DE LA DERECHITA COBARDE AL MACHISMO VALIENTE (La refundación del machismo II/IV)

La clave para entender el aumento de la ultraderecha a nivel global y la deriva de la derecha hacia sus posiciones extremas, no está en sus propuestas sobre políticas tributarias, ni en su apuesta por las privatizaciones, tampoco en su modelo de infraestructuras, de nada de eso se habla ni se presenta como una propuesta alternativa a las iniciativas progresistas. La esencia de sus propuestas y el aumento de los apoyos que viven está en lo que presentan como una defensa de los valores, ideas, creencias y tradiciones que nos definen como sociedad. Y así lo hacen en cada país jugando con sus referencias propias sobre una serie de elementos comunes definidos por lo que es común a todos ellos, que es la cultura androcéntrica.

La transformación social que se ha producido a favor de la igualdad la presentan como una amenaza, y le han declarado su “guerra cultural” para reconquistar el espacio social y cultural que entienden que han perdido, pero también, en la medida de lo posible, eliminar a quienes presentan como enemigos, de ahí sus estrategias y acciones cargadas de violencia y agresividad. Su meta es la “tierra prometida del recuerdo” donde todo está en su sitio, algo que nunca falla en una sociedad que ha hecho creer que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sin pararse a pensar si lo fue por haber sido o por haber pasado.

Pero al margen de jugar con el recuerdo y las emociones, gran parte de su éxito se basa en las personas que ahora ocupan las posiciones de liderazgo, que son los “neofanáticos”. 

Los neofanáticos buscan dirigir la construcción de su realidad en blanco y negro, y para ello han erigido los protagonistas en la respuesta para recuperar el poder de influir sobre la sociedad. Para ellos la realidad es una deriva inadmisible de la que culpan a dos grupos muy diferentes. Por un lado, a las posiciones progresistas por haber abandonado el marco tradicional, y de manera muy especial al feminismo por hacerlo responsable de esa “traición” y por su visión crítica. Y por otro, y esta es una de las claves para entender la situación actual, culpan a los sectores más moderados de sus propios partidos y posiciones por no haber sido capaces de evitar los cambios y la transformación social que vivimos. Es la gráfica referencia que hacen al referirse a estos sectores como “derechita cobarde”.

Los elementos que los caracterizan son el dogmatismo (sus verdades no se cuestionan ni necesitan razonamiento), la rigidez en su planteamiento (no admiten matices ni interpretaciones), el odio a la diferencia (los argumentos y posiciones de los otros son una agresión a las suyas), y el autoritarismo (no dialogan ni consensuan, imponen de sus ideas a los demás). Todo ello hace que se encierren en una mentalidad que es una mezcla de la rigidez de sus ideas, del sentimiento de pertenencia, y de la necesidad de actuar frente a lo diferente como forma de reforzar sus ideas. No les basta la defensa de lo suyo, necesitan el ataque a lo de los demás.

El objetivo de este neofanatismo es cohesionar a sus seguidores alrededor de los elementos de identidad que refuercen sus valores, lo cual exige una doble estrategia. Por un lado, intensificar aquellas acciones que nacen de esos valores y dirigirlas hacia su reivindicación para obligar a la gente a seguirlas, y por otro, atacar a los otros para que no consigan sus objetivos prácticos y para que no puedan ser tomados como una alternativa válida.

Buscan recuperar el poder, un poder que ya no puede ser utilizado en sus dos primeras vertientes (capacidad de castigar y capacidad de premiar), pues siempre sería limitado y sus consecuencias reducidas, y, por tanto, se ha dirigido a la tercera, a la capacidad de influir, al ser la única forma de abordar una situación de cambio social, máxime en un momento de crisis permanente como el que vivimos. Para conseguir desarrollar esa estrategia necesitan crear una realidad alternativa por medio de la mentira y los bulos, como explicamos en el anterior artículo, y han tomado los medios de comunicación, no todos, pero sí los suficientes para dominar un amplio sector de manera que los mensajes no parezcan únicos. Bajo este diseño se crean múltiples medios y formatos (prensa escrita, televisiones, emisoras de radio, Internet…) y dentro de cada uno de ellos se crean varios medios, de ese modo la sociedad recibe información desde diferentes fuentes, y cuando la contrasta lo que en verdad hace es reforzarla, porque se mueven dentro de un mismo sector que busca ese efecto sumatorio o multiplicador. Con todo ello no sólo se busca influir sobre determinadas cuestiones, lo que se pretende es crear una nueva realidad para que luego sea protagonizada y transmitida a título individual por las redes sociales.

No es cierto que la información ahora sea más plural porque haya más medios, es cierto que hay más vehículos para canalizar la información, pero no hay más pluralidad. Se confunde la pluralidad, que hace referencia a la diferencia de contenidos y enfoques, con la cantidad, que sólo es una cuestión numérica. Por lo que al final el mensaje enviado desde el sector que representa a una posición determinada lo que consigue es sumar argumentos para conseguir adeptos, criticar a los otros o generar dudas en los indecisos.

Con todo ello se pretende alcanzar la referencia de los valores si necesidad de basarse sólo en conductas de enfrentamiento, táctica que no daría el resultado pretendido. Por eso la acción va dirigida al juego de las ideas en un triple sentido: incidir al máximo en el grupo convencido, cuestionar con intensidad a las posiciones diferentes, e influir todo lo que se pueda en ese sector de la sociedad indefinido, o definido sólo en determinadas cuestiones, para generar duda respecto a los nuevos valores que se proponen desde la referencia de la igualdad, pues esa duda conduce a la pasividad y esta hace que continúe lo que ya hay, que son los valores y referencias tradicionales.

Todo forma parte de la refundación del machismo, y mientras que la derecha y la ultraderecha están trabajando en esa dirección, una gran parte de la izquierda lo hace sobre problemas puntuales que hay que corregir dentro del marco androcéntrico, pero sin actuar sobre él para erradicar las causas que dan lugar a los problemas que luego exigen las actuaciones. Nunca se van a resolver los problemas estructurales mejorando la respuesta ante sus consecuencias, esto sólo matizará su impacto y dará pistas a quienes se aprovechan de esos problemas para que puedan cambiar su estrategia por otra que les siga dando beneficios desde la injusticia. 

Su táctica es entretener a la izquierda para que esté ocupada en resolver los problemas que ellos crean desde sus posiciones conservadoras y el machismo, y que la derecha trabaje en la recuperación de los elementos del modelo androcéntrico sobre el que sustentarse de manera indefinida. O sea, refundar el machismo valiente.

NO ES POLÍTICA, ES CULTURA (La refundación del machismo I/IV)

Me preocupa que lo que ha sucedido estos días alrededor de la reflexión del presidente del Gobierno y su decisión de continuar no se analice en el contexto adecuado, porque cuando el debate se sitúa fuera de las referencias que lo definen, la solución a los problemas que forman parte de él se hace imposible.

La estrategia de la derecha y la ultraderecha en España no es diferente en su esencia a lo que ocurre en el resto de los países por parte de los sectores conservadores. Y no lo es porque la clave no está en las diferentes propuestas programáticas, de hecho no se habla de ninguna de ellas, sino en la defensa de los valores que representan esas posiciones políticas.

La referencia que hacen desde estos sectores a la “guerra cultural” es muy gráfica. Las propuestas políticas progresistas son presentadas como un ataque a los valores tradicionales (conservadores) para justificar una declaración de guerra en nombre de la defensa de su modelo de sociedad, hasta tal punto que el desarrollo de un programa político por parte del Gobierno, al que desde el primer momento consideran “ilegítimo”, lo presentan como un intento de “cambio de régimen”. De ese modo justifican cualquier acción contra quienes ellos decidan, porque se trata de la misma cultura que afirma que “en la guerra y en el amor todo vale”.

Nos encontramos en mitad de un “campo de batalla social” donde la artillería de los bulos y los ataques personales golpean la realidad a diario. Pero todo es parte de un proceso que no se ha sabido ver y que, incluso, ahora se sitúa, como apuntaba, en un contexto equivocado. 

La situación actual es la consecuencia de una evolución que ha permitido la transformación de la cultura androcéntrica, gracias a la igualdad y al impulso e iniciativas del feminismo. Dentro de esa evolución podemos destacar cuatro fases:

  1. Concesión: En un primer momento la respuesta del modelo androcéntrico ante las demandas y reivindicaciones del feminismo fue la concesión para evitar que las reivindicaciones fueran a más, pensando que esos logros de las mujeres iban a evitar que continuaran exigiendo nuevos cambios. Ocurrió, por ejemplo, con el sufragio femenino, el divorcio, el control farmacológico de la fertilidad y la denominada revolución sexual, el feminismo institucional…  No fue así, y las iniciativas continuaron de la mano de una transformación social que se alejaba cada vez más de los mandatos tradicionales del machismo.
  2. Resistencia: El objetivo era evitar que se produjeran nuevos cambios, entre ellos impedir y dificultar que las mujeres realizaran determinados trabajos, que ocuparan responsabilidades en la esfera política, empresarial e institucional, que se alejaran de la feminidad sobre los cuidados y lo doméstico… Tampoco se logró detener el avance hacia la igualdad.
  3.  Reacción: Se pasa a una actitud activa contra muchos de los logros conseguidos y contra nuevas reivindicaciones, como ocurrió con las leyes y medidas contra la violencia de género, el matrimonio entre personas del mismo sexo, las cuotas, las medidas de igualación activa… Además, se crea el posmachismo como una forma de generar dudas sobre la realidad social de manera que la gente se mantuviera lejos y pasiva ante todos esos cambios y la transformación social. Al no conseguir su objetivo, el machismo ha dado un paso más.
  4. Ataque directo:  Es la fase actual. Nos encontramos ante un ataque directo contra todo lo que considera que cuestiona el modelo androcéntrico basado en la desigualdad, y contra las personas, posiciones, grupos, movimientos… que promueven la transformación social. Es la “guerra cultural”.

La “guerra cultural” no es una batalla entre dos partes, sino un ataque desde las posiciones masculinas contra los avances democráticos a favor de la igualdad, y la evolución de una sociedad que quiere dejar atrás al machismo. Desde el feminismo y la igualdad no se habla de “guerra” ni de “enfrentamiento”, sólo de Derechos Humanos y de justicia social, pero desde las posiciones androcéntricas entienden que modificar el modelo masculino es un “ataque” contra el orden que representa. Por eso ellos sí hablan de “guerra” y de “cultura”, pues son las referencias culturales androcéntricas las que defienden para mantener su poder. No hablan de “guerra social” ni de “guerra política” ni de “guerra mediática”, saben muy bien que lo que está en juego es la cultura. Por eso buscan recuperar las referencias culturales históricas con el objeto de adaptarlas al momento actual a través de la refundación del machismo.

Sin embargo, ante las evidencias cada vez más objetivas de la injusticia social que supone su modelo androcéntrico, han ido recurriendo de forma progresiva a un nivel de manipulación y mentiras cada vez mayor hasta llegar a los bulos y fake-news actuales. Si no somos conscientes de esta evolución y de lo que significa, difícilmente se podrá solucionar, y menos con medidas puntuales ante determinados hechos del momento.

Todo comenzó a finales de la década de los 70 del siglo pasado con lo que se denominó “storytelling”, y se materializó en la campaña electoral de Ronald Reagan contra Jimmy Carter. La estrategia del primero se basó en contraponer historias y relatos frente a la realidad sin importar que su contenido fuera cierto, ni si estaban basados en hechos reales o eran tomados de algunas películas de Hollywood. El éxito de la estrategia se demuestra en tres hechos objetivos. El primero en que lo llevó a ganar las elecciones, el segundo, en su amplia difusión y aceptación como planteamiento estratégico generalizado, y el tercero, en su impacto en la realidad.

Si observamos los años ocupados por los republicanos en la Presidencia de los Estados Unidos desde Ronald Reagan hasta Donald Trump, o lo que es lo mismo, desde 1981 hasta 2020, estos suponen el 61’5% de todo el tiempo. En cambio, durante los 20 años anteriores a 1981 las presidencias republicanas suponen el 40%.

Pero el relato se ha agotado por dos razones fundamentales. Por una parte, porque ya no hay espacio para desviar la atención de la realidad y luego volver a ella como si todo el tiempo se hubiera estado caminando entre sus referencias. Y por otra, porque la estrategia del relato también ha sido utilizada por las posiciones progresistas para afianzar sus propuestas y contrarrestar el relato conservador.

De manera que ahora hace falta un paso más, y ese salto ha sido crear una “realidad alternativa” acompañada del descrédito de quienes la representan para que no sea necesario contra-argumentar sus propuestas. La idea es sencilla, por ejemplo, si se crea el marco de que las políticas progresistas son “bolivarianas”, “pro-etarras”, “independentistas” … y que quienes las desarrollan son “incapaces e inmorales”, ya no es necesario dar argumentos o datos en contra de ellas, porque quienes las proponen no tienen capacidad ni son de fiar al buscar imponer una posición particular frente a lo que tradicionalmente hemos sido. Igual ocurre cuando presentan al feminismo como obra de “feminazis”, y a todas sus propuestas como expresión del “odio a los hombres y a la familia”, y de ese modo “adoctrinar” a la sociedad sobre nuevas referencias.

La situación demuestra que el debate no es político, que es cultural, y que, por tanto, la política tiene que plantear sus iniciativas para actuar sobre las cuestiones culturales. De nada va a servir que baje el paro o que disminuya la inflación, nadie habla de eso en la calle ni en las redes, podrá servir para aumentar la crítica o justificar determinadas políticas, pero no para acabar con la polarización y la violencia que forma parte de la “guerra cultural” que han declarado las posiciones conservadoras.

Lo cultural también es político, y ya no basta con ajustes. El sector conservador es consciente y por eso busca la “refundación del machismo”, ¿cuál es la propuesta progresista ante esta situación, gestionarla o transformarla? Ya adelanto que una de las dos opciones es un error.

Topuria y el regreso del hombre

La victoria de Ilia Topuria  en el campeonato del mundo de los pesos pluma de la UFC, ha devuelto la alegría y la ilusión a muchos hombres que ven en él la representación de la masculinidad auténtica, y al “hombre de verdad” que todos deben ser, algo que resulta especialmente atractivo para una juventud que mira la realidad como si fuera un juego de ordenador en el que la violencia y los combates son un divertimento más.

Sorprende que un deporte que antes de la pelea tenía unas 800 licencias en España, de las cuales solo 85 eran de mujeres, de repente adquiera tanta notoriedad, lo cual indica que no puede deberse a sus elementos deportivos, ni tampoco al hecho de haber ganado un campeonato mundial, pues ha pasado antes con otros deportistas sin tanto impacto. El interés que se ha producido se debe a otros elementos, entre ellos, sin duda, a la personalidad de Topuria y su historia personal, pero sobre todo ello está la imagen que se ha creado alrededor de estos luchadores como representantes de una masculinidad en vías de extinción, que ahora hay que recuperar para que actúen como modelo y referencia de lo que es el “hombre de verdad”.

España ha tenido otros campeones del mundo en diferentes deportes, algunos con más licencias que la UFC, sin que sus victorias hayan tenido tanto impacto mediático ni hayan sido recibidos por tantas autoridades, basta recordad a Lucas Eguibar, campeón del mundo de Snowboard en 2021, o Toni Bou, que lleva siendo el campeón del mundo de trial desde 2007, cada año hasta, de momento, 2023. A todos se les reconocen los méritos deportivos, pero ninguno de ellos es necesario para reivindicar la masculinidad tradicional que ahora muchos ven amenazada, y con ella sus privilegios masculinos. Sólo tenemos que leer el reciente informe del CIS sobre “percepción de igualdad”, y ver cómo un 44,1% de la población considera que los hombres son víctimas de las políticas de igualdad.

La UFC forma parte de la evolución de la “vídeo-realidad” y de la apuesta por el exceso que le acompaña. El proceso siempre es el mismo. Antes estaba el boxeo como uno de los deportes referentes para demostrar la masculinidad, pero conforme se feminiza y más mujeres lo practican y retan a la propia masculinidad, se da un paso más para buscar algo más macho y más exclusivo para hombres. Así se llega a la UFC junto a otras formas de lucha, en la que se reducen los guantes para que no amortigüen los golpes, se pueden dar patadas, y el ritmo se acelera ante la limitación del número de asaltos, que se reduce a cinco. Pero no se cambia que sean mujeres jóvenes y sexis las que anuncien cada uno de los asaltos, ni que el objetivo del combate sea algo tan bárbaro como producir en el contrario una conmoción cerebral que ocasione el KO. Es decir, todo se hace más duro, pero igual de viril.

Y así será hasta que más mujeres se incorporen a la UFC y se tenga que dar un paso más para aumentar la dureza del combate. No sé qué se les ocurrirá, quizás pongan cuchillos entre los nudillos, como los de Lobezno, porque lo importante es tener un espacio propio de virilidad y hombría.

Todo forma parte de la representación de esos elementos tan machos adaptados a las circunstancias actuales. Por eso hay una escenificación de la hombría que se expresa desde antes de que comience el combate, cuando se retan y amenazan públicamente, y no finaliza hasta después de que haya acabado. Y eso fue lo que hizo Topuria tras derrotar a Volkanosky, y nada más acabar la pelea, en lugar de decir que se iba a tomar un descanso y a recuperarse, lo que hizo fue una demostración de lo que en verdad está en juego, que es la virilidad. Cuando le preguntaron, estando aún sobre el mismo octógono de la pelea, se dirigió a un mito de la UFC como es Conor McGregor para decirle, “si tienes pelotas te espero en Madrid”, a lo que McGregor respondió de inmediato “tengo pelotas enormes, tengo cuatro hijos”.

Porque esa es la clave. Lo que se juegan estos luchadores no es la victoria, sino la hombría. Y la hombría se traduce en los cojones, que es lo que está en disputa. Ganar o perder es sólo la consecuencia de la competición, y la masculinidad no se demuestra en la victoria, esta da puntos en el escalafón de macho, pero lo que te sitúa dentro o fuera de dicho escalafón es salir a pelear, y eso lo hacen los dos luchadores. Por eso tienen tantos seguidores, aunque muy pocos lo practiquen, porque todos quieren ser como ellos de machos para luego demostrarlo en cualquiera de los espacios reservados para la masculinidad.

McGregor podía haber contestado a Topuria que tiene más títulos que él en su carrera, pero le dijo “tengo pelotas enormes, tengo cuatro hijos”, para hacerle saber que sus pelotas no solo son grandes, sino que “sirven”.

Ahora que el fútbol femenino triunfa y pone en riesgo otro de los escenarios propios de la masculinidad, me temo que se potenciarán todos los espacios donde aún los hombres puedan demostrar que tienen “cojones” y que funcionan.

Por eso Topuria va de un lado para otro, de medio en medio y es recibido por todas las autoridades, cosa que no siempre sucede con otros campeones o campeonas del mundo, porque no se recibe al campeón, sino al hombre y su virilidad que vuelven.

Dani Alves, el sexo, el dinero y los hombres

La sentencia sobre la violación cometida por Dani Alves ha puesto de manifiesto la relación entre el sexo, el dinero y el poder que el modelo androcéntrico crea para disfrute de los hombres, y que estos vean satisfechos sus deseos y fantasías.

No se trata de hechos aislados ni de una situación inconexa con la realidad social que crea la cultura androcéntrica, y aunque pueda parecer muy complejo, el esquema sobre el que se sustenta es muy simple. Veámoslo.

La cultura androcéntrica sitúa a los hombres en las posiciones de poder en cualquiera de los ámbitos y espacios de la sociedad, entre ellos en el mercado laboral y en la gestión de la economía, para que tengan el control del dinero y la capacidad de decidir qué se puede hacer y comprar con él. Así ha sido históricamente, y así es en el momento actual, tal y como recoge el estudio del CIS sobre “percepciones sobre igualdad” (enero 2024), que refleja que los hombres trabajando con contrato son el 62%, mientras que las mujeres el 53%, los puestos directivos son  ocupados por hombres en el 11,3% y por mujeres en el 6,6%, y todo ello se traduce en que entre las personas que ganan más de 3000€ el 27,5% son hombres respecto al 20,7% de mujeres, en cambio, entre las que cobran menos de 1000€ el 5,9% son hombres y el 11,5% mujeres. Queda claro en manos de quien está el dinero.

Esa misma sociedad que da poder de decisión y dinero para conseguir algunos objetivos, es la misma que presenta a las mujeres como complemento de lo masculino y de los hombres, y las cosifica para que puedan ser parte de sus posesiones dentro de las relaciones de pareja y familia, o como objetos que pueden usar bajo diferentes razones y medios. La situación es tan evidente, que la propia cultura crea la prostitución para integrar y normalizar la idea de que las mujeres se pueden alquilar por dinero para que los hombres satisfagan sus deseos de poder a través del sexo.

De manera que el modelo androcéntrico crea el marco de que las mujeres están a disposición de los hombres a través de diferentes vías, y deja la interpretación de las circunstancias que llevan a esa posesión en manos de los hombres.

La cosificación y sexualización de las mujeres para que los hombres vean satisfechas sus necesidades de poder a través del sexo, una conducta que consigue el doble objetivo de potenciar su hombría y cosificar aún más a las mujeres, lleva a dos consecuencias. Una es la integración de la prostitución para normalizar ese comportamiento, y la otra es crear mitos y estereotipos para utilizar directamente la violencia sexual, y satisfacer sus deseos por medio del uso directo de la agresión, pero el objetivo es el mismo: poder a través del sexo. Los hombres que consumen prostitución no buscan sexo, lo mismo que tampoco lo hacen los que violan, lo que buscan es poder.

El caso de Dani Alves, más allá de los hechos, refleja muy bien esa construcción, y muestra cómo un hombre busca el sexo como expresión de su poder, y para ello juega con el dinero como justificación y razón. Dinero en el origen para acceder a la víctima (la invita a través de un intermediario al reservado exclusivo de una discoteca, es presentado como un personaje rico y famoso, en ese escenario previo a la agresión sexual se hace una representación simbólica de su dinero y poder…) Y dinero al final para reducir la pena por medio de la atenuante de garantizar la reparación del daño, o lo que es lo mismo, que un derecho de la víctima se convierta en un beneficio para el agresor. Esta figura jurídica puede estar bien en agresores que presenten dificultad para cubrir una posible indemnización, pero en aquellas otras que no tienen problemas para asumirla, es decir, en la mayoría de las personas ricas, se convierte en un privilegio para reducir la pena en cualquier delito, pues no se limita a las agresiones sexuales.

La situación es similar a lo ocurrido en la Audiencia Provincial de Málaga y en la de Murcia en el verano de 2022, donde se evitaron dos juicios por violación mediante el acuerdo entre las partes que suponía indemnizar a las víctimas y realizar un curso sobre educación sexual, a cambio de una pena menor de dos años para que los agresores no entraran en prisión. El dinero solucionó el problema más grave de los agresores, y lo hizo porque las víctimas tenían miedo al proceso judicial y a reexperimentar todo lo vivido. O sea, el sistema que crea justificaciones para que algunos hombres violen, es el mismo que responde generando desconfianza y miedo en las víctimas.

La sentencia de Dani Alves crea una imagen de la violencia sexual muy concreta dentro de una realidad social definida por elementos objetivos:

. Sólo se denuncia un 8% de esta violencia (Macroencuesta 2019).

. Se condena entre un 5 y un 30%.

. Se puede reducir la pena con dinero.

. Se crea la idea de que la culpa la tienen las mujeres, tal y como recogen los mitos y estereotipos existentes sobre el tema.

El mensaje para los hombres que piensan llevar a cabo una agresión sexual es muy claro: si violas no te van a denunciar, si te denuncian no te van a condenar, si te condenan puedes evitar la cárcel o bajar mucho la pena con dinero, y si ocurre esa posibilidad y te condenan, al final vas a ser presentado como un “pobre hombre” que ha caído en la trampa de una mujer, y del “feminazismo”, que “ha quitado la presunción de inocencia a los hombres” y “ha cambiado la carga de la prueba” para que los hombres demuestren que no son culpables.

Hemos avanzado mucho, pero tenemos que continuar con lo más importante, que es la transformación cultural para erradicar el machismo y quitar de la masculinidad la violencia contra las mujeres. Y mientras el machismo se refunda para seguir igual, una parte crítica con él se centra en el debate sobre “punitivismo” del sistema, pero sorprendentemente lo hace sobre los delitos que sufren las mujeres, no ante el narcotráfico o el terrorismo.

De “zorra” a “zorra”

El hombre que asesinó a su pareja en L’Alfàs del Pi el domingo 11-2-24, fue detenido el miércoles en un prostíbulo. La situación refleja muy bien la construcción del machismo sobre las mujeres y toda la cosificación y desprecio que levanta sobre ellas. Una elaboración que llega a considerarlas de su propiedad o a utilizarlas como si fueran objetos a su disposición, objetivos que necesitan de la violencia de género para poder ser alcanzados.

Ninguna mujer agredida lo es por ser una buena mujer, una madre abnegada o una esposa entregada, el machismo necesita un relato para justificar una violencia que luego se integra dentro de la normalidad bajo los argumentos y justificaciones que forman ese relato. Para lograrlo, lo que hace el machismo es presentar una serie de ideas como propias de las mujeres, y luego deja que se elabore “libremente” una historia que siempre girará alrededor de ellas. Es como si se tratara de una redacción en clase, y el profesor o la profesora plantearan escribir una historia sobre las mujeres con palabras como “maldad”, “mentiras”, “provocación”, “manipulación”, “traición”… al final el resultado de esas historias sería muy similar y nada bueno para las mujeres.

El problema es que no se trata de un ejercicio, sino que son las ideas que los estereotipos sitúan en la condición de las mujeres, para que ante cualquier cuestionamiento de la voluntad de los hombres, estos recurran a ellas y elaboren su capítulo para integrarlo en el relato machista.

Por eso en las diferentes formas de expresarse que tiene la violencia contra las mujeres hay argumentos similares, pues no dependen de cada agresor, sino de las referencias culturales comunes a todos ellos y a su masculinidad.

La idea de la mujer como “zorra” refleja la mezcla de maldad y perversidad que el machismo relaciona con las mujeres. Llamar “zorra” a una mujer es presentarla cargada de perversidad y convertirla en un “objeto” a disposición de los hombres al vincularla a la prostitución. Y la prostitución, según la cultura androcéntrica, se vincula a la idea de que los hombres tienen libertad de acción bajo precio. Un precio que puede ser monetario o puede ser personal como consecuencia de todas las transacciones de lo que se da y recibe dentro de las relaciones.

Al final la idea que queda para los hombres es que si pagan pueden tener una mujer para hacer lo que ellos quieran, no a cualquier mujer, pero el sistema siempre les da la oportunidad de encontrar una para trasladar a hechos sus deseos. Y del mismo modo entienden que si la mujer genera una deuda personal por medio de su conducta y maldad, ellos pueden cobrársela a través de la violencia. A la postre tienen claro que si pagan o si pegan pueden conseguir su objetivo de tener una mujer a su disposición.

Por eso todo el relato y la construcción cultural es tan coherente y consecuente. Primero el machismo crea la prostitución como una forma de que los hombres puedan ver satisfechos sus deseos de poder y fantasías a través del sexo, y de ese modo reforzar su condición masculina y cosificar aún más a las mujeres. Después crea ambientes y circunstancias que llevan a llamar “zorras” a las mujeres dentro de ese contexto, al presentarlas como “pillas” y “astutas” para “engatusar” a los hombres y tratar de obtener más beneficios, no para ellas, puesto que en la mayoría de las ocasiones van destinados a otros hombres que las explotan. Y más adelante extrapolan esa construcción de la idea de “zorra” para aplicarla sobre cualquier mujer que no asuma los dictados que los hombres imponen en su relación o en los espacios públicos. Al final son ellas las que con su conducta han creado una deuda que los hombres entienden que están legitimados a cobrar, bien sea “pagando” o “pegando”.

Bajo todas estas referencias, una mujer puede ser “zorra” siempre que no salga de su “corral” del prostíbulo, pero cuando sale y se convierte en una “zorra” fuera de su recinto, entonces se entiende que hay razones para atacarla e incluso matarla, pues una “zorra” siempre es una amenaza para su masculinidad al poner en evidencia que no se ha sido lo suficientemente hombre para evitarlo.

El hombre que asesinó a su mujer en L’Alfàs del Pi y marchó a un prostíbulo, fue de “zorra a zorra” para intentar poner orden en todo lo ocurrido. 

Su pareja fue una “mala mujer”, probablemente porque se empoderó y se enfrentó a sus exigencias e imposiciones. Al hacerlo se convirtió en una “zorra” amenazante a la que “debió matar” por la amenaza que suponía para su hombría. Y después, para comprobar que su virilidad estaba intacta, se fue a demostrarlo ante otra “zorra” a la que sólo tenía que pagar, ya que esta se encontraba en su “corral del prostíbulo”.

Nunca se debe hacer el juego al machismo, pues el machismo no es algo abstracto ni inmaterial, es muy real y está en cada hombre y en los valores e ideas que definen y dan significado a la cultura. Cualquier argumento o razón que encuentren para seguir en él y actuar en consecuencia la van a utilizar, sobre todo en un momento como el actual en el que el odio contra las mujeres está presente en cualquier espacio de la sociedad, la violencia contra ellas se ha incrementado en todas sus expresiones, y encima presenta a los “hombres como víctimas”. Circunstancias a las que hay que unir el aumento de un negacionismo que busca mantener la impunidad de los agresores y los privilegios de los hombres.

La canción “Zorra” de Nebulossa no es el problema, sólo ha puesto de manifiesto el problema de una sociedad que entiende que llamar “zorra” a las mujeres, aunque sea en primera persona, es un símbolo de empoderamiento, y que considera que apropiarse del uso de la palabra es cambiarle el significado que la cultura le ha dado.

Apropiación indebida: “Zorra”

El Derecho habla de “apropiación indebida” para referirse al apoderamiento de cosas recibidas que no se devuelven con el objeto de obtener algún tipo de beneficio. No es robar, en el sentido de que la conducta no se dirige a substraer de forma directa esa cosa, sino recibir algo y no devolverlo para beneficiarse de ese apoderamiento.

“Zorra” no es un término elaborado por las mujeres para su uso social, es un insulto y un desprecio que el machismo y los hombres le dan a las mujeres para resumir en una palabra todo el menosprecio que ha construido sobre ellas, y no tener que ir dando explicaciones ante determinadas situaciones, basta con decir “esa tía es una zorra” para que todo el mundo lo entienda.

Apropiarse de ese término, es decir, recibirlo y no devolverlo para teóricamente obtener algún beneficio al mostrar indiferencia ante lo que los hombres y su machismo puedan decir, y de ese modo demostrar un empoderamiento sobre todo lo que ha llevado a usar “zorra” como insulto, es una opción, pero desde mi punto de vista también es un error. No es la primera vez que se ha hecho con otras palabras, pero debemos tener en cuenta que las circunstancias y el momento histórico que vivimos con relación al machismo son muy diferentes.

El periodo actual viene definido por el mayor grado de violencia directa contra las mujeres que ha existido en la historia, situación que se refleja en el aumento del 14,9% en el número de mujeres asesinadas por violencia de género en el planeta, según el ultimo informe de Naciones Unidas sobre “Homicidio global” (2019), una situación que también se reflejó en España con un aumento del número de mujeres asesinadas en 2023. Pero también ha aumentado la violencia sexual y lo ha hecho de múltiples formas, así como la violencia institucional y política, y la violencia en las redes, que cada vez es mayor en su intensidad y en su coordinación a través de la “machosfera”. Y toda esa violencia necesita de un “relato” en el que palabras como “zorra”, “puta”, “guarra”… son elementos esenciales.

Lo que vivimos en la actualidad forma parte de la transformación social y cultural que el feminismo ha puesto en marcha y las mujeres protagonizan, hasta el punto de que la respuesta del machismo y de los sectores conservadores ha sido llamar a esta situación “guerra cultural”. Utilizar las palabras del machismo para demostrar ese avance es un error, pues en la práctica se produce un retroceso y lo que ocurre no es una resignificación de la palabra, sino una reactualización del machismo por dos vías. Una, por darle presencia a sus elementos y argumentos para reforzarlo, y otra, por su normalización al continuar con su uso sin que se pueda criticar hacerlo, puesto que cuando alguien cuestione a un hombre por llamar “zorra” a una mujer, este podrá decir que utiliza una palabra “aceptada” y “normalizada” por las propias mujeres; un razonamiento que se utiliza especialmente entre la gente más joven, que es donde se ejerce un machismo más explícito.

La apropiación de la palabra “zorra” como de cualquier otra que se haga en esa línea, solo tendrá sentido a nivel interno dentro del grupo que lo haga, pero no a nivel social. Y lo que necesitamos ahora no es un refuerzo interno, que ya existe sin necesidad de adoptar las palabras del machismo, sino una crítica a todo su lenguaje y a todo el significado que le da. Si “lo que no se nombra no existe”, como tantas veces se ha dicho desde el feminismo, podemos decir que “lo que se nombra existe con el significado dado”, pues ese significado no es cuestión de una decisión ni de una canción, sino de toda una construcción cultural que hay que deconstruir. Y para hacerlo no se pueden utilizar sus ladrillos ni sus términos.

Si la solución fuera algo tan sencillo como hacer una canción, lo que tendríamos que proponer es componer una por cada uno de los términos y palabras que utiliza el machismo para atacar a las mujeres, y con dos discos o dos listas de reproducción ya habríamos resuelto el problema.

Si cuestionamos la apropiación que hace el machismo y las posiciones conservadoras cuando se apropian de la palabra “feminismo” para hablar de feminismo liberal, o de “igualdad” para hablar de su igualdad real, o de “familia” para imponer su modelo de familia, o de “madre” para limitarla a su maternidad… también debemos criticar la apropiación indebida e inoportuna de las palabras del machismo en nombre de la Igualdad.

Lo de la canción de Nebulossa es una “anécdota” respecto a todo lo que hay de fondo. La clave no está en criticar o apoyar la canción, las dos lecturas tienen cabida en su análisis teórico, lo importante es tomar conciencia de cómo el machismo llega a hacer creer que un insulto propio puede ser una “himno” o un ejemplo de liberación, algo que no ocurriría nunca con otros grupos discriminados, como el de las personas con discapacidad, extranjeras, diferentes creencias, grupos étnicos… 

Y es que el machismo es muy zorro.

Bertín Osborne, Dani Alves y las mujeres

A primera vista puede parecer una asociación extraña, pero la coincidencia de la recién y probable paternidad de Bertín Osborne con la proximidad del juicio por violación contra Dani Alves, en unas fechas de múltiples y variadas reuniones como es la Navidad, ha permitido que entre los muchos temas tratados se hablara de ellos, y lo más llamativo es que en la mayoría de las ocasiones el argumento ha sido el mismo: en los dos casos las mujeres “han ido a pillarlos” por ser hombres ricos y famosos. Pero, sin duda, lo que más me ha sorprendido es que en todas las ocasiones dicho argumento ha resultado convincente y compartido por una gran mayoría de las personas de todo tipo que había en las distintas reuniones.

En un mundo androcéntrico la solución a los problemas, especialmente si estos se presentan entre hombres y mujeres, es sencilla y está decidida desde el principio: la culpa de todo la tiene la mujer implicada en cada caso.

Si un hombre es infiel a su pareja, la culpa es de la mujer con la que tiene la relación “extramatrimonial” por haberse “entrometido”, o incluso de la propia pareja por “no darle lo que el hombre necesita”; si una mujer es violada la culpa es suya por provocar o por mentir y denunciar al hombre falsamente para “sacarle los cuartos”, una idea similar cuando se produce el embarazo en una relación no estable, que la culpa es de la mujer por “ir a pillar” al hombre. Todo resulta muy sencillo de entender cuando la propia cultura está construida sobre la maldad de las mujeres, como nos recuerdan con la conducta de Eva en el Paraíso o con la de Pandora ante la caja.

Y si la culpa está en las mujeres los hombres no tienen nada que hacer ni cuestionarse, sólo defenderse de ellas por el doble mecanismo que la “normalidad” pone a su disposición, el de insistir en la maldad que las mueve, y en la de presentarse como buenos hombres y víctimas de la estrategia de esas “malas mujeres”.

En el caso de Dani Alves se ha visto cómo desde el principio se ha jugado con esa idea, y se ha dicho que todo era mentira porque él “no tenía necesidad de violar a ninguna mujer” debido a que por su fama y su dinero tenía disponibilidad para poder estar con cualquier mujer que deseara, lo cual ya da una idea clara de la imagen que se tiene de las mujeres con ese tipo de argumentos. A partir de esa idea la consecuencia es directa y sitúa la culpa en la mujer que denuncia por buscar parte de ese dinero y esa fama. Una situación tan terrible que ha llevado a que la propia víctima renuncie a cualquier indemnización derivada de la denuncia, como si esta fuera una especie de premio o recompensa por denunciar, y no parte de la justicia y reparación que el Derecho establece. Tampoco ha hablado del caso en busca de fama, en todo este tiempo se ha mantenido en el más completo anonimato.

A pesar de ello, ha sido el entorno de Dani Alves el que ha revelado su identidad en las redes sociales y potencia esa idea de la “fama y el dinero” como fondo de todo lo ocurrido, porque sabe que toda la construcción social pesará en la decisión que se tome en el juicio, por eso lo hace en las redes, no en un escrito ante el tribunal, como ya vimos que ocurrió en el caso de la violación grupal en los Sanfermines de 2016. 

Con el embarazo de las mujeres como estrategia para “cazar a los hombres” ocurre igual. Es ella la que “no pone los medios” para no quedarse embarazada, incluso la que engaña al hombre para conseguir ese embarazo a modo de “seguro de vida” a través de la relación que se impone con el nacimiento del niño o la niña, o de la correspondiente cantidad de dinero que el padre, aunque no conviva, debe asumir para la crianza del hijo o hija.

En el caso de Bertín Osborne, además de todas las insinuaciones cuestionando a su expareja que han lanzado desde algunos medios de comunicación, él ya ha dicho que si resulta ser el padre (insistiendo en la manipulación de las mujeres), asumirá las responsabilidades económicas, pero que no ejercerá como padre. ¿Dónde están las asociaciones de “hombres cabreados” que piden imponer la custodia compartida, incluso cuando hay violencia de género, para exigir que estos padres también asuman su responsabilidad en los cuidados y en la crianza? ¿Por qué no piden la custodia compartida obligatoria para estos casos? Esa actitud respecto a la custodia en situaciones como la de Bertín Osborne vuelve a demostrar que muchas de sus peticiones sobre la custodia compartida no van a favor de los hijos e hijas, sino contra las madres para poder controlarlas tras la separación.

La realidad no viene definida por los hechos que la caracterizan, estos sólo son parte de su decorado y como tal se pueden cambiar. La realidad viene definida por las causas que dan lugar a esos hechos y por las razones y formas que luego se utilizan para integrarlos dentro de la normalidad a través del significado que se les otorga. Que el machismo es cultura, no conducta, lo vemos en situaciones como las de Bertín Osborne y Dani Alves, en las que con independencia de lo que diga la justicia en términos de Derecho, la sociedad ya tiene su juicio en términos de significado. Un significado que, como cabía de esperar, refuerza la construcción cultural androcéntrica.

31 de diciembre de 2023

Este 31 de diciembre, a diferencia de lo que he vivido en otras ocasiones, no tengo la sensación de que acaba el año. Y no sé si se debe a que hay muchas cosas pendientes, o a que no tengo la esperanza de que en 2024 se vayan a solucionar.

Tampoco sé si es pesimista pensar de ese modo, ni si es optimismo la determinación de trabajar cada día para resolver todo lo pendiente y lo nuevo que llegue, que no será poco. 

Pero hoy no hablo de sentimientos, sino de compromiso y de la clara conciencia de que merece mucho la pena (y el gozo) intentarlo.

FELIZ CONVIVENCIA Y FELIZ 2024

Violencia sexual: no solo menores, no solo en grupo

Hombre, español, entre 18 y 64 años de edad, que viola solo en el 94,6% de los casos, aunque también lo hace en grupo, de hecho, en el último año han aumentado las violaciones grupales un 15,4%, y se ha incrementado también el número de agresores que forma parte de cada una de ellas. Y cuando no agreden de forma física lo hacen a través de las redes y plataformas, lo importante para estos hombres es darle salida a su violencia más allá de las circunstancias, como demostraron durante la pandemia, periodo en el que bajaron las agresiones sexuales físicas un 14,1% y aumentaron las online un 12,5%.

Son datos del informe “Delitos contra la libertad sexual en España” de la Secretaría de Estado de Seguridad referidos a 2022, donde también se indica que las principales víctimas son las mujeres y las niñas, y que la mayor parte de los agresores eran desconocidos, los cuales actuaron todos los meses del año con independencia de las circunstancias, pero aprovechándose de ellas y de la oportunidad que encuentran en cada uno de los momentos y dinámicas relacionales que acompañan a los diferentes periodos del año, como sucede en los meses de verano alrededor de los espacios de ocio y las celebraciones, pero sin que dejen de llevarlas a cabo en ningún momento. De hecho, en enero, mes con menos incidencia, según los porcentajes mensuales se denunciaron 1575 agresiones sexuales con penetración, y en julio, mes de mayor incidencia, 2250. Es decir, en enero se denunciaron 50 al día, y en julio 75.

El aumento de las violaciones cometidas por menores y en grupo, ha puesto el foco sobre una situación muy preocupante por las consecuencias que producen sobre cada una de las víctimas, y por las circunstancias que llevan a que chavales tan jóvenes, algunos con menos de 14 años, vean como una opción agredir sexualmente a una chica de su edad, pero esa situación sólo es una pequeña parte de toda la violencia sexual y no debe distorsionar la imagen completa de la realidad.

Una distorsión relacionada con dos hechos fundamentales. 

  1. Por un lado, se justifica de forma directa que todo este incremento en los casos conocidos no se debe a un aumento de la violencia sexual, sino a que se denuncia más, una afirmación que debemos de analizar con cuidado para evitar crear una imagen que nos lleve a un lugar distinto a la realidad. La primera valoración que se debe hacer para mantener esa afirmación es si las circunstancias sociales son compatibles con una visión crítica por parte de los hombres que usan la violencia contra las mujeres en cualquiera de sus formas, para que desde ese nuevo posicionamiento se produzca una renuncia a usar la violencia, en este caso la violencia sexual, y que, por tanto, no aumenten las agresiones sexuales. Y los datos no nos indican nada de eso, sino lo contrario. Vivimos un momento en el que la cosificación y sexualización de las mujeres ha aumentado, tal y como se ha visto en muchas canciones, videojuegos, chats universitarios, en grupos de amigos que desnudan a sus amigas con aplicaciones de inteligencia artificial y las comparten, o con otros jóvenes que graban sus relaciones sexuales y también las comparten sin el consentimiento de la chica, todo ello coincidiendo con un mayor consumo de pornografía desde edades más jóvenes. Y esa situación sucede de manera simultánea a un ataque a las mujeres y a una victimización de los hombres que llega a decir que “ser hombre es un crimen”. Y si fuera poco, se le añade a la ecuación el negacionismo de la violencia de género en cualquiera de sus expresiones, planteamiento que refuerza la posición de los agresores y genera desconfianza en las víctimas y sus entornos, lo cual se ha acompañado de un aumento de homicidios de mujeres por violencia de género. Todo ello nos indica que los factores sociales son compatibles con un aumento de la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones, también de la violencia sexual, aunque se haya producido un mayor número de denuncias, pero no como única razón para darle significado a la realidad social.
  2. Y por otro lado, se tiende a reducir el problema de la violencia de género, que es un problema estructural, a algunas circunstancias que acompañan a cada momento histórico, dejando en un segundo plano su principal causa que es el machismo y la cosificación que hace de las mujeres para que muchos hombres entiendan que pueden ser dueños de ellas y convertirlas en una propiedad más, o utilizarlas como si fueran objetos desechables. Ahí es donde se tiende a responsabilizar a la pornografía, a las redes, a las canciones… de lo que es una cuestión de machismo. Un machismo que recurre a las canciones, a las redes y a la pornografía para facilitar el uso de la violencia contra las mujeres, pero que si no existieran estos elementos también recurriría a la violencia bajo otras referencias, como lo ha hecho cuando estas no estaban disponibles. Por el contrario, si no existiera el machismo no habría tampoco elementos facilitadores de la violencia machista, y cualquier elemento que apareciera relacionado con la pornografía, o el uso de las redes, o las letras de las canciones… no daría lugar a la violencia contra las mujeres, porque su causa no está en las imágenes o en las canciones, sino en la cultura que las presenta como objetos al servicio de lo que los hombres decidan hacer con ellas.

Siempre debemos mantener una mirada amplia ante la violencia de género y las circunstancias que crea el machismo para justificarla y llevarla a cabo, y cada vez que perdemos esa perspectiva abierta y reducimos los hechos a determinadas circunstancias o elementos, perdemos una oportunidad de avanzar hacia su erradicación, al tiempo que permitimos que el machismo se reorganice bajo nuevos argumentos y escenarios.

Los datos indican que la violencia sexual, al igual que sucede con la violencia en la pareja contra las mujeres, está aumentando como consecuencia de la reorganización que supone la refundación del machismo, y como parte de ella también aumenta el protagonismo de los hombres jóvenes, pero el problema está en el machismo y en su reivindicación a partir de los elementos que forman parte de él, entre ellos la violencia de género con su doble cometido, hacer a los hombres más hombres y a las mujeres más sumisas a lo que los hombres impongan con independencia de la posición que ocupen ellas en el plano público o privado.

“Afirmacionismo” del machismo

El machismo es afirmación: yo hombre soy superior a ti mujer, y lo soy porque mi fuerza es mayor y mi inteligencia más alta.

La esencia de todo este planteamiento es muy simple: el hombre es más fuerte, de manera que todo lo demás (inteligencia, capacidad, criterio, razonamiento…) se considera superior porque lo impone por la fuerza física. Y a partir de esa referencia se define la cultura y un sistema basado en la violencia, puesto que es esta la que permite que todo se articule a partir de la imposición inicial.

Una violencia que es dirigida hacia dentro, fundamentalmente contra las mujeres, para definir y sostener su modelo sobre la desigualdad estructural, y una violencia que también se dirige hacia fuera, fundamentalmente contra otros hombres, para ampliar el modelo y obtener beneficios y riqueza sobre la competitividad y la idea de liderazgo basada en el concepto violento del “más fuerte”, aunque esa fortaleza no siempre se consiga a través de la fuerza física y se  utilice el otro instrumento de la violencia, el poder.

Los hombres han conseguido hacer de su modelo cultura y de la cultura normalidad. Y es esa normalidad la que crea razones para actuar a través de la violencia (bien con el poder o con la fuerza física), y la que aporta justificaciones para integrar las consecuencias y resultados, incluso cuando son objetivamente negativos, por medio de mitos y estereotipos.

Pero como a pesar de tratarse de un sistema de poder basado en la injusticia de la desigualdad, su “sostenibilidad” resulta imposible dentro de una sociedad que progresa y toma conciencia de esa realidad, lo que hace es adoptar una estrategia adaptativa consciente de que lo que vale para un tiempo puede no hacerlo para otro. De ese modo va introduciendo cambios superficiales que evitan que la crítica social afecte a la estructura androcéntrica sobre la que se sostiene. Es la estrategia de “cambiar para seguir igual”.

A pesar de todo ello no ha podido impedir que se produzca una transformación social hacia la igualdad sobre dos elementos esenciales: por una parte, el cuestionamiento del modelo androcéntrico, y por otra, su agotamiento en cuanto a la capacidad de acudir a las vías tradicionales para acumular poder y controlar a las mujeres y a otros grupos de personas basándose en su condición.

Estas circunstancias son las que han obligado pasar de la normalidad al afirmacionismo. Ya no basta con que las circunstancias establecidas, esa idea de “ley y orden”, determinen la realidad, porque la presencia de otros elementos críticos actúa de forma diferente, y crea una realidad más plural y diversa que no se puede ocultar. Ahora necesitan afirmarse en su modelo destacando aquellos elementos que refuerzan sus valores e ideas, por lo que han pasado de la pasividad de la normalidad a la acción del afirmacionismo con un doble objetivo: destacar los elementos que consideran referentes del modelo cultural androcéntrico, y negar aquella parte de la realidad que lo cuestiona.

Entre las iniciativas que utilizan dentro de su estrategia de “afirmacionismo del machismo”, de ese “afirmachismo”, están las siguientes:

. Negar la violencia de género como parte del “negacionismo” dirigido hacia todo aquello que no encaje en su modelo.

. Al mismo tiempo que se niega se dice que se debe a las personas extranjeras que nos traen un machismo que ya no teníamos aquí, y a los hombres extranjeros que lo materializan a través de las agresiones y los homicidios.

. Cambiar el foco de las justificaciones aplicadas a los agresores españoles, para dejar de lado la idea de que actuaban “bajo el efecto del alcohol, las drogas o algún trastorno mental”, elementos que se descartaban en los informes forenses, y pasar a hablar de la “maldad” de los agresores. Ya no son borrachos, locos o drogadictos, ahora son “hombres malos”, y como siempre “unos pocos”.

. Todo ello se refuerza con la idea de “personas” para así ocultar el protagonismo de los hombres en las conductas violentas. Dicen, “no hay que hablar de hombres ni de mujeres, sino de personas”, pero cuando hay que hablar de puestos de responsabilidad y poder, entonces sí hablan de hombres para reivindicar que están más preparados y cuentan con más experiencia.

. Y si esa neutralidad sobre las personas no fuera suficiente, recurren a otro de sus razonamientos principales para decir lo de “violencia es violencia” o que “la violencia no tiene género”. De ese modo intentan esconder toda la construcción cultural que hay en la violencia contra las mujeres que todavía hoy permite que se ejerza desde la normalidad, como refleja el barómetro del CRS (2021), cuando el 15,4% de los chicos manifiesta que “si la violencia es de poca intensidad no es un problema para la relación de pareja”.

. Para cerrar la argumentación sobre las personas reactualizan el mito de la maldad y la perversidad de las mujeres y lo concretan en las “denuncias falsas”, una idea que no sólo logra transmitir la crítica a las mujeres, sino que además posibilita presentar a los hombres como víctimas de todo este proceso. La realidad, según la última Memoria de la FGE, indican que son el 0’0005%

. Pero como la victimización y criminalización de los hombres puede resultar poco creíble en una sociedad tan materialista como la actual, la manera de darle credibilidad es presentar la situación bajo el argumento de los “chiringuitos” para hacer ver que hay un interés económico en todo ello, y así despertar una crítica mayor y directa.

. Y, finalmente, la idea de chiringuito se acompaña a la de “inutilidad de las políticas de Igualdad” y de los centros donde se desarrollan, desde el Ministerio de Igualdad a la concejalía del ramo en el municipio más pequeño. Todo se presenta como un gasto inútil que en gran medida se dirige a financiar los “chiringuitos” que hemos comentado.

El afirmacionismo del machismo demuestra todo aquello que niegan, si no viviéramos una transformación social hacia la igualdad no hablarían de guerra cultural, ni necesitarían afirmarse en sus valores e ideas al tiempo de negar todo aquello que las cuestiona. 

Hace unos años no negaban la violencia de género ni buscaban nuevos argumentos para defender su modelo androcéntrico, si lo hacen ahora es porque tienen la necesidad de hacerlo ante la transformación social que el feminismo inició y las mujeres protagonizan, y a la que cada vez se unen más hombres.