En el anterior artículo (“La violencia también tiene sus seguidores”) vimos cómo la vida nos conduce a través de decisiones y elecciones, y cómo la violencia forma parte de ese proceso de elección cuando de lo que se trata es de defender lo propio. Unos lo defienden con la violencia y otros muchos con pasividad y justificaciones ante esa violencia, pero no buscando un objetivo diferente.
En todo este escenario llama la atención la actitud general ante los diferentes tipos de violencia, y tenemos dos ejemplos muy cercanos por su proximidad y por su presencia en el debate político. Me refiero a la violencia terrorista de la banda ETA y a la violencia de género.
La banda terrorista despierta un amplio e intenso rechazo en la mayor parte de la sociedad, sin embargo, la inclusión de siete asesinos en las listas de Bildu ha dado lugar a una crítica muy polarizada por la política y ciertos sectores sociales y mediáticos, que ven en la decisión una forma de cuestionar y atacar al Gobierno por pactar con Bildu determinados apoyos. Podemos decir que no se está de acuerdo con la decisión de Bildu de incluir a terroristas, pero que los argumentos críticos giran más alrededor de la estrategia del Gobierno; ni siquiera es Bildu quien recibe las críticas más intensas.
La violencia de género, por su parte, no se acompaña de un rechazo generalizado e intenso en la sociedad a pesar de que cada año asesina a 60 mujeres de media, de hecho sólo un 0,8% la considera entre los problemas principales cuando representa el 21% de todos los homicidios que se producen en España. Sin embargo, si un partido decidiera incluir en sus listas a siete asesinos por violencia de género o a siete violadores, la crítica sería generalizada y tan intensa que difícilmente ese partido podría concurrir a las elecciones, y si lo hiciera su resultado sería bajísimo. Nadie matizaría nada ni diría que ya han cumplido con la pena, todo el mundo, desde la política, los medios de comunicación y la sociedad cuestionaría la decisión y haría todo lo posible para que esa lista fuera rechazada.
En la situación anterior se ve una paradoja entre la permisividad y complicidad social que existe alrededor de la violencia de género, y la reacción tan intensa que se produce cuando se conoce alguna de sus consecuencias. La paradoja existe al comprobar que la pasividad conlleva que sólo se denuncie un 30% del total, y que la mayor parte transcurra entre la invisibilidad y el anonimato, hasta el punto de que el 70-80% de las mujeres asesinadas nunca han denunciado la violencia que termina asesinándolas. Sin embargo, toda esa pasividad se convierte en reacción ante los casos conocidos.
Y también se aprecia una paradoja ante una banda terrorista como ETA, que después de 12 años de haber desaparecido aún se utiliza como argumento político habitual, y se habla de “herederos de ETA”, de “filoetarras” o directamente de “terroristas” para cuestionar determinados apoyos del Gobierno. En cambio, cuando se conoce que siete de sus miembros condenados por asesinato van a formar parte de las listas de Bildu, la reacción y la crítica se lleva a cabo en clave política, no tanto social, no es tan unánime, ni se centra en quienes son responsables de esa decisión, que es Bildu, ni en el impacto y significado que tiene sobre la democracia, sino que se dirige contra el Gobierno por los apoyos que ha tenido de ese partido.
Y es paradójico porque no hay una relación proporcional entre el sentimiento que se demuestra ante las dos violencias, y la respuesta que se produce cuando se tienen que tomar decisiones sobre situaciones donde están presentes. La situación es tan paradójica que los mismos que utilizan la violencia de ETA y sus 855 asesinatos en 42 años en sus críticas, pactan y gobiernan con quienes niegan la violencia de género y sus 1203 mujeres asesinadas en 19 años hasta hoy, porque esta violencia sigue actuando.
Y lo que demuestra esta paradoja es que las dos posiciones son falsas.
Lo que realmente ocurre es que ETA no preocupa, preocupó mucho en su momento, pero hoy el recuerdo y la acción se centra en las víctimas y en su memoria, no en la acción de una banda criminal que ya no existe. Por eso la inclusión de siete terroristas asesinos genera una reacción más emocional que cognitiva, puesto que el conocimiento de la banda no tiene sustento para preocupar hoy. Y por ello la estrategia va más dirigida contra el Gobierno que contra Bildu, que es el partido que decide incluirlos en las listas, porque lo que se busca desde el plano emocional es desgastar y criticar al Gobierno como parte de la estrategia electoral que lleve a conseguir el poder.
Y por la misma razón la violencia de género no preocupa, lo que preocupa es que se descubra que no preocupa, por eso hay una reacción tan intensa y generalizada ante cada caso conocido, como la habría si siete de sus asesinos fueran en una lista. Es lo que en su día definimos como la estrategia del “chivo expiatorio”. Los hombres pueden hablar y compartir entre ellos videos de la violencia que utilizan contra las mujeres, pero cuando un asesino, un maltratador o un violador es descubierto se produce una reacción generalizada e intensa por parte de la misma sociedad machista que niega, invisibiliza y culpabiliza a las mujeres de la violencia que sufren por parte de los hombres. Y lo hacen porque cuando uno de estos agresores es descubierto el sistema necesita demostrar que es un problema de “unos pocos”, y que es el propio sistema el más interesado en darles su merecido. Gracias a estas iniciativas mucha gente se queda tranquila y se refuerza en los mitos y estereotipos que el propio sistema crea para la ocasión, pero en realidad no se actúa contra las causas estructurales de una cultura machista, del mismo modo que no se critica de manera generalizada ni mantenida en el tiempo a los partidos que niegan la violencia contra las mujeres ni a los que pactan con ellos. Es más, también se critica al Gobierno por adoptar medidas contra esta violencia, y hablan de que se actúa contra los hombres y de adoctrinamiento de la juventud por desarrollar medidas para prevenirla.
Recordemos que la violencia siempre tendrá apoyo de quienes comparten las ideas con los violentos que la usan para defender esas ideas. Se cuestionará el resultado, pero no la situación que lleva a que haya quien utilice la violencia. Por eso, del mismo modo que se acabó con ETA a través de la respuesta social, política e institucional dirigida contra el terrorismo, no contra la “violencia terrorista”, tenemos que acabar con la violencia de género actuando desde la sociedad, la política y las instituciones contra el machismo, no sólo contra la violencia de género que produce el machismo.
Y por de pronto, ya vemos que el “pacto de Estado” es insuficiente y desenfocado al haberlo centrado en la violencia de género.