olvido interesado, frente a las autonomías reacciona y plantea el Estado centralizado del pasado, ante Europa reacciona y copia aquello de “España primero”, frente a la “izquierda bolivariana de los <<Podemitas>>”reacciona y presenta su ultraderecha franquista, y ante la Igualdad reacciona y reivindica el machismo formal (no sólo funcional), y dominador de las esferas públicas y privadas…

Todas son cuestiones concretas sazonadas con los problemas económicos de ahora, y acompañadas de los elementos de temporada (corrupción política, desesperanza, percepción de amenaza, de que no hay salida…) y sobre todo miedo, mucho miedo, pues el miedo es el ruido de la política. Como se puede observar, no se trata sólo de una reacción global que sucede en toda Europa, el auge de la ultraderecha europea y Vox ya existían hace 4 años y entonces no hubo un apoyo en las urnas. Toda reacción necesita un enganche con la realidad, y Vox ha sabido canalizar los miedos y la preocupación sobre las acciones concretas que se han llevado a cabo estos últimos años y algunos acontecimientos ocurridos, para aglutinar la reacción en sentido contrario, además de aprovechar la visibilidad que se le ha dado y la pesca de insatisfacción a través de las “redes sociales de arrastre”.

A diferencia de muchas de las propuestas de los otros partidos, que parten de un diagnóstico más general y proponen soluciones más difusas (mejorar la educación, mejorar la sanidad, desarrollar la Ley de Dependencia…) el mensaje de Vox no es nada abstracto, todo lo contrario, es pura concreción sobre la destrucción: hacer desaparecer las Comunidades Autónomas, acabar con la Ley de Memoria Histórica, quitarle la autonomía a Cataluña, derogar la Ley Integral contra la Violencia de Género, echar a los inmigrantes…, pues parte de unos hechos objetivos sobre los que reacciona para alcanzar situaciones que ya han existido en el pasado. La referencia objetiva es doble, tanto en la causa como en la solución.

La situación se complica a partir de ahora. Ya se ha roto el miedo a identificarse con sus ideas y propuestas, o simplemente a aceptar su diagnóstico de la situación, lo vemos en las matizaciones que hacen desde el PP y Ciudadanos, pero sobre todo en algunos tertulianos que refuerzan sus argumentos sin pudor en los debates. No hay que olvidar que Vox juega con toda la construcción cultural histórica que ha mantenido como referencias sus postulados: machismo, centralismo, xenofobia, homofobia… No necesitan cambiar nada, sólo generar duda para que la gente se quede donde ha estado. A Vox no se le puede vencer en una especie de partida de partidos, la forma de lograr que la democracia vuelva a los valores comunes recogidos en la Constitución es convencer a la gente para que los apoye desde el compromiso, no sólo con los votos.

Creer que las manifestaciones, críticas, campañas… los puede debilitar es desconocer las razones por las que han llegado al Parlamento andaluz, cuanto más se les ataque más sólida será su reacción y más numerosos los apoyos, pues en definitiva se les estará dando la razón al demostrar que los sectores que ellos presentan como ilegítimos e interesados, y que consideran que se están enriqueciendo con el dinero de todos para intereses particulares (izquierda radical, feministas, animalistas, ecologistas, extranjeros…), están preocupados por su llegada. En definitiva, la “prueba del nueve” para Vox.

Vox significa menos democracia, por lo tanto la solución es más democracia, y hoy por hoy eso supone más Igualdad y definir un modelo de sociedad basado en el respeto y la convivencia, no sólo poner en marcha medidas para alejarnos de la desigualdad y su injusticia.

 

 

¿Y machista no era…?

Racista, xenófobo, supremacista… así describen los medios de comunicación a Nikolas Cruz, autor del asesinato de 17 personas en el instituto MS Douglas de Parkland en Florida. Se le acaban los adjetivos para hablar de la conducta y de los elementos de identidad que la motivaron, y en cambio no hacen referencia al elemento que está en la base de todos los demás: el machismo.

Quien parte de considerar que la identidad está basada en que su condición de hombre-blanco-heterosexual-estadounidense… es superior a la del resto, se siente legitimado para desarrollar toda una serie de conductas de discriminación y violencia contra quienes considera inferiores, de los cuales piensa que están usurpando parte de lo que le pertenece. Y como toda conducta violenta, su desarrollo puede aumentar de forma progresiva hasta llegar a las distintas expresiones de la violencia física, entre ellas el homicidio. Son crímenes que cuentan con todos los ingredientes en sus autores: razones morales basadas en su idea de superioridad, argumentos prácticos al entender que le están quitando algo que les pertenece, una carga emocional basada en el odio que refuerza toda esa construcción, y una solución a su alcance a través del uso de la violencia.

Todo indica que es lo que ha ocurrido con Nikolas Cruz, a pesar de la advertencia que se había producido a través de la denuncia sobre sus planes sin que que hubiera respuesta del FBI, algo nada casual cuando el contexto social y cultural crea una sintonía bajo referencias cercanas con quienes reciben la denuncia, restándole credibilidad a su contenido o a su trascendencia.

La identidad construida sobre las referencias biológicas que llevan a entender que una determinada condición es superior al resto, que es lo que se observa en este caso y en todos los crímenes de odio, no es nueva. Se remonta al Neolítico y su ADN es el machismo, que fue la primera referencia utilizada en aquel entonces para definir la identidad de los hombres y de las mujeres, a partir de la cual se ha ido reforzando para establecer la desigualdad en la convivencia social sobre las referencias de quienes ocupaban las posiciones de poder, que eran los hombres.

Fueron las ideas, voluntades y deseos de los hombres los que decidieron que la convivencia tenía que organizarse en diferentes niveles jerárquicos, y que lo masculino pasaría a ser considerado como universal y común para toda la sociedad, convirtiéndose en la referencia social, y de ese modo permitir que los hombres contaran con las condiciones idóneas para ocupar y desarrollar espacios de poder en lo individual. Y a partir de esos primeros momentos, en lugar de cambiar conforme la organización social se modificó, lo que se hizo fue reforzar la construcción con los distintos elementos de poder e integrar otras referencias para incorporar al grupo original a los niveles más altos de su estratificación social, y de ese modo consolidar la estructura social sobre sus ideas, valores, creencias, origen, procedencia, color de la piel… pero siempre con lo masculino y los hombres como núcleo de esa organización.

El resultado es que la condición dominante no sólo es diferente a las otras, sino que, además, es superior. Por eso, para ese modelo, una mujer es diferente a un hombre e inferior, un homosexual es diferente e inferior, un afroamericano es diferente e inferior, un extranjero es diferente e inferior… y así podemos seguir uniendo factores de discriminación para hacer de esa construcción jerarquizada una fuente de discriminación interseccional, es decir, resultante de la interrelación de los diversos factores individuales para aumentar la desigualdad y acumular más poder; por ejemplo, una mujer es discriminada por su condición, pero si además es extranjera, con otro color de piel y una orientación sexual distinta, aún será mas discriminada.

Esa es la razón que hace que un machista sea homófobo, racista, xenófobo… porque el machismo está en el núcleo de esa identidad que parte de la condición como factor de referencia para considerar al resto diferentes e inferiores. Luego podrá expresar las distintas discriminaciones con más o menos frecuencia o de forma más o menos explícita dependiendo de las circunstancias, pero la construcción de la identidad machista las lleva todas en su esencia.

El machismo es cultura, no conducta, y la cultura machista es una estructura de poder, por eso se desarrollan conductas dirigidas a la consecución y a la perpetuación esas posiciones de privilegio bajo el amparo del sistema social y cultural, que a su vez se ver reforzado por los comportamientos individuales en una especie de “todo el mundo gana”.

Es lo que ha ocurrido con Nikolas Cruz, que ha desarrollado una actitud y una conducta sobre las referencias comunes de una sociedad que él ha llevado hasta el peor de sus extremos, pero no por ser diferentes, sino por vivirlas de una forma especialmente intensa y particular en sus circunstancias. Y esos factores comunes son los que hacen que la advertencia de que podía pasar no se vea tan grave o no resulte creíble, como ha ocurrido con las denuncias ante el FBI. Si la denuncia hubiera sido sobre un posible atentado yihadista, aunque las evidencias hubieran sido similares, habría conllevado la respuesta inmediata por parte del FBI, pues esa violencia está construida sobre referencias completamente diferentes a las que caracterizan el contexto socio-cultural. Es la misma situación que se presenta en violencia de género, cuando la palabra de las mujeres no resulta creíble o las consecuencias de su denuncia no se vean tan graves o posibles.

El machismo está en la base de la violencia interpersonal nacida de la condición de quien la ejerce y desarrollada de la mano del odio contra quien se considera diferente e inferior, por eso en una cultura levantada sobre la superioridad de los hombres sobre las mujeres estas son las primeras en sufrir sus consecuencias, pues cada golpe hace que el hombre que lo da se siga creyendo superior, y la sociedad más sólida sobre el machismo.

Nada es casual, el machismo es causa, no resultado.

Trump y los hombres “equi-equi”

TRUMP Y LOS HOMBRES “EQUI-EQUI” (Machistas de Playa -V-)

La genėtica lo tiene claro, los hombres son XY y las mujeres XX, sin embargo la cultura es capaz de revolucionar las referencias de la biología para, en una especie de mutación social, crear los “hombres equi-equi”.

Son los hombres equidistantes, hombres creados por el machismo para que defiendan sus valores e ideas intentando confundir al resto de la sociedad con el objeto de que no se posicione a favor de la Igualdad y, por tanto, en contra de sus intereses.

Es parte de la estrategia de quienes ocupan posiciones de poder, pues para conseguirlo necesitan contar con el contexto de la normalidad y la credibilidad en sus palabras. Lo hemos visto estos días pasados en Donald Trump cuando, al condenar el ataque neonazi  ocurrido en Charlottesville, mantuvo una equidistancia entre el agresor y su ideología fascista y los manifestantes progresistas atacados. La situación ha sido tan descarada y trascendente que las críticas surgidas a su actitud desde todos los frentes, algo habitual cuando se justifica la violencia que amenaza al conjunto de la sociedad, como suele ocurrir con el neonazismo, lo han obligado a rectificar y a condenar el atentado.

Lo que el machismo hace cada día es algo similar. Los machistas “equi-equi” lanzan siempre que pueden mensajes que equiparan la violencia que sufren las mujeres con las violencias dirigidas contra los niños, los ancianos, los hombres… atendiendo al resultando, pero ocultando las circunstancias y su significado; y luego justifican la violencia de género con argumentos que hablan de que se trata de algo “ocasional”, de unos pocos “hombres malos”, de casos “individuales” relacionados con el “alcohol, las drogas o los problemas mentales”… Cualquier razón es buena para ocultar la violencia de género entre las otras violencias, y así conseguir que no haya posicionamiento crítico frente a ella y que esa normalidad cómplice que crea la cultura no se vea alterada. Y en esa estrategia la equidistancia resulta especialmente útil al transmitir la idea de que importan “todas las violencias”, no sólo una, como intentan hacer creer para presentar al feminismo y la Igualdad como planteamientos egoístas sólo a favor de las mujeres y, en consecuencia, en contra de los hombres.

Y mientras cuenten con la complicidad de lo normal conseguirán que esa equidistancia sea distancia frente a la violencia de género, y proximidad contra el resto de las violencias, puesto que nadie las justifica, ni minimiza, ni tampoco habla de “agresores malos, borrachos, drogadictos, locos…” en esas otras violencias, algo que, como hemos comentado, sí sucede con la violencia dirigida contra las mujeres. Sin esa equidistancia falsa no sería posible que una violencia que ocasiona el 20% de los homicidios anuales en España, y que los produce en “dulces hogares”, fuera de cualquier escenario de delincuencia y criminalidad, sólo sea considerada como problema grave por el 1’4% de la población (CIS, julio 2017). Y eso es lo que ocurre con los 60 hombres que asesinan a sus mujeres desde la normalidad, hasta el punto que el 75-80% de ellas han vivido esa violencia hasta el asesinato sin llegarla a denunciar.

Una equidistancia tan falsa que mientras que no se cuestiona ninguna de las leyes ni medidas dirigidas a combatir el resto de las violencias, ni a sus agresores se les considera víctimas de ellas, la Ley Integral contra la Violencia de Género es atacada sistemáticamente desde la sociedad y algunos foros de la propia administración de justicia, y los hombres (todos) son presentados como víctimas de esa norma.

Esta situación es el resultado de esa aparente equidistancia de los “hombres equi-equi”, una posición nada casual ni accidental, sino una meditada estrategia del posmachismo para potenciar la confusión y con ella la pasividad. Por eso no piden medidas contra las otras violencias, sólo que se quiten las que ya se han establecido para avanzar en la erradicación de la violencia de género. Todo como parte de una manipulación tan burda, y al mismo tiempo creíble por contar con la autoridad de su palabra, que la propia violencia machista que ellos ejercen se presenta como fracaso de las leyes y recursos desarrollados para acabar con ella bajo el mensaje de “siguen matándolas”, como si la promulgación de leyes supusiera un cambio en la mentalidad y en la cultura que da lugar a ella.

El machismo y los hombres “equi-equi” no son capaces de ver lo que la sociedad ha avanzado en Igualdad, pero sí de afirmar que lo que ellos ocasionan con su violencia se debe a que los recursos son captados por el “lobby feminista”, y no por las “verdaderas víctimas”. Pues ellos son los que tienen la autoridad para decir quienes son las “verdaderas víctimas”, lo que es la “igualdad real”, cuál es el “auténtico concepto de violencia”, quién es un “buen padre” y una “mala madre”, cuándo una “denuncia es falsa y cuándo verdadera”…

Es la consecuencia de su falsa equidistancia, aquella que les lleva a afirmar que están en contra de la violencia de género y al mismo tiempo se oponen a las medidas dirigidas a combatirla; la que dice que feminismo es lo mismo que machismo; la que sitúa a un hombre maltratador a mitad de camino entre un buen padre y una mala paternidad; la que pide aplicar la ley con contundencia cuando se denuncia a una mujer, y la critica cuando se aplica ante hombres maltratadores; la que dice que los hombres condenados con sentencia por violencia de género son inocentes, y las mujeres son autoras de denuncias falsas sólo porque ellos lo dicen…

Ante la violencia de género no hay neutralidad ni puede existir equidistancia, o se está contra ella y en el lugar donde ese posicionamiento se traduzca en acción, o se está a favor de que todo siga bajo su realidad. Es así de sencillo.

Tan sencillo que cuando esa equidistancia se presenta frente a otra violencia, como ha sucedido con Donald Trump ante la violencia fascista ocurrida en Charlottesville, todo el mundo reaccionó para exigirle que abandonara esa equidistancia y condenara a los violentos. Si la sociedad fuera igual de exigente y responsable ante la violencia de género, los hombres “equi-equi” tendrían que abandonar su machismo y la estrategia del odio que promueven cada día.

Mientras no suceda seguiremos viendo a estos hombres “equi-equi” pasear su machismo por playas, redes, foros y medios, tal y como ha sucedido este verano.