Caos y orden

CAOS Y ORDEN-FEl poder es falaz y siempre juega a la confusión para sacar beneficio de las “aguas revueltas” de la realidad. El poder se presenta como orden y el orden como previsible, y esa previsión le otorga credibilidad a quien lo plantea… Todo sucede tal y como está previsto, y todo el mundo ocupa el lugar que le corresponde en la estructura diseñada por el poder para llevar a cabo las funciones asignadas. Esta misma organización ya nos indica que el poder parte del “a priori” y el convencimiento de que no todo el mundo puede hacer todo, y que aquellos que hacen algo, no lo pueden realizar en cualquier lugar y circunstancia. Y no pueden porque el poder se basa en que hay capacidades vinculadas a la condición de las personas que él luego gestiona a través de las casillas del tiempo y de los espacios. Pero el poder no puede presentarse con ese argumento ni reivindicando el logro del orden que exige, si lo hiciera se mostraría a sí mismo como un fracaso, pues la propia diversidad y pluralidad de opciones de esta época “post e intra-globalización”, demostrarían su ineficacia ante el “desorden funcional” existente. El poder hoy es “promesa de orden”, no orden en sí mismo. El poder se presenta hoy con el argumento de que sólo desde las posiciones respaldadas por la tradición y los valores conservadores de la derecha se puede alcanzar el orden necesario para convivir, y que dicha convivencia sólo se puede garantizar según su modelo. Por eso el poder se reafirma en la idea de, “o yo el caos”. En todo este juego, hay dos cuestiones importantes:

  1. El poder juega con ventaja al partir de la idea de orden construida sobre el modelo conservador que ya está instaurado en lo funcional (convivencia, tipo de relaciones, jerarquías, valores, roles, espacios…) De manera que el peso de la historia se presenta como argumento de veracidad y evidencia de eficacia, afirmando que “si hemos llegado hasta aquí con ese modelo, el modelo funciona”. De ese modo, la realidad refuerza su estructura y descarta cualquier otra alternativa, que es presentada como un caos y un viaje a lo desconocido.
  2. Al contrario de lo que pueda parecer, al poder y a la derecha ejecutora del mismo le interesa el caos, no el orden. Si el poder es hoy “promesa de orden”, dado que el orden que venden es imposible, cuanto más caos, más necesidad de que actúe el poder y sus instrumentos conservadores para caminar hacia el orden prometido.

Estas dos cuestiones hacen que el poder ejecutor en la política y en lo social sea fluctuante, necesita ceder para luego recuperar más; no es un error, sino parte de su estrategia. Ya no es posible un poder continuado como ocurría con las dictaduras o con las sociedades democráticas desinformadas, aunque aún se intente jugar con estos dos elementos para acaparar más poder funcional. El juego democrático lleva a la fluctuación y a la cesión, algo que es asumido y forma parte de la táctica que lleva a que a la larga siempre gane; es como en la bolsa, los valores de las grandes empresas unos días suben otros bajan, pero al final el balance de resultados siempre arroja beneficios. El verdadero poder, ese poder abstracto, no está en las personas, en los bancos, en las empresas, y menos aún en los gobiernos. El poder abstracto es el sistema que permite que todo suceda de modo que resulte beneficiado quien forma parte del ejercicio político y social que reproduce sus valores, ideas, creencias… consiguiendo de ese modo reducir todo lo posible a una única opción. Y ese sistema de poder abstracto se está adaptando a las nuevas circunstancias. Ahora juega con los acontecimientos que él ha provocado para controlar a las propias democracias con estructuras supranacionales e instrumentos económicos y financieros que escapan a los controles establecidos. Todo ello le permite agitar la realidad y generar un “caos controlado” para que no se le vaya de las manos, y para que la opción siempre sea volver a la mano del poder, no agarrarse definitivamente a ella. Eso no interesa. La situación se ha potenciado en estos últimos tiempos debido a varias razones, entre ellas tenemos:

  • El mecanismo de agitación utilizado en esta última fase, la llamada “crisis económica”, ha impactado sobre cuestiones esenciales de la vida y sobre la dignidad de las personas, lo cual ha generado miedo en una parte de la sociedad, pero también un rechazo de la injusticia social que hay detrás.
  • Existe una mayor conciencia crítica por parte de la sociedad sobre los problemas existentes y su significado.
  • Tenemos una mayor diversidad y pluralidad social, circunstancia que dificulta que un modelo de valores sea aceptado como único e incuestionable.
  • Hay un mayor conocimiento sobre posibles alternativas.
  • Todo ello ha llevado a un cuestionamiento de la esencia del propio poder y de la injusticia que genera, no sólo de las formas, los tiempos y los espacios, como ocurría antes. Para una parte significativa de la sociedad hoy es más importante salir de ese modelo que continuar en él, y no lo vive tanto desde el punto de vista del resultado en lo material, sino como posición ética.

Ante estas circunstancias críticas con el poder, él lo tiene fácil: Generar más caos y amplificar su significado a través del miedo, para hacer que su “promesa de orden” sea más querida y seguida. Está ocurriendo con Grecia y la UE, pero también en España tras los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas. La cesión del poder tradicional que se ha conseguido no se puede entender como una victoria de la izquierda ni como alternativa alguna, si no se fundamenta en un modelo de sociedad diferente, más allá de las propuestas urgentes que se hagan, por muy “revolucionarias y radicales” que sean, y por muchos cambios que se produzcan en las formas de ejercer la política. El poder conservador de la derecha es adaptativo, hará lo que tenga que hacer para seguir igual. Su poder no está en las corbatas ni viaja en los coches oficiales, los símbolos son importantes, pero el cambio de rito no cambia el mito… Sobre todo cuando comprobamos que quien más está renunciando a su esencia y símbolos es la propia alternativa de la izquierda. La izquierda tiene que dejar de ser sólo reactiva y pasar a ser más proactiva. Es la forma de alcanzar un nuevo orden social que no llame caos a la diversidad y a la pluralidad, y que radique en las personas, no en determinados partidos políticos.

La culpabilidad del machismo inocente

JUICIO-MAZO“Lo que puede ser, puede ser y además es posible”… Si Charles Maurice de Talleyrand hubiera pronunciado su famosa frase sobre lo imposible en este sentido, nadie le habría hecho mucho caso, del mismo modo que pocos se cuestionan por qué las cosas que pasan ocurren de ese modo y no de otro.

Cuando la realidad sucede se convierte en verdad sobre su resultado, pero puede ser mentira en todo lo demás. El machismo es la falacia hecha verdad a través de una realidad que es mentira. Porque es mentira que la cultura se haya tenido que estructurar sobre las referencias de los hombres, porque es mentira que los hombres tengan que ser poderosos para garantizar la convivencia, porque es mentira que el poder sea abstracto, porque es mentira que la abstracción sea invisible, y porque es mentira que lo invisible no exista. Lo invisible no se ve, pero existe y se mezcla con lo visible para dejar que las sombras jueguen también y contribuyan a la percepción de esa realidad, unas veces con la confusión, otras, sencillamente, con la negación.

El machismo es la gran mentira que lleva a entender la injusticia de la desigualdad como la normalidad, y a la Igualdad como un ataque o una amenaza.

A partir de hacer de la desigualdad cultura, ya todo queda sometido a la “ley de la gravedad” que mantiene a personas y sucesos pegados a la superficie de la realidad construida. De ese modo, las cosas “caen por su propio peso” para que así “lo que puede ser sea, y además resulte posible”, sin necesidad de que haya manos que empujen los acontecimientos.

La principal consecuencia de esta atmósfera intoxicada por los gases innobles del machismo va dirigida contra las mujeres por cuatro grandes motivos. En primer lugar, por ser el origen de la desigualdad. La desigualdad de género es la “madre de todas las desigualdades”, la primera que permitió obtener una conciencia de los beneficios del abuso construido sobre la normalidad, a partir de la cual vinieron el resto de desigualdades (status, raza, ideas, creencias, clases, origen, orientación sexual…). En segundo término, porque el uso de la desigualdad de género en cada caso particular contribuye a mantener la referencia común para que pueda ser usada en todos, al reforzar los valores de la cultura y actuar como una especie de oxigenación que mantiene las condiciones necesarias para la supervivencia del ecosistema machista. En tercer lugar, porque mantener a las mujeres dentro del sistema de la desigualdad atadas a determinados roles y espacios es la forma más segura de garantizar su continuidad, puesto que la “aceptación” de esa “normalidad injusta” por quienes “teóricamente” la sufren, resta peso al argumento que ataca esa construcción de la desigualdad. Por eso el posmachismo recurre estratégicamente a mujeres para presentar sus planteamientos con la idea de aparentar una defensa de la igualdad y de las mujeres. Y en cuarto lugar, porque es la forma de mantener el control y el sometimiento para que las mujeres no se rebelen, y para que si lo hacen sufran las consecuencias.

Todo ello nos muestra cómo la construcción del sistema permite tres grandes logros: El primero presentar la desigualdad como normal; el segundo, que el propio abuso y sometimiento de las mujeres actúe como oxígeno para el propio sistema, no como referencia para cambiarlo; y el tercero, que si algo se altera o se cuestiona, incluso actuando contra las mujeres, la interpretación que se hace es que son las propias mujeres las responsables de lo que les sucede.

Algunas de estas consecuencias las tenemos cerca, y ahora se acercarán aún más ante las “propuestas culturales” del machismo para la época estival.

Una de ellas, identificada con la zona mallorquina de Magaluf, pero no limitada a ella, es la que presenta como normal que las chicas en plena diversión realicen felaciones a los chicos para obtener copas gratis. Una decisión “libre y voluntaria” de las chicas que ellos, los cabales chicos, no tienen más remedio que aceptar para no hacerles el feo del rechazo, y para que ellas también puedan disfrutar y celebrar la fiesta bebiendo una copa con la que brindar, pues también las mujeres “deben tener derecho a tomarse una copa en libertad”, fuera de ataduras. Es algo parecido a lo que recientemente ha ocurrido en la discoteca Fabrik de Madrid, donde se les ofrecía copas gratis a las estudiantes que se desnudaran en el escenario; por supuesto, “sin que nadie les obligara”.

Otra muy parecida a las anteriores es la que probablemente veamos pronto en las fiestas de San Fermín, como ha ocurrido años atrás. Será en julio y en Pamplona, donde alguna que otra chica, bien a hombros de un buen mozo o a ras de suelo, pero siempre rodeada de muchos hombres, será desnudada a tirones desgarrando su vestimenta, o ante la “gran variedad de opciones” que le ofrecerán, decidirá levantarse la camiseta empapada previamente por el vino para marcar su anatomía, y así conservar la ropa con la que poder vestirse cuando pase la marabunta.

Alguien podría pensar que las fiestas y el alcohol dan para eso y para más, sin darle más importancia a que, curiosamente, con alcohol y sin alcohol la realidad se presenta en contra de las mujeres y a favor de lo que los hombres desean, quieren y disfrutan. Pero no es sólo cuestión de fiestas y alcohol, y cuando las cosas “no caen por la ley de la gravedad, entonces caen por su propio peso”, como le decía un sargento a un tío mío en la mili. Esto significa que siempre existen ”razones de peso” para justificar y reducir la agresión a lo anecdótico, al compararla con los cientos de mujeres que no lo hacen, o a lo puntual (Mafalug en verano, Pamplona en San Fermín, una fiesta de estudiantes en Madrid…), y por ello luego actúa la “ley de la gravedad machista” para hacer que otras cosas “caigan por su propio peso” en circunstancias distintas, como ocurre con las iniciativas que buscan chicas estudiantes para compartir piso que paguen el alquiler en forma de sexo y no de Euros.

Y tampoco surgen de una noche de juerga las iniciativas que organizan “caravanas de mujeres” para movilizar a mujeres, que “deseosas de conocer a encantadores y atractivos hombres maduros” puedan cumplir su sueño y vivir un fin de semana de locura en la discoteca de un hotel entre “Paquito el chocolatero” y el “chocolate de Don Francisco”.

Al final siempre es lo mismo:

  • Mujeres que “libremente” deciden realizar una serie de conductas determinadas que, casualmente, refuerzan la idea de mujer objeto y cosificada que los hombres pueden “usar” en cualquier momento.
  • Hombres que “libremente” se encuentran con aquello que quieren de las mujeres sin que ellos hayan hecho nada para que ocurra. Es como una especie de maná del siglo XXI que les cae en la travesía de los días y las noches.
  • Culpabilización de las mujeres por ser unas “malas mujeres” al hacer aquello que ellos quieren que hagan.
  • Hombres que se presentan como víctimas de unas mujeres desaprensivas que los incitan a la perdición y al pecado, cuando ellos sólo querían tomar unas copas en paz, disfrutar de las corridas de los sanfermines, compartir una vivienda, o iniciar una relación seria y formal de pareja.

El machismo crea las condiciones para que se produzca la discriminación, el abuso y la violencia contra las mujeres con el objetivo de satisfacer los “deseos y necesidades” de los hombres que se identifican con esos valores, no de todos los hombres. Y lo consigue a través de una cultura donde esos deseos se ven satisfechos por el catering de la normalidad, que lleva sus servicios a domicilio, al trabajo, a las noches de fiesta o a donde sean necesarios.

Luego, el propio machismo se presenta como inocente de lo que sucede y exigiendo la inocencia de aquellos hombres que son señalados, puesto que el mismo sistema ya considera de entrada que las culpables son las mujeres. Ellas son las malas y perversas de la película, y ellas son las responsables de lo que les pasa, por malas o por no ser lo suficientemente buenas para entender al hombre que tienen cerca.

Por eso el machismo del posmachismo no quiere que se hable de violencia ni de desigualdad de género, ellos quieren que todo siga mezclado y confundido en esa realidad de mentira en la que las sombras ocultan el significado de los acontecimientos. Y por eso quieren también que se hable de “todas las violencias, de todas las discriminaciones, de todos los abusos…” porque de ese modo no se hablará de la construcción de la desigualdad que los hombres han hecho a su imagen y semejanza, ni se cambiarán las referencias para que la convivencia sea en Paz, con Justicia e Igualdad.

El machismo ha creado un ambiente para ocultar su responsabilidad en la desigualdad y en la injusticia que supone e impone, y el interés en construirlo se demuestra por su desinterés en cambiarlo. Nada es casual.

El machismo no es inocente, el machismo es culpable de machismo y de todo lo que conlleva.

Necesidad y merecimiento

LIMOSNA-MerecimientoNadie niega la necesidad, pero sí el merecimiento.

El gran logro del poder tradicional, histórico y, consecuentemente, conservador, no ha sido crear una estructura jerarquizada con la que beneficiarse a través del control y el sometimiento a sus dictados de una gran parte de la sociedad; el gran logro del poder conservador es la capacidad de dar significado a la realidad para presentar esa estructura interesada como la consecuencia natural de una convivencia neutral y espontánea, cuando en todo momento histórico ha sido condicionada y dirigida desde el propio poder.

Según ese modelo, las personas más capacitadas son las que han llegado a las posiciones de poder por sus condiciones y sus méritos, y las que quedaron en posiciones inferiores lo están, no por injusticia o por la desigualdad que impiden su progreso, sino por conveniencia y por elección, o sea, porque no han querido esforzarse lo suficiente y porque es bueno que no estén allí donde no serían capaces.

De alguna manera, el modelo conservador de poder establece la capacidad en la “condición”, porque a su vez la condición es consecuencia de esa especie de “selección natural” que la sociedad hace a partir de los criterios que la cultura impone para organizar esa estructuración, que, curiosamente, son los elementos que el poder considera adecuados para obtener sus beneficios y privilegios. En realidad se trata de una especie de “darwinismo social y político” para que resulte “elegido y beneficiado” quien previamente se ha decidido. (“Darwinismo político”, 20-3-13)

Primero decide qué es lo que hay que hacer, después establece cómo hay que llevarlo a cabo, y al final deja una aparente libertad para que lo haga quien quiera, pero en realidad es una imposición, puesto que los criterios previos sobre el “qué y el cómo” no dejan opciones para que lo haga cualquiera, sino quienes reúnen los requisitos que han impuesto al condicionar la realidad.

Un ejemplo; la familia es considerada como la unidad de convivencia social, y su objetivo es la convivencia en sociedad sobre los valores y referencias que nos hemos dado. Por lo tanto, la familia debe protegerse de posibles interferencias que la desnaturalicen e impidan transmitir a través de la educación valores que dificulten que los niños y las niñas sean hombres y mujeres de provecho. Ante esas “condiciones”, para las posiciones conservadoras de poder no vale cualquier modelo de familia, sino sólo aquel que permita la integración en la realidad existente, o sea, el modelo tradicional. Pero además, hace falta que la educación familiar se realice sobre modelos de identidad adecuados, y que se lleve a cabo con disciplina y control para que tenga éxito en el futuro, de modo que, según esas ideas, es el padre quien debe ejercer la figura de autoridad y control, puesto que el modelo es androcéntrico y sólo él puede interpretarlo en todo su sentido y significado, y sólo él tiene la capacidad suficiente y el criterio necesario para imponer, corregir y castigar. La madre, por su parte, deberá transmitir el cariño y el afecto, además de dar ejemplo de cuidado, obediencia y entrega.

Como se puede observar, se parte de una aparente libertad para convivir, pero luego la práctica se ve reducida a determinadas formas de convivencia con roles y espacios previamente asignados como elementos de reconocimiento social. Podrá haber otras formas, pero sufrirán la crítica y el rechazo.

Otro ejemplo; la economía de un país se basa en que determinadas personas con recursos invierten en sus empresas para obtener beneficios, pero, sobre todo, para generar riqueza que garantice el avance del país. Quienes no tienen esa capacidad ni decisión, deben agradecer esas iniciativas al posibilitarles los puestos de trabajo que les permiten vivir. En teoría, todo el mundo es libre para iniciar un “negocio” recurriendo a créditos y ayudas, pero luego será la “mano invisible” de los mercados quien decida cuál de esos negocios merecerá la pena que continúe, y cuál debe cerrar y pagar el precio de su osadía y, por supuesto, el del crédito.

Sin embargo, la experiencia y el análisis de las circunstancias demuestran que el contexto está preparado para que sean aquellos empresarios que “han demostrado más capacidad y criterio a la hora de emprender”, los que decidan qué condiciones laborales son buenas y cuál debe ser el papel de los trabajadores y trabajadoras, puesto que ya han demostrado su capacidad y preparación al partir de empresas exitosas. Por lo tanto, ante la teórica libertad para que cualquiera emprenda y para que las condiciones de trabajo reconozcan la situación de los trabajadores y trabajadoras, las reformas legislativas que parten desde las posiciones conservadoras dificultarán cualquier alternativa al formalizar e imponer su modelo a través de la ley, no sólo ya desde la influencia.

Como se puede observar, el gran éxito de este modelo de poder conservador no es su rigidez e imposición, aunque cada vez es más inflexible y obligatorio ante la constatación de la injusticia que acarrea, sino su aparente flexibilidad y libertad; elementos que quedan demostrados cuando algún “emprendedor” logra superar todos los obstáculos y dificultades que existen. Y aunque en principio puede parecer que se rompe su círculo de poder, en realidad es justo lo contrario, puesto que lo que en verdad significa es el modelo queda reforzado con la incorporación de un nuevo elemento.

Por eso no debemos sorprendernos de lo que está sucediendo hoy. La situación actual es la reacción a los avances conseguidos desde un modelo más social y progresista, es decir, desde el modelo de la izquierda, aunque ahora cueste pronunciar la palabra; no son fruto de la casualidad ni de una deriva incontrolada. Por eso, ante la realidad objetiva, lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos sobre el “por qué” de las circunstancias  de hoy día y sus causas. Y la realidad actual es muy clara: hay más desigualdad social (los ricos son más ricos y los pobres más pobres), hay más paro y más precariedad laboral, hay más desigualdad entre hombres y mujeres, los derechos de los trabajadores y las trabajadoras se han visto mermados, hay más pobreza, mayor porcentaje de población en riesgo de exclusión, más violencia de género, menos ayudas a la dependencia, menos becas para estudiar, menos presupuesto para la cultura y la ciencia, menos prestaciones sanitarias… Es decir, hoy estamos peor que hace unos años, y el argumento que dan es una crisis financiera iniciada, y posiblemente diseñada, por quien se está beneficiando de toda la situación actual, que son los “ricos más ricos”, los “hombres más machos”, la “derecha más conservadora”, la “religión más de otro mundo”… cuyos valores, ideas y creencias conservadoras se están viendo recompensadas, arraigadas y extendidas entre quienes desde el miedo ven la realidad con el agradecimiento que da la amenaza del mal venidero.

El sufrimiento y el daño que genera toda esta injusticia sólo puede ser soportado bajo un argumento moral que tranquilice las conciencias y justifique la pasividad. Para el poder conservador tradicional el problema no es la pobreza, sino los pobres; el problema no es el trabajo, sino los trabajadores y trabajadoras; el problema no es la violencia de género, sino las mujeres… si todo el mundo asumiera su condición no habría problemas. La construcción conservadora de la sociedad se basa en los conceptos de orden y de élite como guía y referencia de toda la sociedad, desde los valores a las ideas, pasando por las conductas. Y los grupos de poder son excluyentes y discriminatorios por principios y por finalidad, porque lo que buscan es mantener su poder y acumular aún más.

Para esos grupos el planteamiento se reduce a que “si ellos han podido llegar a donde están, cualquier persona podría conseguirlo”, siempre y cuando que se esforzara y “sacrificara” lo suficiente. Por lo tanto, sitúan las condiciones de vida de las personas más desfavorecidas en su propia responsabilidad o irresponsabilidad, al no hacer lo suficiente para superar sus circunstancias o al hacer lo que no deberían.

Al final la idea que manejan es que quien está en posiciones inferiores “tiene lo que se merece”, y que por tanto no se pueden quejar por ello; es cierto que en un momento dado pueden existir circunstancias que lo hagan más difícil, pero la solución no es venirse abajo ni protestar, sino esforzarse aún más y someterse al criterio de los que están capacitados.

De este modo, ante los problema objetivos que existen y la necesidad que surge de ellos, la respuesta desde las posiciones conservadoras es la compasión y la beneficencia, puesto que consideran que no se merecen lo que no han sido capaces de alcanzar.

Esa idea de “necesidad sí, merecimiento no” da valor a las propias posiciones de poder, quienes se sienten llamadas a la acción desde el plano de los sentimientos o la moral para responder ante la necesidad por compasión, es decir, a partir de sentimientos de pena, o por beneficencia, o lo que es lo mismo, por condescendencia; pero no por justicia social ni por derechos.

La jugada es perfecta, pues al final, por una parte, mantienen la desigualdad y la “dependencia y sumisión” de quienes necesitan esos “gestos” para sobrevivir; y, por otra, el poder se encumbra más al unir a sus beneficios económicos y ventajas sociales los valores morales. Su “superioridad moral” aumenta al actuar desde un “doble altruismo”: por un lado, al dar a quien lo necesita, y por otro, al hacerlo sobre quien no lo merece. De este modo, el poder se refuerza doblemente, pues a la idea de capacidad sobre la acción se le une la de merecimiento por su superioridad moral.

Un modelo injusto de poder necesita espacios para redimirse y continuar siendo injusto a través de la redención y la penitencia. Por ello no sorprende que quienes recurren a las ideas y a las creencias para hablar del “necesitado” y del “prójimo”, nieguen a su vez políticas y acciones para acabar con la injusticia social. (“El prójimo”, 20-12-12)

El poder necesita la desigualdad desde el punto de vista material para poder abusar de quienes están en posiciones inferiores, y necesita la limosna de la compasión y la beneficencia para redimirse moralmente y continuar con su ejercicio de abuso e injusticia.

La sociedad no puede permanecer sometida a sus dictados ni amenazada por sus miedos, necesitamos implicar a esa misma sociedad en otro modelo de convivencia donde el ejercicio de la Igualdad y los Derechos Humanos sean el marco que defina la realidad. Y por ello es importante hablar de la “izquierda”, puesto que ha sido ella la que históricamente ha planteado y ha trabajado por la necesaria implicación y participación directa de la sociedad en un modelo de convivencia alternativo, y es la única que puede alcanzarlo en términos de Justicia e Igualdad.