La clave para entender el aumento de la ultraderecha a nivel global y la deriva de la derecha hacia sus posiciones extremas, no está en sus propuestas sobre políticas tributarias, ni en su apuesta por las privatizaciones, tampoco en su modelo de infraestructuras, de nada de eso se habla ni se presenta como una propuesta alternativa a las iniciativas progresistas. La esencia de sus propuestas y el aumento de los apoyos que viven está en lo que presentan como una defensa de los valores, ideas, creencias y tradiciones que nos definen como sociedad. Y así lo hacen en cada país jugando con sus referencias propias sobre una serie de elementos comunes definidos por lo que es común a todos ellos, que es la cultura androcéntrica.
La transformación social que se ha producido a favor de la igualdad la presentan como una amenaza, y le han declarado su “guerra cultural” para reconquistar el espacio social y cultural que entienden que han perdido, pero también, en la medida de lo posible, eliminar a quienes presentan como enemigos, de ahí sus estrategias y acciones cargadas de violencia y agresividad. Su meta es la “tierra prometida del recuerdo” donde todo está en su sitio, algo que nunca falla en una sociedad que ha hecho creer que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sin pararse a pensar si lo fue por haber sido o por haber pasado.
Pero al margen de jugar con el recuerdo y las emociones, gran parte de su éxito se basa en las personas que ahora ocupan las posiciones de liderazgo, que son los “neofanáticos”.
Los neofanáticos buscan dirigir la construcción de su realidad en blanco y negro, y para ello han erigido los protagonistas en la respuesta para recuperar el poder de influir sobre la sociedad. Para ellos la realidad es una deriva inadmisible de la que culpan a dos grupos muy diferentes. Por un lado, a las posiciones progresistas por haber abandonado el marco tradicional, y de manera muy especial al feminismo por hacerlo responsable de esa “traición” y por su visión crítica. Y por otro, y esta es una de las claves para entender la situación actual, culpan a los sectores más moderados de sus propios partidos y posiciones por no haber sido capaces de evitar los cambios y la transformación social que vivimos. Es la gráfica referencia que hacen al referirse a estos sectores como “derechita cobarde”.
Los elementos que los caracterizan son el dogmatismo (sus verdades no se cuestionan ni necesitan razonamiento), la rigidez en su planteamiento (no admiten matices ni interpretaciones), el odio a la diferencia (los argumentos y posiciones de los otros son una agresión a las suyas), y el autoritarismo (no dialogan ni consensuan, imponen de sus ideas a los demás). Todo ello hace que se encierren en una mentalidad que es una mezcla de la rigidez de sus ideas, del sentimiento de pertenencia, y de la necesidad de actuar frente a lo diferente como forma de reforzar sus ideas. No les basta la defensa de lo suyo, necesitan el ataque a lo de los demás.
El objetivo de este neofanatismo es cohesionar a sus seguidores alrededor de los elementos de identidad que refuercen sus valores, lo cual exige una doble estrategia. Por un lado, intensificar aquellas acciones que nacen de esos valores y dirigirlas hacia su reivindicación para obligar a la gente a seguirlas, y por otro, atacar a los otros para que no consigan sus objetivos prácticos y para que no puedan ser tomados como una alternativa válida.
Buscan recuperar el poder, un poder que ya no puede ser utilizado en sus dos primeras vertientes (capacidad de castigar y capacidad de premiar), pues siempre sería limitado y sus consecuencias reducidas, y, por tanto, se ha dirigido a la tercera, a la capacidad de influir, al ser la única forma de abordar una situación de cambio social, máxime en un momento de crisis permanente como el que vivimos. Para conseguir desarrollar esa estrategia necesitan crear una realidad alternativa por medio de la mentira y los bulos, como explicamos en el anterior artículo, y han tomado los medios de comunicación, no todos, pero sí los suficientes para dominar un amplio sector de manera que los mensajes no parezcan únicos. Bajo este diseño se crean múltiples medios y formatos (prensa escrita, televisiones, emisoras de radio, Internet…) y dentro de cada uno de ellos se crean varios medios, de ese modo la sociedad recibe información desde diferentes fuentes, y cuando la contrasta lo que en verdad hace es reforzarla, porque se mueven dentro de un mismo sector que busca ese efecto sumatorio o multiplicador. Con todo ello no sólo se busca influir sobre determinadas cuestiones, lo que se pretende es crear una nueva realidad para que luego sea protagonizada y transmitida a título individual por las redes sociales.
No es cierto que la información ahora sea más plural porque haya más medios, es cierto que hay más vehículos para canalizar la información, pero no hay más pluralidad. Se confunde la pluralidad, que hace referencia a la diferencia de contenidos y enfoques, con la cantidad, que sólo es una cuestión numérica. Por lo que al final el mensaje enviado desde el sector que representa a una posición determinada lo que consigue es sumar argumentos para conseguir adeptos, criticar a los otros o generar dudas en los indecisos.
Con todo ello se pretende alcanzar la referencia de los valores si necesidad de basarse sólo en conductas de enfrentamiento, táctica que no daría el resultado pretendido. Por eso la acción va dirigida al juego de las ideas en un triple sentido: incidir al máximo en el grupo convencido, cuestionar con intensidad a las posiciones diferentes, e influir todo lo que se pueda en ese sector de la sociedad indefinido, o definido sólo en determinadas cuestiones, para generar duda respecto a los nuevos valores que se proponen desde la referencia de la igualdad, pues esa duda conduce a la pasividad y esta hace que continúe lo que ya hay, que son los valores y referencias tradicionales.
Todo forma parte de la refundación del machismo, y mientras que la derecha y la ultraderecha están trabajando en esa dirección, una gran parte de la izquierda lo hace sobre problemas puntuales que hay que corregir dentro del marco androcéntrico, pero sin actuar sobre él para erradicar las causas que dan lugar a los problemas que luego exigen las actuaciones. Nunca se van a resolver los problemas estructurales mejorando la respuesta ante sus consecuencias, esto sólo matizará su impacto y dará pistas a quienes se aprovechan de esos problemas para que puedan cambiar su estrategia por otra que les siga dando beneficios desde la injusticia.
Su táctica es entretener a la izquierda para que esté ocupada en resolver los problemas que ellos crean desde sus posiciones conservadoras y el machismo, y que la derecha trabaje en la recuperación de los elementos del modelo androcéntrico sobre el que sustentarse de manera indefinida. O sea, refundar el machismo valiente.