Todos y la “falacia de la minoría”

La pregunta puede parecer extraña en su formulación, ¿quiénes son “todos”?, pero la respuesta, aunque paradójica, es muy simple en la práctica: “nadie”.

“Todos” es un concepto tan amplio que vale para todo, especialmente cuando se trata de valorar la “realidad mayoritaria de una minoría” para defender algunas circunstancias relacionadas con ese grupo. “Todos” viene a ser la puerta de atrás por la que salir del problema dejándolo dentro, la forma de evadirse aunque sea por un instante, la manera de no abordar la responsabilidad del grupo del que forma parte esa minoría irresponsable por acción y por decisión, precisamente aprovechándose de las circunstancias comunes al grupo.

Es lo que ocurre cuando se habla de la irresponsabilidad de jóvenes que incumplen las medidas sanitarias durante las horas de ocio y diversión. En lugar de centrarse en el problema y en las circunstancias que hacen que sean jóvenes divirtiéndose quienes llevan a cabo una gran parte de las conductas de riesgo ante la pandemia, se evita la realidad y se dice que “no son todos los jóvenes, sino una minoría”, como si en la crítica a esos comportamientos se hubiera dicho que es algo que hacen “todos los jóvenes”.

Es el mismo argumento que se emplea para no afrontar la realidad de la violencia de género, y cuando se habla de que los hombres que lo deciden son los responsables de esta violencia, la respuesta de muchos es que “no son todos los hombres, sino que se trata de unos pocos en comparación con el total de hombres”.

Y acto seguido, se presenta la situación como si fuera un ataque al grupo, para afirmar que se está culpabilizando a “todos los jóvenes” y criminalizando a “todos los hombres”.

Es la “falacia de la minoría”, utilizada para no afrontar la realidad ni actuar sobre el grupo con el objeto de lograr dos objetivos esenciales:

  1. Adoptar medidas específicas sobre el grupo responsable del problema (concienciación, alternativas, educación…), de manera que se avance para resolver la situación.
  2. La necesidad de implicar a todo el grupo de forma directa en la solución del problema, y evitar que se utilicen los elementos comunes para justificar las conductas que esas “minorías” llevan a cabo. Porque en los dos casos comentados, jóvenes y hombres, quienes actúan de manera irresponsable y de forma violenta, lo hacen en nombre de lo que ellos consideran que forma parte de las circunstancias y elementos de su grupo.

Cuando se trata de problemas sociales considerados serios nadie utiliza ese tipo de argumentos para minimizarlos. Así, por ejemplo, al hablar de los conductores que actúan de forma imprudente y provocan los accidentes de tráfico, nadie dice que se trata de unos pocos conductores en comparación con el total de los que cada día salen a la carretera. En esos casos se acepta que el resto de las personas del grupo deben contribuir de la forma que les sea posible (denunciando, llamando la atención al imprudente, advirtiendo del riesgo al resto…), para evitar o dificultar que quienes abusan de los elementos del grupo en su propio beneficio lo hagan. Desde fuera es muy difícil estar presente en el momento en el que se llevan a cabo esas conductas delante de otros miembros, o cuando comentan con ellos sus acciones. Y es esa pasividad y distancia del resto del grupo las que utilizan para legitimarse en lo realizado.

Es el “todos” de cada día, un concepto definido por el significado que le dan las referencias sociales y culturales bajo las ideas y valores que imponen como parte de la normalidad. Por eso los mismos que dicen que se ataca a todos los hombres cuando sólo unos pocos maltratan, o a todos los jóvenes porque un grupo reducido de ellos se salta las medidas sanitarias, no dudan en hablar sin ninguna matización ni limitación que “todas las mujeres denuncian falsamente la violencia de género”, o que “todos los menores inmigrantes son violadores y delincuentes”.

Y no es casualidad, la cultura es el todo que define cada uno de los todos. Y la cultura es definida por los hombres y esa masculinidad osada, arriesgada, prepotente y dominante, que demuestra su valor saltándose los límites e incumpliendo las pautas de su propia normalidad.

“Ley y orden”

La estrategia conservadora siempre ha sido clara en su planteamiento y falaz en su enunciado al decir una cosa y hacer otra en la práctica. Ahora, de nuevo Donald Trump ha tomado la iniciativa al recuperar el mensaje de la campaña de Richard Nixon en 1968 de “ley y orden” (aunque, curiosamente, después se vio obligado a dimitir por actuar fuera de la ley). La idea no es muy diferente a la del resto de partidos conservadores cuando presentan las iniciativas de izquierda y las alternativas que proponen como un caos destinado a atacar las instituciones, la familia, la iglesia, a la propia política para convertirla en un “régimen bolivariano”, o hasta a la misma nación con la llegada de extranjeros que vienen para acabar con nuestra identidad… Y su respuesta es clara: ley y mano dura frente a todo eso.

La estrategia, como se puede ver, es nítida: ley y orden, pero con un “pequeño matiz”, debe ser “su ley” y “su orden”. Si una ley, por ejemplo, desarrolla medidas para lograr la Igualdad, entonces no hay que cumplirla; si una ley actúa contra la violencia de género, no hay que tomarla en serio y hay que presentarla como una amenaza contra los hombres; si una ley desarrolla un modelo educativo diferente, no debe ser tenida en cuenta por adoctrinadora; si la Constitución dice que hay que renovar las instituciones y a ellos no les viene bien, todo puede esperar al margen de la legalidad… porque para ellos es su orden el que define la ley y la realidad, y no el orden democrático quien decide cómo debe ser la convivencia y la manera de relacionarnos en una sociedad libre, plural y diversa en la que su posición es una más, por muy amplia que sea.

Esa superioridad moral de la que parten es la que permite dar por válido un sistema con una cultura y una estructura social basada en la desigualdad, construida sobre la idea de que determinados elementos y características son superiores a otros. De manera que las personas y circunstancias que tengan esos elementos deben ocupar una posición superior y desarrollan funciones desde la responsabilidad basada en su teórica superioridad. Y, efectivamente, el resultado es orden, pero un orden artificial y falaz que parte de la decisión previa de dar más valor a los elementos propios. Y en ese orden ser hombre es superior a ser mujer, ser blanco superior a ser negro o de otro grupo étnico, ser nacional superior a ser extranjero, ser heterosexual es superior a ser homosexual… Y como el orden es ese, pues la ley que se desarrolla es la que se necesita para mantenerlo y defenderlo de lo que consideran iniciativas particulares que surgen desde cada uno de los “elementos inferiores”, es decir, de cualquier propuesta que surja para corregir la discriminación que sufren quienes son considerados inferiores: mujeres, negros, extranjeros, homosexuales… que además se presentan como iniciativas fragmentadas y dirigidas sólo a cuestiones limitadas a esos grupos de población, no como algo común para toda una sociedad democrática.

La construcción de ese marco de “ley y orden”, además de presentar “su ley y su orden” como referencia común para toda la sociedad, tiene una segunda consecuencia tramposa de gran impacto para desacreditar cualquier alternativa.

La asociación es muy simple: si yo soy la ley y el orden, todo lo demás es caos e ilegalidad. Desde esa posición no aceptan que otras alternativas a la suya supongan un marco de “ley y orden”, por eso agitan el miedo con sus mensajes para que la sociedad asocie que las posiciones conservadoras son el orden y las alternativas progresistas el caos. Este contexto es el que se ha utilizado para hablar de un gobierno democrático como “gobierno ilegítimo”, o llamar “anti-constitucionalistas” a partidos democráticos que no encajan en “su orden”. Y de ahí continuar con su razonamiento hasta llegar al “desorden” que supone romper España con los separatistas y los herederos de los terroristas, argumentos similares a los que utiliza Trump contra el Partido Demócrata y Joe Biden ante la reacción social frente a una violencia policial contra la población afroamericana, que en lugar de ser considerada como racismo policial, se entiende como parte del “orden establecido”.

Y es una estrategia que funciona. Y funciona porque juega con los valores tradicionales, con la tendencia continuista de cualquier sociedad, y con la estructura de poder que supone articular la sociedad sobre los elementos de desigualdad que hemos comentado. A partir de ahí, usar el miedo bajo la amenaza de perder las referencias históricas que nos han definido por los “ataques” lanzados desde posiciones particulares, resulta sencillo.

No debemos caer en la trampa conservadora que lleva a apropiarse de la patria, las instituciones, la historia, la ley y el orden. Porque en una sociedad democrática la ley la dicta el Parlamento en tiempo real, no la historia desde el pasado; y el orden es la consecuencia de la convivencia en democracia, no el resultado de la costumbre y la tradición.

 

“El violador eres tú”

Muchos hombres se indignan ante las críticas a lo que prácticamente sólo hacen los hombres, en cambio no se movilizan para que los hombres que lo llevan a cabo dejen de hacerlo. Así ocurre con las violaciones, cometidas en el 99% de los casos por hombres (US Bureau of Justice Statistics, 1999), y realizadas en el seno de una cultura construida desde el masculino plural del “nosotros”, para defender el posesivo plural masculino de lo “nuestro”.

No tienen problema ni se indignan cuando las afirmaciones no se ajustan a la realidad y presentan los grandes logros, avances y descubrimientos de la sociedad como algo de los hombres, aunque todo el proceso esté lleno de aportaciones y del trabajo de muchas mujeres. Hombre es sinónimo de humanidad y de “ser humano” para lo bueno, integrando en los hombres a todas las mujeres, en cambio, cuando se trata de conductas y acciones negativas, aunque sean realizadas mayoritariamente por hombres, como ocurre con las violaciones en general, o sólo sean realizadas por hombres, como sucede con la violencia de género, entonces una cosa son los hombres y otra “algunos hombres”.

Pero no se trata de un error, sino el reflejo de la capacidad que tiene el machismo de ocultar la responsabilidad colectiva e individual de los hombres por medio de la creación de significados alternativos.  De manera que el modelo social no tiene ningún problema en aceptar “hombres” como genérico para lo bueno, y en rechazarlo para lo negativo. Es como lo del anuncio de TV y admitir “pulpo como animal de compañía”, al final quien tiene el poder es el que decide las normas, de lo contrario no hay partida.

Cuando los hombres critican las leyes contra la violencia de género, reconocen que el origen de esta conducta está en la masculinidad definida por una cultura machista, que crea las referencias para que las mujeres sean consideradas como una posesión más de los hombres, o como objetos que pueden utilizar cuando ellos lo decidan bajo su superior criterio, y consideren que “provocan”, que “quieren decir sí aunque hayan dicho no”, que van buscando a un “hombre de verdad” … Que luego lo hagan o no dependerá de su voluntad, puesto que la cultura no obliga a las conductas, sólo sitúa las referencias desde las se pueden realizar.

Y esos hombres que maltratan, que acosan, abusan, violan y asesinan no son enfermos, ni drogadictos, ni alcohólicos; son hombres normales, tan normales que ni siquiera tras cometer los homicidios y las violaciones son cuestionados como hombres o ciudadanos, siguen siendo el atento vecino, el amigo afable, el honrado trabajador, el buen muchacho… tal y como recogen los testimonios de sus entornos tras los hechos.

Un ejemplo lo tenemos en el caso de Antonia Barra, una joven chilena que sufrió una violación el pasado septiembre (2019), y un mes después se suicidó. La conducta suicida tras las agresiones sexuales está descrita científicamente como una consecuencia del trauma de la violación, y fue puesta de manifiesto, entre otros, en trabajos clásicos como los de Kilpatrick (1985).

Las circunstancias que intervienen en el desarrollo del suicidio tras una violación son de diferente tipo. Entre ellas está el trauma psicológico ocasionado por la agresión sexual, la cultura que culpabiliza a la víctima por algo que ha hecho o ha dejado de hacer, los entornos y la propia familia que con frecuencia se ponen del lado de la culpabilización, aislando mucho más a la víctima, y sobre todo ello, la estrategia del agresor a la hora de desarrollar la defensa de atacar directamente a la víctima y criticar su compartimiento, no sólo ante los hechos, sino de forma generalizada, como también vimos aquí en el caso de “la manada” y en tantos otros.

El caso de Antonia Barra es paradigmático en todos esos elementos, y al margen del trauma por la violación, el miedo que demostró para que sus padres no conocieran lo ocurrido, más el rechazo de su novio, que directamente la insultó cuando le contó lo ocurrido llamándola “repugnante” y “cerda de mierda”, unido a la falta de una atención especializada por parte de la administración, condujo al suicidio en un plazo de tiempo corto, demostrando la intensidad de los elementos que intervinieron y la falta de ayuda.

El agresor, por su parte, ha recibido tal apoyo y sus palabras tal credibilidad, a pesar de las pruebas que ha encontrado la investigación demostrando que miente en algunas de sus manifestaciones públicas, que después de que la justicia acreditara la violación decidió que saliera de prisión y pasara a arresto domiciliario. La Corte de Apelaciones de Temuco tuvo que corregir esa decisión inicial del Tribunal de Garantías, y decretó de nuevo su ingreso en prisión bajo la movilización de las organizaciones feministas, que hoy día actúan como conciencia crítica de una sociedad inconsciente frente a este tipo de violencia.

Y nada de esto es casualidad, cuando el colectivo “Lastesis” dicen “el violador eres tú” no están diciendo que todos los hombres son violadores, como interpreta el machismo paranoide, lo que nos dicen es que el violador es un hombre como tú, como cualquier otro hombre; no un enfermo, ni un psicópata, ni un alcohólico o un drogadicto, como miente el machismo cuando se refiere a los violadores. Pero también nos dicen que sin la complicidad pasiva y silenciosa del resto de los hombres, muchos de los agresores tampoco actuarían de ese modo ni presumirían de haberlo hecho con vídeos y relatos.

El día que los hombres entiendan que lo que caracteriza a un violador, a un maltratador, a un acosador, a un abusador o a un asesino es su voluntad de actuar de ese modo sobre mujeres expuestas por la sociedad machista como una posesión o un objeto, se darán cuenta de lo importante que es dejar atrás esa masculinidad que permite interpretar la realidad desde esa violencia, para luego hacerla normalidad a través de las justificaciones.

Y si no se dan cuenta y abandonan la violencia, se lo recordaremos el resto hasta que la dejen diciendo, entre otras cosas, lo de “el violador eres tú”, “el maltratador eres tú”, “el asesino eres tú”.

El día de la “marzota”

Hoy es día 8 de marzo de 2020, lo sé porque ayer fue 8 de marzo y porque mañana será 8 de marzo de 2020… Da igual la de veces que se ponga el sol y vuelva a salir, o la de días que hayan pasado página en el calendario, para la derecha y la ultraderecha todos los días son 8 de marzo, porque a pesar de los tres meses transcurridos desde entonces, para ellos aún no han terminado las 24 horas de aquel domingo.

El interés en relacionar las manifestaciones feministas conmemorativas del “Día Internacional de las Mujeres”, de todas las mujeres, también de las de derechas y ultraderecha, demuestra que su estrategia política y social no es abordar la situación de crisis sanitaria, económica y social, sino buscar culpables y enfrentar para defender su ideología y su modelo de sociedad. Ni siquiera disimulan intentando cuestionar todas las concentraciones que se celebraron ese fin de semana, puesto que la única que pueden utilizar en su doble ataque, al Gobierno por un lado, y al feminismo y la Igualdad por otro, es la del 8M.

Y lo sorprendente es que lo hagan cuando según los datos oficiales, la evolución de la curva de casos no se ve modificada a los 15 días de estas manifestaciones, ni hay una mayor incidencia de casos en mujeres, como se supone que debería haber ocurrido tras su participación en una concentración que actuó como germen de la expansión del virus.

Pero no hay que extrañarse, para quienes defienden una cultura que entiende que Eva fue la culpable de la deriva pecadora de la humanidad, decir que el feminismo y las mujeres son las responsables de la evolución de la pandemia en España es algo lógico y consecuente con la defensa de sus ideas y valores, que siempre juegan con el binomio “culpa-salvación”. Su aplicación es muy fácil: las mujeres son las culpables de los males de la Tierra, y los hombres se presentan como salvadores; la izquierda es la responsable de las crisis que periódicamente nos golpean, y la derecha llega para salvarnos… Así siempre.

Ya hemos visto ese tipo de razonamiento en las conversaciones del día a día, y cómo a base de repetirlo se llega a crear un marco que define y da significado a la realidad, de ese modo “las mujeres siempre son malas”, hasta el punto de que cuando se habla de violencia de género presentan como problema las “denuncias falsas” llevadas a cabo por las “malas mujeres”, no los 60 hombres que asesinan de media cada año ni las 600.000 maltratadas; y cuando se habla de política el problema está en la llegada al Gobierno de la izquierda, a quien siempre consideran un “Gobierno ilegítimo” por las razones que sean (11M, moción de censura, pactos con partidos que quieren destruir España, “Gobierno criminal” por sus decisiones ante la Covid-19…).

Por eso necesitan el 8M como argumento, porque unifica la crítica hacia las mujeres (que según el modelo cultural son “malas y perversas”), hacia la Igualdad (que es el antídoto de su modelo jerarquizado de poder construido sobre la desigualdad), y hacia la izquierda (que es presentada como una fuerza adoctrinadora y alienadora, no como una posición de libertad en busca del bien común, la Igualdad y la justicia social).

Podrían cuestionar elementos objetivos de la gestión de la crisis que han podido influir de forma más directa en la evolución de la pandemia, como la falta de EPIs, las primeras compras fraudulentas, el engaño en el material adquirido, los retrasos en los envíos… elementos de una actuación política que pueden valorarse de manera diferente y facilitar la crítica a las decisiones tomadas en su momento. Pero no lo hacen porque lo que le interesa a la derecha y a la ultraderecha es atacar al 8M por todo lo que significa. Por eso también lo criticaron el año pasado y lo han hecho otros años, cambian los argumentos pero no las críticas. Ellos viven en el “día de la marzota”.

La derecha y la ultraderecha olvidan que si hoy cuentan con diputadas en sus grupos y con votos de mujeres que los apoyan, es porque el feminismo lo ha hecho posible, que si la sociedad es más justa y la democracia más rica gracias a la participación de muchas mujeres anónimas, es porque el feminismo lo ha hecho posible. Y que si todo eso ha ocurrido ha sido porque el feminismo y muchas mujeres llevan siglos trabajando para hacerlo verdad, y manifestándose en las calles contra el abuso, la injusticia y la violencia que hay detrás del  modelo de sociedad machista que hoy defiende la derecha y la ultraderecha.

Y entre esas manifestaciones siempre ha estado presente la del 8 de marzo de cada año. Como decimos en la Universidad de Granada, es “Infinito marzo”.

 

El modelo machista y la política

El machismo es hábil, más por poderoso que por listo, pero al final se sale con la suya a través de sus juegos y provocaciones, porque es el machismo quien lleva la voz cantante de la normalidad y lanza los retos para que otros se sientan compelidos a responder, bajo la idea de que si no lo hacen no son “hombres de verdad”.

Lo estamos viendo estos días con las constantes provocaciones que desde la derecha y la ultraderecha lanzan al Gobierno, y cómo desde el Gobierno y los partidos de izquierda se ha entrado en ese juego de la violencia, que no “crispación”, como intentan disimular algunos.

No hay que olvidar que el machismo es una construcción cultural de poder. Que los hombres hayan definido históricamente una cultura androcéntrica que establece la desigualdad esencial sobre la superioridad de los hombres respecto a las mujeres, para apuntalar el sistema con la labor invisible, anónima y gratuita de estas, y para que al menos cualquier hombre tenga a alguien en una posición de inferioridad en las mujeres de su mismo contexto, no ha sido por azar, sino que se ha hecho para crear una jerarquía de poder sobre lo masculino que permita obtener privilegios a los hombres y a su modelo.

Y la política es el ejercicio de poder que gestiona esta realidad. Lo del bien común, la sociedad, lo público, la patria… queda muy bien en los discursos, pero en la práctica son objetivos que se interpretan de forma muy diferente desde una posición conservadora y una progresista, sin que ninguna de ellas ponga en riesgo su posición de poder por la consecución de alguno de esos objetivos, y menos ahora que la política se mueve más bajo el criterio de las estadísticas y las encuestas que por las ideas y proyectos.

Por lo tanto, si el machismo es cultura y poder y la política quien gestiona el poder en la sociedad, la política se convierte en un ejercicio de poder machista, puesto que no cuenta con referencias diferentes para desarrollar sus iniciativas. Esto es algo que puede pasar más o menos desapercibido dentro de la rutina de los días, pero cuando se producen conflictos los elementos androcéntricos que hay en la estructura de la política se pone de manifiesto de forma inmediata y clara.

Por eso el machismo necesita la “crispación” y el enfrentamiento violento, porque es su estrategia, similar a la que utiliza el maltratador o una persona que ocupa una posición jerárquica superior. Esa es la razón por la que ante el conflicto necesitan generar más conflicto, no buscar más diálogo o consenso para resolverlo, sino que su estrategia es lanzar nuevos ataques para aumentar el enfrentamiento, y en la medida de lo posible utilizar cargas de profundidad, como vemos que hacen con el 8M, conocedores de que cuanto más se agrava el conflicto más capacidad tienen para recurrir a elementos informales y presentarlo, no como algo puntual o personal, sino como un ataque a los valores que definen la convivencia, lo común, la sociedad, la patria… porque son esos valores los que la cultura patriarcal ha establecido como referencia para toda la sociedad. Por esta razón, al decir que se están atacando esos elementos resulta sencillo presentar las críticas como ataques contra toda la sociedad, no contra un partido en cuestión ni a una persona particular, sino a todo lo que representan, que va mucho más allá del partido y la persona, puesto que esos partidos se identifican con la misma construcción cultural androcéntrica que reivindica como propia la tradición, la costumbre, la historia…

Esa es la razón que lleva a hacer creer de manera tan fácil que la “crispación” la ha iniciado el Gobierno y que la oposición es “víctima” de su agresividad, de sus bulos y de medios afines. Justo lo que están haciendo desde la derecha y la ultraderecha con todo su aparato político y social, como se puede comprobar a diario.

Por eso se equivocan quienes entran en este juego, no sólo por caer en la trampa de la provocación puntual, sino porque al hacerlo refuerzan el modelo de poder machista y sus dos instrumentos básicos: por un lado, la capacidad de condicionar la forma de hacer política, y por otro, el hecho de dar significado a la realidad. Las políticas podrán ser diferentes entre los partidos conservadores y progresistas, de hecho lo son, pero condicionar el significado de esas políticas es algo que nunca conseguirán desde las posiciones alternativas, por más datos que aporten datos sobre hechos concretos. Sólo el tiempo da la razón a las políticas progresistas transformadoras, como hemos comprobado con el matrimonio entre personas del mismo sexo, que se decía que era un ataque contra la familia, con la interrupción voluntaria del embarazo, que iba a suponer un incremento en el número de abortos cuando en realidad han disminuido, con la ley contra la violencia de género, al presentarla como un ataque contra todos los hombres, no contra los maltratadores y asesinos…

Mientras el machismo sea quien defina la normalidad, lo que ocurra dentro de ella será machismo.

Cuando hablo de que hay que erradicar el machismo, y no sólo manifestaciones como la violencia de género, me refiero a todo esto, a la necesidad de acabar con una cultura androcéntrica que interpreta el presente sobre el pasado para que no exista un futuro diferente.

 

“Un virus como todos los virus”

La estrategia de la derecha y del machismo vuelve a ser hoy la misma que en otras ocasiones: generalizar para ocultar la esencia de cada problema e intentar sacar ventaja de las circunstancias, por eso dicen lo de “todas las violencias son iguales”, y ahora parecen decir que “todos los virus son iguales”.

Recuerdo una anécdota que cuenta mi suegro de su época adolescente, cuando apenas se viajaba y cada destino era toda una aventura. El padre de uno de sus amigos era “viajante”, y de vez en cuando se llevaba al hijo con él para que conociera un poco de España. En una ocasión, aprovechando el viaje a Madrid, le pidió al hijo que lo acompañara para ir a ver El Escorial, algo que causó gran expectación en el resto de los amigos. Nada más regresar, todos los amigos se acercaron a él para preguntarle cómo era ese grandioso monumento que tanto habían estudiado y visto en las fotos de los libros de historia. El amigo, que presumía de ser un hombre de mundo, se hizo el interesante ante el entusiasmo generado por su viaje, y tras una pausa contestó, “pues un Escorial como todos los Escoriales”.

Da la sensación de que esa es la idea que la derecha y el machismo tienen de la realidad y de sus problemas y, como pueden ver, por ahí andan sus argumentos: “la violencia de género es una violencia como todas las violencias”, por eso no hay que tomar medidas específicas;las mujeres que denuncian son mujeres como todas las mujeres”, es decir, definidas por mito de “Eva perversa”, y denuncian falsamente; “un extranjero es como todos los extranjeros”, y hay que protegerse de ellos; “un Gobierno de izquierdas es tan “incapaz” como todos los Gobiernos de izquierdas”, por eso hay que mandarlo a la oposición; y “el virus Covid-19 es un virus como todos los virus”…

Y como cada argumento conlleva una estrategia para lograr el objetivo último de atacar al Gobierno y al modelo de sociedad que representan sus ideas y políticas, parte de los ataques que realizan se basan en la demostración contraria, es decir, en la capacidad y buena gestión de sus Gobiernos. Y para ello ahora toman como ejemplo lo ocurrido con la epidemia del Ébola del año 2014, y lo comparan con lo que está sucediendo en la gestión de la pandemia del coronavirus.

Pero nada de lo que dicen es igual: ni la violencia de género es igual al resto de violencias interpersonales, ni todas las mujeres son iguales y perversas, ni las circunstancias y características de las personas extranjeras son iguales, ni los Gobiernos de izquierdas son iguales, y, por supuesto, el virus Covid-19 tampoco es igual al virus del Ébola.

Veamos algunas diferencias de estas infecciones. El brote del Ébola de 2014 se consideró finalizado en 2016, es decir, dos años después. En ese tiempo el número total de personas infectadas en el planeta fue de 28.646, y fallecieron 11.323, es decir, un 39’5%. Fuera de África el número de infectados en esos dos años fue de 7 (4 en EE.UU., 1 en España, 1 en Italia y 1 en Reino Unido).

Por su parte, en cinco meses de evolución la infección por el Covid-19 se ha convertido en una pandemia que, según los datos de la Universidad de Hopkins a día 30-3-20, ha alcanzado un número de personas afectadas de 177 países de 732.153, y el de fallecidas 34.686, representando un porcentaje del 4’7%.

Como se puede deducir de los datos, el virus del Ébola no tiene nada que ver con el Covid-19, entre otras cosas porque el primero necesita un contacto “estrecho” con la persona enferma o con algún objeto contaminado, para que se pueda producir la infección, algo que no ocurre con el coronavirus, para el que basta un contacto más distante e indirecto.

Las críticas al Gobierno de Rajoy en aquel momento no se hicieron por la gestión de una enfermedad que afectaba a más de 85.000 españoles y españolas como ocurre con el Covid-19, sino por su decisión de repatriar a un religioso enfermo en unas circunstancias muy complicadas de salud (falleció 4 días después de su ingreso en el hospital Carlos III de Madrid), y de alto riesgo epidemiológico. Tal era el riesgo que se produjo el contagio de una Auxiliar de Enfermería, Teresa Romero, infección que supuso el primer caso de la enfermedad fuera de África, con la “suerte” de que desde el momento en que presentó los primeros síntomas hasta que fue hospitalizada y aislada, no contagió a nadie por esa necesidad de contacto estrecho que exige el virus del Ébola.

Manipular, como se está haciendo, al comparar la imprudente “buena gestión” del Gobierno del PP con la “incapacidad del Gobierno socialista-comunista de Pedro Sánchez”, al que llegan a llamar “Gobierno criminal”, al tiempo que se ataca a toda la izquierda y al feminismo, sólo es reflejo del odio que cultivan y extienden algunas personas desde sus ideologías excluyentes. No quiero ni pensar cuál habría sido la respuesta del Gobierno de Rajoy, si en aquel entonces hubieran pedido repatriar por ébola a una cooperante de una ONG feminista que estuviera trabajando en África.

La gestión que hizo el Gobierno del PP con el brote de ébola tuvo como resultado que España tuviera el primer caso de ébola fuera de África. Por su parte, la gestión de la crisis del Covid-19 por el Gobierno socialista y de Unidas-Podemos, con sus aciertos y errores, forma parte de una situación excepcional que ha superado las expectativas y la capacidad de respuesta en todos los países.

No se debería olvidar que cuando termine el confinamiento y la pandemia haya desaparecido tendremos que continuar con la convivencia en sociedad. Alimentar el odio como muchos hacen durante estos días pensando que a la vuelta será más fácil recuperar el poder, además de ser un error, va en contra de los valores democráticos, y quienes creen que al permitirlo con sus silencios y pasividad obtendrán algún beneficio, se equivocan.

El Gobierno es quien decide y, por tanto, el que se equivoca o acierta, y todo ello se conocerá y sabrá con detalle cuando desde las Cortes, las instituciones, las universidades, los medios de comunicación… se analice este periodo. Ahora es tiempo de trabajar de manera solidaria para superar esta situación, con críticas y exigencias, pero no con ataques y manipulaciones. Porque ahora también es el momento para construir las bases de la convivencia que necesitaremos para crecer y reforzarnos como sociedad, con todas nuestras diferencias y diversidad, pero siempre como partes de un mismo proyecto.

Querer a España no es saberse los límites de su territorio y su historia. Conocer y querer a España significa conocer cómo es su gente en su diversidad y quererla tal y como es.

Virus frente a viral: El machismo y sus bulos

Los sectores conservadores de nuestra sociedad, los mismos que ven un riesgo en lo público y “confinan” en aulas separadas a niños y niñas para que no se contagien de Igualdad, intentan sacar partido de los efectos del virus contaminando el ambiente con manipulaciones y mensajes virales. En esto parece que siguen el principio hipocrático del “similia similibus curantur”, según el cual los problemas ocasionados por un humor se curan con aportaciones del mismo humor, de manera que, según esta ideología y su adoctrinamiento, lo que hay que hacer es aplicar lo viral frente al virus, y frente a la incertidumbre de la realidad la manipulación de los hechos.

El objetivo es claro y así lo plantean en sus “video-virus” y “mensaje-virus”, hacer responsable de la pandemia al Gobierno de Pedro Sánchez, como hicieron en su día responsable de la crisis económica mundial a Rodríguez Zapatero.

Y para ello hacen un collage interesado de trozos de verdad para crear una gran mentira, haciendo creer que la suma de verdades sólo puede ser otra verdad. No elaboran una crítica basada en distintas ideas ni aportan otras alternativas, se quedan en el cuestionamiento a tiempo pasado de las decisiones que en su día se adoptan sobre la base de los datos existentes, algo que siempre es fácil de utilizar para manipular a partir de su componente de objetividad.

Lo que se pretende es culpabilizar a los responsables gubernamentales para que haya un rechazo y un ataque directo hacia ellos y a las ideas que los sustentan. Y los elementos que utilizan para llevar a cabo la manipulación buscan la integración de tres referencias:

  1. Destacar elementos esenciales de su ideología conservadora para fundamentar las críticas sobre ellos. Lo hemos visto en la crítica al feminismo y a la Igualdad al achacar los problemas de la pandemia a la manifestación del 8M.
  2. Utilizar elementos del pasado que se puedan usar para reforzar el razonamiento el presente, es lo que ocurre al comparar la gestión de la crisis sanitaria actual con la gestión de la crisis económica de 2008.
  3. Empleo de los elementos propios de la situación actual para integrarlos en el contexto generado sobre los dos elementos anteriores.

La estrategia busca manipular la realidad a través de la integración de esos tres elementos, con el objeto de atacar a la posición interesada, en este caso al Gobierno y al feminismo, pero también a todas las ideas, valores, referencias o planteamientos que no coinciden con su ideología.

En la situación actual vemos que los elementos de los ataques se centran en los elementos antes citados:

  • Manifestaciones del 8M: Intentan responsabilizar de manera insistente de lo ocurrido a las manifestaciones del 8M, sobre todo en la Comunidad de Madrid, achacando casi en exclusividad la diseminación del virus a la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres. No dicen nada de los 4000 partidos de fútbol que se celebraron ese fin de semana, ni de los 680 de baloncesto, ni de los 1000 encuentros de otros deportes. Tampoco de las 18.000 misas, de la congregación de gente en cines, teatros y centros comerciales, y mucho menos del mitin de Vox en Vistalegre con dirigentes claramente bajo una sintomatología compatible con la infección por Covid-19. Lo importante es hacer creer que el problema fue el 8M para de ese modo reforzar el odio al feminismo, a las mujeres y a la Igualdad. Su estrategia es tan manifiesta, que cuando se les dan estos datos para explicar que en ese momento las referencias no planteaban suspender estas actividades, dicen que se permitieron todas las demás para de ese modo poder celebrar las manifestaciones del 8M. No importa la realidad, lo importante es imponer su visión.
  • Elementos del pasado: El objetivo que pretenden con sus estrategias virales es el ataque, no entrar en el debate cuestionando determinadas decisiones por medio de un razonamiento fundamentado y aportando alternativas. No plantean propuestas en el momento de tomar las decisiones, tan sólo critican los hechos cuando ya han ocurrido. Su lugar es el pasado y por eso se mueven bien en ese tipo de argumentos, y para ello recurren a hechos anteriores que son presentados como eslabón para darle continuidad a su estrategia. Por eso, ante la crisis sanitaria del coronavirus, han recuperado a la crisis económica de 2008 bajo un mismo planteamiento: la incapacidad del Presidente del Gobierno del momento, antes Rodríguez Zapatero y ahora Pedro Sánchez, como responsable del problema, da igual que sea global, porque lo que se busca no sólo es la crítica personal, sino relacionar la incapacidad individual con las posiciones ideológicas de esas personas, y hacer creer que el problema de fondo está en el socialismo y en la izquierda.
  • Elementos del problema presente: Para completar su ataque y su collage viral lo que hacen es tomar algún ejemplo de su capacidad de gestión y lo relacionan con la situación actual. Con la pandemia del Covid-19 ha sucedido al utilizar como ejemplo de buena gestión la respuesta ante la epidemia del Ébola del Gobierno de Mariano Rajoy, cuando son realidades completamente diferentes desde el punto de vista epidemiológico. Y mientras que en el coronavirus de lo que se trata es de responder sanitariamente para tratar y detener una pandemia que afecta a la población española, en la del Ébola se trataba, básicamente, de decidir si repatriar a personas y cadáveres para evitar que la infección llegara a España. Y todo ello se refuerza con datos sueltos de la crisis actual, como ha sido la diferente tasa de mortalidad en España y en Alemania, sin tener en cuenta las diferencias demográficas entre los países, o el especial impacto de la infección en algunas residencias de ancianos en nuestro país, ni los distintos tiempos de evolución de la pandemia; y hablan ese mayor porcentaje de mortalidad en España, pero no dicen nada de que el porcentaje de curaciones a día 24-3-20 es inferior en Alemania.

Y con ese tipo de argumentos manipuladores se llega al objetivo final, que no es la legítima y necesaria crítica al Gobierno, sino su ataque sobre una doble idea: por un lado la incapacidad esencial de las personas por formar parte del grupo del socialismo y la izquierda, y por otro, la responsabilidad directa en el resultado, como si hubiera sido algo buscado apropósito o por “imprudencia manifiesta”, llegando a hablar de “Gobierno criminal”.

Si se dan cuenta, hemos pasado de un “Gobierno ilegítimo” del 14M, repetido después con la moción de censura a Mariano Rajoy, a un “Gobierno Frankenstein” nacido del pacto del PSOE con Unidad Podemos, y ahora a un “Gobierno Criminal”. Toda una evolución argumental que revela de forma gráfica la estrategia de los sectores conservadores y machistas de nuestra sociedad, los mismos que no aceptan las diferencias sociales, salvo que estas se traduzcan en jerarquía y en la sumisión de los otros.

Estas estrategias llenas de silencios cómplices y pasividad recuerdan lo de “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”, y reflejan la falta de valores democráticos en quienes se consideran los únicos legitimados para ostentar el poder y el Gobierno. Sin duda un error que puede dar rédito a corto plazo, pero que al final se traduce en distancia y abandono por parte de una sociedad que cree en la Democracia y en la Igualdad. Sólo hay que ver cómo estaba la derecha hace unos años y cómo está ahora.

El problema añadido está en que esos mensajes virales aumentan el odio y la virulencia en mucha gente, y todo ello es el cultivo del enfrentamiento y la violencia. El lenguaje belicista que se está utilizando también es un ejemplo de toda esta visión, y es algo que debemos evitar para que todo se resuelva por los cauces democráticos, y con el necesario debate y las oportunas críticas a las decisiones bajo argumentos y propuestas constructivas. Sólo de esa manera superaremos la situación y creceremos como sociedad.

 

Confinamiento y violencia

Las paredes y cristales nos pueden proteger del contagio del Covid-19, pero no de los males que viven dentro del hogar, y la violencia de género habita la convivencia para poner muros y techos de cristal allí donde el maltratador decide.

Según la OMS, referente indiscutible para la pandemia del coronavirus, la violencia de género es un “problema de salud global de proporciones epidémicas”, e indica que el 30% de las mujeres del planeta la sufrirán en algún momento de sus vidas (OMS, 2013). El “Informe sobre homicidios en España” del Ministerio del Interior, recoge que el 40’7% de todos los homicidios por violencia interpersonal sucede en el contexto del hogar, y que los hombres son sus autores en el 66’4% de los casos de violencia doméstica y en el 100% de violencia de género.

El confinamiento en el hogar no va a reducir esta violencia, todo lo contrario; la va a aumentar por la presencia de cuatro elementos principales:

  1. El aumento del tiempo de convivencia entre los agresores y sus víctimas.
  2. Los conflictos en gran medida van a surgir alrededor de cuestiones familiares y domésticas, circunstancia que los agresores viven como un ataque al considerar que todo lo que no sea seguir sus imposiciones se trata de un ataque a su “autoridad”. Es lo que reflejan de manera gráfica cuando justifican la violencia y dicen, “es que mi mujer se empeña en llevarme la contraria”.
  3. La violencia se prolonga sin que se vea interrumpida por las circunstancias de la rutina de cada día, como marchar a trabajar, llevar los niños y niñas al colegio, ir a comprar, salir a dar un paseo…
  4. Percepción de seguridad e impunidad en el agresor, al percibir que las circunstancias del confinamiento dificultan salir de la relación o interponer una denuncia por la violencia ejercida.

La situación no es del todo nueva, pero sí es diferente en la novedad de algunas circunstancias, y las consecuencias pueden ser mucho más graves, especialmente para las mujeres por las características de la violencia de género.

El objetivo principal de la violencia que se ejerce contra las mujeres es controlarlas y someterlas a los dictados del maltratador, el daño y las lesiones son una parte de los instrumentos que utilizan para lograrlo, pero la idea que mueve a un agresor es retener a la mujer dentro de los límites que él impone sobre las referencias definidas por la cultura. Por eso antes de las agresiones se produce un aislamiento de la familia, las amistades y el trabajo, y por ello utiliza también una estrategia aleccionadora con el objeto de que las agresiones se vivan como una referencia de lo que puede ocurrir en caso de no seguir sus dictados, y de ese modo hacer que la propia mujer se “auto-controle” sin necesidad de agredirla a cada momento.

Cuando el agresor percibe que pierde el control sobre la mujer es cuando recurre a las agresiones, y cuanto mayor es su percepción, con más contundencia la resuelve. Este factor es el que hace que la separación y ruptura de la relación actúen como el principal factor de riesgo para que se produzca una agresión grave y el homicidio. La consecuencia es clara y directa, si el objetivo esencial de la violencia de género es el control, la separación significa la pérdida absoluta de control, lo cual lleva a muchos agresores a pensar en la idea del homicidio, y a algunos a llevarlo a cabo. El resultado es objetivo, los homicidios por violencia de género representan el 20’6% de todos los homicidios de nuestro país, es decir, que una media de 60 mujeres son asesinadas en sus casas cada año por parte de hombres “normales” con los que mantienen o habían mantenido una relación de pareja.

Las actuales circunstancias de confinamiento por la pandemia del Covid-19 dificultan la salida de la relación violenta y se traducen en una prolongación de la violencia, y con ella en un incremento de su intensidad y el control por parte del agresor, que a su vez lo vive bajo una sensación de seguridad e impunidad. La aparente disminución de casos graves y homicidios que se puede producir bajo las actuales limitaciones, se podría traducir en un incremento posterior cuando se modifiquen las circunstancias y las mujeres vean facilitada la salida de la violencia, puesto que el riesgo en ese momento será más alto.

No podemos esperar a que suceda, hay que desarrollar una estrategia de acción y prevención basada en cuatro elementos:

  1. Seguimiento activo de los casos de violencia de género conocidos en Servicios Sanitarios, Servicios Sociales, asociaciones de ayuda a mujeres víctimas y sobrevivientes…
  2. Desarrollo de programas de detección activa en la atención que se preste a mujeres en las circunstancias actuales.
  3. Llamada a la implicación de los entornos cercanos a las mujeres que sufran la violencia para que las apoyen y comuniquen la situación a las administraciones correspondientes
  4. Desarrollo de campañas de concienciación e información específicas para el contexto actual.

También tenemos que actuar contra la pandemia de la violencia de género y evitar sus consecuencias y muertes. Ahora estamos a tiempo de adoptar medidas preventivas, y en esta materia, precisamente, lo único que no podemos hacer es “lavarnos las manos”.

 

Patrick Zaki

Patrick, Eva, Carla, Carolina, Rocío, Carmen, Pedro, Christine, Andrea… al entrar en el aula y ver al grupo sentado en sus pupitres, ya se percibe que hay algo diferente en esos ojos bien abiertos y en la sonrisa impaciente que pide que comience la clase, porque un máster de género e Igualdad es distinto al resto, no es sólo el conocimiento y la habilitación que aporta lo que mueve a su alumnado, también es el compromiso para cambiar la realidad injusta de la desigualdad que nos envuelve.

Y Patrick Zaki lleva varios días sin acudir a clase…

El patriarcado siempre ha sido claro en su estrategia, y cuando desarrolla la opresión de un pueblo sobre el desconocimiento no quiere que los niños y las niñas vayan a la escuela, y si van las intentan matar, como ocurrió con Malala Yousafzai. Y cuando ejerce esa opresión desde un patriarcado violento con la complicidad de la normalidad cultural no quiere estudiantes de género ni activistas en las calles, y si los encuentran los detienen, como han hecho con Patrick Zaki.

La debilidad de un sistema opresor se demuestra en la violencia que emplea frente a quien lo cuestiona. Un país levantado sobre el machismo está más preparado para responder al ataque de un ejército que a las palabras de un activista. Sabe que las tropas pueden ser vencidas, pero las ideas y los valores no se pueden retener ni encarcelar. En el fondo, si se produce el ataque de un ejército sólo es cuestión de intercambiar balas, bombas y misiles, pero si llegan nuevas ideas hay que dar razones, y quienes viven en la sinrazón de un poder machista sólo saben responder de un único modo: con la fuerza y la violencia. Da lo mismo que sea ante un ejército que frente a la Igualdad y la Diversidad, para ellos los Derechos Humanos son un ataque como lo son las balas y misiles.

Quien ve un peligro en Patrick Zaki tiene miedo, pero no es un miedo a sufrir daño, sino a ser descubierto en su mentira opresora que hace pasar la desigualdad como normalidad. Por eso cuando se detiene a personas como Patrick Zaki quien actúa no es un policía determinado ni un juzgado concreto. Quien responde es todo el sistema, y lo hace para lograr un doble objetivo, por un lado, castigar a la persona que forma parte de las posiciones críticas a su modelo, en este caso Patrick, y por otro, reforzar el mensaje crítico y amenazante contra cualquier alternativa a través de tres elementos claves: uno, generar dudas sobre las personas que forman dicha alternativa y presentarlas como una amenaza al orden establecido. Dos, desviar el foco sobre las injusticias, desigualdades y violencia denunciadas por estos movimientos para que el debate se centre en la situación individual, no sobre el problema social. Y tres, reforzar el marco de significado al presentar su actuación como una forma de proteger a la sociedad convencida.

El gobierno egipcio ya ha conseguido jugar con esos tres elementos para consolidar sus planteamientos, y lo ha hecho sobre la detención injusta de uno de sus ciudadanos, algo inadmisible desde la democracia y el respeto a los Derechos Humanos.

No podemos permitir que las relaciones internacionales y la diplomacia se construyan sobre la pasividad ante el ataque a los Derechos Humanos, especialmente cuando este ataque se dirige contra la Igualdad y cuando quienes los sufren son las mujeres y los grupos que se encuentran en situación de vulnerabilidad por su activismo, como ha ocurrido con Patrick Zaki. Y sucede en Egipto, pero también en Latinoamérica, en EEUU y en la UE, donde países como Hungría han suprimido los Estudios de Género en las universidades, o en cualquier otro país, incluyendo España, en los que la ultraderecha hace causa común en el ataque a la Igualdad y a la Diversidad.

Quien no cumpla con unos mínimos democráticos y no respete los Derechos Humanos no puede formar parte de la realidad social y política que hemos decidido compartir, porque su objetivo no es lograrlos, sino evitar que se consigan para mantener sus privilegios particulares a costa de los derechos del resto. No hablan en nombre de la sociedad, sino en el de sus intereses, y es algo que no podemos permitirnos por su significado, ni aceptar por el retraso que supone para el logro de la Igualdad, un retraso que no se traduce en días de más, sino en vidas de menos.

Si para logarlo hay que romper relaciones, pues habrá que romperlas; no con el objeto de apartar a nadie, sino para que el diálogo se establezca desde posiciones claras y sin manipular a la ciudadanía de los países que utilizan el nombre de los Derechos Humanos para no respetarlos. Es lo que ahora ocurre con la UE, donde parece que todos los países abrazan sus valores fundacionales y la “Carta de Derechos Fundamentales de la UE” (2016/C 202/02), en la que la Igualdad está incluida en su Título III, las Libertades en el II y la Dignidad en el Título I, y luego se permite que determinados Estados Miembros no los respeten y que otros directamente los ataquen, al tiempo que hacen creer a sus pueblos y a la comunidad internacional que los respetan al formar parte de una Unión que los ensalza.

No tiene sentido que un país no pueda formar parte de la Unión si no cumple una serie de criterios económicos, y que sí pueda hacerlo incumpliendo los Derechos Humanos. ¿Por qué se acude al argumento del “respeto a la soberanía de cada país” para justificar la quiebra de los Derechos Humanos, pero no para el desarrollo de políticas económicas?  Si no se marcan de forma clara las líneas del terreno de juego, quienes llevan siglos sin respetarlas seguirán haciéndolo, y si hay algo que no nos podemos permitir es construir el futuro sobre la debilidad del presente en lo que respecta a la Igualdad y al resto de Derechos Humanos. Y hoy el machismo y sus instituciones, como lo han hecho a lo largo de toda la historia, de nuevo lanzan el mensaje de que” la Igualdad puede esperar”.

Ese contexto es el que lleva al abuso con la conciencia de que no tendrá consecuencias, y a que decidan detener y retener a Patrick Zaki o a cualquier persona que les resulte molesta, para castigarla y hacer de él un buen argumento a la hora de defender su modelo y de dar una lección al resto de la sociedad.

La Igualdad no puede esperar, como tampoco puede hacerlo Patrick Zaki. Las palabras ya han sido dichas, ahora hay que pasar a las acciones para que sea liberado. La UE no puede tolerar que uno de sus estudiantes sea detenido en gran medida por cursar un máster Erasmus Mundus como el GEMMA. El ataque que significa la detención de Patrick Zaki en este contexto no sólo es contra su persona, también va dirigido contra la universidad por hacerla cómplice de trasmitir las ideas por las que ha sido privado de libertad, y contra la propia UE por impulsar este tipo de programas.

Querido Patrick, tus compañeras y compañeros del máster y las Universidades de Granada y Bolonia, pero también las otras que forman parte del GEMMA (Lodz, Oviedo, Utrecht, York y la Central europea de Budapest), te esperamos.

 

La revolución pendiente: tierra e Igualdad (I)

Dado el fracaso de la escucha y el entendimiento, la humanidad, desde el Neolítico hasta nuestros días, ha tenido que crecer a base de revoluciones. Habría sido más sencillo y menos traumático si en lugar de revolucionar la realidad hubiéramos evolucionado con ella, pero quienes han estado posiciones de poder siempre han mostrado su rechazo a modificar las circunstancias que les proporcionaban sus privilegios, de ahí su resistencia a cambiar y su fidelidad a la tradición y a lo conservador.

Las revueltas con las que habitualmente se identifican las revoluciones sólo son su escenificación, la última fase de todo un proceso más profundo, y reflejo de la necesidad de romper las imposiciones que impedían los cambios y transformaciones.

Si nos adentramos en todo el proceso revolucionario que conduce a la última expresión de su manifestación reivindicativa, nos encontramos con una serie de fases que podríamos resumir en seis etapas:

  1. Situación de abuso. No es sólo la existencia de diferencias y desigualdades, sino su utilización para obtener ventajas y privilegios en ese contexto donde se establecen las relaciones abusivas. Cuando el abuso se hace desde posiciones de poder consigue tres características muy importantes: se extiende a amplios sectores de la sociedad, se estructura como parte de determinadas circunstancias, y se normaliza bajo ciertas justificaciones y razones. Todo ello lleva a la invisibilidad y a que el tiempo sea un argumento de su “normalidad”.
  2. Conciencia de injusticia. El poder nunca es para siempre, por eso desde el poder han necesitado a las religiones para mantener la promesa al tiempo que iban adaptando la estrategia a los nuevos tiempos que llegaban. Pero a pesar de ello, el ser humano y sus ideales siempre están por encima de la opresión y la mentira, de ahí que antes o después tomen conciencia de la situación de injusticia que viven y respondan ante ella.
  3. Resistencia individual. A partir de ese momento y conforme se comparten los elementos críticos contra el abuso y la injusticia, comienzan las resistencias individuales, generalmente por parte de quienes viven directamente el daño de esa “normalidad abusadora”.
  4. Posicionamiento crítico. Elementos como la conciencia sobre el problema, las resistencias individuales, y el aumento del conocimiento sobre el significado de la injusticia, llevan al pensamiento crítico y a la coordinación de iniciativas con un doble objetivo: por un lado, organizar la resistencia, y por otro, actuar contra las causas del abuso.
  5. Activismo y reivindicación: A partir de esa plataforma organizada comienzan las acciones contra el modelo y las circunstancias que originan el problema con un doble sentido: la actuación estratégica dirigida a determinados elementos del sistema que tengan impacto como agitación de sus estructuras, sobre la conciencia de la sociedad. Frente a estas acciones se producen reacciones del propio sistema que deben ser abordadas en esta fase.
  6. Revolución, tal y como se visualiza a través de las protestas y revueltas. Conforme el abuso persiste, la crítica al mismo aumenta, el ambiente se llena de acciones individuales y coordinadas, las reacciones contra ellas se multiplican e intensifican… la conciencia de injusticia aumenta. Este contexto permite la ampliación a posiciones cada vez más lejanas al problema, y definir los elementos comunes que existen frente a otros abusos e injusticias que se expresan en otros ámbitos, a veces muy distintos. A partir de ahí la revolución ya es una realidad en cuanto a su dimensión, causas, implicación y significado.

Reducir una revolución a esta última fase tiene dos consecuencias:

  1. Por un lado, se le quita el significado que la envuelve para abordar sólo el resultado que da lugar a la movilización final, pero sin actuar sobre las causas que originan ese resultado. De esa forma, la construcción de abuso como estrategia de poder se limita a una corrección de sus efectos, pero los factores y circunstancias que los originan permanecen igual, y el abuso y la injusticia podrán continuar de otra forma.
  2. Por otro lado, si se toma como “revolución” sólo la fase última de las movilizaciones, todos aquellos procesos transformadores críticos que no lleguen a esta última fase serán presentados como revueltas y conflictos particulares, y como una amenaza contra el modelo de poder que genera los abusos y la injusticia en diferentes contextos y frentes. Esta situación derivada de la manipulación no debilita al modelo a pesar de la crítica, sino que lo refuerza por medio de la amenaza.

El ejemplo lo tenemos cerca, las protestas de los trabajadores y las trabajadoras del campo, no sólo de los agricultores, nacen del abuso y la injusticia de un modelo económico que necesita del abuso de la tierra para mantener la estructura de poder que genera más beneficios a quien más tiene. Y la forma de hacerlo con la tierra es el dominio y la amenaza, argumentos que entienden muy bien y paralizan a quienes se levantan cada día con la amenaza del tiempo, de las plagas, de los precios… La industria se puede abrir o cerrar, trasladar a un lugar o a otro, establecer turnos o limitar los horarios… pero el campo no. Y aunque se juega con algunos de estos elementos, como por ejemplo traer productos de otros lugares, al final el resultado no es el mismo: no es igual un tomate de un país lejano que el de nuestra tierra, en cambio un tornillo si es el mismo se fabrique aquí o en Asia.

La legitimidad de una revolución no está en las fases que se siguen, sino en las razones que la mueven. La revolución de la tierra es necesaria por justicia y por ética democrática. Una sociedad no se puede alimentar del sudor frío de la impotencia y la frustración de quienes viven en la desesperanza de la esperanza, y nuestra sociedad lo lleva haciendo desde hace siglos.

Quienes somos de pueblo y hemos tenido la suerte de echar jornales en verano lo hemos vivido en primera persona, y lo hemos escuchado con la bondad de las palabras de quienes sólo aspiraban a un día más, pero con dignidad.

La tierra está cerca de culminar su revolución, pero se equivocaría si piensa que la solución sólo está en la corrección de los precios de toda una estructura de poder basada en el abuso y la injusticia. Si se limitan a corregir sólo ese resultado, el modelo de poder construido desde la visión androcéntrica ya se encargará de establecer otro mecanismo para seguir con el abuso de quienes deben estar en las posiciones inferiores de su jerarquía. No por casualidad el machismo, esa cultura patriarcal que nos envuelve, surgió en el Neolítico junto a la agricultura, y tampoco es casualidad que el feminismo plantee una transformación radical de la cultura, no sólo corregir algunas de sus manifestaciones. Pero de eso hablaremos otro día.

Hoy termino recomendando escuchar de nuevo las canciones de Jarcha, y no estaría mal comenzar a hacerlo con “Esclavo de la tierra”.