About Miguel Lorente Acosta

Profesor Titular de Medicina Legal en la Universidad de Granada. Médico Forense. Especialista en Medicina Legal y Forense. Máster en Bioética y Derecho. Blogs: "Autopsia" y "Cardiopatía Poética" @Miguel__Lorente

La paradoja de la violencia: terrorismo y violencia de género

En el anterior artículo (La violencia también tiene sus seguidores”vimos cómo la vida nos conduce a través de decisiones y elecciones, y cómo la violencia forma parte de ese proceso de elección cuando de lo que se trata es de defender lo propio. Unos lo defienden con la violencia y otros muchos con pasividad y justificaciones ante esa violencia, pero no buscando un objetivo diferente.

En todo este escenario llama la atención la actitud general ante los diferentes tipos de violencia, y tenemos dos ejemplos muy cercanos por su proximidad y por su presencia en el debate político. Me refiero a la violencia terrorista de la banda ETA y a la violencia de género.

La banda terrorista despierta un amplio e intenso rechazo en la mayor parte de la sociedad, sin embargo, la inclusión de siete asesinos en las listas de Bildu ha dado lugar a una crítica muy polarizada por la política y ciertos sectores sociales y mediáticos, que ven en la decisión una forma de cuestionar y atacar al Gobierno por pactar con Bildu determinados apoyos. Podemos decir que no se está de acuerdo con la decisión de Bildu de incluir a terroristas, pero que los argumentos críticos giran más alrededor de la estrategia del Gobierno; ni siquiera es Bildu quien recibe las críticas más intensas.

La violencia de género, por su parte, no se acompaña de un rechazo generalizado e intenso en la sociedad a pesar de que cada año asesina a 60 mujeres de media, de hecho sólo un 0,8% la considera entre los problemas principales cuando representa el 21% de todos los homicidios que se producen en España. Sin embargo, si un partido decidiera incluir en sus listas a siete asesinos por violencia de género o a siete violadores, la crítica sería generalizada y tan intensa que difícilmente ese partido podría concurrir a las elecciones, y si lo hiciera su resultado sería bajísimo. Nadie matizaría nada ni diría que ya han cumplido con la pena, todo el mundo, desde la política, los medios de comunicación y la sociedad cuestionaría la decisión y haría todo lo posible para que esa lista fuera rechazada.

En la situación anterior se ve una paradoja entre la permisividad y complicidad social que existe alrededor de la violencia de género, y la reacción tan intensa que se produce cuando se conoce alguna de sus consecuencias. La paradoja existe al comprobar que la pasividad conlleva que sólo se denuncie un 30% del total, y que la mayor parte transcurra entre la invisibilidad y el anonimato, hasta el punto de que el 70-80% de las mujeres asesinadas nunca han denunciado la violencia que termina asesinándolas.  Sin embargo, toda esa pasividad se convierte en reacción ante los casos conocidos.  

Y también se aprecia una paradoja ante una banda terrorista como ETA, que después de 12 años de haber desaparecido aún se utiliza como argumento político habitual, y se habla de “herederos de ETA”, de “filoetarras” o directamente de “terroristas” para cuestionar determinados apoyos del Gobierno. En cambio, cuando se conoce que siete de sus miembros condenados por asesinato van a formar parte de las listas de Bildu, la reacción y la crítica se lleva a cabo en clave política, no tanto social, no es tan unánime, ni se centra en quienes son responsables de esa decisión, que es Bildu, ni en el impacto y significado que tiene sobre la democracia, sino que se dirige contra el Gobierno por los apoyos que ha tenido de ese partido.

Y es paradójico porque no hay una relación proporcional entre el sentimiento que se demuestra ante las dos violencias, y la respuesta que se produce cuando se tienen que tomar decisiones sobre situaciones donde están presentes. La situación es tan paradójica que los mismos que utilizan la violencia de ETA y sus 855 asesinatos en 42 años en sus críticas, pactan y gobiernan con quienes niegan la violencia de género y sus 1203 mujeres asesinadas en 19 años hasta hoy, porque esta violencia sigue actuando. 

Y lo que demuestra esta paradoja es que las dos posiciones son falsas.  

Lo que realmente ocurre es que ETA no preocupa, preocupó mucho en su momento, pero hoy el recuerdo y la acción se centra en las víctimas y en su memoria, no en la acción de una banda criminal que ya no existe. Por eso la inclusión de siete terroristas asesinos genera una reacción más emocional que cognitiva, puesto que el conocimiento de la banda no tiene sustento para preocupar hoy. Y por ello la estrategia va más dirigida contra el Gobierno que contra Bildu, que es el partido que decide incluirlos en las listas, porque lo que se busca desde el plano emocional es desgastar y criticar al Gobierno como parte de la estrategia electoral que lleve a conseguir el poder.

Y por la misma razón la violencia de género no preocupa, lo que preocupa es que se descubra que no preocupa, por eso hay una reacción tan intensa y generalizada ante cada caso conocido, como la habría si siete de sus asesinos fueran en una lista. Es lo que en su día definimos como la estrategia del “chivo expiatorio”. Los hombres pueden hablar y compartir entre ellos videos de la violencia que utilizan contra las mujeres, pero cuando un asesino, un maltratador o un violador es descubierto se produce una reacción generalizada e intensa por parte de la misma sociedad machista que niega, invisibiliza y culpabiliza a las mujeres de la violencia que sufren por parte de los hombres. Y lo hacen porque cuando uno de estos agresores es descubierto el sistema necesita demostrar que es un problema de “unos pocos”, y que es el propio sistema el más interesado en darles su merecido. Gracias a estas iniciativas mucha gente se queda tranquila y se refuerza en los mitos y estereotipos que el propio sistema crea para la ocasión, pero en realidad no se actúa contra las causas estructurales de una cultura machista, del mismo modo que no se critica de manera generalizada ni mantenida en el tiempo a los partidos que niegan la violencia contra las mujeres ni a los que pactan con ellos. Es más, también se critica al Gobierno por adoptar medidas contra esta violencia, y hablan de que se actúa contra los hombres y de adoctrinamiento de la juventud por desarrollar medidas para prevenirla.

Recordemos que la violencia siempre tendrá apoyo de quienes comparten las ideas con los violentos que la usan para defender esas ideas. Se cuestionará el resultado, pero no la situación que lleva a que haya quien utilice la violencia. Por eso, del mismo modo que se acabó con ETA a través de la respuesta social, política e institucional dirigida contra el terrorismo, no contra la “violencia terrorista”, tenemos que acabar con la violencia de género actuando desde la sociedad, la política y las instituciones contra el machismo, no sólo contra la violencia de género que produce el machismo. 

Y por de pronto, ya vemos que el “pacto de Estado” es insuficiente y desenfocado al haberlo centrado en la violencia de género.

La violencia también tiene sus seguidores

La vida es un proceso que transcurre entre decisiones y elecciones, y la violencia que forma parte de ese trayecto también tiene algo de elección.

Nadie está en la violencia por error o accidente, pueden haber existido factores facilitadores y experiencias que te acercan a la violencia, como un tren te aproxima a una estación, pero permanecer en ella es una elección nacida de una decisión consciente, como lo es bajarse en la estación o no hacerlo y continuar el viaje. El tren no tiene la culpa de una u otra elección.

Los trabajos de Paul C. Whitehead y Paul S. Maxim insisten en la idea de “violencia racional” y en todo lo que conlleva de decisión planificada, de adopción de medidas para evitar las consecuencias derivadas de su uso, y de búsqueda de objetivos concretos a través de ella. Nada es fortuito ni casual.

Y del mismo modo que nadie está en la violencia por error, tampoco lo está solo. Todas aquellas personas que se identifican con las causas que llevan a que determinadas personas las defiendan por medio de la violencia, de algún modo las acompañan, aunque no estén de acuerdo con su elección violenta ni con el resultado de la misma, pero tampoco lo están con quienes no comparten sus planteamientos respecto a la situación o ideas que defienden.

Ocurre en todas las violencias donde hay un respaldo social. Lo vimos cuando ETA asesinaba en España, lo hemos visto en las palabras de Donald Trump al referirse en la reciente entrevista de la CNN al asalto al Capitolio como “un día hermoso e increíble”, y afirmar que indultaría a muchos de los implicados, y lo vemos con el racismo, como ha revelado el caso de Vinicius estos días. Quienes comparten las causas acompañan a más o menos distancia a los violentos que las defienden con la violencia. Y cuando la violencia se ejerce para defender un modelo de sociedad androcéntrico, la sociedad machista justifica y acompaña a los violentos, aunque muchas personas no compartan el resultado de sus agresiones, pero sí lo hacen en la defensa común del machismo y sus referencias. Esa es la razón por la que a pesar de las 60 mujeres que son asesinadas de media cada año, el porcentaje de población que la incluye entre los problemas principales es tan sólo del 0,8% (Barómetros CIS, 2022).

Las decisiones y elecciones sobre quienes usan la violencia surgen en estas circunstancias sociales, y cada uno las utiliza según la situación para defender su posición. Y lo mismo que el concejal de Vox en Albuñol (Granada), partido que niega la violencia de género, dijo tras el homicidio de una mujer y el posterior suicidio de su asesino que los dos tenían la culpa, los responsables de Bildu deciden llevar en sus listas a siete terroristas condenados por asesinato junto a otros miembros de la banda, pues aunque no compartan el resultado sí lo hacen con las causas e ideas que llevaron a él. La proximidad ideológica en cada caso se refleja en la actitud ante la violencia que nace de ella.

La decisión electoral de Bildu se puede presentar como un éxito de la democracia al haber conseguido que quienes antes defendían sus ideas con armas y asesinando, ahora lo hagan en las instituciones y dialogando. Pero la situación es más compleja.

Una democracia no sólo es forma y rito, también es ética. Y los valores sobre los que se debe articular la convivencia no se logran si se entiende que cualquier experiencia es susceptible de aportar elementos a esa convivencia formal y ética. En ese sentido, quienes están en la política no son meros tramitadores de propuestas e iniciativas, ante todo son los responsables de la soberanía de un pueblo democrático en el que la violencia no tiene cabida. No se representan a sí mismos ni sólo a quienes los votan, a ellos deben rendirles cuentas del voto con sus actuaciones, pero en verdad representan a todo el pueblo que ha confiado en la democracia para que se produzca el encuentro de las distintas posiciones dentro del marco constitucional de los Derechos Humanos. Por eso un violador, un asesino machista, un narcotraficante… no deben ir en las listas que nacen de la aspiración de ese pueblo, y por la misma razón un terrorista tampoco debe ir. Puede hacerlo legalmente, pero no éticamente.

Quien utiliza las circunstancias del contexto para actuar contra él no cuenta con la licitud para participar en el proceso que nace de ese contexto, aunque pueda hacerlo desde el punto de vista formal. Y en este caso, los terroristas que utilizaron la libertad de la convivencia democrática para actuar contra ella no deben participar, aunque hayan cumplido la pena correspondiente por el daño material causado. Hacerlo significa seguir causando daño en el plano ético al ver cómo los valores democráticos quedan distorsionados por quienes los han atacado de la forma más terrible posible. Más aún cuando se comprueba que es la violencia terrorista usada en su día la que les proporciona el reconocimiento para estar hoy en las listas democráticas, porque si hoy están en las listas de Bildu es por haber sido terroristas, no por otros méritos. Ninguna de estas personas es necesaria, menos cuando se trata de listas cerradas y hay disciplina de voto en los partidos.

La democracia necesita mantener sus valores y la esencia de sus elementos sin interferencias y sin manipulaciones, de lo contrario la confianza que necesita el sistema se perderá y no habrá espacio colectivo ni común, sólo parcelas desde las que hacer incursiones para tratar de beneficiar proyectos particulares, algo que acabará con el ya deteriorado sentimiento de pertenencia a algo más que lo particular, lo local y lo inmediato.

Quienes critican antes al Gobierno que a Bildu demuestran que les importa poco el daño que la inclusión de terroristas en las listas le hace a la democracia, y que lo único que les interesa es el poder, aunque para ello tengan que gobernar y pactar con quienes niegan la violencia de género que en 19 años ha asesinado a 1203 mujeres. Una violencia que aún existe y sigue matando a mujeres, no la de ETA, una violencia terrible, pero que ya no existe y que en 42 años asesinó a 855 personas. 

Y es que cada uno adopta una actitud pasiva y permisiva con la violencia que defiende causas y objetivos compartidos.

Mono, tonto y racismo

El racismo no lo da el insulto empleado, sino el ataque contra la persona de otro color o grupo étnico; lo mismo que el machismo no viene definido por las palabras utilizadas en un momento dado, sino por la violencia contra las mujeres que las acompañan.

Lo ocurrido en Mestalla el pasado domingo (21-5-23) en el partido Valencia-Real Madrid es muy expresivo de cómo actúa la violencia estructural en sus diferentes expresiones. Y no es un problema de Mestalla ni de Valencia, es un problema de toda la sociedad, puesto que esa violencia que forma parte de la estructura social viene definida por la construcción cultural androcéntrica. Lo de Valencia es sólo el ejemplo más cercano y gráfico por las circunstancias del partido.

A Vinicius le llamaron “tonto” después de haberle llamado “mono”, y se le llamó “mono” por ser negro. Por lo tanto, recurriendo a la propiedad transitiva de las “matemáticas sociales”, se le llamó “tonto” por ser “negro”. Ocurrió dentro del estadio, pero sobre todo se vio en sus aledaños a la llegada del autobús del Real Madrid, cuando un grupo numeroso de aficionados le gritaron, antes del comienzo del partido, “Vinicius eres un mono”, probablemente creyendo que al estar en la vía pública tenían más libertad para expresarse tal y como sentían, y sin miedo a que pudiera haber alguna sanción sobre el Valencia. 

Los insultos continuaron dentro del estadio, aunque una gran parte de quienes los profirieron cambiaron la palabra “mono” por “tonto” para hacer creer que no tenían nada que ver con el racismo. Y si ya sorprende que los aficionados se comportaran de ese modo, llama mucho más la atención que durante la rueda de prensa de Carlo Ancelotti un periodista local recriminara al entrenador del Real Madrid que no se trataba de racismo porque lo que se había oído en el estadio era “tonto”, no “mono”, como si fuera la palabra empleada para insultar la que definiera el racismo, y no el contexto violento en que se utiliza.

Todo lo ocurrido demuestra que no fue un error ni una reacción a lo sucedido en el campo, y que en ese comportamiento existía clara conciencia de lo que se hacía, tanto que las expresiones racistas para insultar a Vinicius trataron de ocultarse entre diferentes justificaciones. Una de ellas recurrir a la palabra “tonto”, bisílaba con dos oes para que se confundiera con “mono”, y la otra hacer creer que todo se debió al calor del choque deportivo, incluso responsabilizando al propio Vinicius por lo sucedido.

Nada nuevo. El machismo es cultura y como tal juega con la normalidad para que todas las personas que no se ajusten a las referencias de su modelo puedan sufrir violencia como forma de mantener su orden y control. Y en nuestro entorno esas referencias son ser hombre, blanco, heterosexual, nacional… por lo que quienes no cumplan con ellas pueden ser víctimas de la discriminación y la violencia, de manera que las mujeres, las personas con otro color de piel, homosexuales o con diferente orientación sexual, las extranjeras… en algún momento sufrirán las consecuencias violentas de esta forma de entender las relaciones sociales.

Y para ello el sistema cuenta con dos instrumentos esenciales. El primero es la capacidad de determinar la realidad para que todo suceda como está previsto que ocurra dentro de la “normalidad”, también con las manifestaciones de sus discriminaciones y violencias, entre ellas el racismo, la violencia de género, la xenofobia, la homofobia… Y el segundo es la capacidad de dar significado a los hechos para que puedan ser justificados o explicados como consecuencia de determinadas circunstancias, o para que cambie su sentido según la palabra empleada, como hemos visto con la táctica utilizada al decir que no han dicho “mono”, sino “tonto”. De ese modo se evita que se levante una crítica sobre la esencia de lo ocurrido y todo quede como una anécdota, evitando que la sociedad tome conciencia sobre su verdadero significado y se posicione en contra.

Es lo que hemos visto con la violencia racista ejercida sobre Vinicius, primero se emplea con el objeto de causar un daño, y luego se trata de negar con el cambio de significado centrado en la utilización de una palabra “neutral” sin aparente carga racista (“tonto”).

Pero el machismo y sus violencias contra las personas consideradas “diferentes e inferiores” ya no engaña a nadie, quizás sólo se engañe a sí mismo al creer que ese tipo de estrategias pueden pasar desapercibidas. Ya no lo hacen, una gran parte de la sociedad es consciente de todo lo que hay detrás del machismo y su racismo, pero no basta con saberlo, también es necesario romper con la normalidad tomando medidas contra quienes la utilizan para usar su violencia y mantener sus privilegios. De lo contrario, la violencia continuará bajo la justificación de siempre y la impunidad de cada nueva vez.

“Hijo de puta”

La docuserie “Una historia de crímenes” realizada por Ficción Producciones y emitida en Prime Vídeo, analiza hechos criminales de diferente tipo desarrollados en circunstancias muy diversas, lo cual permite obtener una imagen amplia sobre la criminalidad que tenemos y la clase de sociedad donde se produce. La mayoría de los crímenes terminan en un asesinato, ocho de ellos cometidos por hombres y siete por mujeres.

Los casos son introducidos y presentados de manera magistral por Manuel Marlasca y Patricia Abet, que analizan y explican algunas de las circunstancias de lo ocurrido en cada crimen, y yo mismo participo como Médico Forense y Especialista en Medicina Legal para estudiar algunos de los elementos de los homicidios y hechos recogidos, y su relación con la criminalidad en general.

La serie muestra con objetividad la dureza que hay detrás de cada crimen y el daño que genera a su alrededor, pero también la proximidad y normalidad en la que se mueve la violencia en nuestra sociedad, y cómo el recurso a ella depende más de factores individuales influidos por los contextos y las referencias sociales y culturales, que de extrañas circunstancias y elementos fuera de control.

Desde mi punto de vista, como espectador que ve cada uno de los capítulos junto al resto de la gente, creo que la serie ha conseguido captar la atención sobre esa cercanía de los crímenes, y mostrar cómo surgen a partir de razonamientos que pueden parecer terribles o absurdos desde la distancia, pero que son los que se utilizan para dar el paso hacia la violencia criminal.

Una de las cosas que me ha llamado la atención, ahora que se pueden ver los diferentes casos de manera continuada, es la reacción habitual de la gente cuando el asesino es trasladado a las dependencias policiales o judiciales, especialmente cuando la víctima ha sido una mujer por el significado que tiene.

La multitud agolpada a las puertas por donde llega el coche con el detenido, una vez que sale para entrar en las dependencias se abalanza sobre él, aunque las personas que la forman no consigue alcanzarlo por el cordón policial que se establece, y comienzan a gritarle e insultarle sin parar, al tiempo que lo llaman asesino. Y entre los insultos, el que nunca falta y el que más se oye es el de “hijo de puta”.

El machismo de nuestra sociedad está tan arraigado y presente en todo momento, que es capaz de insultar al asesino de una mujer a través del insulto a otra mujer y a todas las mujeres. Llamar “hijo de puta” a un hombre se presenta como un insulto porque significa reconocer que la maternidad ha sido consecuencia de una “mala mujer” que ha mantenido la relación sexual con un hombre a cambio de dinero, y que el embarazo del que nace la persona en cuestión no es producto del amor ni deseado, sino de esa transacción comercial asociada a la perversidad de las mujeres que la llevan a cabo. 

Con ese insulto se reconoce que la persona insultada es hijo de una “mala madre” por ejercer la prostitución, y que no ha contado con un padre en su crecimiento y maduración. Da igual que la madre le haya dado mucho amor o que haya tenido una pareja que haya ejercido la paternidad. Para el machismo esa situación no es válida porque sus referencias están construidas sobre lo biológico. Por eso dicen que los hombres son “más fuertes y más inteligentes”, porque previamente han decidido qué se debe entender por fortaleza e inteligencia sobre la condición masculina. Y por dicha razón definen la paternidad sobre lo biológico, para que sea el hombre padre quien pueda tener control sobre su descendencia, con independencia del cuidado y el amor que le de a sus hijos e hijas. De ese modo se hacen insustituibles, pues nadie puede reemplazarlos en lo biológico.

De manera que un “hijo de puta” es el resultado de la conducta de una mala mujer y la ausencia de un “buen hombre como padre de familia”, por eso se enfatiza en el insulto que ella es una “puta” y no se dice que es un “hijo de putero”, porque se entiende que el hombre “sólo tiene sexo con quien se pone de manera voluntaria en disposición de tenerlo a cambio de dinero”. Si no se responsabilizara a las mujeres bajo la trampa de que ellas son las que deciden ejercer la prostitución, como explicamos en “La necesidad de las putas”, tendría que reconocerse que los hombres y su modelo androcéntrico las someten y discriminan para que vean en el ejercicio de la prostitución una opción válida.

“Hijo de puta” tiene ese doble valor como insulto, por un lado hace entender que es hijo de una “mala mujer”, y por otro, porque supone la ausencia absoluta de padre, ya que no sólo ha crecido al margen de su referencia, sino que, además, ni siquiera sabe quién es, lo cual vuelve a incidir sobre la mala madre por haberle negado el padre al hijo al ejercer la prostitución. Y los dos elementos son necesarios, pues puede haber otros hijos de “malas mujeres”, como podría ser el de una asesina, o que no hayan conocido a su padre, como ocurre con los hijos que nacen después de que el padre haya fallecido, pero nadie insulta diciendo “hijo de asesina” o “hijo póstumo”, porque de lo que se trata es de reforzar el sistema androcéntrico y su mito de que las mujeres son “malas y perversas” hasta el punto de mantener sexo por dinero, y con ello quitarle el padre a los hijos e hijas que nacen en esas circunstancias.

La prostitución no es una decisión de las mujeres, sino una imposición de los hombres y su cultura, y por eso el significado no parte de lo que muchas mujeres puedan entender desde su libertad, sino de lo que el modelo cultural ha decidido y normalizado en nuestra sociedad. Intentar cambiar los hechos sin modificar el contexto que le da sentido, es como empezar la casa por el tejado, que no sólo no se levanta, sino que lo más probable es que nos atrape bajo los escombros de las circunstancias.

Catar y la estrategia de lo “de repente”

El mundial de fútbol de Catar se decidió hace 12 años, el 2-12-2010, pero parece que ha sido en estos últimos días cuando la gente y muchos medios se han enterado de la noticia, y del terrible error que supone blanquear a un régimen que no respeta los Derechos Humanos con un acontecimiento mundial y popular de este tipo. 

Durante estos doce años se han podido hacer muchas cosas para evitar que el mundial se llegara a celebrar en Catar y buscar alguna alternativa, pero no se ha hecho nada, y ahora mientras se piden acciones contra su celebración y se admiran los gestos de quienes se niegan a formar parte de este circo, se deja que todo siga igual. Un escenario que revela que estas acciones sirven más para tranquilizar nuestras malas conciencias que para crear conciencia de la buena sobre todo lo que hay detrás, no sólo de Catar, sino de la mercantilización del deporte y la cultura.

Nada nuevo, por otra parte, en este tipo de decisiones, y ese es el problema. Todo sigue bajo los mismos mandatos, como se dijo de forma muy gráfica tras los gritos de los estudiantes del colegio Elías Ahuja, “es la tradición”, o sea, la repetición bajo la normalidad.

Es lo que ha ocurrido con el Mundial de Fútbol y con otros acontecimientos deportivos, que se han celebrado en la Italia fascista (1934), en la Argentina de la dictadura (1978), en la Rusia prebélica (2018), en China (Juegos Olímpicos de 2008)… y siempre con la excusa ética de hacerlo para que a través de este tipo de celebraciones se ayude a cambiar la situación de esos países y respeten los Derechos Humanos, lo cual agrava  aún más la decisión, puesto que demuestra que no se trata de un error, y que al ser consciente de la injusticia que supone se busca un argumento moral para justificarlo. Es lo mismo que se dice para justificar la celebración de la Copa de España en Arabia Saudí; lo de los millones que cobra en cada caso la Federación Española de Fútbol, la FIFA, el Comité Olímpico Internacional y todos los intermediarios parece que es anecdótico y secundario.

Todo forma parte de la construcción androcéntrica de poder cuyo objetivo es acumular más poder. Y para lograrlo utiliza los diferentes instrumentos que el propio sistema desarrolla para conseguirlo, y ahora el más práctico es la economía capitalista con todas sus variantes (financiera, mercado, empresarial, monetaria, energética…) Al final es ese marco y son esas referencias las que se utilizan para alimentar y mantener el orden, porque “si es bueno para el sistema, es bueno para todos los que forman parte de la estructura de poder del sistema”, con independencia de que en un momento determinado alguno de ellos no se beneficie de la iniciativa puesta en marcha.

Curiosamente, nunca se ha planteado ayudar a celebrar un Mundial en países pobres donde se respetan los Derechos Humanos, que necesitan la atención de todo el planeta para salir de su situación.

Todo ello forma parte de las estrategias de la cultura androcéntrica que oculta la injusticia social de la desigualdad y sus abusos bajo la normalidad, para que cuando se presentan sus consecuencias parezca algo inevitable, y así darle entrada a las justificaciones que contextualizan el problema en lo inmediato, en lugar de entenderlo como una derivada más del sistema y sus estrategias.

Con la violencia de género ocurre lo mismo, se oculta bajo la normalidad y sus justificaciones para hacer creer que lo invisible es inexistente, y cuando se produce la agresión grave o el homicidio todo se presenta como un “accidente” fruto de un hecho puntual, como se aprecia al decir que el asesinato se ha producido “tras una fuerte discusión”, ignorando toda la historia previa de violencia. La situación es tan terrible y enraizada en la normalidad, que muchas familias manifiestan tras el homicidio de la mujer, “sabíamos que la maltrataba, pero no pensábamos que la iba a matar”. Y la idea de “inevitabilidad” tras el resultado está tan presente que con frecuencia, cuando se da la noticia del homicidio de una mujer por violencia de género, desde la propia administración se manifiesta que “no había interpuesto ninguna denuncia”, sin que se pregunten por la responsabilidad propia para que el 70-80% de las mujeres asesinadas nunca haya denunciado, ni ninguna de ellas haya sido detectada como víctima de la violencia de género en los diferentes contactos que tiene con la administración.

No es casualidad, se trata de una ceguera interesada construida por el machismo para aprovecharse de ella con cada “de repente”.

Un ejemplo muy cercano y reciente lo tenemos con el cambio climático, como hemos visto en la cumbre de Egipto. Se niega desde el punto de vista práctico, da igual que se reconozca si no se hace nada para actuar contra él, y a pesar de estar bajos sus efectos no se actuará hasta que sea inevitable. Pero no será un error, será parte de la estrategia de poder androcéntrica para permitir que en ese mientras tanto se beneficien y acumulen poder muchos de los que ya lo tienen. Al igual que Catar acumulará más poder con el Mundial de fútbol, los hombres lo hacen con la violencia de género invisibilizada, y el sistema androcéntrico con todo ello.

No tomar decisiones y actuar cuando es posible evitar las consecuencias que luego criticamos, y quedarnos con los gestos y los minutos de silencio cuando ya se ha producido el resultado y su daño, nos hace cómplices, además de demostrar la hipocresía de una sociedad que vive más en la expiación de la culpa que en la responsabilidad de evitarla. 

Los niños con los niños, las niñas con las niñas

La derecha tiene una forma sencilla de educar a niños y niñas para solucionar los problemas que forman parte de la realidad social. No es nada nueva ni original, de hecho la aplican en sus colegios religiosos y en sus colegios mayores, y se trata de esa idea recogida en la frase “los niños con los niños y las niñas con las niñas”. Es decir, segregar por sexo en las aulas para que luego, cuando la segregación continúe en la sociedad a través de la desigualdad, todo siga bajo la misma referencia y las mujeres no la vean como algo anormal ni ajeno a su condición, ni los hombres crean que tienen algo que compartir con ellas y así asuman que lo que ellos ocupan, desde el espacio público del patio del recreo en el colegio hasta la dirección de las empresas y los puestos de gobierno, es suyo.

La reacción de la derecha en su deriva dextrógira (Vox cada vez más ultra, el PP cada vez más Vox y Ciudadanos cada vez más PP), ante la propuesta de la Ministra de Igualdad, Irene Montero, sobre la educación sexual y afectiva para niños y niñas, revela el miedo que tienen a que se descubra que en realidad es su “adoctrinamiento” machista el que históricamente ha venido educando a niños y niñas. 

Porque adoctrinar es imponer las ideas particulares que la derecha y su concepción androcéntrica de la realidad han considerado necesarias, para que esos niños y niñas adquieran una identidad y valores que permitan mantener el orden con todas sus características, aceptando como parte de él, entre otras cosas, la violencia estructural de género que lleva a que muchas mujeres digan “mi marido me pega lo normal”, y muchos hombres repitan que las mujeres dicen no cuando en verdad quieren decir sí” ante una violación.

Educar es transmitir los valores comunes que la democracia establece como marco de convivencia sobre la referencia de los Derechos Humanos plasmados en la Constitución, algo que es responsabilidad de cada familia y del Estado. Si algunas familias renuncian a ese compromiso con lo común y lo público en nombre de su ideología, sus creencias y sus valores, el Estado democrático no lo va a hacer, y va a mantener la educación pública para que la convivencia se desarrolle de manera pacífica y respetuosa entre la pluralidad y la diversidad social.

De ese modo, y a través de la educación democrática en igualdad, algún día podremos evitar que el 20% de esos niños y niñas que tanto defiende la derecha sufra abusos sexuales, algunos de ellos en instituciones religiosas y educativas privadas, y la mayoría en los propios entornos familiares, como recoge el informe del CGPJ que analiza las sentencias dictadas por el Tribunal Supremo sobre violencia sexual en 2020, que revela que el 75,3% de los agresores que abusaron o agredieron sexualmente a niños y niñas eran conocidos, y de ellos el 37,7% de la propia familia. Y en cualquiera de los escenarios (familia, entornos sociales, colegios, desconocidos…) fueron hombres quienes cometieron la mayoría de las agresiones, concretamente el 93,8%.

Y también evitaremos con la educación que muchos jóvenes lleven a cabo violaciones de chicas de su edad, como ahora lo hacen en grupo y en solitario, con sustancias químicas o con fuerza, en gran parte bajo la “educación pornográfica” que reciben a edades cada vez más precoces a través de los dispositivos tecnológicos.

Abstraerse de esta realidad negando la necesidad de abordar una educación sexual y afectiva, es reconocer que para ellos la defensa de su modelo de sociedad vale más que la integridad de los niños y niñas del país, incluidos los suyos. Lo importante son sus valores, creencias, ideas y principios, todo lo demás son “víctimas colaterales” de los ataques que recibe el sistema por parte de quienes quieren transformarlo.

Porque si las mujeres no se enfrentaran a sus maridos y parejas y fueran sumisas ante lo que ellos les imponen no serían maltratadas, si los niños estuvieran con los niños y las niñas con las niñas no habría agresiones ni violaciones, si los españoles convivieran con los españoles y los extranjeros con los extranjeros no tendríamos xenofobia, si los blancos se relacionaran con los blancos y los de otros grupos étnicos lo hicieran con los suyos no habría racismo, y si los gays y lesbianas se quedaran juntos y dentro de sus armarios y guetos tampoco habría homofobia. El modelo machista que defiende la derecha está basado en la exclusión para que sólo el grupo de la sociedad que ellos decidan sea considerado con plenos derechos.

Por eso a la educación democrática la llaman “adoctrinamiento” y a las ideas que la respaldan “ideología de género”, porque a través de esos mensajes inciden en el plano emocional y manipulan los elementos cognitivos con la ayuda de los mitos y estereotipos que la propia cultura machista pone a su disposición, y de ese modo logran una distancia de la sociedad a la realidad que da lugar a la pasividad necesaria para que todo siga igual.

Esa es la clave, que todo continúe del mismo modo bajo su “ideología de género machista”, porque eso es el machismo, una serie de ideas impuestas por los hombres que hacen que la organización social y las relaciones dentro de ella se lleven a cabo sobre las referencias atribuidas a los hombres y mujeres, es decir, a lo que es ser hombre y ser mujer, o sea, al género masculino y al femenino. Como se puede ver, pura “ideología de género machista”.

Su verdad sólo se sostiene dentro del machismo, pero el machismo es mentira; porque no es cierto que los hombres sean superiores a las mujeres, tal y como afirma la esencia de la construcción androcéntrica. 

Defender el poder y los privilegios del modelo no se puede hacer a costa de los derechos de las personas ni de la injusticia social que conlleva. La educación es un instrumento de la democracia, no un arma contra ella.

Mujeres e impuestos

La manipulación de la realidad que hace la derecha cada vez es más descarada, porque cada vez abusa más de los instrumentos de poder formal e informal que les da una cultura androcéntrica que hace de las referencias conservadoras normalidad. 

Su argumentación es muy sencilla, sólo tienen que decir, según interese, que unas iniciativas se llevan a cabo en nombre del pasado y otras en nombre del futuro. Lo hemos visto ahora en Andalucía con la supresión del impuesto de patrimonio, y la escenificación vergonzante que ha hecho el presidente Moreno Bonilla de su firma. En este caso se ha echado mano de la idea de futuro para decir que gracias a esta decisión Andalucía obtendrá más dinero, y que los servicios públicos y la gente que hoy sufre carencias en sus necesidades básicas se verán recompensadas. Hace unos meses lo vimos en el nombramiento de su gobierno y en la referencia que hizo al mayor número de mujeres dentro de él. En esta ocasión echó mano del argumento del pasado.

Lo primero que hizo fue presumir de que en su gobierno había más mujeres que hombres, y después lo justificó diciendo que antes las mujeres eran incapaces en comparación con los hombres, pero que ahora ya habían adquirido capacidad y competencia para competir con ellos. Un proceso que se debe haber acelerado en estos últimos años, porque cuando formó gobierno hace cuatro no encontró suficientes mujeres capacitadas. El colofón a su “feminismo conservador” lo vimos al comprobar que, además de contar con más mujeres que hombres “gracias a la capacidad adquirida últimamente”, la Consejería de Igualdad quedaba suprimida y sus competencias escondidas y confundidas con las de “inclusión social, juventud y familias”, con la igualdad al final de todas para que no hubiera dudas sobre el sentido del cambio. 

Lo que ha hecho el presidente Moreno Bonillla es utilizar a las mujeres como “floreros” con argumentos dirigidos a justificar una estrategia construida sobre elementos que no se ajustan a la realidad. Por eso hace cuatro años no nombró un gobierno con más mujeres, y por la misma razón dice hacerlo ahora sin cuota y sin que lo diga ninguna ley, como si todas las mujeres que han estado en política hasta hoy hubieran sido unas incapaces que consiguieron sus puestos por cuotas.

En definitiva, un ejemplo más de cómo el machismo permanece y utiliza a “mujeres florero” cada vez que las circunstancias lo requieren. La diferencia entre una decisión feminista y una machista es que la primera no duda de la capacidad de las mujeres, mientras que la segunda sí, por eso tiene que justificarse.

La situación comentada genera dos cuestiones interesantes, una sobre los hombres y la otra sobre los partidos de izquierdas.

  1. Sobre los hombres:

No sé cómo interpretan los hombres que comparten los argumentos de Moreno Bonilla su situación. Me refiero a que, si ahora las mujeres son más en el gobierno porque tras competir con los hombres se han impuesto debido a su capacidad, de alguna manera significa que ellos han perdido capacidad en términos prácticos. O lo que es lo mismo, que según el presidente, hoy los hombres son menos capaces que las mujeres y por ello están en la situación que ellas estaban años atrás.

  • Sobre los partidos de izquierdas:

El objetivo de las políticas de izquierdas debe ser la transformación social para erradicar el machismo que define la realidad social desde su inspiración cultural androcéntrica. La realidad no se cambia con gestos, es cierto que los gestos ayudan a tomar conciencia de la realidad y a cambiar, pero sin políticas y continuidad no habrá transformación social.

Cuando las propuestas se quedan en la superficie, sin una estrategia de fondo que las integre y de coherencia a los cambios, cualquiera puede reproducirlas con un sentido diferente o suprimirlas tiempo después sin que se produzca una quiebra social, como hemos visto en la decisión del Tribunal Supremo de EE.UU. con el aborto.

La derecha es adaptativa y camaleónica porque sólo tiene que conseguir que todo siga igual, por eso se apunta a cualquier gesto, como formar gobierno con más mujeres que hombres justo un mes después de pactar el gobierno en Castilla y León con la ultraderecha que ataca las políticas de igualdad. Y no pasa nada entre sus votantes porque su coherencia es hacer lo que haga falta para seguir en sus posiciones de poder y bajo su modelo cultural.

Por eso necesitamos algo más que gestos y evitar el denominado “tokenismo”, como cuando se visualizan a personas de diferentes grupos para reivindicar la pluralidad y la diversidad sin adoptar ninguna otra medida, lo cual las convierte en “floreros” sin que el elemento esencial que lleva a la falta de visibilidad se modifique, al contrario, se deja aún más de lado porque ya son visibilizadas. Es lo que ocurre ahora con los anuncios de productos de belleza y moda en los que aparecen mujeres de diferentes grupos étnicos y tallas, pero todas ellas cosificadas.

Cuando las mujeres se consideran “flor” cualquier circunstancia se puede convertir en florero, porque la clave no es dónde están ellas dentro del modelo androcéntrico, sino que el modelo esté en todo momento. Y lo mismo ocurre con los impuestos, porque cuando las decisiones refuerzan la idea de que hay que tener consideración con los ricos y los señoritos porque son ellos los que dan trabajo, todo lo que la confirme se ve bien y resulta creíble, aunque estén viviendo con penuria y los servicios públicos se vean deteriorados. 

Somos un país de “Santos inocentes” y parece que algunos creen que todo vale. Y por ello los partidos conservadores, que basan toda su esencia en el modelo de sociedad androcéntrico, se resisten a cambiar y no dudan en utilizar a las mujeres y al resto de la sociedad para lograr sus objetivos, porque saben que cuentan con la sintonía de quienes aun sufriendo las consecuencias de sus decisiones piensan que es “lo normal”.

Culpa anticipada

Las palabras del concejal de Vox de Albuñol (Granada), echando la culpa del asesinato sufrido a la propia mujer asesinada, es un paso más en la estrategia de la ultraderecha que resulta inaceptable en una democracia.

Literalmente dijo: “Estoy seguro de que él tiene la culpa. Estoy seguro de que ella tiene la culpa”… De manera que, una vez más, iguala a la víctima con su asesino, como ya hizo también cuando tras el homicidio de una mujer en Cortes de la Frontera (Málaga) y el posterior suicidio de su agresor, el portavoz de Vox en el Parlamento Andaluz dijo que “la muerte es igual de grave en uno y otro caso”.

Lo terrible es que Vox ha dado un paso más y ha pasado de igualar a la víctima y su verdugo sobre la referencia de la víctima diciendo que las dos muertes tienen el mismo significado, a igualarlas sobre la referencia del asesino culpando a la víctima tanto como al hombre que la asesina tras una historia de violencia.

¿Quién puede pensar que una mujer en una relación de pareja es culpable de ser asesinada?

Evidentemente, sólo puede pensarlo quien entiende que la violencia es un instrumento adecuado para resolver los problemas y conflictos que puedan surgir en esa relación, nunca lo hará quien entienda que ante una actitud inadmisible de la mujer la respuesta sólo puede ser pacífica a través de la separación o, incluso, la denuncia si considera que detrás de esos problemas hay conductas delictivas de cualquier tipo. Lo que no se puede hacer nunca es usar la violencia.

En este mismo sentido, resulta muy gráfica y aclaratoria la segunda parte de sus manifestaciones, cuando también le echa la culpa a la sociedad y dice: “Pero también estoy seguro de que hay un tercer culpable, la sociedad que está creando unas políticas de pacotilla que enfrenta a la gente por sexo, religión…”

De manera que la sociedad que callaba ante la violencia que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia, y que hacía que fueran maltratadas, acosadas, violadas y asesinadas con mayor impunidad que la actual, que tenía un Código Penal con la figura del uxoricidio para que el homicidio de una mujer por parte de su marido apenas tuviera consecuencias penales, y que contaba con un Código Civil que exigía a las mujeres tener el permiso del padre, del tutor o del marido para que pudieran trabajar, esa sociedad era una “sociedad no culpable”. En cambio, la sociedad democrática que vela por los Derechos Humanos, entre ellos el de Igualdad, y que desarrolla políticas para corregir la desigualdad y la discriminación, y para erradicar la violencia de género en todas sus manifestaciones, resulta ser una sociedad “culpable”. 

Sin lugar a dudas sus palabras reproducen el argumento de los maltratadores cuando me decían al actuar como médico forense, que reconocían que le habían pegado a sus mujeres, pero es que ellas “se empeñaban en llevarles la contraria”. De manera que la libertad de las mujeres se percibe como un ataque a los hombres, y la Igualdad en la sociedad como un ataque al modelo androcéntrico levantado sobre la desigualdad. Para la ultraderecha queda claro que si las mujeres se comportan de manera dócil y obediente no sufrirán violencia, y que si la sociedad no hace nada para cambiar su modelo machista tampoco habrá reacciones violentas ni justificaciones para la violencia.

Me pregunto si propondrá como partido político que, al igual que ahora se persona la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género en cada juicio por el homicidio de una mujer, se persone la Fiscalía contra las mujeres que denuncien violencia de género, pues según su planteamiento “son culpables”.

No sé si este tipo de “méritos y razones” han sido las que han hecho al presidente de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla, regalarle a Vox una vicepresidencia en la mesa del Parlamento Andaluz y la supresión de la Consejería de Igualdad, pero es muy preocupante la cercanía con quienes utilizan este tipo de argumentos ante la violencia de género para negarla, incluso delante del cuerpo de la última mujer asesinada.

La fortaleza de un sistema cultural no sólo está en determinar la realidad para que todo suceda según establece, sino en la capacidad de dar significado a la realidad para que cuando ocurre algo “imprevisto” todo encaje dentro de su modelo. Por eso el machismo lo tiene fácil, cuando hay alguna iniciativa que lo cuestiona la culpa es de la sociedad, y cuando una mujer es violada o asesinada la culpa es de la mujer.

Es la ventaja de tener decidida la culpa por anticipado.

Hombre, varón, de sexo masculino…

El doble homicidio cometido hace unos días (19-6-22) por el marqués de Perijá y conde de Atarés, el de su mujer y una amiga, ha generado una “sorprendente sorpresa” por apartarse de los estereotipos creados sobre la violencia de género, y por la recuperación de la idea del “perfil del agresor”.

Cada vez que me han preguntado por el perfil del maltratador en algunos juicios he respondido que tiene tres características: “hombre, varón, de sexo masculino”. Es decir, ser hombre y decidir ejercer la violencia a través del maltrato o del homicidio. No hay condiciones previas para maltratar y matar, aunque los rasgos de personalidad y las circunstancias sociales que viva cada agresor pueden actuar e influir en la forma de ejercer la violencia decidida, no en la aparición de dicha violencia.

El hecho de que se busque un perfil para los hombres maltratadores y se acepte su idea con facilidad, algo que no ocurre con los terroristas, narcotraficantes o ladrones de bancos, ya refleja la necesidad que tiene la sociedad de ocultar el verdadero significado de la violencia de género. En ninguna sentencia se ha visto descartar a un sospechoso como terrorista por no tener el “perfil de terrorista”, en cambio en violencia de género si lo hemos visto, tanto sobre la idea de “perfil de víctima” como en la de “perfil de agresor”, como ocurrió en la sentencia que condenaba a Juana Rivas, en la que se argumentaba que no podía existir violencia de género, como ella denunció, porque, refiriéndose a los agresores, “…suelen ser personas de mente atávica y primigenia, con escasos mecanismos de autocontrol y empatía, que contagian todo su entorno con un hábito de causar daño que no pueden controlar”. Es decir, una sentencia descarta la existencia de violencia sobre algo que no es verdad, lo cual demuestra que el peso de los mitos y estereotipos creados por la propia cultura que entiende que el uso de la violencia contra las mujeres es normal, es lo que da razones para que cuando se produce sea descartada.

Los estereotipos son un sistema de creencias, atributos y comportamientos que se piensan propios, esperables y adecuados a determinados grupos de personas o situaciones. No son neutrales, su definición está basada en el sentido que la cultura da a cada una de esas situaciones, puesto que su objetivo es integrarlas en la sociedad como parte de la realidad con el significado otorgado.

Cuando entre los mitos que forman parte de nuestra cultura tenemos el de la “mujer mala y perversa” y el del “hombre bueno”, tanto que todavía hoy nuestro Código Civil toma como ejemplo al “buen padre de familia”, la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres hasta asesinarlas no resulta creíble bajo su verdadero significado, o sea, bajo la libre decisión de un hombre que decide maltratar y matar. Y no lo resulta porque hay que “integrar” dos cosas, una, la más llamativa, el homicidio y las agresiones graves; la otra, y más importante desde el punto de vista social, la “normalidad” de la violencia de género. Una normalidad necesaria para que sólo se denuncie un 25% de todos los casos, y para que cuando se denuncie sea cuestionada bajo los mitos y estereotipos. 

Para poder integrar esa realidad con sus dos caras, la de la gravedad y la de la normalidad, al no poder negarla dada la objetividad de los homicidios, se trata de presentar como consecuencia, no de la construcción social ni de cualquier hombre que lo decida, sino como obra de “determinados hombres”. Y para evitar que esos “pocos hombres” puedan ser identificados como hombres normales, los estereotipos y mitos tratan de situarlos en los márgenes de nuestros valores. Por eso se habla de alcohólicos, drogadictos, hombres con problemas mentales, hombres marginados, extranjeros… cualquier elemento que los aleje del “hombre medio” es válido. Por lo tanto, cuanto más se aleje de ese polo marginal menos creíble y esperable será entender que es un hombre maltratador y asesino.

Es lo que ha ocurrido con el caso del marqués de Perijá y conde de Atarés, todo el mundo lo ve como “muy alejado” del lugar donde la cultura sitúa al maltratador estereotipado, en cambio no duda de que su mujer, la marquesa y condesa, pudo denunciarlo falsamente, puesto que para la maldad de las mujeres no hay clase ni status. El error no está en dónde se sitúa él, sino en la trampa de hacer creer que hay lugares y características específicas para hombres maltratadores y para hombres no maltratadores.

La conclusión es clara, cualquier hombre, varón, de sexo masculino puede ser un maltratador, si así lo decide.